"No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta."
— Romanos 12:2
— Romanos 12:2
El mundo a un clic de distancia
Queridos hermanos, deténganse un instante y observen el panorama de nuestra vida moderna. Las redes sociales han irrumpido en nuestros hogares como una ventana abierta al mundo, pero no una ventana que deja entrar la luz pura del cielo, sino una que trae consigo las corrientes frías y contaminadas de un siglo caído. Cada pantalla, cada notificación, cada video viral nos seduce con la promesa de conexión, entretenimiento y conocimiento, pero ¿a qué costo? ¿No estaremos, al abrir esas puertas digitales, invitando al mundo y sus valores a sentarse en la mesa de nuestras almas, ocupando el lugar que solo Cristo debería tener?
Esta obsesión con las redes sociales no es nueva en su esencia, aunque sí en su forma. Antes fue la televisión, hoy son las plataformas digitales que, bajo la fachada de comunicación y comunidad, traen consigo un torrente de vanidad, distracción y mensajes que chocan con los principios de nuestra fe. La Palabra de Dios nos llama a ser luz en medio de las tinieblas, pero si permitimos que esas tinieblas entren sin filtro a nuestras vidas, ¿cómo podremos brillar? En este capítulo, exploraremos cómo las redes sociales traen al mundo a nuestras casas, qué nos enseña la Escritura sobre guardar nuestro corazón y nuestra mente,[…]
Una ventana a la vanidad
Amados hermanos, así como en tiempos pasados la televisión ofrecía un mundo irreal, las redes sociales modernas han perfeccionado esa ilusión. Nos presentan vidas perfectas que no existen: cuerpos ideales, familias sin conflictos, éxitos instantáneos que están muy lejos de la realidad que vivimos. Cada publicación está diseñada para captar nuestra atención, para hacernos sentir insuficientes, para alimentar nuestra vanidad o nuestra envidia. Como dice Eclesiastés 1:2, “Vanidad de vanidades, todo es vanidad.” Pero en lugar de apartarnos de esa vanidad, nos sumergimos en ella, desplazándonos por horas en un contenido que no edifica, sino que embota nuestra sensibilidad espiritual.
Un ladrón de tiempo precioso
Preciados hermanos, las redes sociales son, además, un ladrón sigiloso de nuestro tiempo. ¿Cuántas horas hemos pasado frente a una pantalla, viendo videos que no aportan nada a nuestra vida eterna? Esas horas, que podríamos haber dedicado a la oración, a la lectura de la Palabra, o a la comunión con nuestra familia y hermanos en la fe, se desvanecen como humo. Efesios 5:16 nos exhorta a “aprovechar bien el tiempo, porque los días son malos.” Pero en lugar de redimir el tiempo, lo entregamos a algoritmos que nos mantienen atrapados, apagando poco a poco la voz de Dios y enfriando nuestra temperatura espiritual sin que nos demos cuenta.
Un peligro para los más vulnerables
Estimados hermanos, uno de los efectos más devastadores de las redes sociales se ve en nuestros niños y jóvenes. Al igual que la televisión de antaño, estas plataformas exponen a las mentes jóvenes a contenidos que corrompen sus valores morales. La violencia se glorifica, el sexo se distorsiona, y la inmoralidad se presenta como algo normal y deseable. Encontramos publicaciones que ensalzan estilos de vida contrarios a la voluntad de Dios, promoviendo la lujuria, el adulterio y la confusión de identidad como si fueran derechos inalienables. Proverbios 22:6 nos manda a “instruir al niño en su camino,” pero ¿cómo podemos hacerlo si permitimos que las redes sociales moldeen sus pensamientos con propaganda anticristiana?
Además, el tiempo que pasan en estas plataformas les roba las ganas de leer, escribir o incluso pensar profundamente. Su educación espiritual y académica se resiente, mientras sus valores son moldeados por influencers y tendencias que no tienen a Cristo como su centro.
Contenido que contamina el alma
Queridos hermanos, el humor que circula en las redes sociales suele ser obsceno, lleno de insinuaciones que hieren la santidad que debemos perseguir. Los memes, los videos virales, las publicaciones populares a menudo están cargados de mensajes que trivializan el pecado o lo celebran abiertamente. Incluso en la música que se promociona—tan accesible con un solo clic—las letras glorifican la lujuria, el egoísmo y la violencia, presentando como héroes a quienes viven en rebelión contra Dios. Como nos advierte 1 Corintios 15:33, “No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres.” Si nos rodeamos constantemente de estas “conversaciones” digitales, ¿cómo podremos mantener puras nuestras mentes y corazones?
Publicidad que seduce y destruye
Amados hermanos, la publicidad en las redes sociales no se queda atrás. Cada anuncio está diseñado para apelar a nuestros deseos más bajos, usando imágenes provocativas y mensajes que incitan al consumismo y al pecado. No parece posible vender un producto sin recurrir a la sensualidad o al materialismo, dejando claro que el objetivo no es solo vender, sino seducir y corromper. Santiago 1:14-15 nos recuerda que “cada uno es tentado cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado.” Las redes sociales se han convertido en un campo fértil para sembrar esas tentaciones que apartan nuestro corazón de Dios.
Un colapso en la comunión familiar
Preciados hermanos, otro efecto devastador es el colapso de la comunicación en nuestras familias. ¿Cuántas veces hemos visto a todos sentados en la misma habitación, pero cada uno absorto en su pantalla, ignorando a los demás? Las redes sociales nos han hechizado hasta el punto de que hemos perdido la habilidad de mantener conversaciones profundas y significativas con nuestros seres queridos. En lugar de edificarnos mutuamente, nos aislamos en un mundo digital que promete conexión, pero nos deja más solos que nunca. Hebreos 10:24-25 nos exhorta a “considerarnos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras,” pero ¿cómo podemos hacerlo si estamos más conectados con extraños en línea que con los que están bajo nuestro propio techo?
¿Una fachada de espiritualidad?
Algunos podrían argumentar que las redes sociales también ofrecen contenido cristiano: devocionales, predicaciones, versículos compartidos por páginas de fe. Pero, estimados hermanos, esto es a menudo solo la cubierta dulce de una píldora venenosa. El efecto total de estas plataformas tiende a destruir nuestra vitalidad espiritual, porque el tiempo que pasamos en ellas rara vez se limita a lo edificante. La tentación está a un clic de distancia, y lo que comienza como un intento de buscar inspiración suele terminar en horas de distracción y contenido que no glorifica a Dios.
No quiero al mundo en mi casa
Queridos hermanos, me viene a la mente la historia de un cristiano que, al ver un anuncio que decía “la televisión trae al mundo a su casa,” decidió no permitir que ese aparato entrara en su hogar. Hoy podríamos decir lo mismo de las redes sociales: traen al mundo a nuestras casas, con todo lo que eso implica. No se trata de demonizar la tecnología en sí misma, sino de reconocer el peligro que representa cuando no la usamos con discernimiento y propósito. Como dice Filipenses 4:8, debemos ocupar nuestras mentes en “todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable.” Si las redes sociales no nos ayudan a cumplir con este mandato, ¿no deberíamos reconsiderar el lugar que les damos en nuestras vidas?
Un llamado a la vigilancia
Amados hermanos, no podemos cerrar los ojos ante la realidad: las redes sociales, tal como están diseñadas hoy, tienden a alejar más que a acercar a Dios. No se trata de aislarnos del mundo—porque Cristo nos ha llamado a ser sal y luz en él (Mateo 5:13-16)—sino de proteger nuestras almas y las de nuestras familias de aquello que contamina. Como dijo Juan Calvino, “el corazón humano es una fábrica de ídolos,” y las redes sociales pueden convertirse fácilmente en uno más si no estamos atentos.
Que el Señor nos dé la sabiduría para usar estas herramientas con moderación y propósito, filtrando todo a través de Su Palabra. Que nuestras casas sean santuarios donde Cristo reine, no el mundo. Porque, como nos asegura 1 Juan 2:15-17, “el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.” Que nuestra vida digital y real refleje esa verdad eterna. Amén.
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