• Malaquías 3:10 es uno de esos versículos que resuena en casi todas las iglesias donde el dinero y la fe se cruzan.
  • En muchas iglesias contemporáneas, es común escuchar a líderes autoproclamarse "apóstoles", reclamando una autoridad especial y un estatus elevado dentro del cuerpo de Cristo.
  • En muchos círculos cristianos, Apocalipsis 3:20 se ha convertido en un versículo emblemático para el evangelismo.
  • La doctrina de la "confesión positiva" enseña que nuestras palabras tienen el poder de crear milagros, pero ¿es esto bíblico? Este artículo examina sus orígenes, contrastándolos con las Escrituras, y advierte sobre su peligrosa desviación del verdadero evangelio de Cristo.
  • La historia de la mujer con el flujo de sangre (Mateo 9:20-22, Marcos 5:25-34, Lucas 8:43-48) es más que un milagro físico: es una lección profunda sobre la verdadera fe. Más allá de la sanidad, Jesús le otorgó salvación, destacando que no fue el manto el que la curó, sino su confianza en Él. Este capítulo explora el significado espiritual de su historia y nos desafía a buscar a Cristo, no solo por sus milagros, sino por la vida eterna que ofrece.
Mostrando entradas con la etiqueta obediencia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta obediencia. Mostrar todas las entradas

jueves, 27 de marzo de 2025

Ladrones en la Casa.



Persona con pasamontañas abriendo cautelosamente la puerta de una casa, representando una amenaza interna, con el texto "Ladrones en la casa – Las realidades carnales y la llamada a la santidad" sobre la imagen.




Las Realidades Carnales y la Llamada a la Santidad

El pasaje de Santiago 4:1-10 es como un espejo que refleja las realidades más profundas de nuestra vida espiritual. Nos confronta no solo con las acciones pecaminosas que cometemos, sino también con las actitudes santas que descuidamos. Santiago nos muestra que, dentro de cada creyente, hay "ladrones" que nos atan a los deseos de la carne, mientras el Espíritu Santo nos impulsa a vivir en obediencia a la Palabra de Dios. Este capítulo explorará las realidades carnales que nos esclavizan, las disposiciones divinas que nos libran y las exhortaciones santas que nos guían hacia una vida que glorifica a Dios.



Realidades Carnales: Los Ladrones que Habitamos

Santiago comienza su enseñanza con una pregunta directa y penetrante:

"¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?" (Santiago 4:1).

El apóstol identifica tres "ladrones" principales que operan dentro de nosotros y que roban la paz, la santidad y nuestra comunión con Dios: Disensión: Las peleas, divisiones y conflictos entre hermanos no tienen su origen en factores externos, sino en las pasiones carnales que aún burbujean en nuestro interior. El egoísmo, el orgullo y la falta de amor son los combustibles que alimentan estas guerras dentro de la iglesia y en nuestras relaciones personales. 
 
Ambición Desordenada: Santiago continúa diciendo:

"Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites" (Santiago 4:2-3).

Aquí se revela el corazón de la ambición carnal: deseamos cosas que no nos convienen, pedimos con motivaciones egoístas y, al no recibirlas, caemos en codicia, envidia e incluso violencia espiritual o verbal.

En contraste, Filipenses 4:19 nos asegura que Dios suplirá nuestras necesidades conforme a Su voluntad, si tan solo buscáramos Sus deleites y no los nuestros. Mundanalidad: Santiago no utiliza términos ambiguos ni tonos grises:

"¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios" (Santiago 4:4).

No puede haber un coqueteo exitoso con el mundo y sus valores mientras pretendemos abrazar la cruz de Cristo. Amar el mundo es traicionar a nuestro Salvador, y esta infidelidad espiritual nos aleja de la comunión con Dios.

Estos "ladrones" —disensión, ambición desordenada y mundanalidad— operan sigilosamente dentro de nosotros, robándonos la paz, la pureza y el gozo que Cristo desea para Sus hijos. Reconocer su presencia es el primer paso hacia la libertad.



Disposiciones Divinas: La Gracia que Nos Sostiene

A pesar de nuestra condición pecaminosa, Dios no nos abandona en nuestra lucha contra estos "ladrones". Santiago nos ofrece una esperanza gloriosa:

"¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente? Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes" (Santiago 4:5-6).

Aquí vemos dos disposiciones divinas que Dios provee para Su pueblo: La Obra del Espíritu Santo: El Espíritu que mora en nosotros no nos deja solos en nuestra lucha contra la carne. Él nos anhela celosamente, confrontándonos con nuestras realidades carnales y guiándonos hacia la santidad. Es el Espíritu quien nos convence de pecado, nos consuela en nuestra aflicción y nos da poder para vencer las tentaciones (Juan 16:8; Gálatas 5:16). 
 
La Gracia Abundante de Dios: La mayor provisión de Dios para los humildes es Su gracia. Esta gracia es negada a los soberbios que persisten en su mundanalidad, pero se derrama abundantemente sobre aquellos que reconocen su necesidad de Dios (Proverbios 3:34; Salmos 138:6). No hay pecado que la gracia de Dios no pueda perdonar ni tentación que Su poder no pueda vencer, siempre que nos humillemos ante Él.




Exhortaciones Santas: El Camino hacia la Victoria

Después de exponer nuestras realidades carnales y las provisiones divinas, Santiago nos exhorta a tomar decisiones concretas para vivir en santidad. En los versículos 7 al 10, encontramos un llamado claro y directo a los humildes que desean agradar a Dios. Estas exhortaciones no son sugerencias, sino mandatos que nos guían hacia una vida transformada: Someteos a Dios: "Someteos, pues, a Dios" (v. 7). La palabra "someterse" implica una rendición total, una obediencia incondicional a la voluntad de Dios. No podemos vencer a los "ladrones" en nuestra propia fuerza; debemos someternos al Señor y permitir que Él reine en nosotros. 
 
Resistid al Diablo: "Resistid al diablo, y huirá de vosotros" (v. 7). Esto no significa una guerra teatral contra Satanás, sino un rechazo firme y voluntario al sistema de antivalores que él promueve. Resistir al diablo implica decir "no" a las tentaciones y "sí" a la justicia de Dios. 
 
Acercaos a Dios: "Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros" (v. 8). Este es un llamado a buscar incesantemente la presencia de Dios a través de la oración, la adoración y el estudio de Su Palabra. La santidad no es un accidente; es el resultado de una relación íntima con nuestro Creador. 
 
Limpiad las Manos y Purificad los Corazones: "Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones" (v. 8). Santiago usa un lenguaje poético para señalar que la santidad debe abarcar tanto nuestras acciones externas ("limpiad las manos") como nuestras intenciones internas ("purificad vuestros corazones"). No basta con cambiar nuestro comportamiento; debemos renovar nuestro corazón.
 
Afligíos, Lamentad y Llorad: "Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza" (v. 9). Esta exhortación no promueve una vida de tristeza perpetua, sino una actitud de arrepentimiento genuino. Cuando entendemos la gravedad de nuestro pecado y cómo ofende a un Dios santo, nuestra respuesta natural debe ser el quebrantamiento y el clamor por Su misericordia.

Santiago culmina estas exhortaciones con una promesa gloriosa: "Humillaos delante del Señor, y él os exaltará" (v. 10). La humildad es el camino hacia la victoria espiritual. Cuando nos humillamos ante Dios, Él nos levanta en Su tiempo perfecto, no para nuestra gloria, sino para la Suya.



Encerrando a los Ladrones en una Cárcel de Santidad

Amado lector, los "ladrones" que habitan en nuestra casa —disensión, ambición desordenada y mundanalidad— no desaparecerán completamente de este lado de la eternidad. Sin embargo, podemos encerrarlos en una cárcel de santidad y buenas obras mediante la obediencia a las exhortaciones de Santiago. Al someternos a Dios, resistir al diablo, acercarnos a Él, purificar nuestras vidas y arrepentirnos sinceramente, podemos vivir una vida que glorifique a nuestro Salvador.

No ignores las realidades carnales que aún batallan dentro de ti, pero tampoco desesperes. Dios ha provisto Su Espíritu y Su gracia para que no pelees esta batalla solo. Humíllate ante Él, busca Su rostro con todo tu corazón y confía en que Él te exaltará a Su tiempo. Que nuestra vida sea un testimonio vivo de la santidad que agrada a Dios, para que los "ladrones" no tengan poder sobre nosotros, sino que seamos libres para servir y glorificar al Rey de reyes.

Hermanos y hermanas, no nos engañemos: los "ladrones" de la disensión, la ambición desordenada y la mundanalidad nos han robado demasiado. Pero hoy, el evangelio de Jesucristo nos trae la gloriosa noticia de liberación y esperanza. Escuchen bien: no hay esfuerzo humano que pueda vencer estos pecados, ni santidad que podamos alcanzar por nuestra propia cuenta. La buena noticia es que Cristo ya lo hizo todo por nosotros. Él cargó nuestros pecados en la cruz, pagó nuestra deuda con Su sangre preciosa y resucitó victorioso para darnos vida nueva (Romanos 5:8; 1 Corintios 15:3-4).

El evangelio no es una mera exhortación para mejorar; es el poder de Dios para salvación (Romanos 1:16). Jesús no solo nos señala el camino a la santidad; Él es el Camino (Juan 14:6). Cuando nos humillamos ante Él, confesando nuestra incapacidad y clamando por Su misericordia, Él nos recibe con brazos abiertos, nos limpia de toda maldad y nos viste con Su justicia perfecta (2 Corintios 5:21).

Así que, ven hoy a Cristo. No esperes a ser "suficientemente bueno", porque nunca lo seremos. Ven tal como estas, con tus "ladrones" y tus luchas, y deposítalos a los pies de la cruz. Arrepiéntete, cree en Su evangelio y recibe el regalo inmerecido de la salvación. Porque en Jesús, no solo encontramos perdón, sino también el poder para vivir una vida santa, sostenidos por Su Espíritu y cubiertos por Su gracia. “Humillaos ante el Señor, y Él os exaltará” (Santiago 4:10). ¡Cristo es nuestra victoria, nuestro Salvador y nuestra esperanza eterna! Ven a Él hoy, y vive para Su gloria.

jueves, 13 de marzo de 2025

Génesis 50:20 - ¿Nacidos para Cambiar el Mundo?

foto realista de una persona americana mirando a las estrellas, soñando, pensando, anhelando conseguir sus sueños. 16:9



Lecciones de José y el Propósito Redentor de Dios.


En un mundo donde los sueños a menudo se ven como meras fantasías, la Palabra de Dios nos recuerda que un sueño alineado con Su voluntad no solo es posible, sino que puede transformar vidas y naciones. Hace poco, mi esposa compartió conmigo un texto inspirador titulado Con un sueño, basado en un libro de nuestro mentor en liderazgo que lleva un título poderoso: Cambie su mundo, todos pueden marcar una diferencia sin importar donde estén. Desde las primeras líneas, una frase capturó mi atención: “Soñar es gratis, pero el viaje no”. Esta verdad resonó profundamente en mi corazón y me llevó a reflexionar sobre una pregunta clave:

¿Es bíblico decir que estamos nacidos para cambiar el mundo?

A través de la vida de José en Génesis y las verdades eternas de la Escritura, exploremos cómo los sueños que Dios pone en nosotros, junto con el viaje que implica cumplirlos, forman parte de Su propósito redentor para nuestras vidas.
 

Soñar es Gratis, pero el Viaje No: La Historia de José

 
La frase “soñar es gratis, pero el viaje no” tiene una profundidad que se alinea perfectamente con la vida de José, un joven soñador descrito en Génesis 37 al 50.

En Génesis 37:5-11, José recibe visiones de grandeza: sus hermanos y padres inclinándose ante él. Sin embargo, lo que sigue no es un camino de gloria inmediata, sino un viaje lleno de adversidad. Es vendido como esclavo por sus propios hermanos, acusado falsamente por la esposa de Potifar, y encarcelado injustamente (Génesis 39-40).

¿Dónde estaba el sueño en esos momentos oscuros? La respuesta está en la soberanía de Dios: cada paso del “viaje” de José lo estaba preparando para cumplir el propósito que Dios había diseñado. Como dice Isaías 55:8-9:

“Porque mis pensamientos no son los de ustedes, ni sus caminos son los míos —afirma el Señor—. Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes; ¡más altos que los cielos sobre la tierra!”

José no entendió de inmediato el propósito de su sufrimiento, pero confió en que Dios estaba obrando, incluso en las circunstancias más dolorosas.
¿Nacidos para Cambiar el Mundo? 
 

Una Perspectiva Bíblica

 
Esto nos lleva a una pregunta fundamental: ¿Es bíblico decir que hemos nacido para cambiar el mundo? La respuesta, desde una perspectiva reformada, es un sí matizado.

La Biblia enseña que cada persona ha sido creada a imagen de Dios (Génesis 1:26-27) y que Él tiene un propósito específico para cada uno de nosotros. Efesios 2:10 declara:

“Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano para que las hiciéramos.”

Esto implica que nuestra vida tiene un propósito que puede glorificar a Dios y bendecir a otros, lo cual puede entenderse como un “cambio” en el mundo, ya sea en nuestra esfera inmediata (familia, comunidad) o en un alcance mayor, según el plan de Dios.

Jesús mismo nos llama a ser luz del mundo y sal de la tierra (Mateo 5:13-16), y nos da la Gran Comisión de hacer discípulos de todas las naciones (Mateo 28:19-20). Esto significa que, como cristianos, estamos llamados a influir en el mundo llevando el evangelio, que es el poder de Dios para salvación (Romanos 1:16). Cambiar el mundo, desde esta perspectiva, no se trata de buscar fama o poder humano, sino de participar en la obra redentora de Dios al traer Su reino a la tierra a través de nuestras vidas. Sin embargo, debemos tener cuidado de no interpretar esta idea desde una visión humanista o centrada en el ego, como si todos estuviéramos destinados a tener un impacto global visible. La Biblia nos llama a la humildad y a la fidelidad en lo que Dios nos ha encomendado, ya sea grande o pequeño a los ojos humanos (1 Corintios 10:31).
 

Lecciones del Viaje de José: Fe, Carácter y Servicio

 
La vida de José nos ofrece principios bíblicos claros sobre cómo vivir los sueños que Dios pone en nuestro corazón y cómo estos sueños pueden tener un impacto transformador. El texto original menciona varias lecciones que podemos extraer de su historia, y cada una está profundamente arraigada en la Escritura:
 
No perder la fe nos dará esperanza: En Génesis 39:2, se nos dice repetidamente que “el Señor estaba con José”. A pesar de ser esclavo y prisionero, José no dudó de la presencia de Dios. Hebreos 11:1 define la fe como “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. José vivió con esa certeza, y nosotros también estamos llamados a hacerlo.
 
Seguir los valores fortalece el carácter: Cuando la esposa de Potifar intentó seducir a José, él respondió: “¿Cómo podría yo hacer algo tan malo y pecar contra Dios?” (Génesis 39:9). Su integridad no solo lo preservó, sino que lo preparó para liderar con autoridad moral en el futuro. Romanos 5:3-4 nos recuerda que el sufrimiento produce perseverancia, la perseverancia carácter, y el carácter esperanza.
 
Estar dispuestos a servir nos hará visibles: José no se quejó de su situación; en cambio, sirvió fielmente, primero en la casa de Potifar y luego en la prisión (Génesis 39:4, 40:4). Su disposición a servir lo llevó a ser notado y, finalmente, a ser elevado a una posición de influencia. Jesús mismo dijo: “El que quiera ser el primero, debe ser esclavo de todos” (Marcos 10:44).
 
Perdonar nos hará libres: Uno de los momentos más poderosos de la vida de José ocurre en Génesis 45, cuando perdona a sus hermanos y declara: “Ustedes planearon hacerme mal, pero Dios lo cambió en bien” (Génesis 50:20). El perdón no solo liberó a José de la amargura, sino que también restauró su familia. Como cristianos, estamos llamados a perdonar como Cristo nos perdonó (Efesios 4:32).
 

Eres un Sueño de Dios: El Precio Pagado por Ti

 
El texto original concluye con un recordatorio poderoso: “Eres un sueño de Dios, y Él pagó el precio por ti”. Esto nos lleva al corazón del evangelio. En Juan 3:16, leemos que Dios amó tanto al mundo que dio a Su Hijo unigénito para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. Si Dios pagó el precio supremo por nosotros, ¿cómo no vamos a vivir para Él? Los sueños que Dios pone en nuestros corazones no son accidentales. Como dice el texto, “Dios cuando permite un sueño en nuestras vidas, es porque dentro de nosotros están los recursos para trabajarlo”. Esto se alinea con Efesios 2:10: hemos sido creados para buenas obras que Dios dispuso de antemano.

José no buscaba cambiar el mundo por ambición propia, pero su obediencia y fidelidad a Dios lo llevaron a una posición donde salvó a su familia y a una nación del hambre. De manera similar, personajes como Moisés, que liberó a Israel, o Pablo, que llevó el evangelio a gran parte del mundo conocido, muestran que Dios puede usar a personas comunes para cumplir propósitos extraordinarios que impactan al mundo, siempre dentro de Su plan soberano.
 

Una Invitación a Perseverar en el Viaje

 
La vida de José nos enseña que los sueños de Dios siempre tienen un propósito mayor. Su historia no termina en la esclavitud ni en la prisión, sino en Génesis 50, donde se convierte en el segundo al mando de Egipto, salva a su familia y a toda una nación del hambre, y declara que lo que sus hermanos intentaron para mal, Dios lo usó para bien. Del mismo modo, los sueños que Dios ha puesto en tu corazón pueden cambiar tu mundo, si estás dispuesto a pagar el precio del viaje.

Así que te invito a reflexionar: ¿Cuál es tu sueño? ¿Estás estancado por las circunstancias, o estás dispuesto a confiar en que Dios usará cada paso para cumplir Su propósito en ti? Como dice Filipenses 1:6, “Estoy convencido de que el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús”. No todos cambiaremos el mundo como lo hicieron José o Pablo, pero todos estamos llamados a ser instrumentos de Dios donde Él nos coloque, participando en Su obra redentora. Persevera, porque tu sueño, en las manos de Dios, puede transformar vidas para Su gloria.

¡Que tengas un bendecido día en el Señor!

La verdadera Enseñanza de Malaquías 3:10.




Una biblia abierta sobre una mesa enseñando el versiculo malaquias 3:!0


Más Allá de la Prosperidad


Malaquías 3:10 es uno de esos versículos que resuena en casi todas las iglesias donde el dinero y la fe se cruzan:

“Traigan todo el diezmo al alfolí, para que haya alimento en Mi casa; y pónganme ahora a prueba en esto –dice el Señor de los ejércitos– si no les abro las ventanas de los cielos, y derramo para ustedes bendición hasta que sobreabunde. Por ustedes reprenderé al devorador…” (Malaquías 3:10-11).

Si has estado en un culto donde se habla de ofrendas, es probable que hayas escuchado esto como una promesa irresistible:

"Diezma, y Dios te hará prosperar. Ofrenda, y Él detendrá todo lo que amenaza tu economía".

Es un mensaje que suena a buena inversión: das un poco, y recibes mucho más. Pero, ¿es eso realmente lo que Malaquías estaba enseñando? ¿O hemos torcido un pasaje antiguo para que encaje en nuestras ambiciones modernas?

Imagina por un momento el escenario en que estas palabras fueron escritas. Estamos en Judá, unos cuatrocientos años antes de que Jesús naciera. El pueblo judío había regresado de su exilio en Babilonia, un castigo de setenta años por su idolatría y desobediencia. Dios había usado a hombres como Esdras, Hageo y Zacarías para reavivar la esperanza, para reconstruir el templo y restaurar la identidad de Israel como nación de Dios. Pero para cuando Malaquías toma la pluma, algo ha cambiado. La chispa inicial se ha apagado. El fervor se ha convertido en apatía, la obediencia en mediocridad. Los sacerdotes ofrecen sacrificios defectuosos, el pueblo se casa con extranjeros paganos, y los diezmos —esos recursos que sostenían el templo y a los levitas— han dejado de llegar. Es un tiempo de crisis espiritual, y Malaquías llega como la voz de Dios para confrontar a una nación que ha olvidado su pacto.

Ahora, retrocedamos un poco más. En Deuteronomio 28, Dios había dejado claro cómo funcionaba Su relación con Israel bajo la ley mosaica: obediencia traería bendiciones específicas —cosechas abundantes, paz en la tierra, prosperidad nacional—, mientras que la desobediencia traería maldiciones concretas —sequías, plagas, derrota ante los enemigos—.

Israel no era solo un pueblo; era una teocracia, una nación gobernada directamente por Dios a través de Su ley. Los diezmos no eran una ofrenda voluntaria como la entendemos hoy; eran un mandato, una contribución obligatoria para mantener el culto en el templo y sustentar a los sacerdotes y levitas que dependían de ellos para comer. Cuando Malaquías dice en el versículo 9,

“Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado”,

no está hablando de individuos que olvidaron dar el 10% de su sueldo; está señalando una desobediencia colectiva que ha puesto a toda la nación bajo el juicio de Dios.

En este contexto, “abriré las ventanas de los cielos” no es una metáfora vaga de riqueza ilimitada. Es una imagen de lluvia —literal y figurativa— que asegura buenas cosechas, algo vital para una sociedad agraria como la de Israel. Y “reprenderé al devorador” no se refiere a un ángel guardián que protege tu cuenta bancaria; habla de detener las plagas de langostas o las sequías que arruinaban los cultivos, formas de juicio que Dios enviaba bajo el pacto mosaico, como vemos en el libro de Joel. Cuando el pueblo retenía los diezmos, el templo se quedaba sin alimento, los levitas sin sustento, y la nación entera sufría las consecuencias de romper su compromiso con Dios. Pero si se arrepentían y obedecían, Dios prometía restaurar la bendición pactada. Es lo mismo que vemos en Hageo: cuando el pueblo dejó de construir el templo para enfocarse en sus propios hogares, las cosechas fallaron; cuando volvieron a priorizar a Dios, las bendiciones regresaron.

Entonces, ¿qué pasó con este pasaje? ¿Cómo llegamos de una reprensión a una nación teocrática desobediente a un eslogan de prosperidad personal? La respuesta está en el evangelio de la prosperidad, una teología que ha tomado Malaquías 3:10 y lo ha convertido en una herramienta para motivar —o manipular— a las personas.

"Diezma, y Dios te hará rico", dicen. "Ofrenda, y Él multiplicará tus finanzas".



Es una distorsión que odia el corazón del evangelio verdadero. En lugar de glorificar a Dios, este mensaje utiliza a Dios como un medio para nuestros fines egoístas. Pinta un cuadro donde el dar se convierte en una transacción:

yo te doy algo, Señor, y Tú me das más a cambio.

Y si no recibes la bendición prometida, la culpa es tuya: no tuviste suficiente fe, no diste lo suficiente. Es una mentira que ha alejado a muchos del evangelio auténtico, dejándolos resentidos cuando las promesas vacías no se cumplen.

Pero detengámonos aquí y seamos honestos: no vivimos en el Israel de Malaquías. No somos una teocracia bajo la ley mosaica. Las promesas de Deuteronomio 28 y las advertencias de Malaquías 3 fueron dadas a un pueblo específico en un tiempo específico, bajo un pacto que Jesús cumplió y transformó con Su sangre (Hebreos 8:13). El Nuevo Testamento no nos manda a diezmar como lo hacía la ley; en cambio, nos llama a ofrendar según hayamos prosperado y según lo que decidamos en nuestro corazón (1 Corintios 16:2; 2 Corintios 9:7). El 10% puede ser una guía útil —como lo es el descanso del sábado—, pero no es un mandato ni un límite. Para algunos, dar el 10% es solo el comienzo; para otros, en tiempos de escasez, podría ser menos. Lo que importa no es la cantidad, sino la actitud: un corazón alegre, generoso y confiado en Dios.

Y aquí está la diferencia más profunda: la motivación.


En el evangelio de la prosperidad, damos para recibir. En el evangelio de Cristo, damos porque ya hemos recibido. Jesús se dio a Sí mismo por nosotros, cargó nuestro pecado, nos rescató de la condenación y nos dio vida eterna. ¿Qué mayor motivación necesitamos? Cuando ofrendamos, no estamos negociando con Dios; estamos respondiendo con gratitud a Su gracia inmerecida. Estamos diciendo: "Todo lo que tengo es Tuyo, Señor, porque Tú me diste todo". Dar se convierte en un acto de adoración, una expresión de confianza en que Él es nuestro proveedor, no en que nosotros podemos manipularlo con nuestras ofrendas. Como dijo Agustín: "No es lo que posee el hombre lo que realmente importa, tanto como lo que posee al hombre". Nuestra disposición a dar revela si el dinero es nuestro amo o nuestro siervo, si nuestro corazón está puesto en las cosas de este mundo o en las de arriba.

¿Qué hacemos con Malaquías 3:10 hoy?


No lo tiremos por la ventana; es Palabra de Dios y tiene mucho que enseñarnos. Nos muestra la seriedad de la obediencia, la realidad del juicio divino y la fidelidad de Dios para bendecir a los Suyos.

Pero no lo saquemos de su contexto para convertirlo en una fórmula mágica de prosperidad. En lugar de usarlo para prometer riquezas a individuos, podemos aprender de él como iglesia: ¿Estamos siendo fieles con lo que Dios nos ha confiado? ¿Estamos apoyando la obra del evangelio con generosidad? ¿O estamos reteniendo para nosotros mismos lo que pertenece al servicio de Su reino?

Si alguna vez te han enseñado que diezmar es una inversión para tu cuenta bancaria, te invito a mirar más allá. El evangelio no se trata de lo que podemos sacarle a Dios; se trata de lo que Él ya nos dio en Cristo. No necesitamos torcer Malaquías para encontrar bendiciones, porque la mayor bendición ya es nuestra: la salvación por gracia mediante la fe. Que nuestro dar refleje esa verdad, no un ansia por más cosas, sino un amor por Aquel que lo dio todo. Y que, al compartir esta enseñanza con otros, corrijamos las falsas percepciones y proclamemos el evangelio que exalta a Cristo, no al hombre.


2 Corintios 13:5 - Examinándonos a Nosotros Mismos.

 
un hombre mirándose en el espejo muy de cerca, analizándose con detalle


Una Llamada Bíblica a la Autoevaluación Espiritual

En muchas iglesias actuales, el mensaje predominante se centra en las bendiciones que podemos recibir de Dios con un mínimo esfuerzo: levantar la mano, repetir una oración y asistir regularmente a servicios llenos de palabras motivacionales. Se nos dice que Dios es solo amor, que todo lo perdona y que nos acepta sin importar cómo vivamos, sin mencionar el arrepentimiento, la negación de uno mismo o el costo de seguir a Cristo. Este evangelio superficial nos promete un boleto fácil al cielo, pero ¿es eso lo que la Biblia enseña? En este capítulo, exploraremos por qué examinarnos a nosotros mismos es esencial para la vida cristiana, cómo hacerlo a la luz de la Escritura y cómo encontrar seguridad en la justicia de Cristo, no en nuestras propias obras.

La Dilución del Mensaje: Un Evangelio sin Costo 

 Vivimos en una era donde el mensaje del evangelio a menudo se ha diluido hasta convertirse en una fórmula de prosperidad y felicidad instantánea. Se nos anima a apropiarnos de promesas bíblicas de bienestar —"Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz" (Jeremías 29:11)— sin considerar su contexto histórico, su audiencia original o su significado real. Queremos escuchar palabras de aliento y evitar cualquier mención de peligro, sacrificio o juicio. Como resultado, muchos cristianos han adoptado una fe cómoda que no requiere transformación ni rendición al señorío de Cristo.

Sin embargo, esta actitud refleja más nuestra propia complacencia que la verdad de la Palabra de Dios. Jesús mismo advirtió sobre los peligros que enfrentan Sus seguidores: falsos profetas (Mateo 7:15), persecución (Juan 16:33) y la posibilidad de autoengaño (Mateo 7:21-23). Como dice Mike McKinley en su libro ¿Soy realmente cristiano?:


"El mero hecho de que Jesús nos hable acerca del peligro en el que estamos es prueba de Su amor y misericordia. Él nos ha dado estas advertencias y quiere que les prestemos atención."


Las palabras de Cristo no son un simple eco de optimismo; son una alarma que debe resonar en nuestras almas, llamándonos a examinarnos y asegurarnos de que estamos verdaderamente en la fe.

El Mandato Bíblico: Examinad y Probad

La Escritura no nos deja en la oscuridad sobre la necesidad de autoevaluarnos. El apóstol Pablo instruye a los corintios:


"Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos" (2 Corintios 13:5).


De manera similar, Pedro exhorta a los creyentes:


"Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás" (2 Pedro 1:10).


Estas no son sugerencias casuales; son mandatos urgentes dados por amor. Pablo y Pedro sabían que los cristianos enfrentan el riesgo de engañarse a sí mismos, creyendo que están seguros en su fe cuando, en realidad, podrían estar lejos de Cristo. Examinarnos no es un ejercicio de duda morbosa, sino un acto de obediencia que nos protege de la complacencia espiritual y nos asegura una entrada abundante en el reino de nuestro Salvador (2 Pedro 1:11).

¿Cómo Examinarnos? Las Pruebas de la Escritura

Jesús y los apóstoles nos proporcionan criterios claros para evaluar si estamos en la fe. No se trata de confiar en nuestros sentimientos ni en una oración pasada, sino de buscar evidencias bíblicas de una vida transformada por el Espíritu Santo. Algunos ejemplos incluyen: Arrepentimiento y Fe: ¿Hemos reconocido nuestro pecado y confiado en Cristo como nuestro único Salvador? (Hechos 3:19; Romanos 10:9). 
 
Amor por Dios y el Prójimo: ¿Amamos a Dios con todo nuestro ser y a nuestro prójimo como a nosotros mismos? (Mateo 22:37-39; 1 Juan 4:7-8). 
 
Obediencia a la Palabra: ¿Buscamos obedecer los mandatos de Cristo, no para ganar la salvación, sino como fruto de nuestra fe? (Juan 14:15; Santiago 2:17). 
 
Fruto del Espíritu: ¿Se manifiestan en nuestra vida las virtudes del Espíritu, como amor, gozo, paz y paciencia? (Gálatas 5:22-23). 
 
Perseverancia: ¿Seguimos firmes en la fe a pesar de las pruebas, confiando en la promesa de que Dios completará Su obra en nosotros? (Filipenses 1:6; Hebreos 12:1-2).

Estas pruebas no son una lista para presumir de nuestra justicia, sino un espejo para reflejar nuestra necesidad de Cristo. Como humanos, no siempre somos los mejores jueces de nosotros mismos; nuestras percepciones pueden estar nubladas por el orgullo o el autoengaño. Por eso, es vital rodearnos de cristianos maduros y honestos que nos ayuden a ver lo que nosotros no podemos, ofreciendo corrección amorosa y aliento fiel.

Los Peligros que Enfrentamos

Ignorar el llamado a examinarnos nos expone a múltiples peligros espirituales: Autoengaño: Podemos creer que somos cristianos porque asistimos a la iglesia o repetimos una oración, sin que haya un cambio real en nuestro corazón (Mateo 7:21-23). 
 
Complacencia: La tibieza espiritual, como la de la iglesia de Laodicea, puede hacernos indiferentes a la santidad de Dios (Apocalipsis 3:15-17). 
 
Falsas Enseñanzas: Sin un fundamento sólido en la verdad, somos presa fácil de doctrinas que prometen mucho pero no exigen nada (2 Timoteo 4:3-4).

Jesús no nos advierte de estos peligros para condenarnos, sino para protegernos. Su amor no es un permiso para pecar, sino un llamado a negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguirle (Mateo 16:24). Esto implica sacrificio, renovación de la mente (Romanos 12:2) y la muerte del "viejo hombre" para que nazca uno nuevo en Cristo (Efesios 4:22-24).

Nuestra Insuficiencia y la Justicia de Cristo

Un examen honesto de nuestras vidas nos llevará a una conclusión inevitable: nunca seremos lo suficientemente justos como para agradar a Dios por nosotros mismos. Nuestros mejores esfuerzos están manchados por el pecado (Isaías 64:6), y nuestras fallas nos recuerdan que necesitamos un Salvador. Aquí radica la buena noticia del evangelio: no dependemos de nuestra justicia, sino de la justicia perfecta de Cristo.

Cuando nos acercamos a Él con fe genuina, Su justicia nos es imputada (2 Corintios 5:21). No ganamos la salvación por nuestras obras, sino que la recibimos como un regalo inmerecido por la gracia de Dios (Efesios 2:8-9). Este entendimiento no nos exime de examinarnos, sino que nos da la seguridad de que nuestra esperanza no está en nosotros mismos, sino en Aquel que murió y resucitó por nosotros.

Un Examen que Conduce a la Seguridad

Amado lector, examinarnos a nosotros mismos no es un ejercicio de condenación, sino de amor y misericordia. Las advertencias de Jesús y los apóstoles son un regalo que nos protege del autoengaño y nos guía hacia la seguridad en Cristo. No te conformes con un evangelio superficial que promete todo sin exigir nada; escudriña tu vida a la luz de la Palabra, confiando en la guía del Espíritu Santo y en la sabiduría de la comunidad de fe.

Cuando las pruebas revelen tus fallas, no desesperes. Mira a Cristo, cuya justicia perfecta cubre tus imperfecciones. Alabado sea Dios por esta verdad gloriosa: no necesitamos ser perfectos para ser aprobados, porque Él ya lo fue por nosotros. Que este examen nos humille, nos santifique y nos lleve a depender cada día más de nuestro Salvador, para que, al final, escuchemos esas palabras preciosas: "Bien, buen siervo y fiel; entra en el gozo de tu señor" (Mateo 25:21).

Hechos 14:15 - Adorando al Ungido.




 
hombre de traje, sobre una tarima, esta de espaldas a la cámara mirando al publico, en la parte de abajo vemos a ese publico, muchas personas adorando a este hombre, están aplaudiendolo y muy emocionados


¿A Quién Damos Nuestra Gloria?

La historia de Pablo y Bernabé en Listra, narrada en Hechos 14:8-18, nos confronta con una tendencia peligrosa que sigue presente en la iglesia hoy día: la inclinación a adorar a los hombres en lugar de a Dios. Cuando un hombre cojo fue sanado por el poder de Dios a través de Pablo, la multitud reaccionó de manera equivocada, proclamando que Pablo y Bernabé eran dioses y preparándose para ofrecerles sacrificios. Aunque los apóstoles se horrorizaron y corrigieron inmediatamente este error, la escena nos recuerda que el corazón humano tiende a desviar su adoración hacia lo visible, ignorando al verdadero Autor de toda obra poderosa. En este capítulo, examinaremos este pasaje, reflexionaremos sobre su relevancia actual y recordaremos que solo Cristo es digno de nuestra adoración y obediencia.

El Error de Listra: Una Idolatría Involuntaria

En Hechos 14:8-13, vemos cómo la sanidad de un hombre cojo, quien nunca había caminado, desató una reacción desmedida entre los habitantes de Listra. Al presenciar el milagro, la multitud exclamó en su idioma licaonio:


"¡Los dioses han tomado forma humana, y han venido a visitarnos!"


Pensaron que Bernabé era Zeus y que Pablo, por ser el que hablaba, era Hermes. El sacerdote del templo de Zeus incluso trajo toros y adornos de flores para ofrecer sacrificios en su honor. La reacción de la gente no fue malintencionada; en su ignorancia, simplemente atribuyeron el poder del milagro a los hombres que podían ver, en lugar de al Dios invisible que lo obró.

Esta respuesta refleja una inclinación natural del corazón humano: enfocarnos en lo tangible y visible. Aunque los habitantes de Listra no conocían al Dios verdadero, su error nos sirve de advertencia. La idolatría no siempre es intencional ni evidente; a veces comienza con una admiración mal dirigida que termina robándole la gloria a Dios.

La Idolatría Moderna: Adorando a los "Ungidos"

Tristemente, más de dos mil años después, este mismo error sigue manifestándose en muchas iglesias. Cuando presenciamos señales, sanidades o cualquier manifestación que atribuimos al poder de Dios, a menudo nuestra atención se desvía hacia los líderes visibles que parecen ser los instrumentos de estas obras. Algunos incluso fomentan esta admiración, promoviendo títulos como "ungidos", "apóstoles" o "profetas", y enseñando doctrinas que refuerzan su autoridad sobre la congregación.

Estos líderes pueden exigir obediencia ciega, honra desmedida o fidelidad absoluta, justificándolo con pasajes bíblicos fuera de contexto. Sin embargo, esta actitud no solo contradice el espíritu humilde de Cristo, sino que también fomenta una idolatría anticristiana que Dios aborrece. Jesús advirtió en Mateo 7:22-23 que muchos que obran milagros en Su nombre no necesariamente Le pertenecen:


"Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad."


Asimismo, Pablo nos alerta en 2 Corintios 11:14 que Satanás mismo se disfraza como ángel de luz, y sus siervos se disfrazan como ministros de justicia. No todo lo que parece milagroso proviene de Dios, y no todo líder que parece "ungido" merece nuestra adoración.

La Respuesta de Pablo y Bernabé: Un Ejemplo de Humildad

La reacción de Pablo y Bernabé ante la idolatría de Listra es un modelo para todos los siervos de Dios. Al darse cuenta de lo que la gente pretendía hacer, rompieron sus ropas en señal de horror y se apresuraron a corregir el error, exclamando:


"¡Oigan! ¿Por qué hacen esto? Nosotros no somos dioses, somos simples hombres, como ustedes. Por favor, ya no hagan estas tonterías, sino pídanle perdón a Dios. Él es quien hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos." (Hechos 14:15).


Los apóstoles no aprovecharon la oportunidad para engrandecerse ni para ganar seguidores. Al contrario, señalaron inmediatamente al Dios verdadero como el único digno de adoración. Su humildad y su celo por la gloria de Dios contrastan con muchos líderes modernos que parecen disfrutar de la atención y el poder que la admiración de las masas les otorga. Pablo y Bernabé entendían que su papel era ser siervos, no señores, y que toda honra pertenece únicamente a Dios (Apocalipsis 4:11).

¿A Quién Obedecemos? Solo a Cristo

La Biblia es clara: nuestra obediencia, honra y fidelidad deben estar dirigidas a Dios, no a hombres. En Hechos 4:19 y 5:29, los apóstoles declararon que debemos obedecer a Dios antes que a los hombres cuando sus mandatos entran en conflicto. Pablo también nos exhorta en Gálatas 1:10:
 
"¿Busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo."
 
Esto no significa que no debamos respetar a los líderes piadosos que Dios ha puesto sobre nosotros (Hebreos 13:17), pero nuestra lealtad última es a Cristo y a Su Palabra. Ningún líder humano debe ocupar el lugar que solo pertenece a Dios en nuestras vidas.

Cristo, el Único Mediador y Sumo Sacerdote

La buena noticia del evangelio es que no necesitamos intermediarios humanos ni "ungidos" para acercarnos a Dios. Cuando Jesús murió en la cruz, el velo del templo se rasgó de arriba abajo (Mateo 27:51), simbolizando que el acceso directo a la presencia de Dios ahora estaba abierto para todos los que creen en Cristo. Como dice Hebreos 10:19-20:


"Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne."

Jesús es nuestro Sumo Sacerdote (Hebreos 4:14-16), nuestro único Mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5). No necesitamos a nadie más para acercarnos al Padre; Su obra terminada en la cruz es suficiente. Esto significa que cada creyente tiene acceso directo a Dios a través de Cristo, sin necesidad de terceros ni figuras humanas que se interpongan.

Busquemos la Verdad en Cristo y Su Palabra

Amado lector, la advertencia de Listra sigue siendo relevante hoy: no permitamos que nuestra admiración por líderes visibles nos lleve a una idolatría encubierta. La sanidad del cojo en Listra no fue obra de Pablo ni de Bernabé, sino de Dios, y ellos se aseguraron de que la gloria fuera dada al único que la merece. De la misma manera, debemos ser responsables de nuestro alimento espiritual y buscar la verdad directamente en la Palabra de Dios.

Jesús mismo nos dice en Juan 14:6:


"Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí."


No desviemos nuestra adoración hacia hombres, por más "ungidos" que parezcan. No permitamos que la búsqueda de señales o milagros nos distraiga del verdadero Ungido, Jesucristo, quien es el único digno de toda honra, gloria y alabanza. Escudriñemos las Escrituras con diligencia, sometamos nuestras vidas a Cristo con humildad y vivamos como sacerdotes reales que tienen acceso directo al Lugar Santísimo por la sangre de nuestro Salvador.

Que nuestro corazón proclame siempre: 
 
"Solo a Ti, Señor, adoramos; solo a Ti obedecemos." 
 
Que la gloria sea dada únicamente a Aquel que se sentó en el trono y que vive por los siglos de los siglos (Apocalipsis 5:13).



Romanos 2:11 - ¿Excepción o Acepción?




una familia americana tradicional, demostrandole su amor a su hijo menor mientras el mayor mira a la distancia con celos

La Justicia Imparcial de Dios


“tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios."

(Romanos 2:9-11)


Es común escuchar en círculos cristianos la afirmación de que "Dios no hace acepción de personas", y con frecuencia esta frase se interpreta como si significara que Dios nos ama y acepta a todos tal como somos, sin importar lo que pensemos, hagamos o digamos. A primera vista, parece una enseñanza reconfortante, pero ¿es eso lo que la Biblia realmente enseña? ¿Hemos confundido el término "acepción" con "excepción", torciendo el significado de las Escrituras? En este capítulo, examinaremos Romanos 2:1-11 con profundidad para descubrir lo que Pablo quiso decir y cómo la justicia imparcial de Dios refleja tanto Su santidad como Su amor, sin comprometer ninguna de las dos.

El Contexto de Romanos 2: Un Juicio Justo y Verdadero

Pablo escribe a la iglesia en Roma para abordar temas fundamentales sobre el pecado, la ley y el juicio de Dios. En Romanos 2:1-2, establece una verdad innegociable:


"Mas sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según verdad."


Aquí, Pablo deja claro que Dios juzga a quienes hacen lo malo, y lo hace con justicia perfecta. No hay errores ni parcialidad en Su juicio; Él ve el corazón, conoce las intenciones y evalúa cada acción con precisión absoluta.


Este contexto es crucial para entender lo que sigue.


En los versículos 7 al 10, Pablo describe las consecuencias de los caminos que elegimos:


"Vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego."


Aquí vemos que Dios recompensa a los que buscan Su voluntad y castiga a los que persisten en el pecado. No hay distinción basada en etnia, estatus social o privilegios; el juicio de Dios es universal y equitativo.


¿Qué Significa "Acepción de Personas"?

En Romanos 2:11, Pablo concluye esta sección diciendo:

"Porque no hay acepción de personas para con Dios."


La palabra griega traducida como "acepción" es prosopolempsia, que literalmente significa "levantar el rostro" o "mostrar favoritismo", como podemos leer en la versión TLA.

¡Dios no tiene favoritos!

En el contexto bíblico, se refiere a la idea de juzgar con parcialidad, basándose en factores externos como riqueza, posición social, apariencia o influencia.

Este concepto también aparece en pasajes como Deuteronomio 10:17-19, donde se dice que Dios "no hace acepción de personas, ni toma cohecho".

Lo que Pablo enseña aquí no es que Dios acepta a todos sin importar su condición espiritual o moral, sino que Él no muestra favoritismo al momento de juzgar. Nadie será eximido de Su juicio por su estatus o privilegios; todos compareceremos ante el tribunal de Cristo (2 Corintios 5:10) y seremos evaluados con justicia perfecta. Como dice Pedro en Hechos 10:34-35:


"En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia."


El énfasis no está en una aceptación incondicional, sino en la imparcialidad de Dios: Él no favorece a unos sobre otros basándose en criterios humanos, sino que juzga según la verdad y la justicia.

"Acepción" con "Excepción"

Aquí radica el error común: muchos interpretan "no hay acepción de personas" como si significara "no hay excepción", es decir, que Dios acepta a todos sin distinción ni requisitos, incluso si persisten en el pecado. Esta interpretación, sin embargo, contradice el testimonio claro de las Escrituras.

Dios es santo, y Su santidad no le permite convivir con el pecado ni tolerarlo. Como dice Habacuc 1:13:


"Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio."


La Biblia es enfática en que Dios aborrece el pecado y a los que persisten en él sin arrepentimiento. Salmos 5:4-5 declara:


"Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; el malo no habitará junto a ti. Los insensatos no estarán delante de tus ojos; aborreces a todos los que hacen iniquidad."


Otros pasajes como Salmos 7:11, Proverbios 11:20, Isaías 57:17 y Malaquías 2:16 refuerzan esta verdad: Dios odia el pecado y, aunque ama a Su creación, Su ira se derrama contra aquellos que se rebelan contra Él sin arrepentirse (Juan 3:36; Efesios 5:6).

Por lo tanto, afirmar que "Dios nos ama a todos tal como somos" y que "nos acepta sea como sea" es una distorsión peligrosa si no se acompaña de la verdad completa del evangelio. Sí, Dios ama al mundo (Juan 3:16), pero Su amor no implica una aceptación pasiva del pecado. Él nos ama lo suficiente como para llamarnos al arrepentimiento y ofrecernos salvación a través de Cristo, pero no nos deja en nuestra condición pecaminosa.

La Separación que el Pecado Provoca

Aunque Dios no hace acepción de personas al juzgar, sí hace una clara distinción entre los que le obedecen y los que no. Jesús mismo enseña que apartará de Su presencia a aquellos que persisten en la iniquidad. En Mateo 7:21-23, declara:


"No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad."


Otros pasajes como Mateo 25:11-12, Mateo 25:30, Salmos 5:4 y Números 15:35-36 confirman que Dios no tolera el pecado ni permite que los impíos permanezcan en Su presencia sin arrepentimiento. Incluso Jesús, siendo sin pecado, experimentó la separación del Padre cuando cargó nuestros pecados en la cruz, exclamando: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46; cf. 2 Corintios 5:21). Si el pecado provocó tal separación en el Hijo perfecto, ¿cómo podemos pensar que un Dios tres veces santo acolitara el pecado en nuestras vidas?

La Verdadera Enseñanza de Romanos 2:11

Lejos de enseñar una aceptación incondicional, Romanos 2:11 nos confronta con la justicia imparcial de Dios. Pablo no está diciendo que Dios nos ama a todos sin importar nuestro estado espiritual; está diciendo que, sin importar quiénes seamos, seremos juzgados con justicia. No habrá favoritismo ni excepciones basadas en factores humanos. Como dice Deuteronomio 32:4:


"Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud. Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto."


Esto debería producir en nosotros un santo temor y un deseo profundo de arrepentirnos y buscar la justicia de Dios. No podemos escondernos detrás de una falsa idea de amor divino que ignora el pecado; debemos reconocer que el amor de Dios es inseparable de Su santidad y Su justicia. Él nos ofrece gracia y misericordia a través de Cristo, pero esa oferta exige una respuesta: fe, arrepentimiento y obediencia (Hechos 3:19; Romanos 2:4).

Un Llamado a la Verdad y al Arrepentimiento

Hermanos, Romanos 2:11 no es un cheque en blanco para vivir como queramos bajo la excusa de que "Dios no hace acepción de personas". Es una advertencia solemne: todos enfrentaremos el juicio justo de Dios, y nadie escapará por privilegios terrenales. El mensaje de Pablo nos llama a examinar nuestras vidas a la luz de la santidad de Dios y a responder al evangelio con fe genuina.

Dios no hace acepción de personas al juzgar, pero sí hace una excepción gloriosa en Su gracia: a través de Cristo, ofrece salvación a todo aquel que cree (Romanos 10:9-13). No confundamos la imparcialidad de Su justicia con una tolerancia al pecado. Él nos ama, pero Su amor nos llama a la transformación, no a la complacencia. Como dice Hechos 10:35,


“Dios ama a todos los que lo obedecen, y también a los que tratan bien a los demás y se dedican a hacer lo bueno, sin importar de qué país sean.”


Que este pasaje nos lleve a postrarnos ante el Dios santo y justo, reconociendo nuestra necesidad de Su gracia. Que vivamos vidas de arrepentimiento y obediencia, confiando en que el mismo Dios que juzga con verdad es quien nos justifica por la obra de Su Hijo en la cruz. No busquemos excusas en una interpretación errada de Su amor; busquemos la verdad que nos hace libres (Juan 8:32).