• Malaquías 3:10 es uno de esos versículos que resuena en casi todas las iglesias donde el dinero y la fe se cruzan.
  • En muchas iglesias contemporáneas, es común escuchar a líderes autoproclamarse "apóstoles", reclamando una autoridad especial y un estatus elevado dentro del cuerpo de Cristo.
  • En muchos círculos cristianos, Apocalipsis 3:20 se ha convertido en un versículo emblemático para el evangelismo.
  • La doctrina de la "confesión positiva" enseña que nuestras palabras tienen el poder de crear milagros, pero ¿es esto bíblico? Este artículo examina sus orígenes, contrastándolos con las Escrituras, y advierte sobre su peligrosa desviación del verdadero evangelio de Cristo.
  • La historia de la mujer con el flujo de sangre (Mateo 9:20-22, Marcos 5:25-34, Lucas 8:43-48) es más que un milagro físico: es una lección profunda sobre la verdadera fe. Más allá de la sanidad, Jesús le otorgó salvación, destacando que no fue el manto el que la curó, sino su confianza en Él. Este capítulo explora el significado espiritual de su historia y nos desafía a buscar a Cristo, no solo por sus milagros, sino por la vida eterna que ofrece.
Mostrando entradas con la etiqueta iglesia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta iglesia. Mostrar todas las entradas

viernes, 14 de marzo de 2025

25 de Diciembre: ¿El Nacimiento de Jesús o un Desvío Pagano?

Un calendario con estilo navideño, en el se ve la fecha 25 de diciembre.

 
"Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí."
(Juan 5:39, RVR1960)




Un Llamado a Escudriñar la Verdad
 
Querido hermano en Cristo, el mes de diciembre llega con su encanto: luces que titilan en las calles, árboles adornados, y villancicos que resuenan en cada esquina. Para muchos, la Navidad es un tiempo de alegría y reflexión, un momento que asocian con el nacimiento de nuestro Salvador, Jesucristo. Pero, ¿es esto lo que las Escrituras nos enseñan? ¿Es el 25 de diciembre un mandato divino para celebrar el nacimiento del Verbo hecho carne (Juan 1:14), o una tradición humana que nos desvía del camino angosto hacia la cruz? Como creyentes reformados, estamos llamados a someter todas nuestras prácticas a la autoridad de la Palabra de Dios, no a las tradiciones de los hombres. En este artículo, examinaremos con humildad y valentía las raíces de la Navidad, apoyándonos en las Escrituras y en la enseñanza de pastores reformados de sana doctrina, para discernir si esta celebración honra verdaderamente al Señor o si, sin saberlo, nos lleva a un altar pagano.

Como dijo Charles Spurgeon, el "príncipe de los predicadores": "La Palabra de Dios debe ser nuestro único estándar; cualquier cosa que no esté fundamentada en ella es arena movediza." Con este espíritu, escudriñemos la verdad.
 
 
La Ausencia de Evidencia Bíblica: El Silencio de las Escrituras
 
La Biblia no nos da ninguna indicación sobre la fecha exacta del nacimiento de Jesús. No hay un solo versículo que señale el 25 de diciembre, ni siquiera un mes específico. Los evangelios de Mateo y Lucas relatan el nacimiento de Cristo con detalle (Mateo 1:18-25; Lucas 2:1-20), pero no mencionan un día concreto. Esto no es un descuido, sino una evidencia de que Dios, en Su soberanía, no consideró necesario que conociéramos esa fecha. Como dice Deuteronomio 29:29:

"Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios, pero las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos."

Si la fecha del nacimiento de Jesús fuera esencial para nuestra fe, ¿no habría Dios provisto esa información en Su Palabra?

Juan Calvino, en su comentario sobre las tradiciones humanas, advirtió: "Cuando los hombres añaden a las Escrituras lo que Dios no ha ordenado, no solo oscurecen la verdad, sino que la corrompen."

La ausencia de una fecha específica en la Biblia debería hacernos reflexionar: ¿por qué hemos asignado un día que Dios no ha establecido? La respuesta no está en las Escrituras, sino en la historia humana y sus raíces paganas.
 
Las Raíces Paganas del 25 de Diciembre: Una Fiesta del Sol, No del Hijo
La primera celebración documentada del nacimiento de Cristo el 25 de diciembre ocurrió en el año 354 d.C., bajo el obispo Liberio de Roma, y se extendió más tarde a otras regiones del Imperio Romano. Sin embargo, esta fecha no fue elegida por una revelación divina ni por una tradición apostólica, sino por conveniencia cultural dentro de un imperio saturado de idolatría. 
 
En diciembre, los romanos celebraban varias festividades paganas:
 
Las Saturnales (del 17 al 24 de diciembre), en honor a Saturno, dios de la agricultura, eran días de excesos, banquetes y desenfreno.
Las Sigilares, donde se intercambiaban regalos y muñecas como parte de rituales paganos.
 
El Solsticio de Invierno (25 de diciembre), conocido como el "Natalis Solis Invicti" (el nacimiento del Sol Invencible), una fiesta dedicada al dios sol Mitra y al renacimiento del sol tras el solsticio.
 
Los cristianos de la época, rodeados de estas prácticas, buscaron "cristianizar" el 25 de diciembre. Pensaron que, al asociarlo con el nacimiento de Jesús, podrían contrarrestar las festividades paganas y atraer a los gentiles al cristianismo. Algunos justificaron esta decisión con la idea de que Jesús es el "Sol de Justicia" (Malaquías 4:2). Sin embargo, esta lógica ignora un principio fundamental de la fe bíblica: no podemos santificar lo que Dios no ha ordenado. Como dice Éxodo 20:3: "No tendrás dioses ajenos delante de mí." Mezclar lo santo con lo profano es un acto de desobediencia, no de devoción.

El pastor reformado A.W. Pink, en su ensayo "La Navidad y las Escrituras", escribe: "No hay mandato en la Palabra de Dios para celebrar el nacimiento de Cristo, y mucho menos en una fecha que coincide con las fiestas paganas del sol. Tal práctica es una abominación a los ojos de un Dios celoso." La historia confirma que el 25 de diciembre no tiene origen cristiano, sino pagano, y adoptarlo como una fecha "cristiana" fue un compromiso que abrió la puerta al sincretismo.
 
 
Evidencia Histórica y Bíblica: ¿Cuándo Nació Jesús?
 
Investigaciones históricas y bíblicas sugieren que es improbable que Jesús naciera en diciembre. Lucas 2:8 nos dice que los pastores estaban en el campo, cuidando sus rebaños de noche, cuando los ángeles anunciaron el nacimiento de Cristo. En Judea, diciembre es una época fría y lluviosa, y los pastores no solían estar en los campos durante el invierno. Estudios como los del Instituto Franklin y otros eruditos bíblicos indican que Jesús pudo haber nacido en primavera (marzo o abril) o incluso en otoño (septiembre u octubre), posiblemente cerca de la Fiesta de los Tabernáculos, que simboliza a Dios habitando con Su pueblo (Levítico 23:34-43).

Además, la tradición pagana del 25 de diciembre está vinculada a figuras como Nimrod, quien, según algunas interpretaciones de Génesis 10:8-12 y tradiciones antiguas, fue un líder rebelde que promovió la idolatría y cuyo cumpleaños se asociaba con el solsticio de invierno. Aunque estas conexiones no están explícitamente en la Biblia, nos recuerdan la advertencia de 2 Corintios 6:14:

"¿Qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?"
 
 
El Engaño de Satanás: Adoración al Sol Disfrazada
 
Satanás, el gran engañador (Juan 8:44), rara vez actúa de manera evidente; sus trampas son sutiles, disfrazadas de piedad. En Ezequiel 8:14-18, vemos una advertencia clara: hombres en el templo de Jehová daban la espalda a Dios para adorar al sol hacia el oriente. Dios lo llama "abominación" y promete juicio: "No perdonará mi ojo, ni tendré misericordia" (v. 18). Este pasaje no es un relato aislado; es un recordatorio eterno de que mezclar la adoración a Dios con prácticas paganas es una traición grave.

La Navidad no es el único ejemplo de este sincretismo. El culto dominical, instituido por el emperador Constantino en 321 d.C. como el "venerable día del Sol", también refleja esta influencia pagana. La Biblia manda santificar el sábado como día de reposo (Éxodo 20:8-11), y aunque los cristianos del Nuevo Testamento se reunían el primer día de la semana para conmemorar la resurrección de Cristo (Hechos 20:7; 1 Corintios 16:2), no hay mandato bíblico que traslade el sábado al domingo como día de adoración obligatorio. Como profetizó Daniel 7:25, el enemigo "pensará en cambiar los tiempos y la ley" de Dios, y así ha sucedido a lo largo de la historia.

El pastor reformado R.C. Sproul advirtió: "No debemos permitir que las tradiciones humanas, por más arraigadas que estén, reemplacen la autoridad de las Escrituras. Dios no se complace con una adoración que mezcla Su verdad con las mentiras del mundo." Satanás no nos pide rechazar a Cristo abiertamente; nos invita a adorarlo dentro de un marco que Él nunca estableció, desviándonos así del camino hacia la cruz.
 
 
El Camino Verdadero: La Cruz, No las Tradiciones Humanas
 
Frente a este engaño, ¿cuál es el camino que nos lleva a la cruz? No son las luces de un árbol ni los regalos del 25 de diciembre; es el evangelio puro y sin adulterar. Jesús mismo nos confronta: "¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?" (Lucas 6:46). Celebrar tradiciones humanas puede parecer inofensivo, pero si desobedecemos el mandato de adorar a Dios en espíritu y en verdad (Juan 4:24), nos desviamos del camino angosto (Mateo 7:14).

La cruz no necesita adornos paganos; brilla por sí sola como el acto supremo de amor y justicia divina. Como dice Romanos 5:8: "Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros." No sabemos la fecha exacta del nacimiento de Cristo, pero sabemos que nació, vivió, murió y resucitó para salvarnos. Eso es lo que importa. No necesitamos un día inventado para celebrarlo; cada día, en la Palabra y la oración, caminamos hacia la cruz.

El apóstol Pablo nos exhorta en Gálatas 1:8-9: "Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema." Cualquier adición al mensaje de Cristo—sea la Navidad o cualquier otra tradición humana—no proviene de Dios y debe ser rechazada.
 
 
Una Perspectiva Reformada: La Sola Scriptura como Nuestra Guía
 
La fe reformada nos llama a vivir bajo el principio de Sola Scriptura: la Escritura sola es nuestra autoridad final. Como dijo Martín Lutero: "Mi conciencia está cautiva a la Palabra de Dios. No puedo ni quiero retractarme de nada, porque ir contra la conciencia no es justo ni seguro." Si la Biblia no establece el 25 de diciembre como el día del nacimiento de Cristo, no tenemos derecho a imponerlo como una práctica cristiana.

John Knox, el reformador escocés, afirmó: "Todo lo que no está ordenado por la Palabra de Dios es una invención humana, y adherirse a ello como si tuviera autoridad divina es idolatría." No se trata de condenar a quienes celebran la Navidad con buena intención, sino de despertarnos a la verdad. Como dice 2 Corintios 4:4, Satanás "ha cegado el entendimiento de los incrédulos," y a veces también confunde a los creyentes con tradiciones que parecen piadosas pero carecen de fundamento bíblico.
 
 
Una Invitación a la Fidelidad y la Obediencia
 
Amado hermano, te invito a reflexionar: ¿Qué sendero estás siguiendo? ¿Uno iluminado por las luces del mundo o por la luz de la Palabra? Ezequiel 9:4 promete una señal de salvación para quienes "gimen y claman" por las abominaciones, mientras que el juicio caerá sobre quienes persisten en el engaño (v. 6). El camino hacia la cruz es un camino de obediencia, no de conveniencia.

No necesitamos "cristianizar" lo pagano; necesitamos dejarlo atrás y aferrarnos a la verdad. Como dice el salmista: "Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino" (Salmos 119:105). Que nuestro caminar sea firme, no en fechas humanas, sino en la gracia soberana que nos lleva a la cruz. En Cristo tenemos libertad para adorar solo a Dios, sin las cadenas de las tradiciones humanas.

¿Y tú, qué piensas? Escudriña las Escrituras, examina la historia y deja que el Espíritu Santo guíe tu corazón. Que juntos podamos decir con Pablo: "He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe" (2 Timoteo 4:7). Ese es el camino verdadero, el que nos guía a la eternidad con nuestro Salvador.
 
Este artículo ha sido redactado desde una perspectiva reformada, enfatizando la autoridad de las Escrituras y la necesidad de rechazar cualquier práctica que no esté fundamentada en la Palabra de Dios. Que sea de bendición y edificación para todos los que lo lean.


jueves, 13 de marzo de 2025

Mateo 7:20 - El Mejor Amigo de un Falso Maestro.



Una mana de lobos aullando en medio de un bosque



El Cómplice Involuntario del Engaño


Hay un predicador en el escenario, con una voz que resuena como un tambor y una sonrisa que parece prometer el mundo. Habla de victorias, de abundancia, de un "poder" que supuestamente llevas dentro. La gente lo escucha embelesada, algunos toman notas, otros graban videos para compartir en redes sociales. Pero detrás de esas palabras brillantes hay un lobo con piel de oveja, un falso maestro que desvía almas del camino estrecho hacia un precipicio disfrazado de bendición. Y aunque él sea el que teje la mentira, su éxito depende de alguien más: su mejor amigo.

No es un conspirador malvado ni un socio consciente de su plan; es alguien como tú o como yo, alguien que, sin mala intención, se convierte en el pilar que sostiene su engaño.

¿Quién es este mejor amigo?


Es el que no lee bien su Biblia, el que prefiere la pereza al esfuerzo de buscar la verdad, el que no entiende el valor de lo que Dios habla en Su Palabra.

Este amigo no es un extraño. Lo encuentras en las bancas de la iglesia, en los comentarios de Facebook, en las conversaciones casuales sobre fe. Es el que se traga las charlatanerías de estos lobos porque nunca se ha detenido a contrastarlas con la Escritura. Jesús lo advirtió:

“Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20),

pero este amigo no sabe qué frutos buscar porque su Biblia está cerrada, acumulando polvo en un rincón. Prefiere las mentiras dulces —"Eres más que vencedor", "Dentro de ti hay un campeón"— a la verdad dura de que somos pecadores necesitados de un Salvador (Romanos 3:23). No se da cuenta de lo que pierde al rechazar la luz de la Palabra por los vientos doctrinales que lo arrastran. Estos vientos no buscan su bien; buscan su bolsillo —plata, más plata, siempre plata—. Él cree que está ganando, pero es una víctima, alejándose del cielo mientras el falso maestro lo empuja, paso a paso, hacia el infierno.

Mira cómo opera este amigo. El falso maestro dice: "Declara tu bendición, siembra tu ofrenda, y Dios te prosperará". Y este aliado, sin pensarlo dos veces, comparte el mensaje en redes sociales con un "¡Amén!" entusiasta.

Lo repite a sus amigos, lo defiende en charlas, convirtiéndose en un eco de lo que Dios aborrece. Pablo lo llamó sin rodeos:

“Hombres de mente corrompida… que tienen la piedad como fuente de ganancia” (1 Timoteo 6:5).

Pero este amigo no lo ve. Da credibilidad a lo despreciable, amplificando el alcance del engaño. Cada "me gusta", cada publicación compartida, es una mano que ayuda al falso maestro a atrapar a más almas desprevenidas. Sin querer, se convierte en un megáfono de la condenación, todo por no tomarse el tiempo de abrir la Biblia y preguntar: "¿Esto es verdad?".


Una ironía que corta como cuchillo


Este mejor amigo a menudo es también el mejor aliado del ateo. Suena extraño, pero es real. Los críticos de la fe —esos que rechazan a Cristo y se burlan de la iglesia— suelen tener un olfato agudo para detectar a los charlatanes "cristianos". Ven las promesas vacías, los jets privados, las manipulaciones emocionales, y dicen: "Esto es todo lo que ofrece el cristianismo: un show de codicia". El amigo, al compartir esas enseñanzas torcidas, les da la razón. Les entrega un retrato falso de la fe —uno sin cruz, sin arrepentimiento, sin santidad— y los aleja aún más del evangelio verdadero. Es un daño doble: fortalece al falso maestro y arma a los enemigos de la cruz, todo porque no ha aprendido a discernir.

A veces, este amigo toma la forma de un líder. Es el pastor o el anciano que abre su púlpito al predicador itinerante, pensando: "Traerá más gente, llenará las arcas". No le importa si lo que se predica es veneno, siempre que las luces brillen y las ofrendas lleguen. Es un eco del pragmatismo que Jesús rechazó cuando limpió el templo de los mercaderes (Juan 2:16). Otras veces, es un fanático ciego. Puedes sentarte con él, abrir las Escrituras, mostrarle cómo “muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1 Juan 4:1), y aun así no cederá. Su mente está atrofiada por años de mensajes vacíos. Se enojará contigo, te acusará de dividir, mientras abraza al que lo engaña con una devoción que desafía la lógica.



Y luego está el que defiende al falso maestro con versículos mal entendidos. "No juzguen", dice, sacando Mateo 7:1 de contexto, ignorando que Jesús también dijo:

“Guardaos de los falsos profetas” (Mateo 7:15).

O clama por la "unión" cristiana, sin ver que Pablo llamó a apartarnos de quienes predican otro evangelio (Gálatas 1:8-9). Este amigo confunde tolerancia con amor, y en nombre de la paz, deja que las herejías se cuelen como hierba mala. No se indigna cuando se predica un Cristo falso, pero sí arde de furia si alguien lo denuncia, gritando: "¡Eso causa confusión!". No ha aprendido que obedecer a Dios pesa más que agradar a los hombres (Hechos 5:29), que no todo lo que suena bonito viene de Él.

Recuerdo a un hermano que seguía a un predicador famoso, (no diré el nombre del predicador, pero su nombre literal es “Dinero en Efectivo”). "Me motiva", decía, mientras compartía videos de promesas de riqueza. Le mostré cómo ese hombre torcía Romanos 8:37 —"Somos más que vencedores"— para vender un evangelio de éxito terrenal, cuando Pablo hablaba de victoria en Cristo a pesar de las aflicciones (Romanos 8:35-39).

Su respuesta fue un ceño fruncido: "No seas tan crítico". Su Biblia seguía cerrada, y su fe seguía atada a un espejismo. Otro caso fue un líder que invitó a un "profeta" a su iglesia. Las ofrendas subieron, pero meses después, la congregación estaba llena de desilusionados que abandonaron la fe cuando los "milagros" no llegaron. El líder se encogió de hombros: "Al menos lo intentamos". La pereza y la ceguera habían hecho su trabajo.

El mejor amigo de un falso maestro no es un monstruo; es alguien común, atrapado por su propia desidia o credulidad. Pero su complicidad no pasa desapercibida ante Dios. La Palabra es clara:

“Reprended a los que andan desordenadamente” (2 Tesalonicenses 3:6). “Guardaos de los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina” (Romanos 16:17).

El día que este amigo esté frente al Señor, no podrá culpar al charlatán por su desobediencia. “Nunca os conocí” (Mateo 7:23) será el eco de una vida que prefirió mentiras a la verdad, y créeme, no quieres estar en sus zapatos cuando ese momento llegue.

Pero no todo está perdido. Este amigo puede romper las cadenas del engaño. Puede dejar de ser el mejor amigo del falso maestro y convertirse en su mayor enemigo: alguien que ama la Palabra, que la lee con diligencia, que la proclama con fuego. Imagina si tomara su Biblia y viera que la verdadera riqueza no es oro, sino Cristo (Colosenses 2:3). Si entendiera que el poder no está en sus declaraciones, sino en el Espíritu que obra en él (Efesios 3:20). Si, en lugar de compartir frases vacías, denunciara a los lobos como Jesús y los apóstoles lo hicieron (Mateo 23:13; 2 Pedro 2:1). Ese cambio no solo lo salvaría a él; sería una luz para otros atrapados en la oscuridad.

2 Corintios 13:5 - Cómo Tener Una Iglesia Llena de Falsos Cristianos.



 
un grupo de personas ciegas, siendo guiadas por otro ciego, los cuales van directo al abismo.



Una Advertencia Bíblica


Imagina una iglesia repleta un domingo por la mañana: las bancas llenas, las manos alzadas, las voces resonando en cánticos de alabanza. Desde afuera, todo parece perfecto —una congregación vibrante, unida, "cristiana" en cada sentido de la palabra—.

Pero si pudieras mirar más allá de las apariencias, si pudieras ver los corazones, ¿qué encontrarías? La Biblia nos advierte que no todo lo que brilla es oro, que no todos los que dicen "Señor, Señor" son Suyos (Mateo 7:21). Algunos de los pasajes más duros de las Escrituras —esas palabras que nos sacuden y nos confrontan— están ahí precisamente para alertarnos sobre la falsa seguridad de salvación. Si Dios los puso en Su Palabra, inspirados y útiles para equiparnos (2 Timoteo 3:16-17), es porque la iglesia los necesita con urgencia. Y sin embargo, hoy vemos congregaciones que, aunque llevan el nombre de Cristo, están llenas de personas que no lo conocen de verdad, que no creen ni viven el evangelio auténtico, que no muestran los frutos del Espíritu (Gálatas 5:22-23). Es una realidad alarmante, y si queremos evitarla, debemos entender cómo se llega ahí.

He reflexionado mucho sobre esto, y hay tres condiciones que, como un veneno silencioso, pueden llenar una iglesia de falsos cristianos. No las comparto para señalar con desprecio, sino con una oración en el corazón: que Dios nos dé discernimiento para detectar estos peligros y valor para enfrentarlos.



Cuando la Verdad Se Desvanece


Todo comienza con lo que sale del púlpito. Una iglesia saludable no es solo un lugar de reunión; es un cuerpo vivo, sostenido por la Palabra de vida (Filipenses 2:16). La sana doctrina no es un lujo opcional; es el fundamento que permite a las personas conocer el verdadero evangelio —que somos pecadores salvados por gracia mediante la fe en Cristo (Efesios 2:8-9)— y vivir conforme al corazón de Dios. Sin esa verdad, la fe se convierte en una cáscara vacía, una emoción pasajera que no transforma. El púlpito es el timón de la congregación: si no está firme en la Escritura, el barco entero se desvía. Pablo lo entendió bien cuando encargó a Timoteo:

“Prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Timoteo 4:1-2).

No dijo "entretén", "motiva" ni "halaga"; dijo "predica la palabra", con claridad y valentía.

Cuando la verdad se diluye —cuando los sermones se llenan de historias conmovedoras, promesas de prosperidad o frases que evaden el pecado y la cruz—, el ambiente se vuelve un caldo de cultivo para conversiones falsas.

John Stott lo expresó sabiamente:

"No se preocupe por quién entra y sale de la iglesia; preocúpese por lo que entra y sale del púlpito".

Porque la predicación fiel tiene un efecto doble: nutre a las ovejas de Cristo y ahuyenta a los hipócritas. Jesús lo vivió en carne propia. Cuando habló con dureza sobre comer Su carne y beber Su sangre, muchos lo abandonaron (Juan 6:66). La verdad aburre a quienes buscan una fe cómoda, pero es lo único que salva a quienes realmente anhelan a Dios. Como dijo J.I. Packer:

"La predicación doctrinal aburre a los hipócritas, pero es la única que podrá salvar a las ovejas de Cristo".

Quien odia la luz no se queda mucho tiempo cerca de ella (Juan 3:20).

He visto iglesias donde el púlpito se convierte en un escenario de entretenimiento, donde la Palabra se retuerce para no ofender. Predican un evangelio light —sin arrepentimiento, sin cruz, sin costo— que atrae multitudes, pero no transforma vidas. El resultado son bancas llenas de personas que cantan, ofrendan y asienten, pero no conocen al Salvador ni viven para Él. Sin sana doctrina, la iglesia se convierte en un club social, no en el cuerpo de Cristo.



La Ilusión de la Salvación Universal


Hay una tentación sutil que acecha a los líderes: asumir que todos en la congregación son salvos. Es fácil caer en ella. Queremos animar, afirmar, crear un ambiente de amor y aceptación. Pero la Biblia no nos deja espacio para esa ingenuidad. Jesús fue claro:

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre… Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:21-23).

Pablo, con igual seriedad, escribió:

“Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos” (2 Corintios 13:5).

Estas no son palabras suaves; son un grito de advertencia, un reflector que ilumina la posibilidad aterradora de creer que eres cristiano y estar equivocado.

Dios puso esas palabras en la Escritura porque nos ama, y si amamos a nuestra iglesia, no las callaremos. No se trata de dudar de todos ni de sembrar inseguridad, sino de reconocer que la falsa seguridad es un peligro real. Un pastor no puede dar por sentado que cada persona en su rebaño ha nacido de nuevo. He estado en iglesias donde nunca se predica sobre arrepentimiento, donde nadie es confrontado con la necesidad de examinarse a la luz de la Palabra. El mensaje es siempre positivo, afirmativo:

"Estás bien, Dios te ama, sigue adelante".

Pero si nadie escucha que puede estar perdido, ¿cómo se arrepentirá? Si no se predican las advertencias de Jesús, los falsos cristianos se quedan cómodos, confiados en una salvación que no tienen.

Recuerdo un servicio donde el pastor, con lágrimas, predicó Mateo 7:21-23. Algunos se incomodaron, otros se fueron, pero unos pocos se acercaron al altar con corazones quebrantados. La verdad duele, pero salva. Cuando asumimos que todos son cristianos, silenciamos esa verdad y abrimos la puerta a una congregación llena de ilusiones vacías, donde la fe es solo una etiqueta, no una realidad transformadora. 
 

El Peligro de la Tolerancia Silenciosa


Y luego está el silencio que mata. En Corinto, un hombre vivía en pecado abierto —tenía relaciones con su madrastra—, y la iglesia lo sabía. En lugar de confrontarlo, lo toleraban. Pablo no lo dudó:

“Quítenlo de entre ustedes… No se junten con los que dicen ser creyentes, pero viven en pecado” (1 Corintios 5:1-5, parafraseado).

¿Por qué tanta dureza? Porque el pecado no confrontado es como levadura:

“¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa?” (1 Corintios 5:6).

no era amor; era complicidad, un riesgo para toda la congregación. Dietrich Bonhoeffer lo dijo sin rodeos:

"El silencio ante el mal es el mal mismo".

He visto iglesias donde el pecado se barre bajo la alfombra. Un líder adultera y nadie dice nada. Una pareja vive en fornicación y sigue sirviendo en el ministerio. Alguien miente descaradamente y se le aplaude por su "fe". Esa tolerancia crea un caldo de cultivo para falsos cristianos. Los hipócritas prosperan donde no hay disciplina, donde pueden decir "soy cristiano" mientras viven como el mundo. Se miran al espejo de la congregación y piensan: "Si otros pecan y nadie los cuestiona, yo también estoy bien". Pero esa comodidad es una mentira. La tolerancia al pecado no es amor; es abandono, un consentimiento que deja a las personas atrapadas en su rebelión sin esperanza de cambio.

Y hay un daño aún mayor: los falsos cristianos dentro de la iglesia hacen más por dañar el evangelio que los ateos fuera de ella. Cuando el mundo ve a "creyentes" viviendo en hipocresía —codicia, inmoralidad, orgullo—, ¿qué razón tiene para escuchar nuestro mensaje? Si amamos a los inconversos, si queremos impactar al mundo, no podemos permitir que la iglesia sea un refugio para actitudes que deshonran a Cristo. La disciplina, confrontar en amor y, si es necesario, expulsar a quien persiste sin arrepentirse, no es crueldad; es protección, tanto para la iglesia como para el testimonio que damos.



Un Llamado al Discernimiento


Entonces, ¿cómo tener una iglesia llena de falsos cristianos? Es simple: ignora la sana doctrina, asume que todos son salvos y tolera lo que Dios aborrece. Quita la Palabra del púlpito, reemplázala con mensajes dulces que no ofendan, y verás cómo las bancas se llenan de personas que asienten sin conocer a Cristo. Calla las advertencias de la Escritura, evita confrontar la falsa seguridad, y criarás una generación confiada en una fe que no tienen. Permite el pecado sin reprensión, y los hipócritas se multiplicarán, cómodos en su engaño.

Pero si queremos una iglesia viva, debemos hacer lo opuesto. Prediquemos la verdad, aunque duela, porque solo ella salva (Juan 8:32). Enseñemos a examinarnos a la luz de la Palabra, porque el arrepentimiento genuino nace de la honestidad (2 Corintios 7:10). Y mantengamos la pureza del cuerpo de Cristo, confrontando el pecado con amor, porque la santidad importa (1 Pedro 1:15-16). No se trata de llenar bancas, sino de formar discípulos que amen a Dios y vivan para Él.

Mira tu iglesia. ¿Qué sale del púlpito? ¿Se predica todo el evangelio o solo lo que agrada? ¿Se asume la salvación de todos o se llama al examen? ¿Se tolera lo intolerable o se protege la verdad? Mi oración es que no nos conformemos con una fachada cristiana, sino que busquemos a Cristo con integridad, para que Su iglesia sea luz, no sombra, en este mundo.


Mateo 19:23-24 - ¿Enseñamos como fariseos o como seguidores de Cristo?


imagen de un grupo de fariseos antiguos, en la ciudad de israel, con caras de disgusto.


Una Reflexión sobre Riqueza y Devoción


En los días de Jesús, los fariseos caminaban por las calles de Judea con una certeza que resonaba en cada paso:


La riqueza era la tarjeta de presentación de los favoritos de Dios.

Para ellos, las bendiciones materiales no solo eran compatibles con la devoción a Dios; eran la prueba irrefutable de Su aprobación. Si tenías oro en tus bolsillos, eras de los elegidos, un hijo predilecto del cielo. Los ricos podían dar grandes limosnas, financiar sacrificios en el templo, ostentar su piedad con ofrendas generosas, y por eso, en la mentalidad popular que los fariseos alimentaban, se asumía que tenían un boleto asegurado al reino de Dios.

La pobreza, en cambio, era un signo de desdén divino, una marca de los olvidados. Era una teología conveniente, una que elevaba a los poderosos y justificaba su amor por el dinero sin cuestionar su corazón.



Pero entonces llegó Jesús, y con unas pocas palabras derribó ese castillo de arena. Frente a un joven rico que buscaba la vida eterna, Jesús lo desafió a vender todo y seguirle (Mateo 19:21). Cuando el hombre se alejó triste, aferrado a sus posesiones, Jesús se volvió a Sus discípulos y dijo:

“Les aseguro que es muy difícil que una persona rica entre en el reino de Dios. En realidad, es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, que para una persona rica entrar en el reino de Dios” (Mateo 19:23-24).



La imagen era absurda, casi cómica, pero el mensaje era devastador: la riqueza no era un pasaporte al cielo; podía ser una cadena que te arrastrara lejos de él. Y no se detuvo ahí. En otra ocasión, mirando a la multitud, afirmó:

“Ningún esclavo puede trabajar al mismo tiempo para dos amos, porque siempre obedecerá o amará a uno más que al otro. Del mismo modo, tampoco ustedes pueden servir al mismo tiempo a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24).



No había término medio, no había compatibilidad posible. O amas a Dios, o amas el dinero. Punto.

Estas palabras debieron sonar como un trueno en los oídos de los fariseos.

No solo destruían la idea de que las riquezas eran una señal de favor divino; también demolían la noción de que podías ganarte el cielo con tus méritos, fueran limosnas o cualquier otra obra. Jesús no vino a reforzar una teología que exaltaba al hombre; vino a revelar un evangelio que humillaba al orgulloso y elevaba al humilde.



Pablo, años después, tomó el relevo y dejó claro que este mensaje no era negociable. Escribiendo a Timoteo, advirtió:

“Los que solo piensan en ser ricos caen en las trampas de Satanás… Porque todos los males comienzan cuando solo se piensa en el dinero. Por el deseo de amontonarlo, muchos se olvidaron de obedecer a Dios y acabaron por tener muchos problemas y sufrimientos” (1 Timoteo 6:9-10).

Y a los ricos que ya tenían riqueza, les dijo:

“Adviérteles que no sean orgullosos ni confíen en sus riquezas… Mándales que hagan el bien, que se hagan ricos en buenas acciones” (1 Timoteo 6:17-18).

La riqueza no era una medalla de honor; era una responsabilidad, y mal manejada, un peligro.

Sin embargo, si damos un vistazo a muchas iglesias hoy, parece que la enseñanza farisaica nunca murió. En púlpitos relucientes y pantallas gigantes, escuchamos ecos de aquella vieja mentira:

"Cuanto más tienes, más te ama Dios. Si tu cuenta bancaria crece, es porque estás en el centro de Su bendición".



Se nos dice que la prosperidad material es la prueba de que estamos haciendo las cosas bien, que somos un orgullo para el Señor. Algunos incluso miden la fe por los ceros en el cheque:

"Si das mucho, recibirás más; si tienes una casa grande o un auto nuevo, es porque Dios te ha aprobado".



Pero si esto fuera cierto, ¿qué diremos de los cristianos en Cuba o en África? En la isla, donde no hay edificios ostentosos ni carteles deslumbrantes, una iglesia humilde ha plantado sesenta iglesias, y una de esas ha sembrado otras veinticinco. No hay extravagancia, solo discípulos que toman a Jesús en serio, yendo, bautizando, enseñando, multiplicando la fe de costa a costa. ¿Acaso Dios no los ama porque no tienen riquezas visibles? ¿O será que Su bendición se mide con otro estándar?



Jesús nos dio la respuesta en un momento que pasó casi desapercibido en el templo. Sentado frente a las cajas de ofrendas, observó a la gente depositar su dinero. Los ricos echaban grandes sumas, y la multitud probablemente asentía con aprobación:

"Mira cuánto dan, qué bendecidos son". Pero entonces llegó una viuda pobre, con dos moneditas que apenas valían nada, y las dejó caer en la caja. Jesús llamó a Sus discípulos y dijo: “Les aseguro que esta viuda pobre dio más que todos los ricos. Porque todos ellos dieron de lo que les sobraba, pero ella, que es tan pobre, dio todo lo que tenía para vivir” (Marcos 12:43-44).



No era la cantidad lo que impresionó a Jesús; era el corazón. Los ricos daban para ser vistos, para reforzar su estatus; la viuda dio por devoción, sin calcular el costo. Dios no estaba mirando su dinero; estaba mirando su entrega.

Aquí está el punto que los fariseos —y muchos hoy— pasan por alto:

Dios no necesita nuestro dinero.



No está impresionado por nuestras ofrendas cuantiosas ni por nuestras posesiones terrenales. Lo que Él busca es un corazón rendido, una vida que confíe en Él por encima de todo. Dar no es un medio para comprar Su aprobación o asegurar un lugar en el cielo; es una respuesta de gratitud a lo que Jesús ya nos dio. Porque, seamos honestos, ¿qué podemos ofrecerle que se compare con la cruz? Cristo lo dio todo —Su vida, Su sangre— para pagar una deuda que nunca saldaremos. Aunque viviéramos mil años o pasáramos la eternidad cantando Sus alabanzas (Apocalipsis 7:9-12), no podríamos igualar lo que Él hizo por nosotros. Si no tenemos nada material, lo tenemos todo en Él. Nuestro mayor tesoro no es un saldo bancario; es saber que el Señor está con nosotros día y noche.


¿Por qué seguimos enseñando como fariseos?



¿Por qué medimos la fe por las "bendiciones" recibidas y nos autoevaluamos como dignos basados en lo que poseemos? Pablo lo dijo mejor que nadie:

“Cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo… por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Filipenses 3:7-8).



Para Pablo, las riquezas terrenales no eran un signo de aprobación divina; eran estiércol comparadas con conocer a Jesús. Y nos advirtió:

“Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12).



Confiar en nuestras posesiones para sentirnos justos es una trampa, un desenfoque siniestro que nos aleja de la verdad.



Hablando de desenfoques, hay quienes tuercen Mateo 7:15-20 —"por sus frutos los conoceréis"— para justificar esta mentalidad. "Mira mis frutos", dicen, señalando sus mega iglesias, sus ofrendas abundantes, sus vidas prósperas. Pero Jesús no estaba hablando de riqueza ni de éxito terrenal.



Estaba advirtiendo sobre falsos profetas:

“Son como lobos rapaces… El árbol bueno da frutos buenos, y el árbol malo da frutos malos”.



El fruto que Dios busca no es el que nosotros consideramos "bueno" —dinero, fama, edificios grandes—; es el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23), la obediencia a Su Palabra, la humildad que refleja a Cristo.



Si las mega iglesias fueran la medida, el islam, el hinduismo o el catolicismo serían "aprobados" por Dios. Pero el tamaño no prueba nada; el corazón sí.

Entonces, ¿enseñamos como fariseos o como seguidores de Cristo? Si predicamos que la riqueza es la señal del favor divino, que dar más nos hace más santos, que el éxito terrenal nos certifica ante Dios, estamos repitiendo el error de los fariseos. Pero si enseñamos como Jesús —que el reino de Dios es para los humildes, que no podemos servir a dos amos, que nuestro tesoro está en Él y no en este mundo—, entonces reflejamos al Maestro.

No se trata de cuánto tenemos para dar, sino de cuánto estamos dispuestos a entregarle a Él, incluso cuando no tenemos nada. No se trata de jactarnos de nuestros "frutos"; se trata de dejar que Dios, no nosotros, juzgue si son buenos.

Te invito a mirar tu vida y tu iglesia. ¿Dónde está tu confianza? ¿En las bendiciones materiales que te hacen sentir aprobado? ¿O en Cristo, que dio todo por ti? Escudriña las Escrituras, confronta tu corazón, y deja que Dios te muestre la verdad. Porque al final, no son las riquezas las que nos llevan al cielo; es el Rey que se hizo pobre para hacernos ricos en Él (2 Corintios 8:9).

Que nuestro dar, nuestra fe y nuestra enseñanza sean un eco de Su evangelio, no de los fariseos.







Oseas 4:6 - Analfabetismo Bíblico.


 

"Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos."

Oseas 4:6

La Tragedia de una Generación Desconectada

Hace algunos años, un pastor de Nueva Inglaterra compartió una historia que, de no ser tan triste, podría sacarnos una carcajada.

Un maestro de secundaria, en una de las mejores escuelas del país, decidió darles a sus estudiantes una prueba sobre la Biblia antes de comenzar un curso titulado La Biblia como Literatura. No era una evaluación teológica complicada, sino una simple exploración de conocimientos básicos. Las respuestas que recibió fueron, por decir lo menos, desconcertantes. Algunos estudiantes escribieron que Sodoma y Gomorra eran amantes apasionados.

Otros afirmaron que Jezabel era el asno de Acab. Hubo quienes situaron a los cuatro jinetes del Apocalipsis galopando por la Acrópolis, y uno aseguró que los evangelios fueron escritos por Mateo, Marcos, Lutero y Juan. Eva, según otro, salió de una manzana, y Jesús fue bautizado por Moisés. Pero la joya de la corona vino de un estudiante destacado, parte del 5% superior de su clase, quien, ante la pregunta "¿Qué fue el Gólgota?", respondió con seguridad: "Gólgota fue el nombre del gigante que mató al apóstol David".

Si lees esto con una sonrisa, te entiendo; hay un toque de humor en la absurdity de esas respuestas. Pero si miras más allá, el panorama se torna sombrío. ¿Cómo es posible que en una nación llena de iglesias, con Biblias en cada estante y versiones para todos los gustos —tapa dura, rústica, de lujo, con letra grande o en formato digital—, la ignorancia sobre la Palabra de Dios sea tan profunda? No estamos hablando de un grupo aislado o de una generación sin acceso; estos eran estudiantes de una escuela prestigiosa, en un país donde la Biblia ha sido un pilar cultural durante siglos. Y sin embargo, su desconocimiento es abismal. Es como si la Palabra escrita de Dios, ese tesoro vivo y transformador, se hubiera convertido en un libro extraño, un relato olvidado que apenas resuena en la mente de las nuevas generaciones.

Piensa en la ironía.

Vivimos en una era de avances tecnológicos y científicos sin precedentes. Podemos enviar sondas al espacio, descifrar el genoma humano y conectar el mundo con un clic. Pero cuando se trata del conocimiento básico de la Biblia —el libro que ha moldeado la historia, la moral y la fe de millones—estamos en una oscuridad que recuerda a los días medievales.

En aquella época, las Escrituras estaban encadenadas al púlpito, escritas en latín, un idioma que solo el clero entendía, dejando al pueblo en una ignorancia forzada. Hoy, las cadenas se han roto; la Biblia está al alcance de todos, traducida a cientos de idiomas, disponible en nuestras manos con un simple toque en la pantalla. Y aun así, el analfabetismo bíblico persiste. La diferencia es desgarradora: antes era impuesto; ahora es voluntario. Ahí radica la tragedia más profunda.

 

¿Quién tiene la culpa de este desastre?

Es una pregunta que todos nos hacemos, y las respuestas suelen señalar en varias direcciones. Algunos apuntan a los seminarios teológicos, y no sin razón. Hay instituciones donde las verdades fundamentales —la deidad de Cristo, Su muerte sustitutiva, Su segunda venida— se han diluido en favor de interpretaciones modernas o escepticismo académico. Profesores que alguna vez fueron guardianes de la fe ahora cuestionan las bases mismas de la Escritura, dejando a los futuros pastores sin un ancla sólida. Pero no todos los seminarios han cedido; hay lugares donde la Palabra sigue siendo enseñada con fidelidad, y por eso damos gracias a Dios. Sin embargo, el problema va más allá de las aulas de formación.

Otros dirigen su mirada a los púlpitos, y aquí también hay verdad. Una predicación débil puede hacer un daño inmenso. Como alguien dijo una vez:

"Un poco de bruma en el púlpito causa invariablemente una neblina en la congregación".

Demasiados predicadores han abandonado la sustancia por el estilo, sirviendo sermones llenos de especias pero sin proteína —historias conmovedoras, frases motivacionales, promesas de prosperidad—, mientras la exposición clara de la Escritura queda relegada al olvido. El resultado es una iglesia que se emociona los domingos pero no sabe distinguir entre Gólgota y un cuento de gigantes. Los pastores tienen una responsabilidad sagrada: proclamar toda la Palabra de Dios, guiar a las ovejas hacia la reconciliación con Él, no entretenerlas con un evangelio light que deja sus almas hambrientas.

Y luego está el mundo, ese sistema ruidoso y persuasivo que nos rodea. Nos bombardea con la idea de que creer en la Biblia es un acto de fanatismo, un suicidio intelectual que no tiene lugar en una sociedad "ilustrada". "Si abrazas esas verdades antiguas", nos dicen, "te estás condenando a la irrelevancia". Pero quienes entierran la Biblia con esos argumentos no ofrecen nada en su lugar más que un vacío frío, una tumba sin esperanza.

Frente a sus acusaciones, la Palabra sigue siendo "viva y eficaz" (Hebreos 4:12), capaz de transformar vidas donde la sabiduría humana fracasa. El mundo puede burlarse, pero no puede reemplazar lo que solo Dios ha revelado.

Sin embargo, por más que señalemos a seminarios, púlpitos o la cultura, la verdad más incómoda nos mira desde el espejo. El analfabetismo bíblico, al final, es una elección personal. No vivimos en una época donde nos prohíban leer la Biblia; vivimos en una donde la dejamos juntar polvo en el estante. Tenemos acceso sin precedentes a la Palabra —versiones, estudios, aplicaciones—, pero elegimos llenar nuestro tiempo con pantallas, redes sociales y entretenimiento. Pasamos horas descifrando teorías científicas o dominando habilidades técnicas, pero no dedicamos ni un momento a conocer al Dios que nos creó. Es una decisión que hemos tomado, generación tras generación, y el resultado es una herencia de ignorancia que pesa como una losa sobre la iglesia.

 

Pero no todo está perdido.

Si el analfabetismo bíblico es una elección, también lo es el cambio. No necesitas un título teológico ni un púlpito para revertir esta tendencia; necesitas un corazón dispuesto y una Biblia en tus manos. Abrela. Lee Génesis y maravíllate con el poder del Creador. Sumérgete en los evangelios y conoce al Salvador que dio Su vida por ti. Explora las epístolas y descubre cómo vivir para Él. No dejes que las respuestas absurdas de esos estudiantes sean tu historia. Sodoma y Gomorra no fueron amantes; fueron ciudades juzgadas por su pecado. Jezabel no fue un asno, sino una reina rebelde. Gólgota no fue un gigante, sino el lugar donde Jesús cargó tu culpa. Estas verdades no son solo datos curiosos; son el fundamento de nuestra fe, la luz que guía nuestro camino.

La iglesia no puede seguir adelante con una generación que no conoce su Biblia. No podemos proclamar a Cristo si no sabemos quién es ni qué dijo. No podemos resistir las mentiras del mundo si no tenemos la verdad grabada en nuestros corazones. Esto no es tarea de alguien más —del pastor, del profesor, del líder—; es tu responsabilidad, y mía. Toma acción hoy. Haz que la Palabra sea parte de tu vida, no un adorno en tu estantería.

Porque en un mundo lleno de iglesias y vacío de conocimiento bíblico, el cambio comienza contigo.

e serví como pastor 

La verdadera Enseñanza de Malaquías 3:10.




Una biblia abierta sobre una mesa enseñando el versiculo malaquias 3:!0


Más Allá de la Prosperidad


Malaquías 3:10 es uno de esos versículos que resuena en casi todas las iglesias donde el dinero y la fe se cruzan:

“Traigan todo el diezmo al alfolí, para que haya alimento en Mi casa; y pónganme ahora a prueba en esto –dice el Señor de los ejércitos– si no les abro las ventanas de los cielos, y derramo para ustedes bendición hasta que sobreabunde. Por ustedes reprenderé al devorador…” (Malaquías 3:10-11).

Si has estado en un culto donde se habla de ofrendas, es probable que hayas escuchado esto como una promesa irresistible:

"Diezma, y Dios te hará prosperar. Ofrenda, y Él detendrá todo lo que amenaza tu economía".

Es un mensaje que suena a buena inversión: das un poco, y recibes mucho más. Pero, ¿es eso realmente lo que Malaquías estaba enseñando? ¿O hemos torcido un pasaje antiguo para que encaje en nuestras ambiciones modernas?

Imagina por un momento el escenario en que estas palabras fueron escritas. Estamos en Judá, unos cuatrocientos años antes de que Jesús naciera. El pueblo judío había regresado de su exilio en Babilonia, un castigo de setenta años por su idolatría y desobediencia. Dios había usado a hombres como Esdras, Hageo y Zacarías para reavivar la esperanza, para reconstruir el templo y restaurar la identidad de Israel como nación de Dios. Pero para cuando Malaquías toma la pluma, algo ha cambiado. La chispa inicial se ha apagado. El fervor se ha convertido en apatía, la obediencia en mediocridad. Los sacerdotes ofrecen sacrificios defectuosos, el pueblo se casa con extranjeros paganos, y los diezmos —esos recursos que sostenían el templo y a los levitas— han dejado de llegar. Es un tiempo de crisis espiritual, y Malaquías llega como la voz de Dios para confrontar a una nación que ha olvidado su pacto.

Ahora, retrocedamos un poco más. En Deuteronomio 28, Dios había dejado claro cómo funcionaba Su relación con Israel bajo la ley mosaica: obediencia traería bendiciones específicas —cosechas abundantes, paz en la tierra, prosperidad nacional—, mientras que la desobediencia traería maldiciones concretas —sequías, plagas, derrota ante los enemigos—.

Israel no era solo un pueblo; era una teocracia, una nación gobernada directamente por Dios a través de Su ley. Los diezmos no eran una ofrenda voluntaria como la entendemos hoy; eran un mandato, una contribución obligatoria para mantener el culto en el templo y sustentar a los sacerdotes y levitas que dependían de ellos para comer. Cuando Malaquías dice en el versículo 9,

“Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado”,

no está hablando de individuos que olvidaron dar el 10% de su sueldo; está señalando una desobediencia colectiva que ha puesto a toda la nación bajo el juicio de Dios.

En este contexto, “abriré las ventanas de los cielos” no es una metáfora vaga de riqueza ilimitada. Es una imagen de lluvia —literal y figurativa— que asegura buenas cosechas, algo vital para una sociedad agraria como la de Israel. Y “reprenderé al devorador” no se refiere a un ángel guardián que protege tu cuenta bancaria; habla de detener las plagas de langostas o las sequías que arruinaban los cultivos, formas de juicio que Dios enviaba bajo el pacto mosaico, como vemos en el libro de Joel. Cuando el pueblo retenía los diezmos, el templo se quedaba sin alimento, los levitas sin sustento, y la nación entera sufría las consecuencias de romper su compromiso con Dios. Pero si se arrepentían y obedecían, Dios prometía restaurar la bendición pactada. Es lo mismo que vemos en Hageo: cuando el pueblo dejó de construir el templo para enfocarse en sus propios hogares, las cosechas fallaron; cuando volvieron a priorizar a Dios, las bendiciones regresaron.

Entonces, ¿qué pasó con este pasaje? ¿Cómo llegamos de una reprensión a una nación teocrática desobediente a un eslogan de prosperidad personal? La respuesta está en el evangelio de la prosperidad, una teología que ha tomado Malaquías 3:10 y lo ha convertido en una herramienta para motivar —o manipular— a las personas.

"Diezma, y Dios te hará rico", dicen. "Ofrenda, y Él multiplicará tus finanzas".



Es una distorsión que odia el corazón del evangelio verdadero. En lugar de glorificar a Dios, este mensaje utiliza a Dios como un medio para nuestros fines egoístas. Pinta un cuadro donde el dar se convierte en una transacción:

yo te doy algo, Señor, y Tú me das más a cambio.

Y si no recibes la bendición prometida, la culpa es tuya: no tuviste suficiente fe, no diste lo suficiente. Es una mentira que ha alejado a muchos del evangelio auténtico, dejándolos resentidos cuando las promesas vacías no se cumplen.

Pero detengámonos aquí y seamos honestos: no vivimos en el Israel de Malaquías. No somos una teocracia bajo la ley mosaica. Las promesas de Deuteronomio 28 y las advertencias de Malaquías 3 fueron dadas a un pueblo específico en un tiempo específico, bajo un pacto que Jesús cumplió y transformó con Su sangre (Hebreos 8:13). El Nuevo Testamento no nos manda a diezmar como lo hacía la ley; en cambio, nos llama a ofrendar según hayamos prosperado y según lo que decidamos en nuestro corazón (1 Corintios 16:2; 2 Corintios 9:7). El 10% puede ser una guía útil —como lo es el descanso del sábado—, pero no es un mandato ni un límite. Para algunos, dar el 10% es solo el comienzo; para otros, en tiempos de escasez, podría ser menos. Lo que importa no es la cantidad, sino la actitud: un corazón alegre, generoso y confiado en Dios.

Y aquí está la diferencia más profunda: la motivación.


En el evangelio de la prosperidad, damos para recibir. En el evangelio de Cristo, damos porque ya hemos recibido. Jesús se dio a Sí mismo por nosotros, cargó nuestro pecado, nos rescató de la condenación y nos dio vida eterna. ¿Qué mayor motivación necesitamos? Cuando ofrendamos, no estamos negociando con Dios; estamos respondiendo con gratitud a Su gracia inmerecida. Estamos diciendo: "Todo lo que tengo es Tuyo, Señor, porque Tú me diste todo". Dar se convierte en un acto de adoración, una expresión de confianza en que Él es nuestro proveedor, no en que nosotros podemos manipularlo con nuestras ofrendas. Como dijo Agustín: "No es lo que posee el hombre lo que realmente importa, tanto como lo que posee al hombre". Nuestra disposición a dar revela si el dinero es nuestro amo o nuestro siervo, si nuestro corazón está puesto en las cosas de este mundo o en las de arriba.

¿Qué hacemos con Malaquías 3:10 hoy?


No lo tiremos por la ventana; es Palabra de Dios y tiene mucho que enseñarnos. Nos muestra la seriedad de la obediencia, la realidad del juicio divino y la fidelidad de Dios para bendecir a los Suyos.

Pero no lo saquemos de su contexto para convertirlo en una fórmula mágica de prosperidad. En lugar de usarlo para prometer riquezas a individuos, podemos aprender de él como iglesia: ¿Estamos siendo fieles con lo que Dios nos ha confiado? ¿Estamos apoyando la obra del evangelio con generosidad? ¿O estamos reteniendo para nosotros mismos lo que pertenece al servicio de Su reino?

Si alguna vez te han enseñado que diezmar es una inversión para tu cuenta bancaria, te invito a mirar más allá. El evangelio no se trata de lo que podemos sacarle a Dios; se trata de lo que Él ya nos dio en Cristo. No necesitamos torcer Malaquías para encontrar bendiciones, porque la mayor bendición ya es nuestra: la salvación por gracia mediante la fe. Que nuestro dar refleje esa verdad, no un ansia por más cosas, sino un amor por Aquel que lo dio todo. Y que, al compartir esta enseñanza con otros, corrijamos las falsas percepciones y proclamemos el evangelio que exalta a Cristo, no al hombre.


Judas 3 - Advertencia contra la Mentira.

Un hombre en un pulpito, con una biblia en su mano, mintiendo, su nariz es larga, pinocho.


 


 El Llamado Urgente de Judas


Hay cartas en la Biblia que llegan como un trueno en una noche silenciosa, y la epístola de Judas es una de ellas. Escrita por Judas, hermano de Jesús y siervo humilde de Cristo, este breve pero poderoso mensaje no se anda con rodeos. Desde el primer versículo, Judas deja claro que su intención original era escribir sobre la belleza de la salvación que compartimos, pero algo lo detuvo. Una alarma sonó en su corazón, una urgencia que no podía ignorar. En lugar de palabras de consuelo, nos entrega un llamado apasionado:

"Amados hermanos… luchen y defiendan la enseñanza que Dios ha dado para siempre a su pueblo elegido" (Judas 3).


¿Por qué? Porque la mentira había entrado sigilosamente entre los creyentes, y su peligro era mortal.

Imagina por un momento la escena. Judas escribe a una iglesia que ama, a hermanos en la fe, pero su pluma tiembla con preocupación.

"Hay algunos que se han colado entre ustedes, y que los han engañado", advierte en el versículo 4.

No son extraños al acecho fuera de las murallas; son lobos disfrazados de ovejas, infiltrados en la misma comunidad de fe. Estos falsos maestros traen un mensaje seductor:

"Dios nos ama tanto que no nos castigará por lo que hacemos".

Es una mentira tan atractiva como peligrosa, una que acaricia el ego y adormece la conciencia. Pero Judas no está dispuesto a dejar que pase desapercibida. Sabe que la verdad de Dios no puede coexistir con tales engaños, y su advertencia resuena como un grito en el desierto:

¡despierten, iglesia, antes de que sea demasiado tarde!

Para que no pensemos que esto es mera exageración, Judas nos lleva de la mano a través de la historia. Mira al pueblo de Israel, dice en el versículo 5.

Dios los sacó de Egipto con mano poderosa, los libró de la esclavitud, pero cuando no creyeron en Él, los destruyó en el desierto. Luego señala a Sodoma y Gomorra (v. 7), ciudades que se entregaron a la inmoralidad desenfrenada y pagaron el precio con fuego eterno. Estos no son cuentos para asustar niños; son recordatorios solemnes de que Dios es santo y justo, y Su amor no anula Su juicio. Los falsos maestros de los que Judas habla siguen el mismo camino: con sus "locas ideas" dañan sus cuerpos, rechazan la autoridad divina e insultan a los seres celestiales (v. 8). Son rebeldes sin freno, y su destino está sellado.

Pero Judas no se queda en generalidades; pinta un retrato vívido de estos engañadores. Los compara con Caín, quien mató a su hermano por envidia; con Balaam, que vendió su don profético por dinero; y con Coré, cuya rebelión contra Moisés lo llevó a la muerte (v. 11). Son egoístas, codiciosos, insubordinados. Y lo peor: se sientan a la mesa con los creyentes en las "fiestas de amor" —esas reuniones sagradas donde la iglesia celebraba la Cena del Señor— y comen sin respeto alguno (v. 12).

Imagina la escena:
mientras los hermanos comparten el pan y el vino en memoria de Cristo, estos impostores se sirven a sí mismos, indiferentes a la santidad del momento. Judas los describe con imágenes poéticas pero devastadoras: "nubes sin agua" que prometen lluvia pero no dan nada, "árboles sin fruto" arrancados de raíz, doblemente muertos. Son líderes que solo cuidan de sí mismos, dejando a los demás sedientos y hambrientos.

Y no termina ahí. En el versículo 16, Judas desnuda sus corazones: se quejan de todo, critican sin cesar, persiguen sus deseos egoístas. Hablan con arrogancia, y cuando halagan a alguien, lo hacen solo para sacar provecho.


¿No te suena familiar? Es el mismo espíritu que vemos hoy en tantos púlpitos:


Mensajes que exaltan al hombre, que justifican el pecado, que diluyen la verdad para hacerla más digerible. Pero Judas no escribe para condenar a estos falsos maestros y luego seguir adelante; escribe para advertirnos, para que no caigamos en su engaño ni nos dejemos arrastrar por su mentira.

Entonces, ¿qué hacemos con esto? Judas no nos deja en la desesperación. Después de exponer el peligro, vuelve sus ojos a los creyentes y les da un camino claro.

"Pero ustedes, queridos hermanos", dice en el versículo 20, "sigan confiando siempre en Dios". No es una confianza vaga o sentimental; es una fe especial, arraigada en la verdad que Dios ha revelado. Nos anima a orar guiados por el Espíritu Santo, a aferrarnos al amor de Dios y a esperar con paciencia la vida eterna que Jesucristo nos dará (v. 21).

Es un contraste hermoso: mientras los falsos maestros se hunden en su rebelión, los verdaderos hijos de Dios se edifican en la fe, se apoyan en la gracia y miran hacia el regreso de su Salvador.

Pero Judas va más allá. Nos llama a ser instrumentos de esa gracia en un mundo lleno de mentiras. En los versículos 22 y 23, nos dice:

"Ayuden con amor a los que no están del todo seguros de su salvación. Rescaten a los que necesitan salvarse del infierno, y tengan compasión de los que necesitan ser compadecidos."

Es un mandato tierno pero serio. Algunos en la iglesia dudan, tambaleándose bajo las mentiras que han escuchado; otros están al borde del abismo, a punto de caer. Nuestra tarea es alcanzarlos con amor y verdad, como quien saca a alguien de un edificio en llamas. Sin embargo, Judas añade una advertencia:

"Tengan mucho cuidado de no hacer el mismo mal que ellos hacen."

La mentira es contagiosa, y debemos estar alerta para no ser seducidos por su encanto.

Reflexiona por un momento: ¿qué tan fácil es caer en la trampa de la mentira? Nos gusta pensar que Dios pasará por alto nuestros pecados porque nos ama. Queremos un evangelio que no nos desafíe, que no nos exija nada. Pero Judas nos sacude de esa ilusión. Nos recuerda que el amor de Dios no anula Su santidad ni Su justicia.

Sí, Él es misericordioso, pero también es un fuego consumidor (Hebreos 12:29). Los ejemplos de Israel, Sodoma y los rebeldes de antaño no son reliquias del pasado; son advertencias para nosotros hoy.

La mentira puede colarse en nuestras iglesias, en nuestras vidas, disfrazada de piedad, y si no la confrontamos, nos llevará a la ruina.

Judas termina su carta con una doxología gloriosa (vv. 24-25), pero antes de llegar ahí, nos deja con esta advertencia y este llamado. No es un mensaje cómodo, pero es necesario. En un mundo donde las mentiras abundan —mentiras sobre quién es Dios, sobre lo que Él exige, sobre lo que significa seguirle— necesitamos escuchar la voz de Judas con urgencia. No te dejes engañar por quienes te dicen que puedes vivir como quieras y aún así estar bien con Dios. No te conformes con una fe superficial que ignora el pecado y la santidad. Lucha por la verdad, defiéndela con valentía, pero hazlo con amor y humildad.

Y si sientes que las mentiras han ganado terreno en tu corazón o en tu iglesia, no desesperes. Vuelve a la Palabra. Deja que el Espíritu Santo te guíe, que el amor de Cristo te sostenga, y que la esperanza de Su regreso te fortalezca. Porque al final, no se trata de lo que nosotros queremos escuchar, sino de lo que Dios, en Su infinita sabiduría y gracia, ha decidido revelarnos.

Que Él nos guarde de la mentira y nos mantenga firmes en Su verdad, para Su gloria eterna.