• Malaquías 3:10 es uno de esos versículos que resuena en casi todas las iglesias donde el dinero y la fe se cruzan.
  • En muchas iglesias contemporáneas, es común escuchar a líderes autoproclamarse "apóstoles", reclamando una autoridad especial y un estatus elevado dentro del cuerpo de Cristo.
  • En muchos círculos cristianos, Apocalipsis 3:20 se ha convertido en un versículo emblemático para el evangelismo.
  • La doctrina de la "confesión positiva" enseña que nuestras palabras tienen el poder de crear milagros, pero ¿es esto bíblico? Este artículo examina sus orígenes, contrastándolos con las Escrituras, y advierte sobre su peligrosa desviación del verdadero evangelio de Cristo.
  • La historia de la mujer con el flujo de sangre (Mateo 9:20-22, Marcos 5:25-34, Lucas 8:43-48) es más que un milagro físico: es una lección profunda sobre la verdadera fe. Más allá de la sanidad, Jesús le otorgó salvación, destacando que no fue el manto el que la curó, sino su confianza en Él. Este capítulo explora el significado espiritual de su historia y nos desafía a buscar a Cristo, no solo por sus milagros, sino por la vida eterna que ofrece.
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lunes, 14 de abril de 2025

Deuteronomio 14:22-23 - La Verdad Bíblica sobre el Diezmo.



Una imagen de una persona muy pobre poniendo dinero en las ofrendas en una iglesia, el plato de las ofrendas está a reventar, lleno de dinero, el dinero cae al suelo, frente al dinero hay un hombre de traje con cara de avaricia

Una Doctrina Malentendida


En muchas iglesias contemporáneas, el tema del diezmo se ha convertido en una enseñanza central, presentada como un mandato divino obligatorio para los creyentes. Sin embargo, al escudriñar las Escrituras con diligencia y bajo la guía del Espíritu Santo, encontramos que esta práctica, tal como se enseña hoy en día, carece de fundamento bíblico sólido para la iglesia del Nuevo Testamento. En este capítulo, examinaremos qué dice realmente la Palabra de Dios sobre el diezmo, su propósito en el contexto del Antiguo Pacto y cómo debemos vivir como cristianos bajo la gracia del Nuevo Pacto.

¿Qué significa la palabra "diezmo"?

La palabra "diezmo" proviene del hebreo ma'aser, que significa literalmente "la décima parte". En el contexto bíblico, se refiere a la décima parte de los productos agrícolas o ganaderos que el pueblo de Israel debía apartar para propósitos específicos ordenados por Dios. No era una contribución voluntaria ni un impuesto arbitrario, sino una ordenanza específica dentro del sistema levítico y del pacto mosaico.

¿Dónde y a quién ordenó Dios el diezmo como ley?

La primera mención clara del diezmo como una ordenanza legal se encuentra en el libro de Deuteronomio. En Deuteronomio 14:22-23, leemos:

"Indefectiblemente diezmarás todo el producto del grano que rindiere tu campo cada año, y lo comerás delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere para poner allí su nombre..."

Este mandato era claro: el diezmo debía ser tomado de los productos agrícolas y ganaderos, y se ofrecía anualmente, no semanal ni mensualmente.

Es crucial notar a quién iba dirigido este mandato. En Deuteronomio 5:1-3, Moisés declara:

"No con nuestros padres hizo Jehová este pacto, sino con nosotros todos los que estamos aquí hoy vivos."

Este pacto, incluyendo las leyes sobre el diezmo, fue dado específicamente a la nación de Israel, no a todas las naciones ni a los gentiles. Por tanto, no podemos asumir que esta ley aplica directamente a los cristianos de hoy, quienes no formamos parte del Israel físico ni estamos bajo el pacto mosaico.

¿Qué era el diezmo según la ley de Dios?

El diezmo ordenado por Dios no era dinero, como suele enseñarse hoy, sino productos agrícolas y ganaderos. Esto se detalla claramente en las Escrituras: Levítico 27:30: "Y el diezmo de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles, es de Jehová..." 

 
Levítico 27:32: "Y todo el diezmo de vacas o de ovejas, de todo lo que pasa bajo la vara, el diezmo será consagrado a Jehová." 
 
Deuteronomio 14:23: "Y comerás delante de Jehová tu Dios... el diezmo de tu grano, de tu vino y de tu aceite..."

En ningún pasaje del Antiguo Testamento se menciona que el diezmo debía ser dado en dinero. Más aún, el propósito del diezmo era sostener a los levitas (quienes no tenían heredad de tierra), proveer para los pobres y celebrar las fiestas en el lugar que Dios escogiera (como se detalla en Números 18 y Deuteronomio 14). El "alfolí" mencionado en Malaquías 3:10 (tema que trataremos específicamente más adelante) no era una caja fuerte para dinero, sino un almacén para alimentos, como lo indica el contexto:

"Y haya alimento en mi casa."


¿Es Malaquías 3:8-10 un mandato para los cristianos?

Uno de los textos más utilizados para exhortar a los creyentes a diezmar es Malaquías 3:8-10, donde Dios reprende a Israel diciendo:

"¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado... en vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición..."


Sin embargo, este pasaje tiene un contexto específico: Dios está hablando a la nación de Israel bajo el Antiguo Pacto, no a la iglesia del Nuevo Testamento. El reclamo era por la negligencia de los israelitas en cumplir con las leyes mosaicas, incluyendo el diezmo de productos agrícolas y ganaderos, que debían llevar al templo para el sustento de los levitas y las necesidades del culto.

Usar este pasaje para exigir el diezmo de dinero a los cristianos es una mala aplicación de la Escritura. Además, el Antiguo Pacto, con todas sus ordenanzas ceremoniales y civiles, ha sido cumplido y abrogado en Cristo. Como dice Hebreos 7:18-19:

"Porque el mandamiento anterior es abrogado por ser débil e inútil (pues la ley nada perfeccionó), y de la introducción de una mejor esperanza, por la cual nos acercamos a Dios."

Asimismo, Colosenses 2:14 nos enseña que Cristo "canceló el acta de los decretos que había contra nosotros... quitándola de en medio y clavándola en la cruz." Por tanto, las leyes del Antiguo Pacto, incluyendo el diezmo levítico, no son vinculantes para los creyentes del Nuevo Pacto.

¿Se enseña el diezmo en el Nuevo Testamento?

El diezmo se menciona en el Nuevo Testamento, pero no como un mandato para la iglesia. En Mateo 23:23 y Lucas 11:42, Jesús reprende a los fariseos por su hipocresía, diciendo que diezman hasta de la menta y el comino, pero descuidan la justicia, la misericordia y la fe. Aquí, Jesús no está estableciendo una norma para los cristianos, sino señalando la actitud legalista de los fariseos bajo la ley mosaica.

La otra mención significativa está en Hebreos 7:1-14, donde se habla del diezmo que Abraham dio a Melquisedec. Sin embargo, el propósito de este pasaje no es enseñar que los cristianos deben diezmar, sino demostrar la superioridad del sacerdocio de Melquisedec (que prefigura a Cristo) sobre el sacerdocio levítico. En ningún lugar del Nuevo Testamento se exhorta a los creyentes a dar un diezmo obligatorio del 10% de sus ingresos.

En cambio, el Nuevo Testamento nos enseña principios de ofrendas generosas y voluntarias. En 2 Corintios 9:7, Pablo escribe:

"Cada uno dé como propuso en su corazón, no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre."

La ofrenda cristiana no está sujeta a un porcentaje fijo ni a una maldición por no cumplirlo, sino que fluye de un corazón agradecido y generoso.


¿Por qué tantas iglesias enseñan el diezmo obligatorio?

Si el diezmo obligatorio no tiene fundamento en el Nuevo Testamento, ¿por qué tantas iglesias insisten en enseñarlo? La respuesta puede ser doble: 
 
Ignorancia de las Escrituras: Algunos líderes no han estudiado a fondo el contexto bíblico del diezmo y repiten tradiciones humanas sin cuestionarlas. 
 
Avaricia y manipulación: Otros, lamentablemente, usan el diezmo como una herramienta para obtener ganancias personales, manipulando a los creyentes con temor y falsas promesas de bendición. Esto es precisamente lo que el apóstol Pedro advierte en 2 Pedro 2:3:

"Y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas."

La práctica de exigir el diezmo de dinero, acompañada de amenazas de maldición basadas en Malaquías 3, es una distorsión de la Palabra de Dios. Como cristianos, debemos rechazar estas enseñanzas y regresar a la verdad de las Escrituras.

Vivamos bajo la gracia del Nuevo Pacto


El diezmo, como se prescribe en el Antiguo Testamento, era una ley específica para Israel bajo el pacto mosaico. No hay base bíblica para exigir un diezmo de dinero a los cristianos, ni para amenazar con maldiciones a quienes no lo entregan. En el Nuevo Pacto, somos llamados a dar generosamente, con alegría y conforme a lo que hemos decidido en nuestro corazón, no bajo coacción ni legalismo.

Amado hermano, te exhorto a escudriñar las Escrituras por ti mismo, como nos manda el Señor Jesús en Juan 5:39. No permitas que tradiciones humanas o manipulaciones te aparten de la verdad. Si una iglesia o líder te enseña que debes dar un diezmo obligatorio para evitar una maldición, pregúntate: ¿está esto en armonía con el evangelio de la gracia? Como dice Pablo en 1 Timoteo 6:5, debemos apartarnos de aquellos “que toman la piedad como fuente de ganancia."

Que el Señor te dé entendimiento y libertad para vivir conforme a Su Palabra, no bajo el yugo de mandamientos humanos, sino bajo la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

jueves, 13 de marzo de 2025

La verdadera Enseñanza de Malaquías 3:10.




Una biblia abierta sobre una mesa enseñando el versiculo malaquias 3:!0


Más Allá de la Prosperidad


Malaquías 3:10 es uno de esos versículos que resuena en casi todas las iglesias donde el dinero y la fe se cruzan:

“Traigan todo el diezmo al alfolí, para que haya alimento en Mi casa; y pónganme ahora a prueba en esto –dice el Señor de los ejércitos– si no les abro las ventanas de los cielos, y derramo para ustedes bendición hasta que sobreabunde. Por ustedes reprenderé al devorador…” (Malaquías 3:10-11).

Si has estado en un culto donde se habla de ofrendas, es probable que hayas escuchado esto como una promesa irresistible:

"Diezma, y Dios te hará prosperar. Ofrenda, y Él detendrá todo lo que amenaza tu economía".

Es un mensaje que suena a buena inversión: das un poco, y recibes mucho más. Pero, ¿es eso realmente lo que Malaquías estaba enseñando? ¿O hemos torcido un pasaje antiguo para que encaje en nuestras ambiciones modernas?

Imagina por un momento el escenario en que estas palabras fueron escritas. Estamos en Judá, unos cuatrocientos años antes de que Jesús naciera. El pueblo judío había regresado de su exilio en Babilonia, un castigo de setenta años por su idolatría y desobediencia. Dios había usado a hombres como Esdras, Hageo y Zacarías para reavivar la esperanza, para reconstruir el templo y restaurar la identidad de Israel como nación de Dios. Pero para cuando Malaquías toma la pluma, algo ha cambiado. La chispa inicial se ha apagado. El fervor se ha convertido en apatía, la obediencia en mediocridad. Los sacerdotes ofrecen sacrificios defectuosos, el pueblo se casa con extranjeros paganos, y los diezmos —esos recursos que sostenían el templo y a los levitas— han dejado de llegar. Es un tiempo de crisis espiritual, y Malaquías llega como la voz de Dios para confrontar a una nación que ha olvidado su pacto.

Ahora, retrocedamos un poco más. En Deuteronomio 28, Dios había dejado claro cómo funcionaba Su relación con Israel bajo la ley mosaica: obediencia traería bendiciones específicas —cosechas abundantes, paz en la tierra, prosperidad nacional—, mientras que la desobediencia traería maldiciones concretas —sequías, plagas, derrota ante los enemigos—.

Israel no era solo un pueblo; era una teocracia, una nación gobernada directamente por Dios a través de Su ley. Los diezmos no eran una ofrenda voluntaria como la entendemos hoy; eran un mandato, una contribución obligatoria para mantener el culto en el templo y sustentar a los sacerdotes y levitas que dependían de ellos para comer. Cuando Malaquías dice en el versículo 9,

“Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado”,

no está hablando de individuos que olvidaron dar el 10% de su sueldo; está señalando una desobediencia colectiva que ha puesto a toda la nación bajo el juicio de Dios.

En este contexto, “abriré las ventanas de los cielos” no es una metáfora vaga de riqueza ilimitada. Es una imagen de lluvia —literal y figurativa— que asegura buenas cosechas, algo vital para una sociedad agraria como la de Israel. Y “reprenderé al devorador” no se refiere a un ángel guardián que protege tu cuenta bancaria; habla de detener las plagas de langostas o las sequías que arruinaban los cultivos, formas de juicio que Dios enviaba bajo el pacto mosaico, como vemos en el libro de Joel. Cuando el pueblo retenía los diezmos, el templo se quedaba sin alimento, los levitas sin sustento, y la nación entera sufría las consecuencias de romper su compromiso con Dios. Pero si se arrepentían y obedecían, Dios prometía restaurar la bendición pactada. Es lo mismo que vemos en Hageo: cuando el pueblo dejó de construir el templo para enfocarse en sus propios hogares, las cosechas fallaron; cuando volvieron a priorizar a Dios, las bendiciones regresaron.

Entonces, ¿qué pasó con este pasaje? ¿Cómo llegamos de una reprensión a una nación teocrática desobediente a un eslogan de prosperidad personal? La respuesta está en el evangelio de la prosperidad, una teología que ha tomado Malaquías 3:10 y lo ha convertido en una herramienta para motivar —o manipular— a las personas.

"Diezma, y Dios te hará rico", dicen. "Ofrenda, y Él multiplicará tus finanzas".



Es una distorsión que odia el corazón del evangelio verdadero. En lugar de glorificar a Dios, este mensaje utiliza a Dios como un medio para nuestros fines egoístas. Pinta un cuadro donde el dar se convierte en una transacción:

yo te doy algo, Señor, y Tú me das más a cambio.

Y si no recibes la bendición prometida, la culpa es tuya: no tuviste suficiente fe, no diste lo suficiente. Es una mentira que ha alejado a muchos del evangelio auténtico, dejándolos resentidos cuando las promesas vacías no se cumplen.

Pero detengámonos aquí y seamos honestos: no vivimos en el Israel de Malaquías. No somos una teocracia bajo la ley mosaica. Las promesas de Deuteronomio 28 y las advertencias de Malaquías 3 fueron dadas a un pueblo específico en un tiempo específico, bajo un pacto que Jesús cumplió y transformó con Su sangre (Hebreos 8:13). El Nuevo Testamento no nos manda a diezmar como lo hacía la ley; en cambio, nos llama a ofrendar según hayamos prosperado y según lo que decidamos en nuestro corazón (1 Corintios 16:2; 2 Corintios 9:7). El 10% puede ser una guía útil —como lo es el descanso del sábado—, pero no es un mandato ni un límite. Para algunos, dar el 10% es solo el comienzo; para otros, en tiempos de escasez, podría ser menos. Lo que importa no es la cantidad, sino la actitud: un corazón alegre, generoso y confiado en Dios.

Y aquí está la diferencia más profunda: la motivación.


En el evangelio de la prosperidad, damos para recibir. En el evangelio de Cristo, damos porque ya hemos recibido. Jesús se dio a Sí mismo por nosotros, cargó nuestro pecado, nos rescató de la condenación y nos dio vida eterna. ¿Qué mayor motivación necesitamos? Cuando ofrendamos, no estamos negociando con Dios; estamos respondiendo con gratitud a Su gracia inmerecida. Estamos diciendo: "Todo lo que tengo es Tuyo, Señor, porque Tú me diste todo". Dar se convierte en un acto de adoración, una expresión de confianza en que Él es nuestro proveedor, no en que nosotros podemos manipularlo con nuestras ofrendas. Como dijo Agustín: "No es lo que posee el hombre lo que realmente importa, tanto como lo que posee al hombre". Nuestra disposición a dar revela si el dinero es nuestro amo o nuestro siervo, si nuestro corazón está puesto en las cosas de este mundo o en las de arriba.

¿Qué hacemos con Malaquías 3:10 hoy?


No lo tiremos por la ventana; es Palabra de Dios y tiene mucho que enseñarnos. Nos muestra la seriedad de la obediencia, la realidad del juicio divino y la fidelidad de Dios para bendecir a los Suyos.

Pero no lo saquemos de su contexto para convertirlo en una fórmula mágica de prosperidad. En lugar de usarlo para prometer riquezas a individuos, podemos aprender de él como iglesia: ¿Estamos siendo fieles con lo que Dios nos ha confiado? ¿Estamos apoyando la obra del evangelio con generosidad? ¿O estamos reteniendo para nosotros mismos lo que pertenece al servicio de Su reino?

Si alguna vez te han enseñado que diezmar es una inversión para tu cuenta bancaria, te invito a mirar más allá. El evangelio no se trata de lo que podemos sacarle a Dios; se trata de lo que Él ya nos dio en Cristo. No necesitamos torcer Malaquías para encontrar bendiciones, porque la mayor bendición ya es nuestra: la salvación por gracia mediante la fe. Que nuestro dar refleje esa verdad, no un ansia por más cosas, sino un amor por Aquel que lo dio todo. Y que, al compartir esta enseñanza con otros, corrijamos las falsas percepciones y proclamemos el evangelio que exalta a Cristo, no al hombre.