La Gracia Soberana de Dios
“Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad.”
(Efesios 1:4-5, RVR1960)
Una Doctrina que Exalta la Gracia de Dios
Entre las verdades más profundas y, a la vez, más debatidas de las Escrituras, se encuentra la doctrina de la elección incondicional. Esta enseñanza nos confronta con una realidad que desafía nuestras ideas humanas de mérito y autonomía: la salvación no depende de nuestras obras, ni siquiera de nuestras decisiones, sino únicamente de la voluntad soberana y amorosa de Dios. Como dice Romanos 8:30: “Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó”. Estas palabras revelan una cadena gloriosa e inquebrantable que comienza con la elección divina y culmina en la glorificación eterna, todo obra de la gracia de Dios.
Pero, ¿qué significa exactamente la elección incondicional? En términos simples, es la decisión libre y soberana de Dios, tomada antes de la creación del mundo, de escoger a ciertos individuos para salvación, no basada en méritos previstos, obras realizadas o decisiones humanas, sino únicamente en el puro afecto de Su voluntad. Como declara Efesios 1:4-5, Dios nos escogió “antes de la fundación del mundo” para ser Sus hijos, “según el puro afecto de su voluntad”. No hay nada en nosotros que haya motivado esta elección; es un acto de pura gracia, para alabanza de Su gloria.
En este capítulo, exploraremos la enseñanza bíblica sobre la elección incondicional, su fundamento en las Escrituras, sus implicaciones para nuestra fe y las objeciones que a menudo suscita. Veremos que, lejos de ser una doctrina fría o arbitraria, la elección incondicional nos invita a maravillarnos ante la inmensidad del amor y la soberanía de Dios, y a descansar en la certeza de que nuestra salvación descansa en Sus manos seguras.
La Base Bíblica de la Elección Incondicional
La Escritura presenta la elección incondicional como una verdad inescapable, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Un ejemplo claro en el Antiguo Testamento es la elección de Israel como pueblo de Dios. Deuteronomio 7:7-8 nos dice: “No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó”. Israel no fue elegido por su grandeza, su justicia o sus méritos; fue elegido porque Dios, en Su soberano amor, decidió amarlos. Más adelante, Deuteronomio 9:6 refuerza esta idea: “No es por tu justicia que Jehová tu Dios te da esta buena tierra para tomarla; porque pueblo duro de cerviz eres tú”. La elección de Israel no tuvo nada que ver con sus obras; fue un acto de pura gracia.
A nivel individual, encontramos ejemplos igualmente claros. En Génesis, Dios elige a Jacob sobre Esaú antes de que nacieran, sin que ninguno de ellos hubiera hecho bien o mal. Romanos 9:11-13 explica: “(Pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé, más a Esaú aborrecí”. La elección de Jacob no se basó en sus méritos ni en sus acciones futuras; fue una decisión soberana de Dios, tomada para cumplir Sus propósitos eternos.
En el Nuevo Testamento, esta verdad se amplifica. Efesios 1:4-6 nos dice que Dios nos escogió “en él antes de la fundación del mundo”, y que lo hizo “según el puro afecto de su voluntad”. No hay mención de méritos humanos ni de fe prevista; la elección es incondicional, dependiente únicamente de la voluntad divina. 2 Timoteo 1:9 añade: “Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos”. La salvación no depende de lo que hacemos o de lo que Dios haya previsto que haríamos; depende exclusivamente de Su propósito y Su gracia.
La Soberanía de Dios y la Seguridad del Creyente
Una de las implicaciones más gloriosas de la elección incondicional es la seguridad que proporciona al creyente. Si nuestra salvación dependiera de nuestras obras o decisiones, viviríamos en constante incertidumbre, preguntándonos si hemos hecho lo suficiente para merecerla. Pero porque la salvación es obra de la elección soberana de Dios, podemos estar seguros de que nada ni nadie puede arrebatarnos de Su mano. Jesús lo expresó con claridad en Juan 10:27-29: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”.
La elección de Dios es firme e inmutable. No juega con nosotros, salvándonos un día y condenándonos al siguiente. Su decisión es eterna, tomada antes de la fundación del mundo, y no puede ser anulada ni modificada. Como dice Romanos 11:5-6: “Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia”. Si la salvación dependiera de nuestras obras, dejaría de ser gracia; pero porque depende únicamente de la voluntad de Dios, podemos descansar en la certeza de que Su propósito se cumplirá.
Respuestas a las Objeciones Comunes
La doctrina de la elección incondicional, aunque gloriosa, suele suscitar objeciones. Una de las más comunes es: ¿No es injusto que Dios elija a algunos para salvación y pase por alto a otros? Esta pregunta es abordada directamente por Pablo en Romanos 9:14-21. Él responde: “¿Qué, pues, diremos? ¿Qué hay injusticia en Dios? En ninguna manera”. Y continúa explicando que Dios tiene el derecho soberano de tener misericordia de quien Él quiera y de endurecer a quien Él quiera, porque “no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Romanos 9:16). Como alfarero, Dios tiene potestad sobre el barro para hacer vasos de honra y vasos de deshonra, según Su voluntad (Romanos 9:21).
Otra objeción común es que la elección incondicional elimina la responsabilidad humana. Algunos podrían argumentar que si Dios elige quién será salvo, entonces el hombre no tiene que hacer nada y puede vivir como quiera. Sin embargo, la Escritura enseña que la soberanía de Dios no anula nuestra responsabilidad. Los hombres son responsables de buscar a Dios, de arrepentirse y de creer en Cristo. Jesús mismo exhortó: “Arrepentíos y creed en el evangelio” (Marcos 1:15). Si un hombre no busca a Dios ni se arrepiente, es culpable de su propia condenación. Pero si lo hace, debe alabarle porque fue Dios quien ablandó su corazón y lo inclinó a creer, pues de sí mismo, el hombre no puede ni quiere acercarse a Dios (Juan 6:44).
Finalmente, algunos sugieren que Dios elige a aquellos que Él sabe de antemano que creerán, basando Su elección en una fe prevista. Pero esta idea contradice pasajes como 2 Timoteo 1:9, que afirma que Dios nos salvó “no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos”. Si la elección se basara en algo que Dios previera en nosotros, ya no sería incondicional; sería condicional, dependiente de nuestra respuesta. Pero la Escritura deja claro que la elección es un acto soberano de Dios, no influenciado por méritos humanos.
La Elección y la Depravación Total
Una razón por la que la elección incondicional resulta difícil de aceptar para algunos es que no han comprendido plenamente la depravación total del hombre, como exploramos en capítulos anteriores. Si el hombre tuviera una bondad inherente o una capacidad natural para elegir a Dios, la elección incondicional podría parecer innecesaria o injusta. Pero la realidad es que, apartados de la gracia de Dios, estamos muertos en nuestros delitos y pecados (Efesios 2:1), incapaces de buscar a Dios o de hacer algo que lo agrade (Romanos 3:10-12). La elección incondicional es precisamente lo que asegura que algunos sean salvos, porque sin la intervención soberana de Dios, nadie elegiría a Cristo.
Además, esta doctrina humilla nuestro orgullo. Nos obliga a reconocer que no somos los artífices de nuestra propia salvación. No podemos atribuirnos ningún mérito; toda la gloria pertenece a Dios. Como dice Efesios 2:8-9: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. La elección incondicional nos lleva a postrarnos en adoración, agradeciendo a Dios por Su misericordia inmerecida.
Una Invitación a Confiar y Adorar
Amado lector, si la doctrina de la elección incondicional te resulta desafiante, te invito a reflexionar en la bondad y la sabiduría de Dios. No estamos llamados a juzgar Su voluntad, sino a descubrirla y someternos a ella con humildad. Como dice Romanos 9:20: “¿Quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?”. La elección incondicional no es una doctrina para desanimarnos, sino para llenarnos de asombro y gratitud. Si eres un hijo de Dios, es porque Él te escogió desde antes de la fundación del mundo, no por algo que hayas hecho, sino por Su amor soberano.
Por lo tanto, busca a Dios con todo tu corazón. Clama por arrepentimiento y fe, sabiendo que incluso estos son dones que Él concede (Efesios 2:8; Hechos 11:18). Y si Él ha obrado en ti, dale gracias eternamente, porque fue Su gracia la que te inclinó a creer. Que esta verdad te lleve a adorar al Dios que salva soberanamente, y a vivir una vida que refleje la santidad a la que Él te ha llamado.
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