jueves, 13 de marzo de 2025

Marcos 5:34 - ¿El Manto o Jesús? ¿Sanidad o Salvación? - Andres Martinez





¿Sanidad o Salvación?

La historia de la mujer con el flujo de sangre, narrada en los evangelios sinópticos (Mateo 9:20-22, Marcos 5:25-34 y Lucas 8:43-48), es una de las más conocidas y conmovedoras de las Escrituras. Sin embargo, su mensaje profundo a menudo se malinterpreta o se reduce a un simple milagro físico. Algunos predicadores enfatizan que la mujer fue sanada por tocar el manto de Jesús, como si la prenda tuviera algún poder intrínseco. Pero, ¿es eso lo que las Escrituras realmente enseñan? ¿Fue la sanidad física lo más importante que recibió esta mujer, o hubo algo aún más trascendental? En este capítulo, exploraremos estas preguntas y descubriremos que la verdadera lección de esta historia no está en un manto ni en una sanidad temporal, sino en la fe puesta en Jesús y la salvación eterna que Él ofrece.

 

El Sufrimiento de la Mujer: Más que una Enfermedad Física

Para entender plenamente el impacto de esta historia, debemos considerar primero el contexto del sufrimiento de la mujer. Según los evangelios, llevaba doce años padeciendo un flujo de sangre, una condición que iba mucho más allá de lo físico:

  • Aflicción Física y Ceremonial: Como señala Levítico 15:25, una mujer en esta condición era considerada ceremonialmente impura, lo que implicaba que estaba excluida de la vida social y religiosa de su comunidad. No podía entrar al templo ni a la sinagoga, y cualquier contacto físico con otros la hacía una fuente de impureza. Esto significaba que vivía en un aislamiento constante, probablemente rechazada incluso por su propia familia.
  • Desesperación Económica y Emocional: Lucas 8:43 nos dice que había gastado todo lo que tenía en médicos, sin encontrar cura. En aquella época, los tratamientos para enfermedades graves eran a menudo incompatibles entre sí, abusivos e incluso contraproducentes. Como médico, Lucas sugiere que su condición era incurable desde un punto de vista humano. Imagina la carga emocional y económica que esto representaba: doce años de dolor, rechazo y pobreza.

A pesar de estas circunstancias devastadoras, la mujer no sucumbió a la desesperanza ni a la incredulidad. Su fe no se apagó; al contrario, se encendió al escuchar sobre Jesús. Marcos 5:27-28 nos dice:


"Cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto. Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva."

Aquí vemos tres aspectos clave de su fe:

  1. Conocía a Jesús: No era un desconocido para ella. Había oído hablar de Él, de Su mensaje y de los milagros que realizaba bajo el poder de Dios.
  2. Creía en Su Poder: Reconocía que el poder de Jesús era tan grande que bastaba con tocar el borde de Su manto para ser sanada. No necesitaba rituales ni palabras elaboradas; su fe era simple pero profunda.
  3. Superó los Obstáculos: A pesar del rechazo social y las barreras físicas de la multitud, se abrió paso hasta Jesús con valentía y determinación. Sabía quién era Él y estaba dispuesta a arriesgarlo todo para acercarse.

 

¿El Manto o Jesús? La Fe que Sana

Una pregunta fundamental surge de esta historia: ¿Qué sanó a esta mujer? ¿Fue el hecho de tocar el manto de Jesús, o fue algo más profundo? Algunos han interpretado este pasaje como si la prenda tuviera un poder mágico, pero las Escrituras nos llevan en una dirección muy diferente.

Cuando la mujer tocó el manto, sintió en su cuerpo que había sido sanada (Marcos 5:29), pero el verdadero clímax de la historia ocurre cuando Jesús se vuelve hacia ella y dice:


"Hija, tu fe te ha hecho salva; vé en paz, y queda sana de tu azote" (Marcos 5:34).
Jesús no atribuye el milagro al manto ni a ningún objeto; lo atribuye a la fe de la mujer. Ella no puso su confianza en una prenda, sino en Aquel que la llevaba. Su fe estaba centrada en Jesús, en Su poder y en Su misericordia.

El manto fue simplemente el medio que su fe utilizó para acercarse al Salvador, pero el poder sanador vino de Cristo mismo.

Este punto es crucial porque hoy muchos buscan "mantos" modernos —objetos, rituales o experiencias— esperando encontrar soluciones milagrosas, mientras descuidan lo esencial: una fe viva y activa en Jesús. La lección para nosotros es clara: no son los medios externos los que obran, sino el Señor al que acudimos con fe.

 

¿Sanidad o Salvación? El Regalo Supremo

Una segunda pregunta aún más importante surge: ¿Fue la sanidad física lo único que recibió esta mujer, o hubo algo más significativo? Los evangelios nos dan una pista reveladora en las palabras de Jesús. En Mateo 9:22, Él dice:


"Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado. Y la mujer fue salva desde aquella hora."


En Lucas 8:48, añade:


"Hija, tu fe te ha salvado; vé en paz."

La palabra griega usada aquí para "salvado" (sozo) es la misma que se emplea comúnmente en el Nuevo Testamento para referirse a la salvación espiritual, no solo a la sanidad física. Esto sugiere que la fe de la mujer no solo le trajo alivio corporal, sino también una restauración espiritual mucho más profunda: la salvación de sus pecados.

Un paralelo esclarecedor lo encontramos en Lucas 17:11-19, donde Jesús sana a diez leprosos. Los diez reciben sanidad física, pero solo uno regresa para dar gloria a Dios, y a él Jesús le dice: "Levántate, vete; tu fe te ha salvado" (Lucas 17:19). Los otros nueve obtuvieron un milagro temporal, pero el que regresó recibió algo eterno: la salvación por su fe en Cristo. Este contraste nos enseña que la sanidad física, aunque maravillosa, no es el objetivo final de los milagros de Jesús; su propósito último es llevarnos a la fe salvadora que nos reconcilia con Dios.

 

La Lección para Nosotros: Buscar a Jesús, No Solo Sus Milagros

La historia de la mujer con el flujo de sangre y el ejemplo de los leprosos nos desafían a examinar nuestras prioridades espirituales. ¿Estamos buscando a Jesús por lo que puede darnos en esta vida, o lo buscamos por quién es Él? ¿Nos conformamos con "mantos" y sanidades temporales, o anhelamos la salvación eterna que solo Cristo puede ofrecer?

Jesús mismo nos recuerda en Juan 14:6:


"Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí."

La salvación no se encuentra en objetos, rituales ni experiencias milagrosas; se encuentra en una relación viva con Jesús, quien es el único camino al Padre. Como nos exhorta Mateo 6:33, debemos buscar primero el reino de Dios y Su justicia, confiando que Él añadirá todo lo demás conforme a Su voluntad.

No seamos como los nueve leprosos que, una vez sanados, olvidaron al que los sanó y continuaron con sus vidas sin mirar atrás. Ellos recibieron un alivio temporal para este mundo, pero permanecieron espiritualmente enfermos y muertos para la eternidad. En cambio, seamos como la mujer con el flujo de sangre, quien, a pesar del rechazo, el dolor y los obstáculos, tuvo su mirada puesta en Jesús y su fe depositada únicamente en Él.

 

Seamos Imitadores de Cristo

Amado lector, la historia de la mujer con el flujo de sangre nos invita a reflexionar sobre dónde está puesta nuestra fe. ¿Estamos buscando "mantos" que nos den soluciones rápidas, o estamos buscando a Jesús, el Salvador que nos ofrece vida eterna? La sanidad física es una bendición, pero la salvación espiritual es el regalo supremo que transforma nuestra eternidad.

Sigamos el ejemplo de esta mujer, quien con valentía y fe se acercó al Maestro. Pero más allá de eso, aspiremos a ser como Jesús mismo, nuestro modelo perfecto de amor, humildad y obediencia al Padre. Que nuestra vida sea un testimonio de fe genuina, no en busca de milagros pasajeros, sino anclada en Aquel que es digno, santo y fiel. Que nuestra oración diaria sea: "Señor, acércame más a Ti, porque en Ti encuentro todo lo que necesito para esta vida y para la eternidad."

4 comentarios:

  1. Excelente palabra...Dios cumpla su propósito en tí con estos artículos tan importante...para mi es de mucha bendición,gracias.

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  2. muy buena aprendí un montón, gracias.

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  3. Muy bonita y completa me ayuda a crecer mi fe

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  4. Dios le vendiga, linda refleccion, aprendi mucho,

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