Este no es un artículo escrito con el ánimo de criticar y
difamar al movimiento carismático o pentecostal. Yo creo que en ese movimiento
muchos de nosotros fuimos alcanzados por el Señor. De hecho, fue en una iglesia
pentecostal donde conocí a Dios (o fui conocido por Él, Gálatas
4:9), y me enamoré de Él. Seguro, a veces me sentía incómodo con las
manifestaciones que sucedían allí, pero sé que estaba buscando una relación con
el Dios vivo y que Él me buscó allí.
Ahora bien, hay ciertas prácticas y métodos que demuestran
ser negativos y peligrosos para los cristianos al compararlas con lo que dicen
las Escrituras. Una de esas prácticas son los llamados “Encuentros con Dios”.
A sabiendas de que esta práctica no es universalmente seguida en todas
las congregaciones, ni necesariamente de la misma manera, me gustaría 1)
Presentar sus orígenes; 2) Describir sus prácticas con mi propio lente, y
por último; 3) Contrastar sus enseñanzas con lo que dice la Biblia.
Desde el G12 hasta Casa de Dios
Es difícil trazar los origines de los Encuentros, pero
muchas líneas llevan a mi Colombia. La Iglesia Misión Carismática
Internacional, la cual cambió su nombre a G12, se le atribuye haber
desarrollado su esquema y su propósito. Después de que miles de personas
vivieron cosas “increíbles” en los primeros Encuentros, otras congregaciones en
Colombia adoptaron la misma práctica. De allí se esparció la idea por América
Latina, hasta llegar a las puertas de la megaiglesia Casa de Dios. Como un
efecto dominó, iglesias en todo lugar adoptaron los Encuentros, haciendo
algunas modificaciones según su contexto local. Estos Encuentros se
desarrollaron con el ánimo de sanar, restaurar y empoderar creyentes a vivir
vidas integralmente exitosas.
Describiendo mi Encuentro
Antes del Encuentro, los líderes de mi iglesia tomaron un
tiempo para saludarnos y orar por nosotros. Nos dijeron que el Encuentro era
una especie de retiro espiritual en el cual nos íbamos a encontrar con Dios.
Antes de culminar la reunión, nos hicieron llenar anónimamente una hoja donde
había decenas de pecados que habíamos hecho en el pasado: pecados de ocultismo,
inmoralidad sexual, fallas de carácter, etc. La verdad que fue un poco
incómodo, porque no todos los que estábamos en este pre-Encuentro conocíamos
los pecados mencionados en la hoja. Estaban pecados tan raros como rosacruces,
proyección mental, pedofilia, y otras cosas bastante tabú. Al finalizar el
pre-Encuentro, nos dijeron la fecha y hora de Encuentro para partir al evento.
El día del Encuentro llegó, partimos como a eso de las 4:30
de la mañana hacia una aldea remota. Al llegar allí nos dimos cuenta de que era
un campamento preparado por la iglesia. Todo era espectacular y planeado al
detalle. A todos nos despojaron de todo menos nuestra ropa y nuestra Biblia.
Para rematar, nuestras camas y habitaciones estaban decoradas con nuestros
nombres, y con un mensaje de bienvenida de parte de “Dios”.
De ahí para adelante estuvimos en una capilla tapada con
bolsas negras de basura para que nadie pudiese notar el tiempo y las sorpresas
que tenían para nosotros. En esa capilla estuvimos la mayoría del tiempo,
escuchando varias sesiones sobre clases de pecados generacionales que afectan
la vida del cristiano: sexualidad, ocultismo, adicciones, finanzas, la familia
y el carácter. Al final de cada sesión había una ministración para quienes se
arrepentían de cada pecado. Se oraba y se intentaba sacar espíritus que
atormentaban a la gente. En medio de las sesiones era común ver personas
prorrumpir en llanto o en risas, reconciliaciones e incluso se manifestaban
aparentes posesiones demoniacas.
El fuego de estas emociones se volvió común a medida que los
líderes consolaban a quienes estábamos allí. Lo más memorable fue cuando nos
pusieron grabaciones de seres queridos, expresando públicamente cuánto nos
amaban. Después de un día entero lleno de emociones, los líderes trajeron una
cruz en la cual todos debíamos clavar los sobres en los que habíamos escrito lo
que no agradaba a Dios, acompañado de una canción que hablaba del amor de Dios
y nuestra respuesta a Él.
Hasta ese punto, yo aún no había visto, encontrado, ni oído
a Dios como lo había anticipado. Esperaba que en la última sesión los líderes
impusieran sus manos y yo pudiese sentir el fuego de Dios. Efectivamente,
muchos empezaron a temblar y caerse genuinamente. Por mi parte, yo no sentía
nada hasta que la esposa del pastor se me acercó y me dijo: “Créelo, Juan
David. Créelo. ¡Habla en lenguas!”, a lo que yo respondí que no podía. Realmente
me estaba esforzando por sentir a Dios, pero no pasaba nada, hasta que la mujer
me dijo: “Juan David, di el abecedario”. Yo con la fuerza de querer sentir
empecé: “a,b,c,d,e,f,g,h,i……..guatrnspakrlaees”, y hablé en algo que jamás
había hablado. Yo lo describo como algo que tomó control de mis emociones y
que se intensificó a causa del gozo de poder haber logrado algo
“sobrenatural”. Empecé a llorar y a gritar, más que todo regocijándome de que
al fin ¡me había encontrado con Dios! Al menos eso creí.
Después de la ministración, todos llegamos directamente al
servicio dominical a dar nuestro testimonio personal de restauración. Ese
servicio dominical fue increíble. Muchos se reconciliaron con sus esposas,
padres y amigos. Las 70 personas que habíamos ido al Encuentro nos
comprometimos a servir y amar a Dios. Estando ya en casa, sentí que estaba
levitando en éxtasis emocional por Dios. Sentía que amaba a Dios.
La primera semana post-Encuentro fue maravillosa. Oré todos
los días, leí todos los días, y hablaba en lenguas todos los días. Ya a la
tercera semana sentí que Dios se había ido. Me costaba orar, estaba siendo
bombardeado con la tentación y me pesaba la culpabilidad al no poder sentir el
Espíritu como lo sentí aquel día. Mi espiritualidad se volvió un desastre.
Dependía de fuertes emociones, llantos, y manifestaciones sobrenaturales. Leía
las Escrituras con el fin de sentir a Dios en lo físico y en las emociones. Con
el tiempo, mis compañeros del Encuentro me confesaron la misma lucha. A otros,
lamentablemente, no los volví a ver jamás en los caminos de Dios. ¿Qué había
pasado? ¿Dónde estaba el Dios con el que nos encontramos? ¿Acaso se limitó al
Encuentro?
Contrastando los Encuentros con las Escrituras
A manera de conclusión, quiero llamar la atención a algunos
puntos de lo que la Escritura nos enseña:
Los seres humanos fuimos hechos para encontrarnos con Dios,
aunque Él no está lejos de nosotros como para que necesitemos un momento
especial: “Para que buscaran a Dios, y de alguna manera, palpando, Lo hallen,
aunque Él no está lejos de ninguno de nosotros. Porque en Él vivimos, nos
movemos y existimos, así como algunos de los poetas de ustedes han dicho:
‘Porque también nosotros somos linaje Suyo”, Hechos
17:27-28.
Aunque los pecados y maldiciones generacionales tienen
cierta presencia en el Antiguo Testamento, luego de la conversión somos nuevas
criaturas. No hay cristianos “bajo maldición”: “De modo que si alguno está
en Cristo, nueva criatura (nueva creación) es; las cosas viejas pasaron,
ahora han sido hechas nuevas” (2
Corintios. 5:17). Esta es una declaración enfática, no una posibilidad futura.
Todo el que está en Cristo es nueva criatura.
Nuestra espiritualidad es una disciplina. No se trata de
estar en éxtasis y de siempre buscar llorar y sentir a Dios emocionalmente.
Aunque eso puede suceder, no debe ser nuestra búsqueda principal: “Pero nada
tengas que ver con las fábulas profanas propias de viejas. Más bien
disciplínate a ti mismo para la piedad. Porque el ejercicio físico aprovecha
poco, pero la piedad es provechosa para todo, pues tiene promesa para la vida
presente y también para la futura”, 1
Timoteo 4:7-8.
El proceso de cambio en una persona es guiado por el
Espíritu Santo: es obra suya, en su tiempo. No podemos pretender que con un
retiro de dos días y con ciertos métodos seremos purificados o integralmente
exitosos. La santificación es una obra para toda la vida. “Estoy convencido
precisamente de esto: que el que comenzó en ustedes la buena obra, la
perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús”. Filipenses
1:6.
La Escritura es suficiente para encontrar a Dios
diariamente. Es ella quien da testimonio de Cristo, nuestro Salvador y
Libertador, y es ella Su principal forma de revelarse a nosotros y
transformarnos a través de Su Espíritu: “Desde la niñez has sabido las Sagradas
Escrituras, las cuales te pueden dar la sabiduría que lleva a la salvación
mediante la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios y útil
para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin
de que el hombre de Dios sea perfecto (apto), equipado para toda buena obra”, 1
Timoteo 3:15-16.
Juan David Correa (BTh) nació en Colombia y es
nacionalizado Canadiense. Obtuvo su licenciatura en Teología y Geografía en
Western University of Ontario. Actualmente reside en los Estados Unidos donde
cursa una Maestría en Divinidades en el Southern Baptist Theological Seminary.
Está casado con la mujer de sus sueños Tatiana, y los dos viven en Louisville,
Kentucky. Él ha servido a la comunidad Hispana desde su adolescencia,
participando en diferentes plantaciones de iglesia y asistiendo las necesidades
socioculturales de la comunidad. Su visión y misión es predicar el evangelio en
America Latina junto con su esposa. Puedes encontrarlo en Twitter:
@yohannandavid.
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