jueves, 6 de agosto de 2015

UN TESTIMONIO PERSONAL SOBRE LOS ENCUENTROS


Este no es un artículo escrito con el ánimo de criticar y difamar al movimiento carismático o pentecostal. Yo creo que en ese movimiento muchos de nosotros fuimos alcanzados por el Señor. De hecho, fue en una iglesia pentecostal donde conocí a Dios (o fui conocido por Él, Gálatas 4:9), y me enamoré de Él. Seguro, a veces me sentía incómodo con las manifestaciones que sucedían allí, pero sé que estaba buscando una relación con el Dios vivo y que Él me buscó allí.

Ahora bien, hay ciertas prácticas y métodos que demuestran ser negativos y peligrosos para los cristianos al compararlas con lo que dicen las Escrituras. Una de esas prácticas son los llamados “Encuentros con Dios”.  A sabiendas de que esta práctica no es universalmente seguida en todas las congregaciones, ni necesariamente de la misma manera, me gustaría 1) Presentar sus orígenes; 2) Describir sus prácticas con mi propio lente,  y por último; 3) Contrastar sus enseñanzas con lo que dice la Biblia.

Desde el G12 hasta Casa de Dios

Es difícil trazar los origines de los Encuentros, pero muchas líneas llevan a mi Colombia. La Iglesia Misión Carismática Internacional, la cual cambió su nombre a G12, se le atribuye haber desarrollado su esquema y su propósito. Después de que miles de personas vivieron cosas “increíbles” en los primeros Encuentros, otras congregaciones en Colombia adoptaron la misma práctica. De allí se esparció la idea por América Latina, hasta llegar a las puertas de la megaiglesia Casa de Dios. Como un efecto dominó, iglesias en todo lugar adoptaron los Encuentros, haciendo algunas modificaciones según su contexto local. Estos Encuentros se desarrollaron con el ánimo de sanar, restaurar y empoderar creyentes a vivir vidas integralmente exitosas.

Describiendo mi Encuentro

Antes del Encuentro, los líderes de mi iglesia tomaron un tiempo para saludarnos y orar por nosotros. Nos dijeron que el Encuentro era una especie de retiro espiritual en el cual nos íbamos a encontrar con Dios. Antes de culminar la reunión, nos hicieron llenar anónimamente una hoja donde había decenas de pecados que habíamos hecho en el pasado: pecados de ocultismo, inmoralidad sexual, fallas de carácter, etc. La verdad que fue un poco incómodo, porque no todos los que estábamos en este pre-Encuentro conocíamos los pecados mencionados en la hoja. Estaban pecados tan raros como rosacruces, proyección mental, pedofilia, y otras cosas bastante tabú. Al finalizar el pre-Encuentro, nos dijeron la fecha y hora de Encuentro para partir al evento.

El día del Encuentro llegó, partimos como a eso de las 4:30 de la mañana hacia una aldea remota. Al llegar allí nos dimos cuenta de que era un campamento preparado por la iglesia. Todo era espectacular y planeado al detalle. A todos nos despojaron de todo menos nuestra ropa y nuestra Biblia. Para rematar, nuestras camas y habitaciones estaban decoradas con nuestros nombres, y con un mensaje de bienvenida de parte de “Dios”.

De ahí para adelante estuvimos en una capilla tapada con bolsas negras de basura para que nadie pudiese notar el tiempo y las sorpresas que tenían para nosotros. En esa capilla estuvimos la mayoría del tiempo, escuchando varias sesiones sobre clases de pecados generacionales que afectan la vida del cristiano: sexualidad, ocultismo, adicciones, finanzas, la familia y el carácter. Al final de cada sesión había una ministración para quienes se arrepentían de cada pecado. Se oraba y se intentaba sacar espíritus que atormentaban a la gente. En medio de las sesiones era común ver personas prorrumpir en llanto o en risas, reconciliaciones e incluso se manifestaban aparentes posesiones demoniacas.

El fuego de estas emociones se volvió común a medida que los líderes consolaban a quienes estábamos allí. Lo más memorable fue cuando nos pusieron grabaciones de seres queridos, expresando públicamente cuánto nos amaban. Después de un día entero lleno de emociones, los líderes trajeron una cruz en la cual todos debíamos clavar los sobres en los que habíamos escrito lo que no agradaba a Dios, acompañado de una canción que hablaba del amor de Dios y nuestra respuesta a Él.

Hasta ese punto, yo aún no había visto, encontrado, ni oído a Dios como lo había anticipado. Esperaba que en la última sesión los líderes impusieran sus manos y yo pudiese sentir el fuego de Dios. Efectivamente, muchos empezaron a temblar y caerse genuinamente. Por mi parte, yo no sentía nada hasta que la esposa del pastor se me acercó y me dijo: “Créelo, Juan David. Créelo. ¡Habla en lenguas!”, a lo que yo respondí que no podía. Realmente me estaba esforzando por sentir a Dios, pero no pasaba nada, hasta que la mujer me dijo: “Juan David, di el abecedario”. Yo con la fuerza de querer sentir empecé: “a,b,c,d,e,f,g,h,i……..guatrnspakrlaees”, y hablé en algo que jamás había hablado. Yo lo describo como algo que tomó control de mis emociones y  que se intensificó a causa del gozo de poder haber logrado algo “sobrenatural”. Empecé a llorar y a gritar, más que todo regocijándome de que al fin ¡me había encontrado con Dios! Al menos eso creí.  

Después de la ministración, todos llegamos directamente al servicio dominical a dar nuestro testimonio personal de restauración. Ese servicio dominical fue increíble. Muchos se reconciliaron con sus esposas, padres y amigos. Las 70 personas que habíamos ido al Encuentro nos comprometimos a servir y amar a Dios. Estando ya en casa, sentí que estaba levitando en éxtasis emocional por Dios. Sentía que amaba a Dios.

La primera semana post-Encuentro fue maravillosa. Oré todos los días, leí todos los días, y hablaba en lenguas todos los días. Ya a la tercera semana sentí que Dios se había ido. Me costaba orar, estaba siendo bombardeado con la tentación y me pesaba la culpabilidad al no poder sentir el Espíritu como lo sentí aquel día. Mi espiritualidad se volvió un desastre. Dependía de fuertes emociones, llantos, y manifestaciones sobrenaturales. Leía las Escrituras con el fin de sentir a Dios en lo físico y en las emociones. Con el tiempo, mis compañeros del Encuentro me confesaron la misma lucha. A otros, lamentablemente, no los volví a ver jamás en los caminos de Dios. ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba el Dios con el que nos encontramos? ¿Acaso se limitó al Encuentro?

Contrastando los Encuentros con las Escrituras

A manera de conclusión, quiero llamar la atención a algunos puntos de lo que la Escritura nos enseña:

Los seres humanos fuimos hechos para encontrarnos con Dios, aunque Él no está lejos de nosotros como para que necesitemos un momento especial: “Para que buscaran a Dios, y de alguna manera, palpando, Lo hallen, aunque Él no está lejos de ninguno de nosotros. Porque en Él vivimos, nos movemos y existimos, así como algunos de los poetas de ustedes han dicho: ‘Porque también nosotros somos linaje Suyo”, Hechos 17:27-28.

Aunque los pecados y maldiciones generacionales tienen cierta presencia en el Antiguo Testamento, luego de la conversión somos nuevas criaturas. No hay cristianos “bajo maldición”: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura (nueva creación) es; las cosas viejas pasaron, ahora han sido hechas nuevas” (2 Corintios. 5:17). Esta es una declaración enfática, no una posibilidad futura. Todo el que está en Cristo es nueva criatura.

Nuestra espiritualidad es una disciplina. No se trata de estar en éxtasis y de siempre buscar llorar y sentir a Dios emocionalmente. Aunque eso puede suceder, no debe ser nuestra búsqueda principal: “Pero nada tengas que ver con las fábulas profanas propias de viejas. Más bien disciplínate a ti mismo para la piedad. Porque el ejercicio físico aprovecha poco, pero la piedad es provechosa para todo, pues tiene promesa para la vida presente y también para la futura”, 1 Timoteo 4:7-8.

El proceso de cambio en una persona es guiado por el Espíritu Santo: es obra suya, en su tiempo. No podemos pretender que con un retiro de dos días y con ciertos métodos seremos purificados o integralmente exitosos. La santificación es una obra para toda la vida. “Estoy convencido precisamente de esto: que el que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús”. Filipenses 1:6.

La Escritura es suficiente para encontrar a Dios diariamente. Es ella quien da testimonio de Cristo, nuestro Salvador y Libertador, y es ella Su principal forma de revelarse a nosotros y transformarnos a través de Su Espíritu: “Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden dar la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto (apto), equipado para toda buena obra”, 1 Timoteo 3:15-16.

Juan David Correa (BTh) nació en Colombia y es nacionalizado Canadiense. Obtuvo su licenciatura en Teología y Geografía en Western University of Ontario. Actualmente reside en los Estados Unidos donde cursa una Maestría en Divinidades en el Southern Baptist Theological Seminary. Está casado con la mujer de sus sueños Tatiana, y los dos viven en Louisville, Kentucky. Él ha servido a la comunidad Hispana desde su adolescencia, participando en diferentes plantaciones de iglesia y asistiendo las necesidades socioculturales de la comunidad. Su visión y misión es predicar el evangelio en America Latina junto con su esposa. Puedes encontrarlo en Twitter: @yohannandavid.


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