• Malaquías 3:10 es uno de esos versículos que resuena en casi todas las iglesias donde el dinero y la fe se cruzan.
  • En muchas iglesias contemporáneas, es común escuchar a líderes autoproclamarse "apóstoles", reclamando una autoridad especial y un estatus elevado dentro del cuerpo de Cristo.
  • En muchos círculos cristianos, Apocalipsis 3:20 se ha convertido en un versículo emblemático para el evangelismo.
  • La doctrina de la "confesión positiva" enseña que nuestras palabras tienen el poder de crear milagros, pero ¿es esto bíblico? Este artículo examina sus orígenes, contrastándolos con las Escrituras, y advierte sobre su peligrosa desviación del verdadero evangelio de Cristo.
  • La historia de la mujer con el flujo de sangre (Mateo 9:20-22, Marcos 5:25-34, Lucas 8:43-48) es más que un milagro físico: es una lección profunda sobre la verdadera fe. Más allá de la sanidad, Jesús le otorgó salvación, destacando que no fue el manto el que la curó, sino su confianza en Él. Este capítulo explora el significado espiritual de su historia y nos desafía a buscar a Cristo, no solo por sus milagros, sino por la vida eterna que ofrece.
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martes, 15 de abril de 2025

Hebreos 11:1 - ¿Creyeron los apóstoles en Cristo por fe o porque lo vieron?

La Biblia sobre un fondo marron, con el texto, creyeron los apostoles en cristo por fe o porque lo vieron, esto en pregunta.

Una de las preguntas más profundas que podemos hacernos al estudiar los evangelios es esta: 

¿Los apóstoles creyeron en Jesucristo por fe o simplemente porque lo vieron en acción? 

La respuesta no solo nos ayuda a entender mejor a los apóstoles, sino que también nos revela cómo obra la fe verdadera en el corazón del creyente.


 

¿Qué es la fe según la Biblia?

Hebreos 11:1 define la fe de esta manera:

"Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve."

La fe bíblica es una confianza firme en las promesas de Dios, una seguridad en lo que aún no se ha visto ni experimentado plenamente. No depende de los sentidos, sino de la revelación divina.


Etapa 1: Fe basada en lo visible

Durante el ministerio terrenal de Cristo, los apóstoles caminaron con Él, lo vieron realizar milagros, enseñar con autoridad, calmar tormentas y resucitar muertos. Su reacción inicial fue creer en base a lo que veían.

Juan 2:11:

"Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él."

Esta fe era real pero incompleta. Era una fe que necesitaba ser afirmada, purificada y profundizada. De hecho, muchos vieron las mismas obras y no creyeron:

Juan 6:36:

"Pero os he dicho que aunque me habéis visto, no creéis."


Etapa 2: La fe verdadera viene por revelación divina

Jesús mismo declara que el conocimiento correcto de su identidad no proviene de la carne ni de la sangre, sino de la revelación del Padre:

Mateo 16:15-17:

"Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos."

Aun viendo a Cristo, la fe salvadora no es producto del intelecto ni de la observación, sino de la obra sobrenatural de Dios en el corazón del hombre.


Comparación entre Pedro y Judas: Vista sin fe vs. fe verdadera

Ambos fueron apóstoles, ambos vieron los milagros, ambos convivieron con Jesús. Pero uno fue salvo, y el otro fue condenado. ¿Por qué?

AspectoJudas IscariotePedro (Simón Pedro)
Llamado por Jesús
Vio milagros
Participó en el ministerio
Confesión de feNo registrada"Tú eres el Cristo..." (Mt 16:16)
Motivación internaAmbición, codiciaPasión, pero sinceridad
CaídaTraiciónNegación
Reacción al pecadoRemordimiento sin arrepentimientoArrepentimiento genuino
Destino finalPerdición eternaRestauración y liderazgo
Tuvo fe verdaderaNo

 

Judas lo vio todo, pero nunca tuvo fe verdadera. Pedro también vio, pero su fe fue revelada por el Padre y preservada por la oración de Cristo:

Lucas 22:32:

"Pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte."


Conclusión

Los apóstoles inicialmente creyeron en Cristo por lo que vieron, pero esa fe era incipiente, parcial, y no necesariamente salvadora. Fue a través de la revelación del Padre y la obra del Espíritu Santo que sus corazones fueron transformados para tener una fe verdadera, firme y perseverante.

La visión puede impresionar, pero solo la revelación divina salva. Por eso Jesús dijo:

Juan 20:29:

"Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron."


Aplicación para nosotros hoy

Tú y yo no hemos visto a Jesús con nuestros ojos, pero podemos conocerlo con el corazón si el Padre nos lo revela. No necesitamos pruebas visuales; necesitamos fe dada por gracia. Como Pedro dijo:

1 Pedro 1:8-9:

"A quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso, obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas."

Amemos, sigamos y confiemos en Cristo, no porque lo hayamos visto, sino porque Dios nos ha dado fe para creerle.

jueves, 27 de marzo de 2025

Ladrones en la Casa.



Persona con pasamontañas abriendo cautelosamente la puerta de una casa, representando una amenaza interna, con el texto "Ladrones en la casa – Las realidades carnales y la llamada a la santidad" sobre la imagen.




Las Realidades Carnales y la Llamada a la Santidad

El pasaje de Santiago 4:1-10 es como un espejo que refleja las realidades más profundas de nuestra vida espiritual. Nos confronta no solo con las acciones pecaminosas que cometemos, sino también con las actitudes santas que descuidamos. Santiago nos muestra que, dentro de cada creyente, hay "ladrones" que nos atan a los deseos de la carne, mientras el Espíritu Santo nos impulsa a vivir en obediencia a la Palabra de Dios. Este capítulo explorará las realidades carnales que nos esclavizan, las disposiciones divinas que nos libran y las exhortaciones santas que nos guían hacia una vida que glorifica a Dios.



Realidades Carnales: Los Ladrones que Habitamos

Santiago comienza su enseñanza con una pregunta directa y penetrante:

"¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?" (Santiago 4:1).

El apóstol identifica tres "ladrones" principales que operan dentro de nosotros y que roban la paz, la santidad y nuestra comunión con Dios: Disensión: Las peleas, divisiones y conflictos entre hermanos no tienen su origen en factores externos, sino en las pasiones carnales que aún burbujean en nuestro interior. El egoísmo, el orgullo y la falta de amor son los combustibles que alimentan estas guerras dentro de la iglesia y en nuestras relaciones personales. 
 
Ambición Desordenada: Santiago continúa diciendo:

"Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites" (Santiago 4:2-3).

Aquí se revela el corazón de la ambición carnal: deseamos cosas que no nos convienen, pedimos con motivaciones egoístas y, al no recibirlas, caemos en codicia, envidia e incluso violencia espiritual o verbal.

En contraste, Filipenses 4:19 nos asegura que Dios suplirá nuestras necesidades conforme a Su voluntad, si tan solo buscáramos Sus deleites y no los nuestros. Mundanalidad: Santiago no utiliza términos ambiguos ni tonos grises:

"¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios" (Santiago 4:4).

No puede haber un coqueteo exitoso con el mundo y sus valores mientras pretendemos abrazar la cruz de Cristo. Amar el mundo es traicionar a nuestro Salvador, y esta infidelidad espiritual nos aleja de la comunión con Dios.

Estos "ladrones" —disensión, ambición desordenada y mundanalidad— operan sigilosamente dentro de nosotros, robándonos la paz, la pureza y el gozo que Cristo desea para Sus hijos. Reconocer su presencia es el primer paso hacia la libertad.



Disposiciones Divinas: La Gracia que Nos Sostiene

A pesar de nuestra condición pecaminosa, Dios no nos abandona en nuestra lucha contra estos "ladrones". Santiago nos ofrece una esperanza gloriosa:

"¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente? Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes" (Santiago 4:5-6).

Aquí vemos dos disposiciones divinas que Dios provee para Su pueblo: La Obra del Espíritu Santo: El Espíritu que mora en nosotros no nos deja solos en nuestra lucha contra la carne. Él nos anhela celosamente, confrontándonos con nuestras realidades carnales y guiándonos hacia la santidad. Es el Espíritu quien nos convence de pecado, nos consuela en nuestra aflicción y nos da poder para vencer las tentaciones (Juan 16:8; Gálatas 5:16). 
 
La Gracia Abundante de Dios: La mayor provisión de Dios para los humildes es Su gracia. Esta gracia es negada a los soberbios que persisten en su mundanalidad, pero se derrama abundantemente sobre aquellos que reconocen su necesidad de Dios (Proverbios 3:34; Salmos 138:6). No hay pecado que la gracia de Dios no pueda perdonar ni tentación que Su poder no pueda vencer, siempre que nos humillemos ante Él.




Exhortaciones Santas: El Camino hacia la Victoria

Después de exponer nuestras realidades carnales y las provisiones divinas, Santiago nos exhorta a tomar decisiones concretas para vivir en santidad. En los versículos 7 al 10, encontramos un llamado claro y directo a los humildes que desean agradar a Dios. Estas exhortaciones no son sugerencias, sino mandatos que nos guían hacia una vida transformada: Someteos a Dios: "Someteos, pues, a Dios" (v. 7). La palabra "someterse" implica una rendición total, una obediencia incondicional a la voluntad de Dios. No podemos vencer a los "ladrones" en nuestra propia fuerza; debemos someternos al Señor y permitir que Él reine en nosotros. 
 
Resistid al Diablo: "Resistid al diablo, y huirá de vosotros" (v. 7). Esto no significa una guerra teatral contra Satanás, sino un rechazo firme y voluntario al sistema de antivalores que él promueve. Resistir al diablo implica decir "no" a las tentaciones y "sí" a la justicia de Dios. 
 
Acercaos a Dios: "Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros" (v. 8). Este es un llamado a buscar incesantemente la presencia de Dios a través de la oración, la adoración y el estudio de Su Palabra. La santidad no es un accidente; es el resultado de una relación íntima con nuestro Creador. 
 
Limpiad las Manos y Purificad los Corazones: "Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones" (v. 8). Santiago usa un lenguaje poético para señalar que la santidad debe abarcar tanto nuestras acciones externas ("limpiad las manos") como nuestras intenciones internas ("purificad vuestros corazones"). No basta con cambiar nuestro comportamiento; debemos renovar nuestro corazón.
 
Afligíos, Lamentad y Llorad: "Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza" (v. 9). Esta exhortación no promueve una vida de tristeza perpetua, sino una actitud de arrepentimiento genuino. Cuando entendemos la gravedad de nuestro pecado y cómo ofende a un Dios santo, nuestra respuesta natural debe ser el quebrantamiento y el clamor por Su misericordia.

Santiago culmina estas exhortaciones con una promesa gloriosa: "Humillaos delante del Señor, y él os exaltará" (v. 10). La humildad es el camino hacia la victoria espiritual. Cuando nos humillamos ante Dios, Él nos levanta en Su tiempo perfecto, no para nuestra gloria, sino para la Suya.



Encerrando a los Ladrones en una Cárcel de Santidad

Amado lector, los "ladrones" que habitan en nuestra casa —disensión, ambición desordenada y mundanalidad— no desaparecerán completamente de este lado de la eternidad. Sin embargo, podemos encerrarlos en una cárcel de santidad y buenas obras mediante la obediencia a las exhortaciones de Santiago. Al someternos a Dios, resistir al diablo, acercarnos a Él, purificar nuestras vidas y arrepentirnos sinceramente, podemos vivir una vida que glorifique a nuestro Salvador.

No ignores las realidades carnales que aún batallan dentro de ti, pero tampoco desesperes. Dios ha provisto Su Espíritu y Su gracia para que no pelees esta batalla solo. Humíllate ante Él, busca Su rostro con todo tu corazón y confía en que Él te exaltará a Su tiempo. Que nuestra vida sea un testimonio vivo de la santidad que agrada a Dios, para que los "ladrones" no tengan poder sobre nosotros, sino que seamos libres para servir y glorificar al Rey de reyes.

Hermanos y hermanas, no nos engañemos: los "ladrones" de la disensión, la ambición desordenada y la mundanalidad nos han robado demasiado. Pero hoy, el evangelio de Jesucristo nos trae la gloriosa noticia de liberación y esperanza. Escuchen bien: no hay esfuerzo humano que pueda vencer estos pecados, ni santidad que podamos alcanzar por nuestra propia cuenta. La buena noticia es que Cristo ya lo hizo todo por nosotros. Él cargó nuestros pecados en la cruz, pagó nuestra deuda con Su sangre preciosa y resucitó victorioso para darnos vida nueva (Romanos 5:8; 1 Corintios 15:3-4).

El evangelio no es una mera exhortación para mejorar; es el poder de Dios para salvación (Romanos 1:16). Jesús no solo nos señala el camino a la santidad; Él es el Camino (Juan 14:6). Cuando nos humillamos ante Él, confesando nuestra incapacidad y clamando por Su misericordia, Él nos recibe con brazos abiertos, nos limpia de toda maldad y nos viste con Su justicia perfecta (2 Corintios 5:21).

Así que, ven hoy a Cristo. No esperes a ser "suficientemente bueno", porque nunca lo seremos. Ven tal como estas, con tus "ladrones" y tus luchas, y deposítalos a los pies de la cruz. Arrepiéntete, cree en Su evangelio y recibe el regalo inmerecido de la salvación. Porque en Jesús, no solo encontramos perdón, sino también el poder para vivir una vida santa, sostenidos por Su Espíritu y cubiertos por Su gracia. “Humillaos ante el Señor, y Él os exaltará” (Santiago 4:10). ¡Cristo es nuestra victoria, nuestro Salvador y nuestra esperanza eterna! Ven a Él hoy, y vive para Su gloria.

viernes, 14 de marzo de 2025

25 de Diciembre: ¿El Nacimiento de Jesús o un Desvío Pagano?

Un calendario con estilo navideño, en el se ve la fecha 25 de diciembre.

 
"Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí."
(Juan 5:39, RVR1960)




Un Llamado a Escudriñar la Verdad
 
Querido hermano en Cristo, el mes de diciembre llega con su encanto: luces que titilan en las calles, árboles adornados, y villancicos que resuenan en cada esquina. Para muchos, la Navidad es un tiempo de alegría y reflexión, un momento que asocian con el nacimiento de nuestro Salvador, Jesucristo. Pero, ¿es esto lo que las Escrituras nos enseñan? ¿Es el 25 de diciembre un mandato divino para celebrar el nacimiento del Verbo hecho carne (Juan 1:14), o una tradición humana que nos desvía del camino angosto hacia la cruz? Como creyentes reformados, estamos llamados a someter todas nuestras prácticas a la autoridad de la Palabra de Dios, no a las tradiciones de los hombres. En este artículo, examinaremos con humildad y valentía las raíces de la Navidad, apoyándonos en las Escrituras y en la enseñanza de pastores reformados de sana doctrina, para discernir si esta celebración honra verdaderamente al Señor o si, sin saberlo, nos lleva a un altar pagano.

Como dijo Charles Spurgeon, el "príncipe de los predicadores": "La Palabra de Dios debe ser nuestro único estándar; cualquier cosa que no esté fundamentada en ella es arena movediza." Con este espíritu, escudriñemos la verdad.
 
 
La Ausencia de Evidencia Bíblica: El Silencio de las Escrituras
 
La Biblia no nos da ninguna indicación sobre la fecha exacta del nacimiento de Jesús. No hay un solo versículo que señale el 25 de diciembre, ni siquiera un mes específico. Los evangelios de Mateo y Lucas relatan el nacimiento de Cristo con detalle (Mateo 1:18-25; Lucas 2:1-20), pero no mencionan un día concreto. Esto no es un descuido, sino una evidencia de que Dios, en Su soberanía, no consideró necesario que conociéramos esa fecha. Como dice Deuteronomio 29:29:

"Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios, pero las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos."

Si la fecha del nacimiento de Jesús fuera esencial para nuestra fe, ¿no habría Dios provisto esa información en Su Palabra?

Juan Calvino, en su comentario sobre las tradiciones humanas, advirtió: "Cuando los hombres añaden a las Escrituras lo que Dios no ha ordenado, no solo oscurecen la verdad, sino que la corrompen."

La ausencia de una fecha específica en la Biblia debería hacernos reflexionar: ¿por qué hemos asignado un día que Dios no ha establecido? La respuesta no está en las Escrituras, sino en la historia humana y sus raíces paganas.
 
Las Raíces Paganas del 25 de Diciembre: Una Fiesta del Sol, No del Hijo
La primera celebración documentada del nacimiento de Cristo el 25 de diciembre ocurrió en el año 354 d.C., bajo el obispo Liberio de Roma, y se extendió más tarde a otras regiones del Imperio Romano. Sin embargo, esta fecha no fue elegida por una revelación divina ni por una tradición apostólica, sino por conveniencia cultural dentro de un imperio saturado de idolatría. 
 
En diciembre, los romanos celebraban varias festividades paganas:
 
Las Saturnales (del 17 al 24 de diciembre), en honor a Saturno, dios de la agricultura, eran días de excesos, banquetes y desenfreno.
Las Sigilares, donde se intercambiaban regalos y muñecas como parte de rituales paganos.
 
El Solsticio de Invierno (25 de diciembre), conocido como el "Natalis Solis Invicti" (el nacimiento del Sol Invencible), una fiesta dedicada al dios sol Mitra y al renacimiento del sol tras el solsticio.
 
Los cristianos de la época, rodeados de estas prácticas, buscaron "cristianizar" el 25 de diciembre. Pensaron que, al asociarlo con el nacimiento de Jesús, podrían contrarrestar las festividades paganas y atraer a los gentiles al cristianismo. Algunos justificaron esta decisión con la idea de que Jesús es el "Sol de Justicia" (Malaquías 4:2). Sin embargo, esta lógica ignora un principio fundamental de la fe bíblica: no podemos santificar lo que Dios no ha ordenado. Como dice Éxodo 20:3: "No tendrás dioses ajenos delante de mí." Mezclar lo santo con lo profano es un acto de desobediencia, no de devoción.

El pastor reformado A.W. Pink, en su ensayo "La Navidad y las Escrituras", escribe: "No hay mandato en la Palabra de Dios para celebrar el nacimiento de Cristo, y mucho menos en una fecha que coincide con las fiestas paganas del sol. Tal práctica es una abominación a los ojos de un Dios celoso." La historia confirma que el 25 de diciembre no tiene origen cristiano, sino pagano, y adoptarlo como una fecha "cristiana" fue un compromiso que abrió la puerta al sincretismo.
 
 
Evidencia Histórica y Bíblica: ¿Cuándo Nació Jesús?
 
Investigaciones históricas y bíblicas sugieren que es improbable que Jesús naciera en diciembre. Lucas 2:8 nos dice que los pastores estaban en el campo, cuidando sus rebaños de noche, cuando los ángeles anunciaron el nacimiento de Cristo. En Judea, diciembre es una época fría y lluviosa, y los pastores no solían estar en los campos durante el invierno. Estudios como los del Instituto Franklin y otros eruditos bíblicos indican que Jesús pudo haber nacido en primavera (marzo o abril) o incluso en otoño (septiembre u octubre), posiblemente cerca de la Fiesta de los Tabernáculos, que simboliza a Dios habitando con Su pueblo (Levítico 23:34-43).

Además, la tradición pagana del 25 de diciembre está vinculada a figuras como Nimrod, quien, según algunas interpretaciones de Génesis 10:8-12 y tradiciones antiguas, fue un líder rebelde que promovió la idolatría y cuyo cumpleaños se asociaba con el solsticio de invierno. Aunque estas conexiones no están explícitamente en la Biblia, nos recuerdan la advertencia de 2 Corintios 6:14:

"¿Qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?"
 
 
El Engaño de Satanás: Adoración al Sol Disfrazada
 
Satanás, el gran engañador (Juan 8:44), rara vez actúa de manera evidente; sus trampas son sutiles, disfrazadas de piedad. En Ezequiel 8:14-18, vemos una advertencia clara: hombres en el templo de Jehová daban la espalda a Dios para adorar al sol hacia el oriente. Dios lo llama "abominación" y promete juicio: "No perdonará mi ojo, ni tendré misericordia" (v. 18). Este pasaje no es un relato aislado; es un recordatorio eterno de que mezclar la adoración a Dios con prácticas paganas es una traición grave.

La Navidad no es el único ejemplo de este sincretismo. El culto dominical, instituido por el emperador Constantino en 321 d.C. como el "venerable día del Sol", también refleja esta influencia pagana. La Biblia manda santificar el sábado como día de reposo (Éxodo 20:8-11), y aunque los cristianos del Nuevo Testamento se reunían el primer día de la semana para conmemorar la resurrección de Cristo (Hechos 20:7; 1 Corintios 16:2), no hay mandato bíblico que traslade el sábado al domingo como día de adoración obligatorio. Como profetizó Daniel 7:25, el enemigo "pensará en cambiar los tiempos y la ley" de Dios, y así ha sucedido a lo largo de la historia.

El pastor reformado R.C. Sproul advirtió: "No debemos permitir que las tradiciones humanas, por más arraigadas que estén, reemplacen la autoridad de las Escrituras. Dios no se complace con una adoración que mezcla Su verdad con las mentiras del mundo." Satanás no nos pide rechazar a Cristo abiertamente; nos invita a adorarlo dentro de un marco que Él nunca estableció, desviándonos así del camino hacia la cruz.
 
 
El Camino Verdadero: La Cruz, No las Tradiciones Humanas
 
Frente a este engaño, ¿cuál es el camino que nos lleva a la cruz? No son las luces de un árbol ni los regalos del 25 de diciembre; es el evangelio puro y sin adulterar. Jesús mismo nos confronta: "¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?" (Lucas 6:46). Celebrar tradiciones humanas puede parecer inofensivo, pero si desobedecemos el mandato de adorar a Dios en espíritu y en verdad (Juan 4:24), nos desviamos del camino angosto (Mateo 7:14).

La cruz no necesita adornos paganos; brilla por sí sola como el acto supremo de amor y justicia divina. Como dice Romanos 5:8: "Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros." No sabemos la fecha exacta del nacimiento de Cristo, pero sabemos que nació, vivió, murió y resucitó para salvarnos. Eso es lo que importa. No necesitamos un día inventado para celebrarlo; cada día, en la Palabra y la oración, caminamos hacia la cruz.

El apóstol Pablo nos exhorta en Gálatas 1:8-9: "Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema." Cualquier adición al mensaje de Cristo—sea la Navidad o cualquier otra tradición humana—no proviene de Dios y debe ser rechazada.
 
 
Una Perspectiva Reformada: La Sola Scriptura como Nuestra Guía
 
La fe reformada nos llama a vivir bajo el principio de Sola Scriptura: la Escritura sola es nuestra autoridad final. Como dijo Martín Lutero: "Mi conciencia está cautiva a la Palabra de Dios. No puedo ni quiero retractarme de nada, porque ir contra la conciencia no es justo ni seguro." Si la Biblia no establece el 25 de diciembre como el día del nacimiento de Cristo, no tenemos derecho a imponerlo como una práctica cristiana.

John Knox, el reformador escocés, afirmó: "Todo lo que no está ordenado por la Palabra de Dios es una invención humana, y adherirse a ello como si tuviera autoridad divina es idolatría." No se trata de condenar a quienes celebran la Navidad con buena intención, sino de despertarnos a la verdad. Como dice 2 Corintios 4:4, Satanás "ha cegado el entendimiento de los incrédulos," y a veces también confunde a los creyentes con tradiciones que parecen piadosas pero carecen de fundamento bíblico.
 
 
Una Invitación a la Fidelidad y la Obediencia
 
Amado hermano, te invito a reflexionar: ¿Qué sendero estás siguiendo? ¿Uno iluminado por las luces del mundo o por la luz de la Palabra? Ezequiel 9:4 promete una señal de salvación para quienes "gimen y claman" por las abominaciones, mientras que el juicio caerá sobre quienes persisten en el engaño (v. 6). El camino hacia la cruz es un camino de obediencia, no de conveniencia.

No necesitamos "cristianizar" lo pagano; necesitamos dejarlo atrás y aferrarnos a la verdad. Como dice el salmista: "Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino" (Salmos 119:105). Que nuestro caminar sea firme, no en fechas humanas, sino en la gracia soberana que nos lleva a la cruz. En Cristo tenemos libertad para adorar solo a Dios, sin las cadenas de las tradiciones humanas.

¿Y tú, qué piensas? Escudriña las Escrituras, examina la historia y deja que el Espíritu Santo guíe tu corazón. Que juntos podamos decir con Pablo: "He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe" (2 Timoteo 4:7). Ese es el camino verdadero, el que nos guía a la eternidad con nuestro Salvador.
 
Este artículo ha sido redactado desde una perspectiva reformada, enfatizando la autoridad de las Escrituras y la necesidad de rechazar cualquier práctica que no esté fundamentada en la Palabra de Dios. Que sea de bendición y edificación para todos los que lo lean.


jueves, 13 de marzo de 2025

Mateo 25:20 - El Líder Fiel



Imagen mostrando 1 timoteo 4:15



Un Reflejo de Cristo en Progreso y Servicio


Si alguien te pidiera definir qué es un líder, tal vez dirías algo simple: alguien a quien un grupo sigue, alguien que guía y orienta. Es una idea clara, cotidiana, que encontramos en la vida misma. Pero cuando miramos las páginas del Nuevo Testamento, pocos encarnan esa definición tan plenamente como el apóstol Pablo. No era un líder que buscaba aplausos o poder; era un hombre entregado a Cristo, guiando a otros con una pasión que ardía por la verdad. Y en una de sus cartas más personales, escrita a su discípulo Timoteo, nos deja un retrato del líder fiel, competente y eficaz. Sus palabras resuenan como un consejo directo, casi como si nos hablara hoy: “Que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos… Pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (1 Timoteo 4:15-16). En esas líneas se esconden tres cualidades esenciales: un progreso evidente, un beneficio personal y un impacto colectivo. Son el corazón de lo que significa liderar para la gloria de Dios.



Un Progreso que Todos Puedan Ver


Imagina a Timoteo, joven y quizás inseguro, preguntándole a Pablo: "¿Por qué me pides que me dedique tanto a estudiar y enseñar la Palabra?". La respuesta del apóstol es directa: "Para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos". No se trata de un esfuerzo vacío ni de una rutina religiosa; es una vida de diligencia que muestra un progreso espiritual claro, visible, imposible de ignorar. Un líder fiel no se queda estancado. Si Cristo le dio cinco talentos, no se conforma con devolver cinco; busca ganar cinco más (Mateo 25:20). Su vida es como una parábola viva: lo que cree se refleja en lo que hace, en público y en privado. Hay una armonía entre su doctrina y su conducta, entre lo que predica y lo que practica.

Esto no es automático. Vivir así requiere esfuerzo, un compromiso constante con la Palabra y una mirada fija en agradar a Dios, no a los hombres. Jesús lo dijo sin rodeos: “Ninguno puede servir a dos señores… No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24). Un líder fiel no se mueve por intereses personales ni por las ventajas terrenales que el ministerio pueda ofrecer. No busca el pan que sacia el estómago, como aquellos que seguían a Jesús solo por los milagros (Juan 6:26); busca al Pan de Vida que transforma el alma. Si algo más —dinero, fama, comodidad— toma el control de su corazón, ese algo se convierte en su amo, y Cristo queda relegado. Pero el líder fiel tiene un solo Señor, y su mayor gozo es estudiar cómo agradarlo, no cómo impresionar a la multitud.

Piensa en Pablo mismo. Naufragios, prisiones, azotes (2 Corintios 11:23-25) —nada de eso lo detuvo. Su progreso era evidente: un hombre que pasó de perseguir a la iglesia a plantar iglesias por todo el mundo conocido. Su vida era un testimonio vivo de lo que creía, y quienes lo veían no podían negarlo. Un líder fiel no es un letrero que señala el camino y se queda atrás; es un viajero que avanza hacia Cristo y lleva a otros consigo.



Un Beneficio que Empieza en Casa


Pero Pablo no se detiene ahí. Le dice a Timoteo: “Haciendo esto, te salvarás a ti mismo”. A primera vista, suena extraño. ¿Timoteo no era ya un creyente, un discípulo fiel? ¿De qué salvación habla? No se refiere a la salvación eterna que Cristo ya aseguró en la cruz; habla de una salvación diaria, una liberación constante del pecado que aún acecha en nosotros. Sí, fuimos perdonados del pecado original, pero seguimos luchando con ese "pecado remanente" que Pablo describe como una batalla interna (Romanos 7:19-20). El líder fiel no solo predica para otros; se predica a sí mismo, se sumerge en la lectura, la exhortación y la enseñanza (1 Timoteo 4:13) para que su propia alma sea preservada y fortalecida.

Es como si Pablo dijera: "Timoteo, ocúpate en estas cosas, pero empieza contigo". Antes de alumbrar a otros, asegúrate de que la luz brille en ti. “No descuides el don que hay en ti… Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas” (1 Timoteo 4:14-15). Un líder que no cuida su propia vida espiritual es como una lámpara sin aceite: no puede iluminar a nadie. Su estudio de la Palabra, su oración, su lucha contra el pecado no son solo herramientas para el ministerio; son el oxígeno que lo mantiene vivo en la fe. Es un buen hombre antes de ser un buen líder, transformado por el evangelio que enseña, para que su vida sea un reflejo de Cristo.

Mira a los ejemplos que Dios puso en las Escrituras. Lot en Sodoma, rodeado de corrupción, pero preservado por su fe (2 Pedro 2:7-8). Dos creyentes en la casa de Nerón, brillando en medio de la oscuridad (Filipenses 4:22). Una "hermanita" en la casa de Lamán, un destello de gracia entre espinas. Estos líderes fieles no solo sobrevivieron; su fidelidad personal los sostuvo para ser luz donde Dios los plantó. El líder fiel sabe que no puede dar lo que no tiene, y por eso cuida su alma con la misma diligencia que cuida a su rebaño.



Un Impacto que Salva a Otros


Y luego viene el fruto colectivo: “Haciendo esto… salvarás a los que te oyeren”. Aquí está el propósito final del líder fiel. No puede haber esperanza de guiar a otros a la salvación si él mismo no está arraigado en ella. El orden del versículo no es casual: primero te salvas a ti mismo, luego a los que te escuchan. Es un prerrequisito, una cadena inseparable. ¿Y quiénes son "los que te oyeren"? Son el pueblo que Dios le confía, aquellos que reciben su enseñanza con fe. La tarea principal del líder cristiano no es organizar eventos, llenar bancas o inspirar emociones; es predicar la Palabra de Dios con claridad y poder, para que otros encuentren la vida en Cristo.

Esto no es un juego de números ni un espectáculo de popularidad. El líder fiel no mide su éxito por los aplausos, sino por el impacto de la verdad en las almas. Pablo lo vivió y lo enseñó: “Rechazamos los tapujos de vergüenza, no procediendo con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino que, por la clara demostración de la verdad, nos recomendamos a nosotros mismos a toda conciencia humana delante de Dios” (2 Corintios 4:2). No hay engaño, no hay manipulación; solo la Palabra pura, expuesta con sinceridad. Cuando Jesús predicó, algunos lo alabaron, otros lo abandonaron (Juan 6:66), pero Él no buscó los elogios por Su elocuencia o sabiduría; buscó que la verdad transformara corazones. El líder fiel sigue ese ejemplo: su gozo no está en que lo admiren, sino en que otros experimenten el poder salvador de Dios.

He visto líderes así. Un pastor en un pueblo pequeño, sin grandes recursos, predicaba cada domingo con una Biblia gastada y un corazón humilde. No tenía micrófono ni proyector, pero sus palabras, llenas de verdad, llevaron a una familia entera al arrepentimiento. Su progreso era evidente, su vida intachable, y su enseñanza cambió vidas. Ese es el líder fiel: no un showman, sino un siervo que vive lo que predica.

Un Llamado a la Fidelidad

Entonces, ¿qué hace a un líder fiel? No es el éxito que el mundo aplaude ni el carisma que llena auditorios. Es un progreso espiritual que todos pueden ver, una vida preservada del pecado por la Palabra, y un ministerio que lleva a otros a Cristo. No está en nuestro poder garantizar los resultados —eso es obra de Dios—, pero sí podemos ser diligentes, como si todo dependiera de nosotros, confiando en que Él obra a través de nuestra fidelidad. El líder fiel no vive para el aplauso humano; vive para la gloria de Aquel que lo llamó. Su identidad no está en lo que otros dicen de él, sino en el evangelio que proclama.

Mira tu vida. Si lideras —en una iglesia, un grupo, una familia—, pregúntate: ¿Es mi progreso evidente? ¿Estoy creciendo en mi fe, o me he estancado? ¿Cuido mi propia alma, o predico sin practicar? ¿Llevo a otros a Cristo con la verdad, o solo busco su aprobación? El líder fiel no es perfecto, pero sí es constante, humilde, entregado. Es un reflejo de Cristo, no un eco del mundo. Que nuestro liderazgo sea como el de Pablo: un testimonio vivo de la gracia que nos salva y nos envía a salvar a otros. Porque al final, no se trata de nosotros; se trata de Él. Amén.



Mateo 7:20 - El Mejor Amigo de un Falso Maestro.



Una mana de lobos aullando en medio de un bosque



El Cómplice Involuntario del Engaño


Hay un predicador en el escenario, con una voz que resuena como un tambor y una sonrisa que parece prometer el mundo. Habla de victorias, de abundancia, de un "poder" que supuestamente llevas dentro. La gente lo escucha embelesada, algunos toman notas, otros graban videos para compartir en redes sociales. Pero detrás de esas palabras brillantes hay un lobo con piel de oveja, un falso maestro que desvía almas del camino estrecho hacia un precipicio disfrazado de bendición. Y aunque él sea el que teje la mentira, su éxito depende de alguien más: su mejor amigo.

No es un conspirador malvado ni un socio consciente de su plan; es alguien como tú o como yo, alguien que, sin mala intención, se convierte en el pilar que sostiene su engaño.

¿Quién es este mejor amigo?


Es el que no lee bien su Biblia, el que prefiere la pereza al esfuerzo de buscar la verdad, el que no entiende el valor de lo que Dios habla en Su Palabra.

Este amigo no es un extraño. Lo encuentras en las bancas de la iglesia, en los comentarios de Facebook, en las conversaciones casuales sobre fe. Es el que se traga las charlatanerías de estos lobos porque nunca se ha detenido a contrastarlas con la Escritura. Jesús lo advirtió:

“Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20),

pero este amigo no sabe qué frutos buscar porque su Biblia está cerrada, acumulando polvo en un rincón. Prefiere las mentiras dulces —"Eres más que vencedor", "Dentro de ti hay un campeón"— a la verdad dura de que somos pecadores necesitados de un Salvador (Romanos 3:23). No se da cuenta de lo que pierde al rechazar la luz de la Palabra por los vientos doctrinales que lo arrastran. Estos vientos no buscan su bien; buscan su bolsillo —plata, más plata, siempre plata—. Él cree que está ganando, pero es una víctima, alejándose del cielo mientras el falso maestro lo empuja, paso a paso, hacia el infierno.

Mira cómo opera este amigo. El falso maestro dice: "Declara tu bendición, siembra tu ofrenda, y Dios te prosperará". Y este aliado, sin pensarlo dos veces, comparte el mensaje en redes sociales con un "¡Amén!" entusiasta.

Lo repite a sus amigos, lo defiende en charlas, convirtiéndose en un eco de lo que Dios aborrece. Pablo lo llamó sin rodeos:

“Hombres de mente corrompida… que tienen la piedad como fuente de ganancia” (1 Timoteo 6:5).

Pero este amigo no lo ve. Da credibilidad a lo despreciable, amplificando el alcance del engaño. Cada "me gusta", cada publicación compartida, es una mano que ayuda al falso maestro a atrapar a más almas desprevenidas. Sin querer, se convierte en un megáfono de la condenación, todo por no tomarse el tiempo de abrir la Biblia y preguntar: "¿Esto es verdad?".


Una ironía que corta como cuchillo


Este mejor amigo a menudo es también el mejor aliado del ateo. Suena extraño, pero es real. Los críticos de la fe —esos que rechazan a Cristo y se burlan de la iglesia— suelen tener un olfato agudo para detectar a los charlatanes "cristianos". Ven las promesas vacías, los jets privados, las manipulaciones emocionales, y dicen: "Esto es todo lo que ofrece el cristianismo: un show de codicia". El amigo, al compartir esas enseñanzas torcidas, les da la razón. Les entrega un retrato falso de la fe —uno sin cruz, sin arrepentimiento, sin santidad— y los aleja aún más del evangelio verdadero. Es un daño doble: fortalece al falso maestro y arma a los enemigos de la cruz, todo porque no ha aprendido a discernir.

A veces, este amigo toma la forma de un líder. Es el pastor o el anciano que abre su púlpito al predicador itinerante, pensando: "Traerá más gente, llenará las arcas". No le importa si lo que se predica es veneno, siempre que las luces brillen y las ofrendas lleguen. Es un eco del pragmatismo que Jesús rechazó cuando limpió el templo de los mercaderes (Juan 2:16). Otras veces, es un fanático ciego. Puedes sentarte con él, abrir las Escrituras, mostrarle cómo “muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1 Juan 4:1), y aun así no cederá. Su mente está atrofiada por años de mensajes vacíos. Se enojará contigo, te acusará de dividir, mientras abraza al que lo engaña con una devoción que desafía la lógica.



Y luego está el que defiende al falso maestro con versículos mal entendidos. "No juzguen", dice, sacando Mateo 7:1 de contexto, ignorando que Jesús también dijo:

“Guardaos de los falsos profetas” (Mateo 7:15).

O clama por la "unión" cristiana, sin ver que Pablo llamó a apartarnos de quienes predican otro evangelio (Gálatas 1:8-9). Este amigo confunde tolerancia con amor, y en nombre de la paz, deja que las herejías se cuelen como hierba mala. No se indigna cuando se predica un Cristo falso, pero sí arde de furia si alguien lo denuncia, gritando: "¡Eso causa confusión!". No ha aprendido que obedecer a Dios pesa más que agradar a los hombres (Hechos 5:29), que no todo lo que suena bonito viene de Él.

Recuerdo a un hermano que seguía a un predicador famoso, (no diré el nombre del predicador, pero su nombre literal es “Dinero en Efectivo”). "Me motiva", decía, mientras compartía videos de promesas de riqueza. Le mostré cómo ese hombre torcía Romanos 8:37 —"Somos más que vencedores"— para vender un evangelio de éxito terrenal, cuando Pablo hablaba de victoria en Cristo a pesar de las aflicciones (Romanos 8:35-39).

Su respuesta fue un ceño fruncido: "No seas tan crítico". Su Biblia seguía cerrada, y su fe seguía atada a un espejismo. Otro caso fue un líder que invitó a un "profeta" a su iglesia. Las ofrendas subieron, pero meses después, la congregación estaba llena de desilusionados que abandonaron la fe cuando los "milagros" no llegaron. El líder se encogió de hombros: "Al menos lo intentamos". La pereza y la ceguera habían hecho su trabajo.

El mejor amigo de un falso maestro no es un monstruo; es alguien común, atrapado por su propia desidia o credulidad. Pero su complicidad no pasa desapercibida ante Dios. La Palabra es clara:

“Reprended a los que andan desordenadamente” (2 Tesalonicenses 3:6). “Guardaos de los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina” (Romanos 16:17).

El día que este amigo esté frente al Señor, no podrá culpar al charlatán por su desobediencia. “Nunca os conocí” (Mateo 7:23) será el eco de una vida que prefirió mentiras a la verdad, y créeme, no quieres estar en sus zapatos cuando ese momento llegue.

Pero no todo está perdido. Este amigo puede romper las cadenas del engaño. Puede dejar de ser el mejor amigo del falso maestro y convertirse en su mayor enemigo: alguien que ama la Palabra, que la lee con diligencia, que la proclama con fuego. Imagina si tomara su Biblia y viera que la verdadera riqueza no es oro, sino Cristo (Colosenses 2:3). Si entendiera que el poder no está en sus declaraciones, sino en el Espíritu que obra en él (Efesios 3:20). Si, en lugar de compartir frases vacías, denunciara a los lobos como Jesús y los apóstoles lo hicieron (Mateo 23:13; 2 Pedro 2:1). Ese cambio no solo lo salvaría a él; sería una luz para otros atrapados en la oscuridad.

1 Timoteo 4:7-8 - Un Testimonio Personal sobre los Encuentros.

 
imagen de un grupo de personas en una iglesia, reunidos en un tipo de encuentro espiritual.




Entre el Éxtasis y la Verdad


No escribo estas palabras para atacar ni despreciar a quienes han encontrado su camino a Dios a través del movimiento carismático o pentecostal. Al contrario, mi propio viaje con el Señor comenzó en una iglesia carismatica, un lugar donde, por primera vez, sentí el toque de Su amor —o más bien, donde Él me conoció, como dice Gálatas 4:9—. Allí me enamoré de Dios, de Su Palabra, de Su presencia. Claro, a veces me sentía fuera de lugar entre las manifestaciones intensas, los gritos y las emociones desbordadas, pero no puedo negar que buscaba al Dios vivo, y Él, en Su gracia, me encontró en medio de ese torbellino. Sin embargo, con el tiempo, ciertas prácticas que vi y viví me llevaron a cuestionarme. Una de ellas, en particular, marcó mi vida: los llamados "Encuentros con Dios". Quiero compartir mi historia, no para condenar, sino para reflexionar sobre lo que experimenté, cómo se originó esta práctica y, sobre todo, cómo se alinea —o no— con lo que la Biblia nos enseña.



Los Orígenes: De Colombia al Mundo


Rastrear el nacimiento de los Encuentros no es tarea sencilla, pero muchas pistas apuntan a Colombia. La Iglesia Misión Carismática Internacional, conocida después como G12, parece haber sido la cuna de esta práctica. En sus inicios, los Encuentros prometían ser un espacio transformador: un retiro donde los creyentes podían sanar heridas, romper cadenas y ser empoderados para una vida "exitosamente cristiana". Miles asistieron a esos primeros eventos y regresaron contando historias de experiencias "increíbles", lo que encendió una chispa que no tardó en propagarse. Otras iglesias en Colombia adoptaron la idea, y pronto el fuego cruzó fronteras, llegando a países de América Latina y más allá, hasta tocar las puertas de megaiglesias como Casa de Dios en Guatemala. Como un efecto dominó, congregaciones de todo tipo hicieron suya esta práctica, adaptándola a sus contextos, pero siempre con el mismo propósito: ofrecer un encuentro sobrenatural que dejara a los participantes renovados y listos para conquistar sus vidas.




Mi Encuentro: Una Montaña Rusa Emocional


Mi propia experiencia comenzó con una mezcla de curiosidad y expectativa. En mi iglesia, los líderes nos prepararon con entusiasmo. "El Encuentro es un retiro espiritual", nos explicaron, "un momento para encontrarte con Dios de manera poderosa". Antes de partir, nos dieron una hoja anónima para llenar —una lista extensa de pecados que supuestamente debíamos confesar—. Había cosas comunes como mentir o enojarse, pero también pecados extraños y oscuros: ocultismo, rosacruces, proyección mental, pedofilia. Recuerdo sentirme incómodo, no solo por la intimidad de la tarea, sino porque muchos de esos términos eran desconocidos para mí y otros en el grupo. ¿Por qué nos pedían confesar cosas que ni siquiera entendíamos? Terminamos la reunión con una oración y una fecha: el Encuentro estaba cerca.

El día llegó, el ambiente era eléctrico. Entre sesión y sesión, veía a compañeros prorrumpir en llanto profundo, reír sin control, reconciliarse con otros en abrazos emotivos. Algunos parecían manifestar posesiones demoníacas, retorciéndose mientras los líderes oraban con autoridad. Yo observaba, esperando mi momento, deseando sentir algo. Uno de los puntos más altos fue cuando trajeron una cruz al centro. Nos pidieron escribir en sobres lo que queríamos dejar atrás —pecados, culpas, heridas— y clavarlos en esa cruz mientras sonaba una canción sobre el amor de Dios. Las lágrimas corrían por muchos rostros, y el fuego emocional ardía con fuerza. Los líderes nos consolaban, avivando las llamas de ese fervor colectivo.

La última sesión fue el clímax. Anticipaba que allí, al fin, encontraría a Dios de manera tangible. Los líderes impusieron manos, y muchos empezaron a temblar, caer al suelo, hablar en lenguas. Yo, sin embargo, no sentía nada. Me esforzaba, cerraba los ojos, levantaba las manos, pero el "fuego" no llegaba. Entonces, la esposa del pastor (Noemí creo que se llamaba) se acercó y me dijo: "Créelo, Andrés". Empujando su dedo contra mi pecho, tratando de tumbarme, pero nada pasaba. Ella insistió: "Déjate tocar". Confundido pero desesperado por experimentar algo, comencé a tambalearme. Pero nada pasó. De repente, decidí sentarme en el piso. No sé qué fue —si un chiste sobrenatural o un desborde emocional—, pero me inundó una risa fuerte, mezcla de gozo y alivio. Lloré, grité, sentí que al fin me había encontrado con Dios. O eso pensé.

Al regresar, el servicio dominical fue un estallido de testimonios. Las 70 personas que fuimos al Encuentro compartimos historias de restauración: reconciliaciones con esposas, padres, amigos. Nos comprometimos a servir y amar a Dios con nuevo vigor. Esa noche, en casa, sentía que flotaba en un éxtasis espiritual. Oré con fervor, leí la Biblia con pasión. Pero a la tercera semana, algo cambió. El fuego se apagó. Orar era un esfuerzo, las tentaciones me golpeaban con fuerza, y una culpa pesada me aplastaba al no poder recrear esa sensación del Encuentro. Mi fe se volvió una búsqueda desesperada de emociones, un ciclo de altibajos que dependía de sentir a Dios físicamente. Con el tiempo, descubrí que no estaba solo: mis compañeros confesaron lo mismo. Algunos incluso abandonaron la fe por completo. ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba el Dios que creí encontrar?



La Verdad de las Escrituras: Un Contraste Revelador


Con los años, al mirar atrás y sumergirme en la Palabra, encontré respuestas que me confrontaron. Los Encuentros, con toda su intensidad y buenas intenciones, chocaban con verdades bíblicas que no podía ignorar. No niego que Dios pueda obrar en cualquier lugar —incluso en un retiro como ese—pero las prácticas y expectativas que viví me llevaron a cuestionar su fundamento.

Primero, la Biblia nos dice que no necesitamos un evento especial para encontrar a Dios. Pablo, predicando en Atenas, lo expresó así:

“Para que buscaran a Dios, y de alguna manera, palpando, Lo hallen, aunque Él no está lejos de ninguno de nosotros. Porque en Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17:27-28).

Dios no está escondido en un campamento remoto ni confinado a un fin de semana de emociones altas. Está cerca, siempre presente, accesible en cada momento de nuestra vida. El Encuentro me hizo sentir que necesitaba algo extraordinario para conectar con Él, pero la Escritura me mostró que Él ya estaba conmigo.

Segundo, las enseñanzas sobre pecados y maldiciones generacionales, tan centrales en el Encuentro, no resisten el escrutinio bíblico. Sí, el Antiguo Testamento menciona consecuencias generacionales (Éxodo 20:5), pero en Cristo todo cambia. Pablo escribe:

“Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, ahora han sido hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).

Es una declaración absoluta: en la cruz, las maldiciones se rompieron, el pasado quedó atrás. No hay cristianos "bajo maldición" que necesiten un ritual especial para ser libres. El Encuentro me hizo buscar espíritus y ataduras que, en Cristo, ya no tienen poder sobre mí.

Tercero, mi experiencia me enseñó a depender de emociones intensas —llanto, éxtasis, manifestaciones—, pero la Biblia llama a una fe diferente. Pablo aconseja a Timoteo:

“Nada tengas que ver con las fábulas profanas… Más bien disciplínate a ti mismo para la piedad” (1 Timoteo 4:7-8).

La vida cristiana no es una montaña rusa emocional; es una disciplina diaria de oración, estudio y obediencia. Las lágrimas y el gozo pueden venir, pero no son el objetivo. Mi búsqueda de "sentir" a Dios me dejó vacío cuando las emociones se desvanecieron, porque no estaba arraigado en la constancia de Su verdad.

Cuarto, los Encuentros prometían sanidad y éxito en pocos días, pero la santificación no funciona así. Pablo escribe:

“El que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús” (Filipenses 1:6).

Es un proceso de toda la vida, obra del Espíritu Santo, no de métodos humanos ni retiros intensivos. Quise salir del Encuentro transformado al instante, pero la Biblia me enseñó que el cambio es gradual, paciente, divino.

Finalmente, entendí que no necesitaba un Encuentro para encontrar a Dios; lo necesitaba a Él en Su Palabra. Pablo le dice a Timoteo:

“Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden dar la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:15-16).

La Biblia es suficiente. En ella, Dios se revela, me habla, me transforma. No necesito lenguas forzadas ni sobres clavados en una cruz; necesito a Cristo, y Él está en cada página de Su Palabra.



El Verdadero Encuentro


Mirando atrás, no dudo que Dios usó ese Encuentro para mostrarme Su amor, pero también para enseñarme una lección mayor. Lo que viví fue real —las emociones, las reconciliaciones, el deseo de Él—, pero no era sostenible ni bíblico en su forma. El "milagro" que busqué en desmayos y sensaciones no era el verdadero encuentro que Dios ofrece: una relación diaria, humilde, fundada en Su verdad. Hoy, mi fe no depende de un campamento ni de un éxtasis pasajero. Encuentro a Dios en mi Biblia, en la oración tranquila, en la vida ordinaria donde Él promete estar.

Si has pasado por un Encuentro, no te juzgo. Dios obra donde quiere. Pero te invito a mirar la Palabra. Pregúntate: ¿Buscas a Dios en emociones o en Su revelación? ¿Dependes de un evento o de Su presencia constante? Mi testimonio no es una crítica vacía; es una súplica para que volvamos a lo que realmente nos sostiene: Cristo, Su cruz, Su Palabra. Ahí está el verdadero encuentro, y no hay campamento que lo supere.


Mateo 19:23-24 - ¿Enseñamos como fariseos o como seguidores de Cristo?


imagen de un grupo de fariseos antiguos, en la ciudad de israel, con caras de disgusto.


Una Reflexión sobre Riqueza y Devoción


En los días de Jesús, los fariseos caminaban por las calles de Judea con una certeza que resonaba en cada paso:


La riqueza era la tarjeta de presentación de los favoritos de Dios.

Para ellos, las bendiciones materiales no solo eran compatibles con la devoción a Dios; eran la prueba irrefutable de Su aprobación. Si tenías oro en tus bolsillos, eras de los elegidos, un hijo predilecto del cielo. Los ricos podían dar grandes limosnas, financiar sacrificios en el templo, ostentar su piedad con ofrendas generosas, y por eso, en la mentalidad popular que los fariseos alimentaban, se asumía que tenían un boleto asegurado al reino de Dios.

La pobreza, en cambio, era un signo de desdén divino, una marca de los olvidados. Era una teología conveniente, una que elevaba a los poderosos y justificaba su amor por el dinero sin cuestionar su corazón.



Pero entonces llegó Jesús, y con unas pocas palabras derribó ese castillo de arena. Frente a un joven rico que buscaba la vida eterna, Jesús lo desafió a vender todo y seguirle (Mateo 19:21). Cuando el hombre se alejó triste, aferrado a sus posesiones, Jesús se volvió a Sus discípulos y dijo:

“Les aseguro que es muy difícil que una persona rica entre en el reino de Dios. En realidad, es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, que para una persona rica entrar en el reino de Dios” (Mateo 19:23-24).



La imagen era absurda, casi cómica, pero el mensaje era devastador: la riqueza no era un pasaporte al cielo; podía ser una cadena que te arrastrara lejos de él. Y no se detuvo ahí. En otra ocasión, mirando a la multitud, afirmó:

“Ningún esclavo puede trabajar al mismo tiempo para dos amos, porque siempre obedecerá o amará a uno más que al otro. Del mismo modo, tampoco ustedes pueden servir al mismo tiempo a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24).



No había término medio, no había compatibilidad posible. O amas a Dios, o amas el dinero. Punto.

Estas palabras debieron sonar como un trueno en los oídos de los fariseos.

No solo destruían la idea de que las riquezas eran una señal de favor divino; también demolían la noción de que podías ganarte el cielo con tus méritos, fueran limosnas o cualquier otra obra. Jesús no vino a reforzar una teología que exaltaba al hombre; vino a revelar un evangelio que humillaba al orgulloso y elevaba al humilde.



Pablo, años después, tomó el relevo y dejó claro que este mensaje no era negociable. Escribiendo a Timoteo, advirtió:

“Los que solo piensan en ser ricos caen en las trampas de Satanás… Porque todos los males comienzan cuando solo se piensa en el dinero. Por el deseo de amontonarlo, muchos se olvidaron de obedecer a Dios y acabaron por tener muchos problemas y sufrimientos” (1 Timoteo 6:9-10).

Y a los ricos que ya tenían riqueza, les dijo:

“Adviérteles que no sean orgullosos ni confíen en sus riquezas… Mándales que hagan el bien, que se hagan ricos en buenas acciones” (1 Timoteo 6:17-18).

La riqueza no era una medalla de honor; era una responsabilidad, y mal manejada, un peligro.

Sin embargo, si damos un vistazo a muchas iglesias hoy, parece que la enseñanza farisaica nunca murió. En púlpitos relucientes y pantallas gigantes, escuchamos ecos de aquella vieja mentira:

"Cuanto más tienes, más te ama Dios. Si tu cuenta bancaria crece, es porque estás en el centro de Su bendición".



Se nos dice que la prosperidad material es la prueba de que estamos haciendo las cosas bien, que somos un orgullo para el Señor. Algunos incluso miden la fe por los ceros en el cheque:

"Si das mucho, recibirás más; si tienes una casa grande o un auto nuevo, es porque Dios te ha aprobado".



Pero si esto fuera cierto, ¿qué diremos de los cristianos en Cuba o en África? En la isla, donde no hay edificios ostentosos ni carteles deslumbrantes, una iglesia humilde ha plantado sesenta iglesias, y una de esas ha sembrado otras veinticinco. No hay extravagancia, solo discípulos que toman a Jesús en serio, yendo, bautizando, enseñando, multiplicando la fe de costa a costa. ¿Acaso Dios no los ama porque no tienen riquezas visibles? ¿O será que Su bendición se mide con otro estándar?



Jesús nos dio la respuesta en un momento que pasó casi desapercibido en el templo. Sentado frente a las cajas de ofrendas, observó a la gente depositar su dinero. Los ricos echaban grandes sumas, y la multitud probablemente asentía con aprobación:

"Mira cuánto dan, qué bendecidos son". Pero entonces llegó una viuda pobre, con dos moneditas que apenas valían nada, y las dejó caer en la caja. Jesús llamó a Sus discípulos y dijo: “Les aseguro que esta viuda pobre dio más que todos los ricos. Porque todos ellos dieron de lo que les sobraba, pero ella, que es tan pobre, dio todo lo que tenía para vivir” (Marcos 12:43-44).



No era la cantidad lo que impresionó a Jesús; era el corazón. Los ricos daban para ser vistos, para reforzar su estatus; la viuda dio por devoción, sin calcular el costo. Dios no estaba mirando su dinero; estaba mirando su entrega.

Aquí está el punto que los fariseos —y muchos hoy— pasan por alto:

Dios no necesita nuestro dinero.



No está impresionado por nuestras ofrendas cuantiosas ni por nuestras posesiones terrenales. Lo que Él busca es un corazón rendido, una vida que confíe en Él por encima de todo. Dar no es un medio para comprar Su aprobación o asegurar un lugar en el cielo; es una respuesta de gratitud a lo que Jesús ya nos dio. Porque, seamos honestos, ¿qué podemos ofrecerle que se compare con la cruz? Cristo lo dio todo —Su vida, Su sangre— para pagar una deuda que nunca saldaremos. Aunque viviéramos mil años o pasáramos la eternidad cantando Sus alabanzas (Apocalipsis 7:9-12), no podríamos igualar lo que Él hizo por nosotros. Si no tenemos nada material, lo tenemos todo en Él. Nuestro mayor tesoro no es un saldo bancario; es saber que el Señor está con nosotros día y noche.


¿Por qué seguimos enseñando como fariseos?



¿Por qué medimos la fe por las "bendiciones" recibidas y nos autoevaluamos como dignos basados en lo que poseemos? Pablo lo dijo mejor que nadie:

“Cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo… por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Filipenses 3:7-8).



Para Pablo, las riquezas terrenales no eran un signo de aprobación divina; eran estiércol comparadas con conocer a Jesús. Y nos advirtió:

“Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12).



Confiar en nuestras posesiones para sentirnos justos es una trampa, un desenfoque siniestro que nos aleja de la verdad.



Hablando de desenfoques, hay quienes tuercen Mateo 7:15-20 —"por sus frutos los conoceréis"— para justificar esta mentalidad. "Mira mis frutos", dicen, señalando sus mega iglesias, sus ofrendas abundantes, sus vidas prósperas. Pero Jesús no estaba hablando de riqueza ni de éxito terrenal.



Estaba advirtiendo sobre falsos profetas:

“Son como lobos rapaces… El árbol bueno da frutos buenos, y el árbol malo da frutos malos”.



El fruto que Dios busca no es el que nosotros consideramos "bueno" —dinero, fama, edificios grandes—; es el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23), la obediencia a Su Palabra, la humildad que refleja a Cristo.



Si las mega iglesias fueran la medida, el islam, el hinduismo o el catolicismo serían "aprobados" por Dios. Pero el tamaño no prueba nada; el corazón sí.

Entonces, ¿enseñamos como fariseos o como seguidores de Cristo? Si predicamos que la riqueza es la señal del favor divino, que dar más nos hace más santos, que el éxito terrenal nos certifica ante Dios, estamos repitiendo el error de los fariseos. Pero si enseñamos como Jesús —que el reino de Dios es para los humildes, que no podemos servir a dos amos, que nuestro tesoro está en Él y no en este mundo—, entonces reflejamos al Maestro.

No se trata de cuánto tenemos para dar, sino de cuánto estamos dispuestos a entregarle a Él, incluso cuando no tenemos nada. No se trata de jactarnos de nuestros "frutos"; se trata de dejar que Dios, no nosotros, juzgue si son buenos.

Te invito a mirar tu vida y tu iglesia. ¿Dónde está tu confianza? ¿En las bendiciones materiales que te hacen sentir aprobado? ¿O en Cristo, que dio todo por ti? Escudriña las Escrituras, confronta tu corazón, y deja que Dios te muestre la verdad. Porque al final, no son las riquezas las que nos llevan al cielo; es el Rey que se hizo pobre para hacernos ricos en Él (2 Corintios 8:9).

Que nuestro dar, nuestra fe y nuestra enseñanza sean un eco de Su evangelio, no de los fariseos.