• Malaquías 3:10 es uno de esos versículos que resuena en casi todas las iglesias donde el dinero y la fe se cruzan.
  • En muchas iglesias contemporáneas, es común escuchar a líderes autoproclamarse "apóstoles", reclamando una autoridad especial y un estatus elevado dentro del cuerpo de Cristo.
  • En muchos círculos cristianos, Apocalipsis 3:20 se ha convertido en un versículo emblemático para el evangelismo.
  • La doctrina de la "confesión positiva" enseña que nuestras palabras tienen el poder de crear milagros, pero ¿es esto bíblico? Este artículo examina sus orígenes, contrastándolos con las Escrituras, y advierte sobre su peligrosa desviación del verdadero evangelio de Cristo.
  • La historia de la mujer con el flujo de sangre (Mateo 9:20-22, Marcos 5:25-34, Lucas 8:43-48) es más que un milagro físico: es una lección profunda sobre la verdadera fe. Más allá de la sanidad, Jesús le otorgó salvación, destacando que no fue el manto el que la curó, sino su confianza en Él. Este capítulo explora el significado espiritual de su historia y nos desafía a buscar a Cristo, no solo por sus milagros, sino por la vida eterna que ofrece.
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jueves, 13 de marzo de 2025

La verdadera Enseñanza de Malaquías 3:10.




Una biblia abierta sobre una mesa enseñando el versiculo malaquias 3:!0


Más Allá de la Prosperidad


Malaquías 3:10 es uno de esos versículos que resuena en casi todas las iglesias donde el dinero y la fe se cruzan:

“Traigan todo el diezmo al alfolí, para que haya alimento en Mi casa; y pónganme ahora a prueba en esto –dice el Señor de los ejércitos– si no les abro las ventanas de los cielos, y derramo para ustedes bendición hasta que sobreabunde. Por ustedes reprenderé al devorador…” (Malaquías 3:10-11).

Si has estado en un culto donde se habla de ofrendas, es probable que hayas escuchado esto como una promesa irresistible:

"Diezma, y Dios te hará prosperar. Ofrenda, y Él detendrá todo lo que amenaza tu economía".

Es un mensaje que suena a buena inversión: das un poco, y recibes mucho más. Pero, ¿es eso realmente lo que Malaquías estaba enseñando? ¿O hemos torcido un pasaje antiguo para que encaje en nuestras ambiciones modernas?

Imagina por un momento el escenario en que estas palabras fueron escritas. Estamos en Judá, unos cuatrocientos años antes de que Jesús naciera. El pueblo judío había regresado de su exilio en Babilonia, un castigo de setenta años por su idolatría y desobediencia. Dios había usado a hombres como Esdras, Hageo y Zacarías para reavivar la esperanza, para reconstruir el templo y restaurar la identidad de Israel como nación de Dios. Pero para cuando Malaquías toma la pluma, algo ha cambiado. La chispa inicial se ha apagado. El fervor se ha convertido en apatía, la obediencia en mediocridad. Los sacerdotes ofrecen sacrificios defectuosos, el pueblo se casa con extranjeros paganos, y los diezmos —esos recursos que sostenían el templo y a los levitas— han dejado de llegar. Es un tiempo de crisis espiritual, y Malaquías llega como la voz de Dios para confrontar a una nación que ha olvidado su pacto.

Ahora, retrocedamos un poco más. En Deuteronomio 28, Dios había dejado claro cómo funcionaba Su relación con Israel bajo la ley mosaica: obediencia traería bendiciones específicas —cosechas abundantes, paz en la tierra, prosperidad nacional—, mientras que la desobediencia traería maldiciones concretas —sequías, plagas, derrota ante los enemigos—.

Israel no era solo un pueblo; era una teocracia, una nación gobernada directamente por Dios a través de Su ley. Los diezmos no eran una ofrenda voluntaria como la entendemos hoy; eran un mandato, una contribución obligatoria para mantener el culto en el templo y sustentar a los sacerdotes y levitas que dependían de ellos para comer. Cuando Malaquías dice en el versículo 9,

“Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado”,

no está hablando de individuos que olvidaron dar el 10% de su sueldo; está señalando una desobediencia colectiva que ha puesto a toda la nación bajo el juicio de Dios.

En este contexto, “abriré las ventanas de los cielos” no es una metáfora vaga de riqueza ilimitada. Es una imagen de lluvia —literal y figurativa— que asegura buenas cosechas, algo vital para una sociedad agraria como la de Israel. Y “reprenderé al devorador” no se refiere a un ángel guardián que protege tu cuenta bancaria; habla de detener las plagas de langostas o las sequías que arruinaban los cultivos, formas de juicio que Dios enviaba bajo el pacto mosaico, como vemos en el libro de Joel. Cuando el pueblo retenía los diezmos, el templo se quedaba sin alimento, los levitas sin sustento, y la nación entera sufría las consecuencias de romper su compromiso con Dios. Pero si se arrepentían y obedecían, Dios prometía restaurar la bendición pactada. Es lo mismo que vemos en Hageo: cuando el pueblo dejó de construir el templo para enfocarse en sus propios hogares, las cosechas fallaron; cuando volvieron a priorizar a Dios, las bendiciones regresaron.

Entonces, ¿qué pasó con este pasaje? ¿Cómo llegamos de una reprensión a una nación teocrática desobediente a un eslogan de prosperidad personal? La respuesta está en el evangelio de la prosperidad, una teología que ha tomado Malaquías 3:10 y lo ha convertido en una herramienta para motivar —o manipular— a las personas.

"Diezma, y Dios te hará rico", dicen. "Ofrenda, y Él multiplicará tus finanzas".



Es una distorsión que odia el corazón del evangelio verdadero. En lugar de glorificar a Dios, este mensaje utiliza a Dios como un medio para nuestros fines egoístas. Pinta un cuadro donde el dar se convierte en una transacción:

yo te doy algo, Señor, y Tú me das más a cambio.

Y si no recibes la bendición prometida, la culpa es tuya: no tuviste suficiente fe, no diste lo suficiente. Es una mentira que ha alejado a muchos del evangelio auténtico, dejándolos resentidos cuando las promesas vacías no se cumplen.

Pero detengámonos aquí y seamos honestos: no vivimos en el Israel de Malaquías. No somos una teocracia bajo la ley mosaica. Las promesas de Deuteronomio 28 y las advertencias de Malaquías 3 fueron dadas a un pueblo específico en un tiempo específico, bajo un pacto que Jesús cumplió y transformó con Su sangre (Hebreos 8:13). El Nuevo Testamento no nos manda a diezmar como lo hacía la ley; en cambio, nos llama a ofrendar según hayamos prosperado y según lo que decidamos en nuestro corazón (1 Corintios 16:2; 2 Corintios 9:7). El 10% puede ser una guía útil —como lo es el descanso del sábado—, pero no es un mandato ni un límite. Para algunos, dar el 10% es solo el comienzo; para otros, en tiempos de escasez, podría ser menos. Lo que importa no es la cantidad, sino la actitud: un corazón alegre, generoso y confiado en Dios.

Y aquí está la diferencia más profunda: la motivación.


En el evangelio de la prosperidad, damos para recibir. En el evangelio de Cristo, damos porque ya hemos recibido. Jesús se dio a Sí mismo por nosotros, cargó nuestro pecado, nos rescató de la condenación y nos dio vida eterna. ¿Qué mayor motivación necesitamos? Cuando ofrendamos, no estamos negociando con Dios; estamos respondiendo con gratitud a Su gracia inmerecida. Estamos diciendo: "Todo lo que tengo es Tuyo, Señor, porque Tú me diste todo". Dar se convierte en un acto de adoración, una expresión de confianza en que Él es nuestro proveedor, no en que nosotros podemos manipularlo con nuestras ofrendas. Como dijo Agustín: "No es lo que posee el hombre lo que realmente importa, tanto como lo que posee al hombre". Nuestra disposición a dar revela si el dinero es nuestro amo o nuestro siervo, si nuestro corazón está puesto en las cosas de este mundo o en las de arriba.

¿Qué hacemos con Malaquías 3:10 hoy?


No lo tiremos por la ventana; es Palabra de Dios y tiene mucho que enseñarnos. Nos muestra la seriedad de la obediencia, la realidad del juicio divino y la fidelidad de Dios para bendecir a los Suyos.

Pero no lo saquemos de su contexto para convertirlo en una fórmula mágica de prosperidad. En lugar de usarlo para prometer riquezas a individuos, podemos aprender de él como iglesia: ¿Estamos siendo fieles con lo que Dios nos ha confiado? ¿Estamos apoyando la obra del evangelio con generosidad? ¿O estamos reteniendo para nosotros mismos lo que pertenece al servicio de Su reino?

Si alguna vez te han enseñado que diezmar es una inversión para tu cuenta bancaria, te invito a mirar más allá. El evangelio no se trata de lo que podemos sacarle a Dios; se trata de lo que Él ya nos dio en Cristo. No necesitamos torcer Malaquías para encontrar bendiciones, porque la mayor bendición ya es nuestra: la salvación por gracia mediante la fe. Que nuestro dar refleje esa verdad, no un ansia por más cosas, sino un amor por Aquel que lo dio todo. Y que, al compartir esta enseñanza con otros, corrijamos las falsas percepciones y proclamemos el evangelio que exalta a Cristo, no al hombre.


1 Juan 2:15 - ¿Tu Mejor Vida Ahora?


 
una pareja sentados en sillas de playa, ambos miran hacia la playa, se ve que están relajados disfrutando de la tranquilidad del mar y el sol


La Falsedad del Evangelio de la Prosperidad


“No améis al mundo ni las cosas que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.”


(1 Juan 2:15, RVR1960)

Una Promesa Engañosa

En el mundo religioso contemporáneo, hay un mensaje que resuena con fuerza entre las masas: la idea de que puedes tener “tu mejor vida ahora”. 
 
Predicadores como Joel Osteen, en su libro Su Mejor Vida Ahora, proclaman que cualquiera puede crear, mediante la fe y las palabras, los sueños que desee: salud, riqueza, felicidad, éxito y todo lo que el corazón anhele. Según esta enseñanza, si desarrollas una imagen positiva de abundancia, alegría y paz, y hablas palabras de poder, nada en esta tierra podrá impedir que lo obtengas. Osteen afirma: 
 
“Todos nosotros hemos nacido para la grandeza terrenal. Tú has nacido para ganar. Dios quiere que vivas en abundancia, tú naciste para ser un campeón”. Incluso llega a decir que hay “un milagro en tu boca” y que tus palabras pueden dar vida a tus sueños.

Este mensaje suena atractivo, especialmente para un mundo obsesionado con el bienestar material y la autosuficiencia. Pero hay un problema fundamental: es una mentira satánica que contradice la enseñanza clara de la Escritura. La única manera de que esta vida sea “tu mejor vida ahora” es si estás destinado al infierno, porque solo entonces este mundo sería lo mejor que jamás experimentarás. Para el verdadero creyente, la mejor vida no está aquí y ahora; está en la presencia de nuestro Salvador, cuando por fin estemos libres del pecado y postrados ante Él en adoración eterna. En este capítulo, confrontaremos estas falsas promesas con la verdad de la Palabra de Dios y veremos cómo la soberanía divina, no el poder humano, es la que define nuestra existencia.

El Mito del Poder Humano

El evangelio de la prosperidad, como lo presenta Osteen, se basa en una premisa fundamental: los hombres tienen el poder en sí mismos para cambiar sus vidas y crear su propia realidad. Según él, “Dios ya ha hecho todo lo que Él va a hacer, la pelota está en tu cancha”. Si visualizas el éxito, hablas palabras positivas y crees en ti mismo, nada podrá detenerte. Inclusive, algo tan trivial como encontrar un puesto en el estacionamiento del centro comercial se convierte en una prueba de este poder. Pero, ¿qué dice la Biblia sobre esta supuesta autonomía humana?

La Escritura nos presenta una visión radicalmente diferente. Jeremías 10:23 declara: “Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos”. Juan 3:27 añade: “No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo”. Y Deuteronomio 32:39 afirma con autoridad divina: “Yo soy Yo, y no hay Dios fuera de mí: Yo hago morir y Yo hago vivir; Yo hiero y Yo sano, y no hay quien libre de mi mano”. Lejos de ser los dueños de nuestro destino, dependemos completamente de la voluntad soberana de Dios. Él es quien forma la luz y crea las tinieblas, quien hace la paz y permite la adversidad (Isaías 45:7). No hay nada en esta tierra que escape a Su control, y mucho menos que dependa únicamente de nuestras palabras o pensamientos.

Esta idea de que “nada en esta tierra impedirá que tengas lo que quieras” no es más que una versión moderna de la ley de la atracción, una falsa doctrina que exalta al hombre y minimiza a Dios. Es un eco de las tentaciones de Satanás a Jesús en el desierto (Lucas 4:1-13). Allí, el diablo le ofreció satisfacción física (“convierte esta piedra en pan”), popularidad (“échate desde el pináculo y asombra a todos”) y riquezas terrenales (“todos los reinos del mundo serán tuyos si me adoras”). ¿Qué tienen en común estas ofertas con las promesas de Osteen? Son deseos de la carne, de los ojos y de la vanagloria de la vida, exactamente lo que 1 Juan 2:16 advierte que “no viene del Padre, sino del mundo”. Estas enseñanzas no son cristianas; son satánicas, diseñadas para apelar a los anhelos corruptos de una humanidad caída.

La Verdad Bíblica Sobre Nuestra Condición

El evangelio de la prosperidad pinta al hombre como inherentemente poderoso y digno de bendiciones materiales. Osteen dice: “Dios te ve como una persona valiente, fuerte y exitosa”. Pero la Biblia nos da un retrato muy diferente. Isaías 6:5 muestra la reacción de un hombre ante la santidad de Dios: “¡Ay de mí, muerto soy! ¡Yo, hombre de labios inmundos, que habito en medio de un pueblo de labios inmundos!”. Salmos 14:1-3 declara: “No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”. 
 
E Isaías 64:6 añade: “Todos nosotros somos como cosa impura, y nuestra justicia como trapo de menstruo”. Jesús mismo dijo a los incrédulos: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer” (Juan 8:44).

Lejos de ser campeones nacidos para la grandeza, somos pecadores caídos, esclavos del pecado y enemigos de Dios por naturaleza. Nuestra boca no contiene milagros, como afirma Osteen; está llena de inmundicia que solo la gracia de Dios puede limpiar. Pretender que nuestras palabras tienen el poder de “liberar” algo o de “dar vida a nuestros sueños” es arrogancia farisaica, como la del hombre en Lucas 18:11 que oró: “Dios, te doy gracias porque no soy como los demás”. Osteen incluso escribe con orgullo: “Te doy gracias, Padre, porque tengo tu favor”, reflejando esa misma actitud de autosuficiencia que la Escritura condena.

La Verdad No Se Define por Resultados

Osteen basa la validez de sus enseñanzas en una prueba pragmática: “Sé que estos principios son verdad porque funcionan para mí y mi esposa”. Pero, ¿es el éxito personal la medida de la verdad? Si algo “funciona”, ¿eso lo hace bíblico? La Escritura nos da un estándar completamente diferente. Jesús dijo: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31-32). Él afirmó: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6). Y en Su oración al Padre, pidió: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17). La verdad no se mide por resultados terrenales, sino por su conformidad con la Palabra de Dios.

Que las enseñanzas de la prosperidad “funcionen” para algunos no prueba su veracidad; demuestra su atractivo para los deseos caídos del hombre. Satanás es exitoso tentando porque ofrece lo que la carne anhela: salud, riqueza, poder y gloria terrenal. Pero todo eso es pasajero. Como dice 1 Juan 2:17: 
 
“El mundo está pasando, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. 
 
Los falsos maestros prosperan porque sus promesas resuenan con la corrupción del corazón humano, no porque reflejen la voluntad de Dios.

La Soberanía de Dios, No del Hombre

El evangelio de la prosperidad coloca al hombre en el centro, como si fuera el arquitecto de su propio destino. Pero la Biblia exalta a Dios como el soberano absoluto sobre todas las cosas. Éxodo 4:11 pregunta: “¿Quién dio la boca al hombre? ¿O quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová?”. Job 42:2 reconoce: “Reconozco tu gran poder; nadie puede impedirte llevar a cabo tus planes”. Y Proverbios 21:1 afirma: 
 
“En las manos de Dios los planes del rey son como un río: toman el curso que Dios quiere darles”. 
 
Dios se reserva el derecho de prosperarnos o afligirnos, de darnos mucho o poco, todo según Sus propósitos santos.

Estos predicadores odian al verdadero Dios porque temen que las personas descubran quién es Él realmente: un Dios de soberanía absoluta, conocimiento perfecto, sabiduría infinita y santidad inmaculada. Él no está preocupado por concedernos una vida de abundancia material aquí y ahora; Su prioridad es nuestra santificación y Su gloria eterna. Pretender que podemos manipular a Dios con nuestras palabras o pensamientos positivos es una afrenta a Su majestad.

Nuestra Mejor Vida: No Ahora, Sino en la Eternidad

Entonces, ¿es esta “tu mejor vida ahora”? No, gracias. Mi mejor vida no está en este mundo caído, donde lucho diariamente contra mi carne pecaminosa. Mi mejor vida comenzará cuando esté postrado a los pies de mi Señor, adorándolo y agradeciéndole por el sacrificio que llevó a cabo en la cruz para justificarme y permitirme entrar en Su reino. Ese día, libre del pecado y en la presencia de mi Salvador, será el comienzo de mi mejor vida.

Mientras tanto, estoy aquí, aferrado a la Palabra de Dios, sostenido por la fe que Él ha puesto en mí y fortalecido por Su Espíritu Santo. Día a día, batallo contra mi carne débil que ama el pecado, confiando en la fidelidad de Dios para guiarme, en Su fortaleza para sostenerme y en Su Palabra para iluminar mi camino. Su soberanía es mi paz, Su conocimiento mi alimento, Su sabiduría mi anhelo y Su santidad mi meta. Espero con ansias el día en que pueda decir, como Pablo:
 
 “He luchado por obedecer a Dios en todo, y lo he logrado; he llegado a la meta, y en ningún momento he dejado de confiar en Dios” 
(2 Timoteo 4:7, TLA).

Una Exhortación a Rechazar lo Falso y Abrazar lo Verdadero

Amado lector, te exhorto a rechazar las promesas vacías del evangelio de la prosperidad. No te dejes engañar por quienes te ofrecen salud, riqueza y éxito como si fueran el propósito de Dios para tu vida. Esas son las tentaciones de Satanás, no las bendiciones del Padre. En lugar de buscar “tu mejor vida ahora”, fija tus ojos en la eternidad. Confía en el Dios soberano que controla todas las cosas, que te ama lo suficiente como para disciplinarte en este mundo y prepararte para el próximo.

Vive para Su gloria, no para tus deseos. Y cuando las pruebas lleguen —porque la Biblia promete que vendrán (Juan 16:33)— recuerda que tu esperanza no está en las cosas temporales, sino en la victoria eterna que Cristo ya ha asegurado para los Suyos. Esa es la verdadera abundancia: no un estacionamiento lleno o una cuenta bancaria rebosante, sino una vida escondida con Cristo en Dios (Colosenses 3:3), aguardando el día en que lo veremos cara a cara.