Ninguna idea es más políticamente incorrecta entre el nuevo estilo de evangélicos de hoy en día, que la vieja idea fundamentalista de que vale la pena luchar por la verdad - incluyendo las proposiciones esenciales de la doctrina cristiana. De hecho, muchos creen que las discusiones por creencias religiosas son las más inútiles y arrogantes de todos los conflictos. Eso puede ser cierto – y lo es en los casos en los que las opiniones humanas son lo único que está en juego. Pero donde la Palabra de Dios habla con claridad, tenemos la obligación de obedecer, defender y proclamar la verdad que Él nos ha dado, y deberíamos hacerlo con una autoridad que refleje nuestra convicción de que Dios ha hablado con claridad e irrevocablemente. Esto es particularmente crucial en los contextos en donde las doctrinas cardinales del cristianismo bíblico están siendo atacadas.Por cierto, las verdades centrales de la Escritura siempre son atacadas.
La Escritura misma enseña claramente que el campo de batalla donde Satanás pelea su lucha cósmica contra Dios es ideológico. En otras palabras, la guerra en la que cada cristiano está involucrado, es ante todo un conflicto entre la verdad y el error, no meramente una competición entre obras buenas y malas. El principal objetivo de la estrategia de Satanás es confundir, negar y corromper la verdad con tanta falacia como sea posible, y eso significa que la batalla por la verdad es muy seria. Ser capaz de distinguir entre doctrina sana y el error, debería ser una de las mayores prioridades de todo cristiano - al igual que defender la verdad contra las falsas enseñanzas.Adopte esa postura en la actualidad, y será regañado por una disonancia de voces que le dirán que es inapropiado y que tiene que callarse.
La metáfora de la “guerra” sencillamente no funciona en una cultura posmoderna, insisten ellos. Las epistemologías posmodernas comienzan y terminan con la presunción de que cualquier pregunta acerca de lo que es verdadero o falso es meramente académica. Nuestras diferencias son, en última instancia, triviales. Únicamente el tono de nuestra conversación no es trivial. Todo indicio de militancia es considerado inapropiado en estos tiempos complicados.Declararse a favor de la verdad era también impopular en el primer siglo. Pero eso no detuvo a los apóstoles para confrontar de frente los errores.
Pablo fue, sin duda, justo con sus oponentes, en el sentido que él nunca tergiversó lo que ellos enseñaban ni dijo mentiras acerca de ellos. Pero Pablo reconocía sus errores claramente, tal y como eran y los catalogaba adecuadamente. Él hablaba la verdad. Con su estilo de enseñanza diario, Pablo hablaba la verdad amablemente y con la paciencia de un tierno padre. Pero cuando las circunstancias justificaban un tipo de franqueza más fuerte, Pablo podía hablar muy directamente, a veces hasta con un duro sarcasmo (1 Corintios 4:8-10). Como Elías (1 Reyes 18:27), Juan el Bautista (Mateo 3:7-10) y el Señor Jesús (Mateo 23:24), él también podía emplear la burla de manera efectiva y apropiada, para resaltar lo ridículo del grave error (Gálatas 5:12).
Tal como Moisés y Nehemías, él desafiaba lo que la gente consideraba como sagrado. Pablo no parecía sufrir la misma angustia excesivamente escrupulosa que causa que muchas personas hoy en día encubran todo error tanto como el lenguaje lo permita; que otorguen el beneficio de la duda al más flagrante de los falsos maestros; y que imputen las mejores intenciones posibles hasta al hereje más manifiesto. La idea de amabilidad del apóstol no era el tipo de falsa benevolencia y educación artificial que la gente hoy en día piensa es la verdadera esencia de la caridad. Ni siquiera una vez le vemos invitando a dialogar a falsos maestros o aficionados casuales equivocados en religión, ni tampoco que aprobara esa estrategia aun cuando alguien de la estatura de Pedro sucumbió al temor de lo que otros pudieran pensar y mostró una deferencia indebida a falsos maestros (Gálatas 2:11-14).
Pablo comprendió que vale la pena pelear por la verdad. Él se alzó en defensa de la verdad, aun cuando no era popular hacerlo.
Extraído del libro El Jesús Que No Puedes Ignorar de John MacArthur.
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