"Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos."
Oseas 4:6
La Tragedia de una Generación Desconectada
Hace algunos años, un pastor de Nueva Inglaterra compartió una historia que, de no ser tan triste, podría sacarnos una carcajada.
Un maestro de secundaria, en una de las mejores escuelas del país, decidió darles a sus estudiantes una prueba sobre la Biblia antes de comenzar un curso titulado La Biblia como Literatura. No era una evaluación teológica complicada, sino una simple exploración de conocimientos básicos. Las respuestas que recibió fueron, por decir lo menos, desconcertantes. Algunos estudiantes escribieron que Sodoma y Gomorra eran amantes apasionados.
Otros afirmaron que Jezabel era el asno de Acab. Hubo quienes situaron a los cuatro jinetes del Apocalipsis galopando por la Acrópolis, y uno aseguró que los evangelios fueron escritos por Mateo, Marcos, Lutero y Juan. Eva, según otro, salió de una manzana, y Jesús fue bautizado por Moisés. Pero la joya de la corona vino de un estudiante destacado, parte del 5% superior de su clase, quien, ante la pregunta "¿Qué fue el Gólgota?", respondió con seguridad: "Gólgota fue el nombre del gigante que mató al apóstol David".
Si lees esto con una sonrisa, te entiendo; hay un toque de humor en la absurdity de esas respuestas. Pero si miras más allá, el panorama se torna sombrío. ¿Cómo es posible que en una nación llena de iglesias, con Biblias en cada estante y versiones para todos los gustos —tapa dura, rústica, de lujo, con letra grande o en formato digital—, la ignorancia sobre la Palabra de Dios sea tan profunda? No estamos hablando de un grupo aislado o de una generación sin acceso; estos eran estudiantes de una escuela prestigiosa, en un país donde la Biblia ha sido un pilar cultural durante siglos. Y sin embargo, su desconocimiento es abismal. Es como si la Palabra escrita de Dios, ese tesoro vivo y transformador, se hubiera convertido en un libro extraño, un relato olvidado que apenas resuena en la mente de las nuevas generaciones.
Piensa en la ironía.
Vivimos en una era de avances tecnológicos y científicos sin precedentes. Podemos enviar sondas al espacio, descifrar el genoma humano y conectar el mundo con un clic. Pero cuando se trata del conocimiento básico de la Biblia —el libro que ha moldeado la historia, la moral y la fe de millones—estamos en una oscuridad que recuerda a los días medievales.
En aquella época, las Escrituras estaban encadenadas al púlpito, escritas en latín, un idioma que solo el clero entendía, dejando al pueblo en una ignorancia forzada. Hoy, las cadenas se han roto; la Biblia está al alcance de todos, traducida a cientos de idiomas, disponible en nuestras manos con un simple toque en la pantalla. Y aun así, el analfabetismo bíblico persiste. La diferencia es desgarradora: antes era impuesto; ahora es voluntario. Ahí radica la tragedia más profunda.
¿Quién tiene la culpa de este desastre?
Es una pregunta que todos nos hacemos, y las respuestas suelen señalar en varias direcciones. Algunos apuntan a los seminarios teológicos, y no sin razón. Hay instituciones donde las verdades fundamentales —la deidad de Cristo, Su muerte sustitutiva, Su segunda venida— se han diluido en favor de interpretaciones modernas o escepticismo académico. Profesores que alguna vez fueron guardianes de la fe ahora cuestionan las bases mismas de la Escritura, dejando a los futuros pastores sin un ancla sólida. Pero no todos los seminarios han cedido; hay lugares donde la Palabra sigue siendo enseñada con fidelidad, y por eso damos gracias a Dios. Sin embargo, el problema va más allá de las aulas de formación.
Otros dirigen su mirada a los púlpitos, y aquí también hay verdad. Una predicación débil puede hacer un daño inmenso. Como alguien dijo una vez:
"Un poco de bruma en el púlpito causa invariablemente una neblina en la congregación".
Demasiados predicadores han abandonado la sustancia por el estilo, sirviendo sermones llenos de especias pero sin proteína —historias conmovedoras, frases motivacionales, promesas de prosperidad—, mientras la exposición clara de la Escritura queda relegada al olvido. El resultado es una iglesia que se emociona los domingos pero no sabe distinguir entre Gólgota y un cuento de gigantes. Los pastores tienen una responsabilidad sagrada: proclamar toda la Palabra de Dios, guiar a las ovejas hacia la reconciliación con Él, no entretenerlas con un evangelio light que deja sus almas hambrientas.
Y luego está el mundo, ese sistema ruidoso y persuasivo que nos rodea. Nos bombardea con la idea de que creer en la Biblia es un acto de fanatismo, un suicidio intelectual que no tiene lugar en una sociedad "ilustrada". "Si abrazas esas verdades antiguas", nos dicen, "te estás condenando a la irrelevancia". Pero quienes entierran la Biblia con esos argumentos no ofrecen nada en su lugar más que un vacío frío, una tumba sin esperanza.
Frente a sus acusaciones, la Palabra sigue siendo "viva y eficaz" (Hebreos 4:12), capaz de transformar vidas donde la sabiduría humana fracasa. El mundo puede burlarse, pero no puede reemplazar lo que solo Dios ha revelado.
Sin embargo, por más que señalemos a seminarios, púlpitos o la cultura, la verdad más incómoda nos mira desde el espejo. El analfabetismo bíblico, al final, es una elección personal. No vivimos en una época donde nos prohíban leer la Biblia; vivimos en una donde la dejamos juntar polvo en el estante. Tenemos acceso sin precedentes a la Palabra —versiones, estudios, aplicaciones—, pero elegimos llenar nuestro tiempo con pantallas, redes sociales y entretenimiento. Pasamos horas descifrando teorías científicas o dominando habilidades técnicas, pero no dedicamos ni un momento a conocer al Dios que nos creó. Es una decisión que hemos tomado, generación tras generación, y el resultado es una herencia de ignorancia que pesa como una losa sobre la iglesia.
Pero no todo está perdido.
Si el analfabetismo bíblico es una elección, también lo es el cambio. No necesitas un título teológico ni un púlpito para revertir esta tendencia; necesitas un corazón dispuesto y una Biblia en tus manos. Abrela. Lee Génesis y maravíllate con el poder del Creador. Sumérgete en los evangelios y conoce al Salvador que dio Su vida por ti. Explora las epístolas y descubre cómo vivir para Él. No dejes que las respuestas absurdas de esos estudiantes sean tu historia. Sodoma y Gomorra no fueron amantes; fueron ciudades juzgadas por su pecado. Jezabel no fue un asno, sino una reina rebelde. Gólgota no fue un gigante, sino el lugar donde Jesús cargó tu culpa. Estas verdades no son solo datos curiosos; son el fundamento de nuestra fe, la luz que guía nuestro camino.
La iglesia no puede seguir adelante con una generación que no conoce su Biblia. No podemos proclamar a Cristo si no sabemos quién es ni qué dijo. No podemos resistir las mentiras del mundo si no tenemos la verdad grabada en nuestros corazones. Esto no es tarea de alguien más —del pastor, del profesor, del líder—; es tu responsabilidad, y mía. Toma acción hoy. Haz que la Palabra sea parte de tu vida, no un adorno en tu estantería.
Porque en un mundo lleno de iglesias y vacío de conocimiento bíblico, el cambio comienza contigo.
e serví como pastor
0 comments:
Publicar un comentario