“¿Quién
será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó?”
(Lamentaciones 3:37, RVR1960)
Una Pregunta que Desafía Nuestra Comprensión
Desde los albores de la humanidad, una pregunta ha inquietado los corazones de los hombres: Si Dios es bueno, soberano y omnipotente, ¿por qué permite la maldad? ¿Por qué no erradica el pecado de una vez por todas? ¿Por qué no impidió que Adán y Eva pecaran, o por qué no colocó una barrera antes de la caída para evitar que comieran del árbol prohibido? Estas preguntas no son nuevas; han sido planteadas por filósofos, teólogos y escépticos a lo largo de los siglos, y a menudo se convierten en un arma para los ateos que buscan cuestionar la existencia o la justicia de Dios. Sin embargo, la respuesta que la Escritura ofrece no es evasiva ni superficial; es profunda, transformadora y apunta directamente a la gloria de Dios.
La Biblia nos presenta un Dios que es absolutamente soberano, infinitamente justo y eternamente bueno. Al mismo tiempo, reconoce la realidad del mal en el mundo: el sufrimiento, la enfermedad, la muerte y la injusticia son evidencias innegables de que algo está profundamente roto. ¿Cómo reconciliamos estas dos verdades? ¿Es Dios el autor de la maldad? ¿O hay otra explicación que honre Su carácter y revele Su propósito eterno? En este capítulo, exploraremos la enseñanza bíblica sobre el origen de la maldad, el papel de Dios en relación con ella y cómo Su soberanía absoluta transforma nuestra comprensión del dolor y el pecado.
Dios No Es el Autor de la Maldad
Antes de abordar por qué Dios permite la maldad, debemos establecer una verdad fundamental: Dios no es el autor del mal. La Escritura es clara en este punto. Cuando Dios completó Su obra creadora, contempló todo lo que había hecho y lo declaró “bueno” (Génesis 1:31). No había mancha alguna en la creación original. Más aún, pasajes como Santiago 1:13 afirman: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie”. 1 Juan 1:5 añade: “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él”. Y 1 Corintios 14:33 nos asegura que “Dios no es Dios de confusión, sino de paz”. Si estas afirmaciones son ciertas —y lo son—, entonces Dios no puede ser el creador ni el instigador del mal.
¿De dónde proviene, entonces, la maldad? La Biblia nos enseña que el mal se origina en la criatura caída, no en el Creador. El pecado es, en esencia, una falta de perfección moral en las criaturas que se rebelaron contra Dios. Romanos 5:12 nos dice que “por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte”. Con la caída de Adán y Eva (Génesis 3:14-24), el pecado irrumpió en la creación, trayendo consigo muerte, dolor, enfermedad y toda forma de calamidad. Las criaturas caídas —tanto humanas como angelicales— son las responsables de sus propios pecados, y toda la maldad que vemos en el mundo es el resultado directo o indirecto de esa rebelión.
La Soberanía Absoluta de Dios Sobre la Maldad
Aunque Dios no es el autor del mal, tampoco es un observador pasivo frente a él. La Escritura nos revela que Dios es absolutamente soberano sobre todas las cosas, incluyendo la maldad. Pasajes como 1 Crónicas 29:11-12 proclaman: “Tuyo es, oh Jehová, el poder y la gloria… tú dominas sobre todo”. Isaías 46:9-10 declara que Dios “anunció el fin desde el principio” y que “hará todo lo que quiere”. Y Daniel 4:35 afirma que “nadie puede detener su mano, ni decirle: ¿Qué haces?”. Incluso en eventos que parecen caóticos o malignos, Dios sigue siendo el soberano que gobierna todas las cosas según Su propósito eterno.
Esto plantea una distinción crucial: aunque Dios no crea la maldad, sí la permite como parte de Su decreto eterno. La maldad no tomó a Dios por sorpresa, ni es un obstáculo que interrumpe Sus planes. Desde antes de la fundación del mundo, Él conocía cada acto de rebelión, cada sufrimiento y cada injusticia, y los incorporó en Su diseño soberano para cumplir Sus propósitos santos. Como dice Proverbios 16:4: “Todo lo hizo Jehová para sus fines, y aun al impío para el día del mal”. Esto no significa que Dios desee la maldad o la apruebe, sino que la permite y la usa para Sus propios fines, que siempre son justos y gloriosos.
Un ejemplo claro de esto lo vemos en la vida de José, como exploramos en capítulos anteriores. Sus hermanos actuaron con maldad al venderlo como esclavo, pero Dios usó ese acto para preservar vidas durante una hambruna y cumplir Sus promesas a Abraham (Génesis 50:20). Otro ejemplo supremo es la cruz de Cristo. El acto más atroz de maldad en la historia —el asesinato del Hijo de Dios— fue permitido y ordenado por Dios para lograr la redención de Su pueblo. Hechos 2:23 dice que Jesús fue “entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios”. Aunque los hombres obraron con maldad al crucificar a Jesús, Dios soberanamente usó ese acto para traer salvación al mundo.
El Propósito de Dios al Permitir la Maldad: Manifestar Su Gloria
Si Dios es soberano y podría erradicar la maldad en un instante, ¿por qué no lo hace? La respuesta que la Escritura nos ofrece es que Dios permite la maldad con un propósito supremo: manifestar la plenitud de Su gloria. Romanos 9:22-23 nos da una pista profunda: “¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria?”. Aquí vemos que Dios usa incluso la existencia del mal para resaltar Su justicia, Su poder y Su misericordia.
Sin la presencia del pecado y la maldad, no habría oportunidad para que Dios manifestara plenamente atributos como Su gracia, Su misericordia, Su paciencia y Su amor redentor. Romanos 5:8 nos dice: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. Si no hubiera pecado, ¿habría sido necesario que Cristo viniera a morir? Sin la realidad del mal, no conoceríamos la profundidad del perdón, la sanidad, la libertad y la santidad que Dios ofrece. La maldad, aunque trágica y destructiva, se convierte en el telón de fondo que resalta la belleza de la redención.
Además, la existencia del mal permite a Dios desplegar Su justicia. Romanos 3:5 pregunta: “Y si nuestra injusticia hace resaltar la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Será injusto Dios que castiga?”. La respuesta es un rotundo no. Dios tiene tanto derecho a mostrar Su ira contra el pecado como a derramar Su amor sobre los redimidos. Él es Dios, y será adorado por la totalidad de Su ser. Sin el pecado, no habría ocasión para la justicia divina; sin la maldad, no habría demostración de la santidad de Dios en Su juicio contra el mal.
La Soberanía de Dios y la Responsabilidad Humana
Alguien podría preguntar: Si Dios permite la maldad y la usa para Sus propósitos, ¿no somos entonces meros títeres sin responsabilidad? La Escritura nos enseña que la soberanía de Dios no elimina la responsabilidad humana. Los hombres son responsables de sus pecados, porque pecan voluntariamente según su naturaleza caída. Dios no los fuerza a pecar; ellos eligen rebelarse contra Él. Al mismo tiempo, Dios soberanamente usa esas elecciones para cumplir Sus propósitos.
Un pasaje que ilustra esta tensión es Lamentaciones 3:37-38: “¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó? ¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno?”. Esto no significa que Dios sea el autor del mal en un sentido moral, sino que nada ocurre fuera de Su control soberano. Él permite que los agentes de maldad obren y luego anula sus acciones para Sus propios fines santos. Como dice Isaías 45:7: “Que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto”. Dios no crea el pecado, pero sí permite las circunstancias que lo rodean, siempre con un propósito redentor.
Una Perspectiva Transformadora para el Sufrimiento
Para el creyente, esta verdad trae consuelo y esperanza. Aunque vivimos en un mundo caído donde la maldad abunda, sabemos que nada escapa al control de Dios. 1 Corintios 10:13 nos asegura que “no os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir”. Y Santiago 1:13 nos recuerda que Dios no nos tienta con el mal. Incluso en medio del sufrimiento, podemos confiar en que Dios está obrando para nuestro bien y Su gloria.
El apóstol Pablo lo expresa maravillosamente en Romanos 8:28: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”. Esto incluye las cosas malas, los dolores y las injusticias. Aunque no siempre entendamos los detalles de Su plan, podemos confiar en que Dios está obrando soberanamente para cumplir Sus propósitos eternos.
Una Invitación a Confiar en el Dios Soberano
Amado lector, si las preguntas sobre la maldad y el sufrimiento te han causado duda o angustia, te invito a mirar más allá de las circunstancias y fijar tus ojos en el carácter de Dios. Él no es un Dios caprichoso ni distante; es un Dios soberano, justo y amoroso que usa incluso el mal para manifestar Su gloria y traer redención a Su pueblo. La cruz de Cristo es la prueba definitiva de esto: lo que parecía el triunfo del mal se convirtió en el medio de la salvación para los que creen.
No te desesperes ante la presencia del mal en el mundo. En lugar de cuestionar la justicia de Dios, confía en Su soberanía. Como dice Apocalipsis 15:3-4: “Justos y verdaderos son tus caminos, oh Rey de los santos”. Un día, toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesucristo es Señor, para la gloria de Dios Padre (Filipenses 2:10-11). Mientras tanto, vive con la certeza de que nada escapa al control de nuestro Dios soberano, y que incluso el mal que enfrentamos hoy será transformado en un testimonio eterno de Su gracia y poder.
Aquí hay algunos otros versículos que hablan sobre la total Soberanía de Dios, por si aún hay alguna duda de ello.
Deuteronomio 32:39, Job 42:2, Salmos 139:16, Proverbios 21:1, Isaías 14:24-27, Isaías 45:7, Isaías 46:10, Jeremías 10:23, Lamentaciones 3:38, Ezequiel 17:24, Daniel 4:34-35, Amós 3:6, Lucas 22:2, Juan 3:27, Juan 6:64-65, Hechos 2:23, Hechos 4:27-28, Hechos 14:16, Romanos 9:1-23, Efesios 1:7-11, Filipenses 2:13, 2 Tesalonicenses 2:8-12, Santiago 1:17-18, Santiago 4:13-15, Apocalipsis 17:17
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