• Malaquías 3:10 es uno de esos versículos que resuena en casi todas las iglesias donde el dinero y la fe se cruzan.
  • En muchas iglesias contemporáneas, es común escuchar a líderes autoproclamarse "apóstoles", reclamando una autoridad especial y un estatus elevado dentro del cuerpo de Cristo.
  • En muchos círculos cristianos, Apocalipsis 3:20 se ha convertido en un versículo emblemático para el evangelismo.
  • La doctrina de la "confesión positiva" enseña que nuestras palabras tienen el poder de crear milagros, pero ¿es esto bíblico? Este artículo examina sus orígenes, contrastándolos con las Escrituras, y advierte sobre su peligrosa desviación del verdadero evangelio de Cristo.
  • La historia de la mujer con el flujo de sangre (Mateo 9:20-22, Marcos 5:25-34, Lucas 8:43-48) es más que un milagro físico: es una lección profunda sobre la verdadera fe. Más allá de la sanidad, Jesús le otorgó salvación, destacando que no fue el manto el que la curó, sino su confianza en Él. Este capítulo explora el significado espiritual de su historia y nos desafía a buscar a Cristo, no solo por sus milagros, sino por la vida eterna que ofrece.
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martes, 15 de abril de 2025

Hebreos 11:1 - ¿Creyeron los apóstoles en Cristo por fe o porque lo vieron?

La Biblia sobre un fondo marron, con el texto, creyeron los apostoles en cristo por fe o porque lo vieron, esto en pregunta.

Una de las preguntas más profundas que podemos hacernos al estudiar los evangelios es esta: 

¿Los apóstoles creyeron en Jesucristo por fe o simplemente porque lo vieron en acción? 

La respuesta no solo nos ayuda a entender mejor a los apóstoles, sino que también nos revela cómo obra la fe verdadera en el corazón del creyente.


 

¿Qué es la fe según la Biblia?

Hebreos 11:1 define la fe de esta manera:

"Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve."

La fe bíblica es una confianza firme en las promesas de Dios, una seguridad en lo que aún no se ha visto ni experimentado plenamente. No depende de los sentidos, sino de la revelación divina.


Etapa 1: Fe basada en lo visible

Durante el ministerio terrenal de Cristo, los apóstoles caminaron con Él, lo vieron realizar milagros, enseñar con autoridad, calmar tormentas y resucitar muertos. Su reacción inicial fue creer en base a lo que veían.

Juan 2:11:

"Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él."

Esta fe era real pero incompleta. Era una fe que necesitaba ser afirmada, purificada y profundizada. De hecho, muchos vieron las mismas obras y no creyeron:

Juan 6:36:

"Pero os he dicho que aunque me habéis visto, no creéis."


Etapa 2: La fe verdadera viene por revelación divina

Jesús mismo declara que el conocimiento correcto de su identidad no proviene de la carne ni de la sangre, sino de la revelación del Padre:

Mateo 16:15-17:

"Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos."

Aun viendo a Cristo, la fe salvadora no es producto del intelecto ni de la observación, sino de la obra sobrenatural de Dios en el corazón del hombre.


Comparación entre Pedro y Judas: Vista sin fe vs. fe verdadera

Ambos fueron apóstoles, ambos vieron los milagros, ambos convivieron con Jesús. Pero uno fue salvo, y el otro fue condenado. ¿Por qué?

AspectoJudas IscariotePedro (Simón Pedro)
Llamado por Jesús
Vio milagros
Participó en el ministerio
Confesión de feNo registrada"Tú eres el Cristo..." (Mt 16:16)
Motivación internaAmbición, codiciaPasión, pero sinceridad
CaídaTraiciónNegación
Reacción al pecadoRemordimiento sin arrepentimientoArrepentimiento genuino
Destino finalPerdición eternaRestauración y liderazgo
Tuvo fe verdaderaNo

 

Judas lo vio todo, pero nunca tuvo fe verdadera. Pedro también vio, pero su fe fue revelada por el Padre y preservada por la oración de Cristo:

Lucas 22:32:

"Pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte."


Conclusión

Los apóstoles inicialmente creyeron en Cristo por lo que vieron, pero esa fe era incipiente, parcial, y no necesariamente salvadora. Fue a través de la revelación del Padre y la obra del Espíritu Santo que sus corazones fueron transformados para tener una fe verdadera, firme y perseverante.

La visión puede impresionar, pero solo la revelación divina salva. Por eso Jesús dijo:

Juan 20:29:

"Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron."


Aplicación para nosotros hoy

Tú y yo no hemos visto a Jesús con nuestros ojos, pero podemos conocerlo con el corazón si el Padre nos lo revela. No necesitamos pruebas visuales; necesitamos fe dada por gracia. Como Pedro dijo:

1 Pedro 1:8-9:

"A quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso, obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas."

Amemos, sigamos y confiemos en Cristo, no porque lo hayamos visto, sino porque Dios nos ha dado fe para creerle.

viernes, 14 de marzo de 2025

25 de Diciembre: ¿El Nacimiento de Jesús o un Desvío Pagano?

Un calendario con estilo navideño, en el se ve la fecha 25 de diciembre.

 
"Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí."
(Juan 5:39, RVR1960)




Un Llamado a Escudriñar la Verdad
 
Querido hermano en Cristo, el mes de diciembre llega con su encanto: luces que titilan en las calles, árboles adornados, y villancicos que resuenan en cada esquina. Para muchos, la Navidad es un tiempo de alegría y reflexión, un momento que asocian con el nacimiento de nuestro Salvador, Jesucristo. Pero, ¿es esto lo que las Escrituras nos enseñan? ¿Es el 25 de diciembre un mandato divino para celebrar el nacimiento del Verbo hecho carne (Juan 1:14), o una tradición humana que nos desvía del camino angosto hacia la cruz? Como creyentes reformados, estamos llamados a someter todas nuestras prácticas a la autoridad de la Palabra de Dios, no a las tradiciones de los hombres. En este artículo, examinaremos con humildad y valentía las raíces de la Navidad, apoyándonos en las Escrituras y en la enseñanza de pastores reformados de sana doctrina, para discernir si esta celebración honra verdaderamente al Señor o si, sin saberlo, nos lleva a un altar pagano.

Como dijo Charles Spurgeon, el "príncipe de los predicadores": "La Palabra de Dios debe ser nuestro único estándar; cualquier cosa que no esté fundamentada en ella es arena movediza." Con este espíritu, escudriñemos la verdad.
 
 
La Ausencia de Evidencia Bíblica: El Silencio de las Escrituras
 
La Biblia no nos da ninguna indicación sobre la fecha exacta del nacimiento de Jesús. No hay un solo versículo que señale el 25 de diciembre, ni siquiera un mes específico. Los evangelios de Mateo y Lucas relatan el nacimiento de Cristo con detalle (Mateo 1:18-25; Lucas 2:1-20), pero no mencionan un día concreto. Esto no es un descuido, sino una evidencia de que Dios, en Su soberanía, no consideró necesario que conociéramos esa fecha. Como dice Deuteronomio 29:29:

"Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios, pero las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos."

Si la fecha del nacimiento de Jesús fuera esencial para nuestra fe, ¿no habría Dios provisto esa información en Su Palabra?

Juan Calvino, en su comentario sobre las tradiciones humanas, advirtió: "Cuando los hombres añaden a las Escrituras lo que Dios no ha ordenado, no solo oscurecen la verdad, sino que la corrompen."

La ausencia de una fecha específica en la Biblia debería hacernos reflexionar: ¿por qué hemos asignado un día que Dios no ha establecido? La respuesta no está en las Escrituras, sino en la historia humana y sus raíces paganas.
 
Las Raíces Paganas del 25 de Diciembre: Una Fiesta del Sol, No del Hijo
La primera celebración documentada del nacimiento de Cristo el 25 de diciembre ocurrió en el año 354 d.C., bajo el obispo Liberio de Roma, y se extendió más tarde a otras regiones del Imperio Romano. Sin embargo, esta fecha no fue elegida por una revelación divina ni por una tradición apostólica, sino por conveniencia cultural dentro de un imperio saturado de idolatría. 
 
En diciembre, los romanos celebraban varias festividades paganas:
 
Las Saturnales (del 17 al 24 de diciembre), en honor a Saturno, dios de la agricultura, eran días de excesos, banquetes y desenfreno.
Las Sigilares, donde se intercambiaban regalos y muñecas como parte de rituales paganos.
 
El Solsticio de Invierno (25 de diciembre), conocido como el "Natalis Solis Invicti" (el nacimiento del Sol Invencible), una fiesta dedicada al dios sol Mitra y al renacimiento del sol tras el solsticio.
 
Los cristianos de la época, rodeados de estas prácticas, buscaron "cristianizar" el 25 de diciembre. Pensaron que, al asociarlo con el nacimiento de Jesús, podrían contrarrestar las festividades paganas y atraer a los gentiles al cristianismo. Algunos justificaron esta decisión con la idea de que Jesús es el "Sol de Justicia" (Malaquías 4:2). Sin embargo, esta lógica ignora un principio fundamental de la fe bíblica: no podemos santificar lo que Dios no ha ordenado. Como dice Éxodo 20:3: "No tendrás dioses ajenos delante de mí." Mezclar lo santo con lo profano es un acto de desobediencia, no de devoción.

El pastor reformado A.W. Pink, en su ensayo "La Navidad y las Escrituras", escribe: "No hay mandato en la Palabra de Dios para celebrar el nacimiento de Cristo, y mucho menos en una fecha que coincide con las fiestas paganas del sol. Tal práctica es una abominación a los ojos de un Dios celoso." La historia confirma que el 25 de diciembre no tiene origen cristiano, sino pagano, y adoptarlo como una fecha "cristiana" fue un compromiso que abrió la puerta al sincretismo.
 
 
Evidencia Histórica y Bíblica: ¿Cuándo Nació Jesús?
 
Investigaciones históricas y bíblicas sugieren que es improbable que Jesús naciera en diciembre. Lucas 2:8 nos dice que los pastores estaban en el campo, cuidando sus rebaños de noche, cuando los ángeles anunciaron el nacimiento de Cristo. En Judea, diciembre es una época fría y lluviosa, y los pastores no solían estar en los campos durante el invierno. Estudios como los del Instituto Franklin y otros eruditos bíblicos indican que Jesús pudo haber nacido en primavera (marzo o abril) o incluso en otoño (septiembre u octubre), posiblemente cerca de la Fiesta de los Tabernáculos, que simboliza a Dios habitando con Su pueblo (Levítico 23:34-43).

Además, la tradición pagana del 25 de diciembre está vinculada a figuras como Nimrod, quien, según algunas interpretaciones de Génesis 10:8-12 y tradiciones antiguas, fue un líder rebelde que promovió la idolatría y cuyo cumpleaños se asociaba con el solsticio de invierno. Aunque estas conexiones no están explícitamente en la Biblia, nos recuerdan la advertencia de 2 Corintios 6:14:

"¿Qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?"
 
 
El Engaño de Satanás: Adoración al Sol Disfrazada
 
Satanás, el gran engañador (Juan 8:44), rara vez actúa de manera evidente; sus trampas son sutiles, disfrazadas de piedad. En Ezequiel 8:14-18, vemos una advertencia clara: hombres en el templo de Jehová daban la espalda a Dios para adorar al sol hacia el oriente. Dios lo llama "abominación" y promete juicio: "No perdonará mi ojo, ni tendré misericordia" (v. 18). Este pasaje no es un relato aislado; es un recordatorio eterno de que mezclar la adoración a Dios con prácticas paganas es una traición grave.

La Navidad no es el único ejemplo de este sincretismo. El culto dominical, instituido por el emperador Constantino en 321 d.C. como el "venerable día del Sol", también refleja esta influencia pagana. La Biblia manda santificar el sábado como día de reposo (Éxodo 20:8-11), y aunque los cristianos del Nuevo Testamento se reunían el primer día de la semana para conmemorar la resurrección de Cristo (Hechos 20:7; 1 Corintios 16:2), no hay mandato bíblico que traslade el sábado al domingo como día de adoración obligatorio. Como profetizó Daniel 7:25, el enemigo "pensará en cambiar los tiempos y la ley" de Dios, y así ha sucedido a lo largo de la historia.

El pastor reformado R.C. Sproul advirtió: "No debemos permitir que las tradiciones humanas, por más arraigadas que estén, reemplacen la autoridad de las Escrituras. Dios no se complace con una adoración que mezcla Su verdad con las mentiras del mundo." Satanás no nos pide rechazar a Cristo abiertamente; nos invita a adorarlo dentro de un marco que Él nunca estableció, desviándonos así del camino hacia la cruz.
 
 
El Camino Verdadero: La Cruz, No las Tradiciones Humanas
 
Frente a este engaño, ¿cuál es el camino que nos lleva a la cruz? No son las luces de un árbol ni los regalos del 25 de diciembre; es el evangelio puro y sin adulterar. Jesús mismo nos confronta: "¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?" (Lucas 6:46). Celebrar tradiciones humanas puede parecer inofensivo, pero si desobedecemos el mandato de adorar a Dios en espíritu y en verdad (Juan 4:24), nos desviamos del camino angosto (Mateo 7:14).

La cruz no necesita adornos paganos; brilla por sí sola como el acto supremo de amor y justicia divina. Como dice Romanos 5:8: "Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros." No sabemos la fecha exacta del nacimiento de Cristo, pero sabemos que nació, vivió, murió y resucitó para salvarnos. Eso es lo que importa. No necesitamos un día inventado para celebrarlo; cada día, en la Palabra y la oración, caminamos hacia la cruz.

El apóstol Pablo nos exhorta en Gálatas 1:8-9: "Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema." Cualquier adición al mensaje de Cristo—sea la Navidad o cualquier otra tradición humana—no proviene de Dios y debe ser rechazada.
 
 
Una Perspectiva Reformada: La Sola Scriptura como Nuestra Guía
 
La fe reformada nos llama a vivir bajo el principio de Sola Scriptura: la Escritura sola es nuestra autoridad final. Como dijo Martín Lutero: "Mi conciencia está cautiva a la Palabra de Dios. No puedo ni quiero retractarme de nada, porque ir contra la conciencia no es justo ni seguro." Si la Biblia no establece el 25 de diciembre como el día del nacimiento de Cristo, no tenemos derecho a imponerlo como una práctica cristiana.

John Knox, el reformador escocés, afirmó: "Todo lo que no está ordenado por la Palabra de Dios es una invención humana, y adherirse a ello como si tuviera autoridad divina es idolatría." No se trata de condenar a quienes celebran la Navidad con buena intención, sino de despertarnos a la verdad. Como dice 2 Corintios 4:4, Satanás "ha cegado el entendimiento de los incrédulos," y a veces también confunde a los creyentes con tradiciones que parecen piadosas pero carecen de fundamento bíblico.
 
 
Una Invitación a la Fidelidad y la Obediencia
 
Amado hermano, te invito a reflexionar: ¿Qué sendero estás siguiendo? ¿Uno iluminado por las luces del mundo o por la luz de la Palabra? Ezequiel 9:4 promete una señal de salvación para quienes "gimen y claman" por las abominaciones, mientras que el juicio caerá sobre quienes persisten en el engaño (v. 6). El camino hacia la cruz es un camino de obediencia, no de conveniencia.

No necesitamos "cristianizar" lo pagano; necesitamos dejarlo atrás y aferrarnos a la verdad. Como dice el salmista: "Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino" (Salmos 119:105). Que nuestro caminar sea firme, no en fechas humanas, sino en la gracia soberana que nos lleva a la cruz. En Cristo tenemos libertad para adorar solo a Dios, sin las cadenas de las tradiciones humanas.

¿Y tú, qué piensas? Escudriña las Escrituras, examina la historia y deja que el Espíritu Santo guíe tu corazón. Que juntos podamos decir con Pablo: "He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe" (2 Timoteo 4:7). Ese es el camino verdadero, el que nos guía a la eternidad con nuestro Salvador.
 
Este artículo ha sido redactado desde una perspectiva reformada, enfatizando la autoridad de las Escrituras y la necesidad de rechazar cualquier práctica que no esté fundamentada en la Palabra de Dios. Que sea de bendición y edificación para todos los que lo lean.


jueves, 13 de marzo de 2025

Mateo 7:20 - El Mejor Amigo de un Falso Maestro.



Una mana de lobos aullando en medio de un bosque



El Cómplice Involuntario del Engaño


Hay un predicador en el escenario, con una voz que resuena como un tambor y una sonrisa que parece prometer el mundo. Habla de victorias, de abundancia, de un "poder" que supuestamente llevas dentro. La gente lo escucha embelesada, algunos toman notas, otros graban videos para compartir en redes sociales. Pero detrás de esas palabras brillantes hay un lobo con piel de oveja, un falso maestro que desvía almas del camino estrecho hacia un precipicio disfrazado de bendición. Y aunque él sea el que teje la mentira, su éxito depende de alguien más: su mejor amigo.

No es un conspirador malvado ni un socio consciente de su plan; es alguien como tú o como yo, alguien que, sin mala intención, se convierte en el pilar que sostiene su engaño.

¿Quién es este mejor amigo?


Es el que no lee bien su Biblia, el que prefiere la pereza al esfuerzo de buscar la verdad, el que no entiende el valor de lo que Dios habla en Su Palabra.

Este amigo no es un extraño. Lo encuentras en las bancas de la iglesia, en los comentarios de Facebook, en las conversaciones casuales sobre fe. Es el que se traga las charlatanerías de estos lobos porque nunca se ha detenido a contrastarlas con la Escritura. Jesús lo advirtió:

“Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20),

pero este amigo no sabe qué frutos buscar porque su Biblia está cerrada, acumulando polvo en un rincón. Prefiere las mentiras dulces —"Eres más que vencedor", "Dentro de ti hay un campeón"— a la verdad dura de que somos pecadores necesitados de un Salvador (Romanos 3:23). No se da cuenta de lo que pierde al rechazar la luz de la Palabra por los vientos doctrinales que lo arrastran. Estos vientos no buscan su bien; buscan su bolsillo —plata, más plata, siempre plata—. Él cree que está ganando, pero es una víctima, alejándose del cielo mientras el falso maestro lo empuja, paso a paso, hacia el infierno.

Mira cómo opera este amigo. El falso maestro dice: "Declara tu bendición, siembra tu ofrenda, y Dios te prosperará". Y este aliado, sin pensarlo dos veces, comparte el mensaje en redes sociales con un "¡Amén!" entusiasta.

Lo repite a sus amigos, lo defiende en charlas, convirtiéndose en un eco de lo que Dios aborrece. Pablo lo llamó sin rodeos:

“Hombres de mente corrompida… que tienen la piedad como fuente de ganancia” (1 Timoteo 6:5).

Pero este amigo no lo ve. Da credibilidad a lo despreciable, amplificando el alcance del engaño. Cada "me gusta", cada publicación compartida, es una mano que ayuda al falso maestro a atrapar a más almas desprevenidas. Sin querer, se convierte en un megáfono de la condenación, todo por no tomarse el tiempo de abrir la Biblia y preguntar: "¿Esto es verdad?".


Una ironía que corta como cuchillo


Este mejor amigo a menudo es también el mejor aliado del ateo. Suena extraño, pero es real. Los críticos de la fe —esos que rechazan a Cristo y se burlan de la iglesia— suelen tener un olfato agudo para detectar a los charlatanes "cristianos". Ven las promesas vacías, los jets privados, las manipulaciones emocionales, y dicen: "Esto es todo lo que ofrece el cristianismo: un show de codicia". El amigo, al compartir esas enseñanzas torcidas, les da la razón. Les entrega un retrato falso de la fe —uno sin cruz, sin arrepentimiento, sin santidad— y los aleja aún más del evangelio verdadero. Es un daño doble: fortalece al falso maestro y arma a los enemigos de la cruz, todo porque no ha aprendido a discernir.

A veces, este amigo toma la forma de un líder. Es el pastor o el anciano que abre su púlpito al predicador itinerante, pensando: "Traerá más gente, llenará las arcas". No le importa si lo que se predica es veneno, siempre que las luces brillen y las ofrendas lleguen. Es un eco del pragmatismo que Jesús rechazó cuando limpió el templo de los mercaderes (Juan 2:16). Otras veces, es un fanático ciego. Puedes sentarte con él, abrir las Escrituras, mostrarle cómo “muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1 Juan 4:1), y aun así no cederá. Su mente está atrofiada por años de mensajes vacíos. Se enojará contigo, te acusará de dividir, mientras abraza al que lo engaña con una devoción que desafía la lógica.



Y luego está el que defiende al falso maestro con versículos mal entendidos. "No juzguen", dice, sacando Mateo 7:1 de contexto, ignorando que Jesús también dijo:

“Guardaos de los falsos profetas” (Mateo 7:15).

O clama por la "unión" cristiana, sin ver que Pablo llamó a apartarnos de quienes predican otro evangelio (Gálatas 1:8-9). Este amigo confunde tolerancia con amor, y en nombre de la paz, deja que las herejías se cuelen como hierba mala. No se indigna cuando se predica un Cristo falso, pero sí arde de furia si alguien lo denuncia, gritando: "¡Eso causa confusión!". No ha aprendido que obedecer a Dios pesa más que agradar a los hombres (Hechos 5:29), que no todo lo que suena bonito viene de Él.

Recuerdo a un hermano que seguía a un predicador famoso, (no diré el nombre del predicador, pero su nombre literal es “Dinero en Efectivo”). "Me motiva", decía, mientras compartía videos de promesas de riqueza. Le mostré cómo ese hombre torcía Romanos 8:37 —"Somos más que vencedores"— para vender un evangelio de éxito terrenal, cuando Pablo hablaba de victoria en Cristo a pesar de las aflicciones (Romanos 8:35-39).

Su respuesta fue un ceño fruncido: "No seas tan crítico". Su Biblia seguía cerrada, y su fe seguía atada a un espejismo. Otro caso fue un líder que invitó a un "profeta" a su iglesia. Las ofrendas subieron, pero meses después, la congregación estaba llena de desilusionados que abandonaron la fe cuando los "milagros" no llegaron. El líder se encogió de hombros: "Al menos lo intentamos". La pereza y la ceguera habían hecho su trabajo.

El mejor amigo de un falso maestro no es un monstruo; es alguien común, atrapado por su propia desidia o credulidad. Pero su complicidad no pasa desapercibida ante Dios. La Palabra es clara:

“Reprended a los que andan desordenadamente” (2 Tesalonicenses 3:6). “Guardaos de los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina” (Romanos 16:17).

El día que este amigo esté frente al Señor, no podrá culpar al charlatán por su desobediencia. “Nunca os conocí” (Mateo 7:23) será el eco de una vida que prefirió mentiras a la verdad, y créeme, no quieres estar en sus zapatos cuando ese momento llegue.

Pero no todo está perdido. Este amigo puede romper las cadenas del engaño. Puede dejar de ser el mejor amigo del falso maestro y convertirse en su mayor enemigo: alguien que ama la Palabra, que la lee con diligencia, que la proclama con fuego. Imagina si tomara su Biblia y viera que la verdadera riqueza no es oro, sino Cristo (Colosenses 2:3). Si entendiera que el poder no está en sus declaraciones, sino en el Espíritu que obra en él (Efesios 3:20). Si, en lugar de compartir frases vacías, denunciara a los lobos como Jesús y los apóstoles lo hicieron (Mateo 23:13; 2 Pedro 2:1). Ese cambio no solo lo salvaría a él; sería una luz para otros atrapados en la oscuridad.

1 Timoteo 4:7-8 - Un Testimonio Personal sobre los Encuentros.

 
imagen de un grupo de personas en una iglesia, reunidos en un tipo de encuentro espiritual.




Entre el Éxtasis y la Verdad


No escribo estas palabras para atacar ni despreciar a quienes han encontrado su camino a Dios a través del movimiento carismático o pentecostal. Al contrario, mi propio viaje con el Señor comenzó en una iglesia carismatica, un lugar donde, por primera vez, sentí el toque de Su amor —o más bien, donde Él me conoció, como dice Gálatas 4:9—. Allí me enamoré de Dios, de Su Palabra, de Su presencia. Claro, a veces me sentía fuera de lugar entre las manifestaciones intensas, los gritos y las emociones desbordadas, pero no puedo negar que buscaba al Dios vivo, y Él, en Su gracia, me encontró en medio de ese torbellino. Sin embargo, con el tiempo, ciertas prácticas que vi y viví me llevaron a cuestionarme. Una de ellas, en particular, marcó mi vida: los llamados "Encuentros con Dios". Quiero compartir mi historia, no para condenar, sino para reflexionar sobre lo que experimenté, cómo se originó esta práctica y, sobre todo, cómo se alinea —o no— con lo que la Biblia nos enseña.



Los Orígenes: De Colombia al Mundo


Rastrear el nacimiento de los Encuentros no es tarea sencilla, pero muchas pistas apuntan a Colombia. La Iglesia Misión Carismática Internacional, conocida después como G12, parece haber sido la cuna de esta práctica. En sus inicios, los Encuentros prometían ser un espacio transformador: un retiro donde los creyentes podían sanar heridas, romper cadenas y ser empoderados para una vida "exitosamente cristiana". Miles asistieron a esos primeros eventos y regresaron contando historias de experiencias "increíbles", lo que encendió una chispa que no tardó en propagarse. Otras iglesias en Colombia adoptaron la idea, y pronto el fuego cruzó fronteras, llegando a países de América Latina y más allá, hasta tocar las puertas de megaiglesias como Casa de Dios en Guatemala. Como un efecto dominó, congregaciones de todo tipo hicieron suya esta práctica, adaptándola a sus contextos, pero siempre con el mismo propósito: ofrecer un encuentro sobrenatural que dejara a los participantes renovados y listos para conquistar sus vidas.




Mi Encuentro: Una Montaña Rusa Emocional


Mi propia experiencia comenzó con una mezcla de curiosidad y expectativa. En mi iglesia, los líderes nos prepararon con entusiasmo. "El Encuentro es un retiro espiritual", nos explicaron, "un momento para encontrarte con Dios de manera poderosa". Antes de partir, nos dieron una hoja anónima para llenar —una lista extensa de pecados que supuestamente debíamos confesar—. Había cosas comunes como mentir o enojarse, pero también pecados extraños y oscuros: ocultismo, rosacruces, proyección mental, pedofilia. Recuerdo sentirme incómodo, no solo por la intimidad de la tarea, sino porque muchos de esos términos eran desconocidos para mí y otros en el grupo. ¿Por qué nos pedían confesar cosas que ni siquiera entendíamos? Terminamos la reunión con una oración y una fecha: el Encuentro estaba cerca.

El día llegó, el ambiente era eléctrico. Entre sesión y sesión, veía a compañeros prorrumpir en llanto profundo, reír sin control, reconciliarse con otros en abrazos emotivos. Algunos parecían manifestar posesiones demoníacas, retorciéndose mientras los líderes oraban con autoridad. Yo observaba, esperando mi momento, deseando sentir algo. Uno de los puntos más altos fue cuando trajeron una cruz al centro. Nos pidieron escribir en sobres lo que queríamos dejar atrás —pecados, culpas, heridas— y clavarlos en esa cruz mientras sonaba una canción sobre el amor de Dios. Las lágrimas corrían por muchos rostros, y el fuego emocional ardía con fuerza. Los líderes nos consolaban, avivando las llamas de ese fervor colectivo.

La última sesión fue el clímax. Anticipaba que allí, al fin, encontraría a Dios de manera tangible. Los líderes impusieron manos, y muchos empezaron a temblar, caer al suelo, hablar en lenguas. Yo, sin embargo, no sentía nada. Me esforzaba, cerraba los ojos, levantaba las manos, pero el "fuego" no llegaba. Entonces, la esposa del pastor (Noemí creo que se llamaba) se acercó y me dijo: "Créelo, Andrés". Empujando su dedo contra mi pecho, tratando de tumbarme, pero nada pasaba. Ella insistió: "Déjate tocar". Confundido pero desesperado por experimentar algo, comencé a tambalearme. Pero nada pasó. De repente, decidí sentarme en el piso. No sé qué fue —si un chiste sobrenatural o un desborde emocional—, pero me inundó una risa fuerte, mezcla de gozo y alivio. Lloré, grité, sentí que al fin me había encontrado con Dios. O eso pensé.

Al regresar, el servicio dominical fue un estallido de testimonios. Las 70 personas que fuimos al Encuentro compartimos historias de restauración: reconciliaciones con esposas, padres, amigos. Nos comprometimos a servir y amar a Dios con nuevo vigor. Esa noche, en casa, sentía que flotaba en un éxtasis espiritual. Oré con fervor, leí la Biblia con pasión. Pero a la tercera semana, algo cambió. El fuego se apagó. Orar era un esfuerzo, las tentaciones me golpeaban con fuerza, y una culpa pesada me aplastaba al no poder recrear esa sensación del Encuentro. Mi fe se volvió una búsqueda desesperada de emociones, un ciclo de altibajos que dependía de sentir a Dios físicamente. Con el tiempo, descubrí que no estaba solo: mis compañeros confesaron lo mismo. Algunos incluso abandonaron la fe por completo. ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba el Dios que creí encontrar?



La Verdad de las Escrituras: Un Contraste Revelador


Con los años, al mirar atrás y sumergirme en la Palabra, encontré respuestas que me confrontaron. Los Encuentros, con toda su intensidad y buenas intenciones, chocaban con verdades bíblicas que no podía ignorar. No niego que Dios pueda obrar en cualquier lugar —incluso en un retiro como ese—pero las prácticas y expectativas que viví me llevaron a cuestionar su fundamento.

Primero, la Biblia nos dice que no necesitamos un evento especial para encontrar a Dios. Pablo, predicando en Atenas, lo expresó así:

“Para que buscaran a Dios, y de alguna manera, palpando, Lo hallen, aunque Él no está lejos de ninguno de nosotros. Porque en Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17:27-28).

Dios no está escondido en un campamento remoto ni confinado a un fin de semana de emociones altas. Está cerca, siempre presente, accesible en cada momento de nuestra vida. El Encuentro me hizo sentir que necesitaba algo extraordinario para conectar con Él, pero la Escritura me mostró que Él ya estaba conmigo.

Segundo, las enseñanzas sobre pecados y maldiciones generacionales, tan centrales en el Encuentro, no resisten el escrutinio bíblico. Sí, el Antiguo Testamento menciona consecuencias generacionales (Éxodo 20:5), pero en Cristo todo cambia. Pablo escribe:

“Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, ahora han sido hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).

Es una declaración absoluta: en la cruz, las maldiciones se rompieron, el pasado quedó atrás. No hay cristianos "bajo maldición" que necesiten un ritual especial para ser libres. El Encuentro me hizo buscar espíritus y ataduras que, en Cristo, ya no tienen poder sobre mí.

Tercero, mi experiencia me enseñó a depender de emociones intensas —llanto, éxtasis, manifestaciones—, pero la Biblia llama a una fe diferente. Pablo aconseja a Timoteo:

“Nada tengas que ver con las fábulas profanas… Más bien disciplínate a ti mismo para la piedad” (1 Timoteo 4:7-8).

La vida cristiana no es una montaña rusa emocional; es una disciplina diaria de oración, estudio y obediencia. Las lágrimas y el gozo pueden venir, pero no son el objetivo. Mi búsqueda de "sentir" a Dios me dejó vacío cuando las emociones se desvanecieron, porque no estaba arraigado en la constancia de Su verdad.

Cuarto, los Encuentros prometían sanidad y éxito en pocos días, pero la santificación no funciona así. Pablo escribe:

“El que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús” (Filipenses 1:6).

Es un proceso de toda la vida, obra del Espíritu Santo, no de métodos humanos ni retiros intensivos. Quise salir del Encuentro transformado al instante, pero la Biblia me enseñó que el cambio es gradual, paciente, divino.

Finalmente, entendí que no necesitaba un Encuentro para encontrar a Dios; lo necesitaba a Él en Su Palabra. Pablo le dice a Timoteo:

“Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden dar la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:15-16).

La Biblia es suficiente. En ella, Dios se revela, me habla, me transforma. No necesito lenguas forzadas ni sobres clavados en una cruz; necesito a Cristo, y Él está en cada página de Su Palabra.



El Verdadero Encuentro


Mirando atrás, no dudo que Dios usó ese Encuentro para mostrarme Su amor, pero también para enseñarme una lección mayor. Lo que viví fue real —las emociones, las reconciliaciones, el deseo de Él—, pero no era sostenible ni bíblico en su forma. El "milagro" que busqué en desmayos y sensaciones no era el verdadero encuentro que Dios ofrece: una relación diaria, humilde, fundada en Su verdad. Hoy, mi fe no depende de un campamento ni de un éxtasis pasajero. Encuentro a Dios en mi Biblia, en la oración tranquila, en la vida ordinaria donde Él promete estar.

Si has pasado por un Encuentro, no te juzgo. Dios obra donde quiere. Pero te invito a mirar la Palabra. Pregúntate: ¿Buscas a Dios en emociones o en Su revelación? ¿Dependes de un evento o de Su presencia constante? Mi testimonio no es una crítica vacía; es una súplica para que volvamos a lo que realmente nos sostiene: Cristo, Su cruz, Su Palabra. Ahí está el verdadero encuentro, y no hay campamento que lo supere.


2 Timoteo 2:15 - ¿Vale la Pena Pelear por la Verdad?

un peleador americano despues de un gran combate, podemos ver sus manos vendadas

 Una Defensa Bíblica de la Fe

En una cultura donde la verdad es relativizada y las discusiones doctrinales son vistas como arrogantes o innecesarias, la idea de "pelear por la verdad" puede parecer anticuada o incluso ofensiva. Entre algunos evangélicos modernos, la noción de defender las verdades esenciales del cristianismo con firmeza es considerada políticamente incorrecta, un vestigio del fundamentalismo que debería ser abandonado en favor de un tono más conciliador y dialogante. Sin embargo, ¿es esta postura consistente con lo que enseña la Escritura? ¿Es realmente inútil o inapropiado contender por la verdad en un mundo posmoderno? En este capítulo, examinaremos por qué la batalla por la verdad no solo es necesaria, sino también una responsabilidad sagrada para todo creyente, y cómo debemos llevarla a cabo con la actitud correcta.


La Guerra Ideológica: Verdad contra Error

La Escritura nos enseña que la batalla cósmica entre Dios y Satanás no es principalmente un conflicto de obras buenas contra malas, sino una guerra ideológica entre la verdad y el error. Satanás, el padre de la mentira (Juan 8:44), tiene como objetivo principal confundir, corromper y negar la verdad de Dios con tantas falacias como sea posible. Desde el principio, su estrategia ha sido torcer la Palabra divina: "¿Conque Dios os ha dicho…?" (Génesis 3:1). Este ataque contra la verdad ha sido constante a lo largo de la historia y sigue siendo una realidad hoy.

Por esta razón, la batalla por la verdad no es un asunto trivial ni opcional para el cristiano. Es el campo de batalla donde se libra la guerra espiritual en la que todos estamos involucrados. Como dice Efesios 6:12:
 
"Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes."
 
Para enfrentar esta lucha, debemos ceñirnos con el cinturón de la verdad (Efesios 6:14) y ser capaces de distinguir entre la doctrina sana y el error, defendiendo la primera y confrontando el segundo con valentía.

La Obligación de Defender la Verdad

La Escritura nos manda claramente a defender y proclamar la verdad que Dios nos ha revelado. Judas 3 nos exhorta a "contender ardientemente por la fe que de una vez para siempre fue entregada a los santos." Pablo, al escribir a Timoteo, lo instruye a que maneje correctamente la Palabra de verdad (2 Timoteo 2:15) y a que reprenda, corrija y exhorte con toda paciencia y doctrina (2 Timoteo 4:2). Estas instrucciones no son sugerencias; son mandatos que reflejan la seriedad con la que debemos tratar las verdades centrales del cristianismo.

Donde la Palabra de Dios habla con claridad, tenemos la obligación de obedecerla, defenderla y proclamarla con una autoridad que refleje nuestra convicción de que Dios ha hablado irrevocablemente. Esto es especialmente crucial cuando las doctrinas cardinales del cristianismo —como la deidad de Cristo, la justificación por la fe sola o la autoridad de las Escrituras— están bajo ataque. No podemos permanecer pasivos ni silenciosos frente al error, pues hacerlo sería deshonrar a Dios y permitir que los falsos maestros engañen a los incautos.

La Impopularidad de la Verdad: Una Realidad Antigua y Moderna

Defender la verdad nunca ha sido popular. En el primer siglo, los apóstoles enfrentaron oposición feroz por proclamar las verdades del evangelio. Pablo fue encarcelado, apedreado y finalmente martirizado por su compromiso con la verdad. Jesús mismo fue crucificado por declarar que Él era el camino, la verdad y la vida (Juan 14:6). La impopularidad no detuvo a los apóstoles ni al Señor, y no debería detenernos a nosotros.

Hoy, en un mundo posmoderno que relativiza la verdad y considera cualquier tono de firmeza como "militante" o "inapropiado", los creyentes que se alzan por la verdad son frecuentemente criticados. La metáfora de la guerra no encaja con las sensibilidades contemporáneas, donde las diferencias doctrinales se ven como triviales y el tono de la conversación se valora más que su contenido. Sin embargo, la Escritura no se doblega a las tendencias culturales. La verdad no es negociable, y nuestra responsabilidad de defenderla no depende de si es bien recibida o no.

El Ejemplo Apostólico: Hablar la Verdad con Firmeza y Amor

El apóstol Pablo nos ofrece un modelo claro de cómo contender por la verdad sin comprometer ni el mensaje ni la actitud. Pablo era justo con sus oponentes, nunca tergiversando sus enseñanzas ni mintiendo sobre ellos. Sin embargo, no dudaba en identificar y confrontar el error con claridad. En su enseñanza diaria, hablaba con la paciencia y ternura de un padre (1 Tesalonicenses 2:7-11), pero cuando las circunstancias lo requerían, podía ser directo e incluso mordaz.

Por ejemplo, en 1 Corintios 4:8-10, usa un tono sarcástico para reprender la arrogancia de los corintios:


"Ya estáis saciados, ya estáis ricos, sin nosotros reináis. ¡Y ojalá reinaseis, para que nosotros reinásemos también con vosotros!"


En Gálatas 5:12, emplea una ironía contundente contra los judaizantes:


"¡Ojalá se mutilasen los que os perturban!"


Este tipo de lenguaje, usado también por Elías (1 Reyes 18:27), Juan el Bautista (Mateo 3:7-10) y Jesús mismo (Mateo 23:24), no era crueldad ni falta de amor, sino una herramienta para resaltar la gravedad del error y despertar a los oyentes de su engaño.

Pablo también enfrentó el error directamente, incluso cuando venía de alguien tan respetado como Pedro. En Gálatas 2:11-14, lo reprendió públicamente por su hipocresía al ceder ante los judaizantes, mostrando que la verdad del evangelio no puede ser comprometida, ni siquiera por temor a lo que otros piensen. A diferencia de muchos hoy, que prefieren encubrir el error con un exceso de benevolencia o otorgar el beneficio de la duda a falsos maestros, Pablo no vaciló en catalogar el error como tal y confrontarlo con claridad.

La Verdadera Caridad: Hablar la Verdad, No Encubrir el Error

La idea posmoderna de "caridad" suele traducirse en evitar conflictos a toda costa, suavizar las diferencias doctrinales y dialogar indefinidamente con aquellos que enseñan error. Sin embargo, la caridad bíblica no consiste en encubrir el error ni en dar legitimidad a falsas enseñanzas. Como dice Efesios 4:15, debemos hablar "la verdad en amor", lo que implica tanto la proclamación fiel de la verdad como una actitud de amor genuino hacia los demás.

Pablo no invitaba a falsos maestros a "dialogar" ni aprobaba tal estrategia, ni siquiera cuando Pedro mostró deferencia indebida hacia ellos. Su enfoque no era una falsa benevolencia ni una cortesía artificial que busca agradar a todos; era un compromiso firme con la verdad, acompañado de un amor que buscaba la restauración de los que estaban en error (2 Timoteo 2:24-25). La verdadera caridad no ignora el error, sino que lo confronta con el objetivo de rescatar almas y glorificar a Dios.

¿Vale la Pena Pelear por la Verdad?

La respuesta clara de la Escritura es sí. La verdad de Dios no es un asunto académico o trivial; es el fundamento de nuestra fe, la base de nuestra salvación y la guía para nuestra vida. Abandonar la lucha por la verdad sería ceder terreno al enemigo y permitir que el error corrompa la iglesia y engañe a las almas.

Esto no significa que debamos ser contenciosos o arrogantes. Como Pablo, debemos contender con humildad, paciencia y amor, pero sin comprometer la claridad ni la firmeza. No peleamos por opiniones humanas ni por orgullo personal, sino por la Palabra que Dios nos ha dado, que es "viva y eficaz" (Hebreos 4:12) y capaz de transformar vidas.

Un Llamado a la Valentía en la Defensa de la Fe

Amado lector, la batalla por la verdad no es fácil ni popular, pero es necesaria. En un mundo que rechaza la idea misma de verdad absoluta y considera cualquier postura firme como intolerante, debemos recordar que nuestra lealtad no es a las tendencias culturales, sino a Cristo, quien es la Verdad encarnada (Juan 14:6). Como Pablo, estemos dispuestos a hablar la verdad con amor, a confrontar el error con valentía y a defender el evangelio con una convicción que refleje la certeza de que Dios ha hablado.

No permitamos que las voces del mundo nos silencien ni que el temor al rechazo nos haga retroceder. La verdad de Dios vale la pena ser defendida, porque es la verdad que nos hace libres (Juan 8:32), que salva almas y que glorifica al único digno de toda honra. Que el Espíritu Santo nos dé la sabiduría, la fortaleza y el amor necesarios para contender ardientemente por la fe, para la gloria de nuestro Salvador.

Los Falsos Maestros Deben ser Confrontados.




un hombre abriendo su biblia en la carta a timoteo


Una Llamada a Defender la Verdad

En un mundo donde el error doctrinal prolifera y seduce a los corazones incautos, los creyentes estamos llamados a contender ardientemente por la fe que una vez fue entregada a los santos (Judas 3). Permitir que las falsas enseñanzas se incrementen sin oposición no solo deshonra a Dios, sino que también corrompe conciencias, endurece corazones y lleva a las almas a la destrucción eterna. Como guardianes de la verdad, debemos estar dispuestos a confrontar a los falsos maestros, no con arrogancia ni odio, sino con la valentía y el amor que brotan de un corazón comprometido con Cristo y Su Palabra.

El Fruto Amargo de los Falsos Maestros

La Escritura es clara al describir el peligro de los falsos maestros y sus enseñanzas. Sus palabras no provienen de Dios, sino que son "doctrinas extrañas" (Hebreos 13:9), "mandamientos de hombres" (Tito 1:14), "doctrinas de demonios" (1 Timoteo 4:1), "herejías condenables" (2 Pedro 2:1), "tradiciones de los hombres" (Marcos 7:8), "mentiras" (1 Timoteo 4:2), "falsedad" (Efesios 4:25), "vano engaño" (Colosenses 2:8) y "filosofías engañosas" (Colosenses 2:8). Estas enseñanzas no solo desvían a los creyentes de la verdad, sino que también provocan división, confusión y especulaciones inútiles dentro de la iglesia (1 Timoteo 1:4-6).

El impacto de estas falsas doctrinas es devastador. Como advierten Pedro y Pablo, los falsos maestros llevan a los creyentes a caer de su firmeza y de su devoción pura a Cristo (2 Pedro 3:17; 2 Corintios 11:3). Además, generan fricciones constantes dentro del cuerpo de Cristo, promoviendo contiendas y debates que dificultan los propósitos de Dios (1 Timoteo 6:4-5). Proverbios 12:22 nos recuerda que "los labios mentirosos son abominación a Jehová", y como hijos de Dios, no podemos permanecer indiferentes ante aquello que Él aborrece.

La Necesidad de Confrontar el Error

Frente a este peligro, la Palabra de Dios nos llama a adoptar una postura firme contra el error. No podemos ser pasivos ni complacientes, pues la tolerancia al error doctrinal equivale a una falta de pasión por la verdad. El salmista declara: "Aborrezco y abomino la mentira; tu ley amo" (Salmo 119:163). Amar la verdad implica odiar todo camino falso (Salmo 119:104), y esto incluye las enseñanzas que pervierten el evangelio.

El apóstol Pablo nos da un ejemplo claro de esta valentía en Gálatas 2:11-14. Cuando Pedro, por temor a los judaizantes, comenzó a actuar hipócritamente y a comprometer la verdad del evangelio, Pablo lo enfrentó cara a cara y lo reprendió públicamente. Este acto no fue motivado por orgullo o animosidad personal, sino por un celo santo por la pureza del evangelio. Del mismo modo, Judas nos exhorta a "contender ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos" (Judas 3). No hay lugar para la indiferencia cuando la verdad de Dios está en juego.

El Peligro de los Tiempos Modernos

Vivimos en una era donde muchos que profesan a Cristo han abandonado la sana doctrina, buscando maestros que les hablen según sus deseos y agraden sus oídos (2 Timoteo 4:3-4). En lugar de abrazar la verdad, prefieren palabras que alimenten su ego o justifiquen sus pecados. Esta apostasía no es nueva; ya en los días de los apóstoles se advertía sobre la llegada de falsos maestros que introducirían herejías destructivas (2 Pedro 2:1). Sin embargo, el alcance y la sofisticación del error en nuestros días exigen una respuesta aún más diligente.

Como dice A.W. Tozer, "tan hábil es el error en la imitación de la verdad que los dos son constantemente confundidos el uno al otro". Esta confusión exige que los creyentes estén equipados espiritualmente para discernir entre la verdad y la mentira. Para ello, debemos aprovechar las provisiones que Dios nos ha dado: la oración, la fe, la meditación constante en las Escrituras, la obediencia, la humildad y la iluminación del Espíritu Santo. Solo así podremos resistir las "intrigas engañosas" de aquellos que buscan apartarnos del camino (Efesios 4:14).

La Batalla por la Verdad: Un Llamado a la Valentía

Confrontar a los falsos maestros requiere valentía, pero no debemos temer. Proverbios 29:25 nos advierte que "el temor del hombre pondrá lazo", pero la confianza en Dios nos hace libres para defender Su verdad sin intimidación. Los apóstoles son un modelo para nosotros: fueron fuertes, audaces, dogmáticos, intolerantes al pecado, inflexibles con el evangelio y dispuestos a morir por la verdad. Este es el espíritu que debe caracterizar a los creyentes en estos tiempos de engaño.

Pablo nos exhorta a no ser "niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error" (Efesios 4:14). En cambio, debemos crecer en madurez espiritual, arraigados en la Palabra de Dios y sostenidos por una cosmovisión teológica que defienda la gloria de Cristo y la pureza de Su evangelio. Como pastores, maestros y creyentes, tenemos la responsabilidad de proteger al cuerpo de Cristo de las falsas doctrinas, velando por el bien de los escogidos de Dios.

Confrontar con Paciencia y Amor

Aunque debemos ser firmes contra el error, también debemos proceder con la actitud correcta. En 2 Timoteo 2:24-25, Pablo instruye:


"Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad."


Nuestra meta no es ganar debates ni humillar a otros, sino restaurar a los engañados y glorificar a Dios. Esto requiere paciencia, humildad y un amor profundo por la verdad y por las almas.

Sin embargo, esto no significa que debemos tolerar el error o evitar confrontarlo. Cuando la verdad está en peligro, debemos reprender y exhortar con gran paciencia e instrucción (2 Timoteo 4:2). Nuestro amor por las almas no debe confundirse con una tolerancia que permita que el error se propague sin oposición.

Un Llamado a Proteger la Pureza del Evangelio

Amado lector, la batalla por la verdad no es opcional; es un mandato divino. Como creyentes, estamos llamados a decir "no" a los falsos maestros y a sus falsas doctrinas, no por arrogancia, sino por amor a Cristo y a Su iglesia. No podemos permitir que el error doctrinal se extienda sin oposición, pues deshonra a Dios y engaña a los incautos. Que el Espíritu Santo nos dé valentía para descansar en el poder de Su Palabra, audacia para confrontar el error y humildad para hacerlo con un corazón que busca la gloria de Dios.

Oremos para que el Señor nos haga como los apóstoles: fuertes, valientes, dedicados plenamente a Cristo y dispuestos a proteger la pureza del evangelio. Que nunca nos conformemos al espíritu de este siglo, sino que seamos transformados por la renovación de nuestro entendimiento (Romanos 12:2). Y que, en todo, nuestra pasión por la verdad sea evidente, no solo en nuestras palabras, sino en una vida que refleje la santidad y el amor de nuestro Salvador.