• Malaquías 3:10 es uno de esos versículos que resuena en casi todas las iglesias donde el dinero y la fe se cruzan.
  • En muchas iglesias contemporáneas, es común escuchar a líderes autoproclamarse "apóstoles", reclamando una autoridad especial y un estatus elevado dentro del cuerpo de Cristo.
  • En muchos círculos cristianos, Apocalipsis 3:20 se ha convertido en un versículo emblemático para el evangelismo.
  • La doctrina de la "confesión positiva" enseña que nuestras palabras tienen el poder de crear milagros, pero ¿es esto bíblico? Este artículo examina sus orígenes, contrastándolos con las Escrituras, y advierte sobre su peligrosa desviación del verdadero evangelio de Cristo.
  • La historia de la mujer con el flujo de sangre (Mateo 9:20-22, Marcos 5:25-34, Lucas 8:43-48) es más que un milagro físico: es una lección profunda sobre la verdadera fe. Más allá de la sanidad, Jesús le otorgó salvación, destacando que no fue el manto el que la curó, sino su confianza en Él. Este capítulo explora el significado espiritual de su historia y nos desafía a buscar a Cristo, no solo por sus milagros, sino por la vida eterna que ofrece.
Mostrando entradas con la etiqueta justicia divina. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta justicia divina. Mostrar todas las entradas

viernes, 11 de abril de 2025

Romanos 1:19-20 - ¿Qué pasa con aquellos que nunca escucharon el evangelio?

 

Un grupo de personas en una cueva oscura, iluminadas por un rayo de luz que entra desde la entrada, con rocas y sombras a su alrededor. Sobre la imagen, un texto en letras blancas con borde negro dice: "¿QUÉ PASA CON AQUELLOS QUE NUNCA ESCUCHARON EL EVANGELIO?" y debajo, en letras más pequeñas de color dorado, se lee: "CAMINANDO CON JESÚS". La escena evoca un ambiente de misterio y reflexión espiritual.


1. El punto de partida: La soberanía de Dios y la revelación divina

 
La teología reformada comienza con la soberanía absoluta de Dios sobre toda la creación, incluyendo la salvación de las personas. Según las Escrituras, Dios es justo, santo y misericordioso, y sus juicios son perfectos (Deuteronomio 32:4; Salmos 89:14). Además, la Biblia enseña que todos los seres humanos son pecadores por naturaleza y están separados de Dios (Romanos 3:23; Salmos 51:5). Nadie merece la salvación; esta es un regalo de la gracia divina (Efesios 2:8-9).
 
Sin embargo, la pregunta sobre aquellos que nunca escucharon el evangelio plantea un desafío: 
 
¿cómo puede un Dios justo condenar a quienes no tuvieron la oportunidad de conocer a Cristo? 
 
Para responder, debemos considerar dos tipos de revelación divina descritos en la Biblia:
 
Revelación general: Dios se revela a todos los seres humanos a través de la creación y la conciencia moral. Romanos 1:19-20 declara: 
 
"Porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa." 
 
Esto implica que nadie es completamente ignorante de la existencia de Dios, ya que la creación misma testifica de su poder y deidad.
 
Revelación especial: Esta es la proclamación específica del evangelio de Jesucristo, que revela el plan de salvación (Hechos 4:12; Juan 14:6). La revelación especial es necesaria para conocer el camino de la redención, ya que la fe viene por el oir la Palabra de Dios (Romanos 10:17).
 
Desde la perspectiva reformada, la revelación general es suficiente para condenar, ya que todos rechazan a Dios en su pecado (Romanos 1:21-23), pero solo la revelación especial, a través del evangelio, lleva a la salvación. Esto plantea la tensión central: ¿qué ocurre con aquellos que solo recibieron la revelación general?
 

2. La posición reformada: Exclusivismo y la necesidad de Cristo

 
La teología reformada es generalmente exclusivista, lo que significa que la salvación viene únicamente a través de la fe consciente en Jesucristo. Esta postura se basa en textos claros como:Juan 14:6: 
 
Jesús dijo, "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí."
 
Hechos 4:12: "Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos."
 
Romanos 10:13-14: "Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?"
 
Estos pasajes subrayan que la fe en Cristo es el medio designado por Dios para la salvación. En la tradición reformada, esto se refuerza con la doctrina de la elección soberana: Dios, en su voluntad eterna, elige a quienes salvará (Efesios 1:4-5; Romanos 9:11-16). La proclamación del evangelio es el instrumento ordinario por el cual Dios llama a sus elegidos, y la responsabilidad de predicar recae en la iglesia (Mateo 28:19-20).
 
Desde esta perspectiva, aquellos que nunca escucharon el evangelio no tienen acceso al conocimiento salvífico de Cristo y, por lo tanto, no pueden ser salvos, ya que carecen de la fe explícita en Él. Además, Romanos 1:18-20 sugiere que todos son culpables ante Dios por rechazar la revelación general, incluso sin haber oído el evangelio. La justicia divina no está en entredicho, porque nadie merece la salvación, y Dios no está obligado a proporcionar la revelación especial a todos.
 

3. La controversia: Exclusivismo, inclusivismo y universalismo

 
Para contextualizar la postura reformada, es útil compararla con otras posiciones teológicas:
 
Exclusivismo: Como se explicó, sostiene que la salvación requiere fe consciente en Cristo. Es la posición dominante en la teología reformada y evangélica, basada en la claridad de los textos mencionados. Sin embargo, algunos críticos argumentan que parece injusto que Dios condene a quienes nunca tuvieron la oportunidad de escuchar el evangelio.
 
Inclusivismo: Esta postura sostiene que, aunque Cristo es el único medio de salvación, Dios puede aplicar los beneficios de la obra de Cristo a aquellos que no lo conocieron explícitamente, pero respondieron con fe a la luz que recibieron (por ejemplo, a través de la revelación general o su conciencia). Algunos teólogos reformados, como J.I. Packer, han explorado esta posibilidad con cautela, sugiriendo que Dios podría salvar excepcionalmente a algunos en circunstancias extraordinarias, aunque esto no es normativo. Sin embargo, el inclusivismo es visto con escepticismo en la tradición reformada, ya que puede debilitar la urgencia de la misión evangelística y carece de respaldo bíblico explícito.
 
Universalismo: Esta visión afirma que todos serán salvos, independientemente de si escucharon el evangelio o creyeron en Cristo. Desde la perspectiva reformada, el universalismo es incompatible con las Escrituras, que hablan claramente del juicio final y la condenación de los impíos (Mateo 25:46; Apocalipsis 20:11-15). Además, socava la necesidad de la obra redentora de Cristo y la responsabilidad humana de responder al evangelio.
 
La teología reformada rechaza el universalismo y es cautelosa con el inclusivismo, manteniendo el exclusivismo como la postura más consistente con la Biblia. Sin embargo, reconoce que la justicia de Dios es insondable, y los detalles de su juicio final están más allá de nuestra comprensión total (Romanos 11:33-34).
 

4. Matices reformados: La justicia y misericordia de Dios

 
Aunque la postura reformada es exclusivista, algunos teólogos reformados han ofrecido matices para abordar la aparente tensión entre la justicia divina y la condenación de quienes nunca escucharon el evangelio. Estos matices no comprometen el exclusivismo, pero reflejan humildad ante los misterios de Dios:
 
Dios no está obligado a salvar a nadie: La teología reformada enfatiza que todos merecen la condenación por su pecado (Romanos 3:10-12). Que Dios elija salvar a algunos a través del evangelio es un acto de misericordia, no de obligación. Por lo tanto, no es injusto que algunos no reciban el evangelio, ya que nadie tiene derecho a la salvación.
 
La soberanía en la distribución del evangelio: Dios determina quién escucha el evangelio y cuándo (Hechos 16:6-10). Si alguien no lo escucha, esto cae bajo el propósito soberano de Dios, que siempre es justo, aunque no siempre comprendamos sus razones (Romanos 9:20-21).
 
Juicio según la luz recibida: Aunque la salvación requiere fe en Cristo, algunos reformados sugieren que Dios juzgará a las personas según la luz que recibieron. Aquellos que solo tuvieron acceso a la revelación general serán juzgados por su respuesta a ella, lo que aún los deja culpables (Romanos 1:20). Esto no implica salvación fuera de Cristo, pero sí que el juicio de Dios será perfectamente justo, tomando en cuenta las circunstancias de cada persona.
 
Esperanza en los misterios de Dios: Mientras que la Biblia no promete salvación para quienes no escucharon el evangelio, tampoco detalla exhaustivamente el destino de cada individuo. Como dice Deuteronomio 29:29, "Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios, mas las reveladas son para nosotros." Esto invita a confiar en la justicia y misericordia de Dios, sin especular más allá de lo revelado.
 

5. Implicaciones prácticas: La urgencia de la misión

 
La perspectiva reformada, al enfatizar la necesidad de la fe en Cristo, subraya la importancia de la Gran Comisión (Mateo 28:19-20). Si la salvación viene solo a través del evangelio, la iglesia tiene la responsabilidad urgente de predicar a todas las naciones. Esto no solo refleja obediencia a Cristo, sino también amor por los perdidos, deseando que nadie perezca (2 Pedro 3:9, entendido en el contexto reformado como la voluntad de Dios de salvar a sus elegidos).
 
Además, esta postura nos lleva a la humildad. No debemos presumir conocer los detalles del juicio final ni limitar la sabiduría de Dios. Nuestra tarea es proclamar el evangelio fielmente, confiando en que Dios obrará según su perfecta voluntad.
 

6. Respuesta a la controversia

 
La pregunta sobre aquellos que nunca escucharon el evangelio puede ser emocionalmente cargada, especialmente cuando pensamos en personas en regiones remotas o épocas pasadas. Es crucial responder con sensibilidad, sin comprometer la verdad bíblica:
 
Confianza en la justicia de Dios: Podemos estar seguros de que Dios no cometerá ninguna injusticia. Sus juicios serán perfectos, y nadie será condenado inmerecidamente (Génesis 18:25).
 
En lugar de especular sobre lo que no sabemos, debemos centrarnos en lo que Dios ha revelado: Cristo es el único camino de salvación, y la iglesia debe llevar este mensaje al mundo.
 
En lugar de angustiarse por los que no han oído, los cristianos deben comprometerse con la misión, apoyando a misioneros, orando por los no alcanzados y viviendo como testigos de Cristo.
 
Conclusión
 
Desde la perspectiva reformada, la salvación viene solo por la fe en Jesucristo, y el evangelio es el medio ordinario por el cual Dios llama a sus elegidos. Aquellos que nunca escucharon el evangelio no tienen acceso a este conocimiento salvífico y, según Romanos 1, son culpables por rechazar la revelación general. Sin embargo, la justicia de Dios asegura que nadie será juzgado injustamente, y su soberanía garantiza que su plan es perfecto, aunque no lo comprendamos completamente.
 
Esta postura exclusivista no debe llevar a la desesperanza, sino a la acción. Nos impulsa a predicar el evangelio con urgencia, confiando en que Dios usará su Palabra para salvar a los suyos. Al mismo tiempo, reconocemos con humildad que los detalles del juicio final están en las manos de un Dios santo, justo y misericordioso, cuyos caminos son más altos que los nuestros (Isaías 55:8-9).
 
Que esta verdad nos motive a vivir para la gloria de Dios, proclamando su evangelio con valentía y amor, mientras confiamos en su perfecta voluntad.


jueves, 3 de abril de 2025

Entre el Abismo y las Llamas: Una Exploración Bíblica de los Reinos de la Justicia Divina.

Imagen con tonos oscuros y rojizos que muestra figuras humanas cayendo en espiral hacia un abismo ardiente, representando un ambiente infernal. En el centro se encuentra el texto: "Entre el abismo y las llamas. Una exploración bíblica de los reinos de la justicia divina".



"Entre el Abismo y las Llamas: Una Exploración Bíblica de los Reinos de la Justicia Divina"


En las profundidades de las Sagradas Escrituras, encontramos términos que despiertan tanto asombro como temor: el "abismo" y el "infierno". Estas palabras evocan imágenes de oscuridad, juicio y el peso inescapable de la santidad de Dios. Pero, ¿son lo mismo? ¿Qué distingue el pozo sellado del abismo de las llamas eternas del infierno? Como cristianos reformados, comprometidos con la autoridad suprema de la Palabra, debemos desentrañar estos conceptos con reverencia y precisión. Este capítulo nos llevará a través de los pasajes bíblicos que definen el abismo y el infierno, comparará sus naturalezas y propósitos, y nos invitará a contemplar la soberanía de Dios sobre ambos. Con la guía de las Escrituras y la sabiduría de teólogos reformados, descubriremos cómo estas realidades testifican del poder, la justicia y la gracia del Creador.I. El abismo: El pozo de la oscuridad primordial

Imagina un lugar envuelto en tinieblas, un abismo sellado donde las fuerzas del mal son contenidas por la mano soberana de Dios. Este es el "abismo" que las Escrituras nos presentan, un término que resuena desde los albores de la creación hasta los tiempos finales. Su historia comienza en Génesis 1:2:

"Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas."

Aquí, el hebreo tehom pinta un cuadro de caos acuoso, una profundidad informe que precede al orden divino. No es un lugar de castigo, sino un estado primordial que Dios somete con su palabra. Sin embargo, a medida que avanzamos en la narrativa bíblica, el abismo evoluciona hacia algo más definido y siniestro.

En el Salmo 71:20, el salmista clama:

"Tú, que me has hecho ver muchas angustias y males, volverás a darme vida, y de nuevo me levantarás de los abismos de la tierra." 
 
Aunque metafórico, este uso sugiere una conexión con la aflicción y la muerte, un eco de la separación de la presencia de Dios. Pero es en el Nuevo Testamento donde el abismo (abyssos en griego) toma forma como un lugar específico. En Lucas 8:31, los demonios imploran a Jesús:

"Y le rogaban que no los mandase al abismo."

¿Qué temen estas criaturas espirituales? Apocalipsis 9:1-2 nos ofrece una visión:

"Y el quinto ángel tocó la trompeta, y vi una estrella que cayó del cielo a la tierra; y le fue dada la llave del pozo del abismo. Y abrió el pozo del abismo, y subió humo del pozo como humo de un gran horno."

El abismo es un "pozo" sellado, una prisión de oscuridad de donde emergen seres demoníacos bajo el juicio de Dios. Más adelante, en Apocalipsis 20:1-3, su propósito se aclara:

"Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años; y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso sellos sobre él."

Aquí, el abismo es un lugar de reclusión temporal, una celda divina para Satanás y sus huestes. Juan Calvino, en su Comentario a Apocalipsis, lo describe con precisión:

"El abismo es un lugar de tinieblas, ordenado por la sabiduría de Dios para contener a los rebeldes espirituales hasta que su juicio final sea ejecutado. No es su fin, sino su cadena."

El abismo, entonces, no es un destino eterno, sino un instrumento de la soberanía divina, un preludio al castigo final.
 
 
II. El infierno: Las llamas de la justicia eterna

Si el abismo es una prisión temporal, el infierno es el tribunal eterno de Dios, un lugar donde su ira contra el pecado arde sin fin. Sin embargo, el término "infierno" en nuestras Biblias abarca varias palabras bíblicas —Sheol, Hades, Gehenna, y el "lago de fuego"— que debemos distinguir para captar su profundidad.

En el Antiguo Testamento, Sheol es el reino de los muertos. En Salmo 16:10, David ora con esperanza:

"Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción."

Sheol no discrimina entre justos e injustos; es un estado intermedio, un lugar de espera. El Nuevo Testamento lo llama Hades. En Lucas 16:23, Jesús narra la parábola del rico y Lázaro:

"Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno."

Aunque Hades incluye tormento para los impíos, sigue siendo un estado temporal. El verdadero "infierno" emerge con Gehenna, un término que 
 
Jesús usa para el castigo eterno. En Mateo 25:41, Él declara:

"Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles."

Gehenna, inspirada en el Valle de Hinom —un sitio de idolatría y fuego perpetuo cerca de Jerusalén—, simboliza destrucción y sufrimiento sin fin. 
 
En Marcos 9:47-48, Jesús advierte:

"Mejor te es entrar en el reino de Dios con un solo ojo, que teniendo dos ojos ser echado a la Gehenna, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga."

La culminación del infierno aparece en Apocalipsis 20:14-15:

"Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego."

El "lago de fuego" es el infierno en su forma definitiva, un lugar de tormento eterno tras el juicio final. Louis Berkhof, en su Teología Sistemática, lo define con claridad:

"El infierno es la separación eterna de la presencia benigna de Dios, un estado de tormento consciente y justo para los réprobos y los ángeles caídos, ejecutado con perfecta equidad." 
 
 
III. El contraste revelado: Abismo versus infierno


Con el abismo y el infierno definidos, comparemos sus diferencias en un lienzo teológico, trazando sus contornos en propósito, naturaleza, cronología y habitantes.
 
Propósito: El abismo es una prisión temporal, un lugar donde Dios contiene a los seres espirituales caídos, como los demonios (Lucas 8:31) y Satanás (Apocalipsis 20:3). Su función es restrictiva, un acto de control divino en el drama redentor. 
 
El infierno, en cambio, es el castigo eterno, el destino final de los impíos y los demonios tras el juicio (Mateo 25:41). Su propósito es vindicar la santidad de Dios y ejecutar su justicia.
 
Naturaleza: El abismo es un "pozo del abismo" (Apocalipsis 9:1), un lugar de oscuridad y reclusión. Aunque los demonios lo temen, no se describe explícitamente como un sitio de tormento activo. 
 
El infierno es un reino de sufrimiento consciente, con "fuego eterno" y "gusanos que no mueren" (Marcos 9:48), culminando en el lago de fuego, donde el tormento es perpetuo.
 
Cronología: El abismo opera en el presente (2 Pedro 2:4) y durante el milenio (Apocalipsis 20:1-3), pero es temporal; Satanás es liberado brevemente antes de su fin (Apocalipsis 20:7-10). 
 
El infierno es eterno, consumado tras el juicio final, cuando incluso el Hades es arrojado al lago de fuego (Apocalipsis 20:14).
 
Habitantes: El abismo alberga a seres espirituales como demonios y Satanás (Apocalipsis 9:11; 20:3); no hay indicio de humanos allí. 
 
El infierno incluye a los impíos humanos, Satanás y sus ángeles tras el juicio (Apocalipsis 20:15).
 
 
IV. La visión reformada: Soberanía y redención

La teología reformada, anclada en la Sola Scriptura, ve el abismo y el infierno como expresiones de la soberanía de Dios sobre el mal. Charles Spurgeon, en un sermón sobre Apocalipsis 20, proclama:

"El abismo es la celda donde el Todopoderoso encadena a los rebeldes espirituales, un testimonio de su dominio; el infierno es su tribunal final, donde la justicia resplandece en llamas eternas."

R.C. Sproul, en La Santidad de Dios, añade:

"El abismo es un preludio al infierno, una sombra de la sentencia final. Ambos declaran que Dios no negocia con el pecado, sino que lo somete a su voluntad santa."

Un pasaje clave es 2 Pedro 2:4:

"Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno [Tártaro, un término afín al abismo], los entregó a prisiones de oscuridad, reservados para el juicio."

Aquí, el "Tártaro" se asemeja al abismo como un lugar de espera, distinto del lago de fuego eterno.
 
 
Conclusión: Del abismo a la cruz

El abismo y el infierno, aunque relacionados, son distintos en las Escrituras. El abismo es el pozo temporal donde Dios restringe el mal espiritual, un recordatorio de su poder sobre las tinieblas. El infierno es el fuego eterno, el destino final donde la justicia divina arde contra el pecado impenitente. La Confesión de Fe de Westminster (Capítulo XXXIII) lo resume: "Los impíos serán castigados con tormento eterno, apartados de la presencia del Señor." Sin embargo, esta verdad no nos deja sin esperanza. Cristo, quien descendió a las profundidades (Efesios 4:9) y venció el poder del abismo, nos libra del infierno por su cruz. Que este contraste nos lleve a adorar al Dios soberano y a buscar refugio en su gracia. ¿Qué te revela esta distinción sobre el corazón de nuestro Salvador?

jueves, 13 de marzo de 2025

Lamentaciones 3:37 - ¿Por qué Dios Permite La Maldad?






Una foto realista de la maldad que hay en el mundo actual, guerras, hambre, destruccion



“¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó?”
(Lamentaciones 3:37, RVR1960)


Una Pregunta que Desafía Nuestra Comprensión

Desde los albores de la humanidad, una pregunta ha inquietado los corazones de los hombres: Si Dios es bueno, soberano y omnipotente, ¿por qué permite la maldad? ¿Por qué no erradica el pecado de una vez por todas? ¿Por qué no impidió que Adán y Eva pecaran, o por qué no colocó una barrera antes de la caída para evitar que comieran del árbol prohibido? Estas preguntas no son nuevas; han sido planteadas por filósofos, teólogos y escépticos a lo largo de los siglos, y a menudo se convierten en un arma para los ateos que buscan cuestionar la existencia o la justicia de Dios. Sin embargo, la respuesta que la Escritura ofrece no es evasiva ni superficial; es profunda, transformadora y apunta directamente a la gloria de Dios.

La Biblia nos presenta un Dios que es absolutamente soberano, infinitamente justo y eternamente bueno. Al mismo tiempo, reconoce la realidad del mal en el mundo: el sufrimiento, la enfermedad, la muerte y la injusticia son evidencias innegables de que algo está profundamente roto. ¿Cómo reconciliamos estas dos verdades? ¿Es Dios el autor de la maldad? ¿O hay otra explicación que honre Su carácter y revele Su propósito eterno? En este capítulo, exploraremos la enseñanza bíblica sobre el origen de la maldad, el papel de Dios en relación con ella y cómo Su soberanía absoluta transforma nuestra comprensión del dolor y el pecado. 
 

Dios No Es el Autor de la Maldad

Antes de abordar por qué Dios permite la maldad, debemos establecer una verdad fundamental: Dios no es el autor del mal. La Escritura es clara en este punto. Cuando Dios completó Su obra creadora, contempló todo lo que había hecho y lo declaró “bueno” (Génesis 1:31). No había mancha alguna en la creación original. Más aún, pasajes como Santiago 1:13 afirman: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie”. 1 Juan 1:5 añade: “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él”. Y 1 Corintios 14:33 nos asegura que “Dios no es Dios de confusión, sino de paz”. Si estas afirmaciones son ciertas —y lo son—, entonces Dios no puede ser el creador ni el instigador del mal.

¿De dónde proviene, entonces, la maldad? La Biblia nos enseña que el mal se origina en la criatura caída, no en el Creador. El pecado es, en esencia, una falta de perfección moral en las criaturas que se rebelaron contra Dios. Romanos 5:12 nos dice que “por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte”. Con la caída de Adán y Eva (Génesis 3:14-24), el pecado irrumpió en la creación, trayendo consigo muerte, dolor, enfermedad y toda forma de calamidad. Las criaturas caídas —tanto humanas como angelicales— son las responsables de sus propios pecados, y toda la maldad que vemos en el mundo es el resultado directo o indirecto de esa rebelión.

La Soberanía Absoluta de Dios Sobre la Maldad

Aunque Dios no es el autor del mal, tampoco es un observador pasivo frente a él. La Escritura nos revela que Dios es absolutamente soberano sobre todas las cosas, incluyendo la maldad. Pasajes como 1 Crónicas 29:11-12 proclaman: “Tuyo es, oh Jehová, el poder y la gloria… tú dominas sobre todo”. Isaías 46:9-10 declara que Dios “anunció el fin desde el principio” y que “hará todo lo que quiere”. Y Daniel 4:35 afirma que “nadie puede detener su mano, ni decirle: ¿Qué haces?”. Incluso en eventos que parecen caóticos o malignos, Dios sigue siendo el soberano que gobierna todas las cosas según Su propósito eterno.

Esto plantea una distinción crucial: aunque Dios no crea la maldad, sí la permite como parte de Su decreto eterno. La maldad no tomó a Dios por sorpresa, ni es un obstáculo que interrumpe Sus planes. Desde antes de la fundación del mundo, Él conocía cada acto de rebelión, cada sufrimiento y cada injusticia, y los incorporó en Su diseño soberano para cumplir Sus propósitos santos. Como dice Proverbios 16:4: “Todo lo hizo Jehová para sus fines, y aun al impío para el día del mal”. Esto no significa que Dios desee la maldad o la apruebe, sino que la permite y la usa para Sus propios fines, que siempre son justos y gloriosos.

Un ejemplo claro de esto lo vemos en la vida de José, como exploramos en capítulos anteriores. Sus hermanos actuaron con maldad al venderlo como esclavo, pero Dios usó ese acto para preservar vidas durante una hambruna y cumplir Sus promesas a Abraham (Génesis 50:20). Otro ejemplo supremo es la cruz de Cristo. El acto más atroz de maldad en la historia —el asesinato del Hijo de Dios— fue permitido y ordenado por Dios para lograr la redención de Su pueblo. Hechos 2:23 dice que Jesús fue “entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios”. Aunque los hombres obraron con maldad al crucificar a Jesús, Dios soberanamente usó ese acto para traer salvación al mundo.

El Propósito de Dios al Permitir la Maldad: Manifestar Su Gloria

Si Dios es soberano y podría erradicar la maldad en un instante, ¿por qué no lo hace? La respuesta que la Escritura nos ofrece es que Dios permite la maldad con un propósito supremo: manifestar la plenitud de Su gloria. Romanos 9:22-23 nos da una pista profunda: “¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria?”. Aquí vemos que Dios usa incluso la existencia del mal para resaltar Su justicia, Su poder y Su misericordia.

Sin la presencia del pecado y la maldad, no habría oportunidad para que Dios manifestara plenamente atributos como Su gracia, Su misericordia, Su paciencia y Su amor redentor. Romanos 5:8 nos dice: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. Si no hubiera pecado, ¿habría sido necesario que Cristo viniera a morir? Sin la realidad del mal, no conoceríamos la profundidad del perdón, la sanidad, la libertad y la santidad que Dios ofrece. La maldad, aunque trágica y destructiva, se convierte en el telón de fondo que resalta la belleza de la redención.

Además, la existencia del mal permite a Dios desplegar Su justicia. Romanos 3:5 pregunta: “Y si nuestra injusticia hace resaltar la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Será injusto Dios que castiga?”. La respuesta es un rotundo no. Dios tiene tanto derecho a mostrar Su ira contra el pecado como a derramar Su amor sobre los redimidos. Él es Dios, y será adorado por la totalidad de Su ser. Sin el pecado, no habría ocasión para la justicia divina; sin la maldad, no habría demostración de la santidad de Dios en Su juicio contra el mal.

La Soberanía de Dios y la Responsabilidad Humana

Alguien podría preguntar: Si Dios permite la maldad y la usa para Sus propósitos, ¿no somos entonces meros títeres sin responsabilidad? La Escritura nos enseña que la soberanía de Dios no elimina la responsabilidad humana. Los hombres son responsables de sus pecados, porque pecan voluntariamente según su naturaleza caída. Dios no los fuerza a pecar; ellos eligen rebelarse contra Él. Al mismo tiempo, Dios soberanamente usa esas elecciones para cumplir Sus propósitos.

Un pasaje que ilustra esta tensión es Lamentaciones 3:37-38: “¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó? ¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno?”. Esto no significa que Dios sea el autor del mal en un sentido moral, sino que nada ocurre fuera de Su control soberano. Él permite que los agentes de maldad obren y luego anula sus acciones para Sus propios fines santos. Como dice Isaías 45:7: “Que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto”. Dios no crea el pecado, pero sí permite las circunstancias que lo rodean, siempre con un propósito redentor.


Una Perspectiva Transformadora para el Sufrimiento

Para el creyente, esta verdad trae consuelo y esperanza. Aunque vivimos en un mundo caído donde la maldad abunda, sabemos que nada escapa al control de Dios. 1 Corintios 10:13 nos asegura que “no os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir”. Y Santiago 1:13 nos recuerda que Dios no nos tienta con el mal. Incluso en medio del sufrimiento, podemos confiar en que Dios está obrando para nuestro bien y Su gloria.

El apóstol Pablo lo expresa maravillosamente en Romanos 8:28: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”. Esto incluye las cosas malas, los dolores y las injusticias. Aunque no siempre entendamos los detalles de Su plan, podemos confiar en que Dios está obrando soberanamente para cumplir Sus propósitos eternos.

Una Invitación a Confiar en el Dios Soberano

Amado lector, si las preguntas sobre la maldad y el sufrimiento te han causado duda o angustia, te invito a mirar más allá de las circunstancias y fijar tus ojos en el carácter de Dios. Él no es un Dios caprichoso ni distante; es un Dios soberano, justo y amoroso que usa incluso el mal para manifestar Su gloria y traer redención a Su pueblo. La cruz de Cristo es la prueba definitiva de esto: lo que parecía el triunfo del mal se convirtió en el medio de la salvación para los que creen.

No te desesperes ante la presencia del mal en el mundo. En lugar de cuestionar la justicia de Dios, confía en Su soberanía. Como dice Apocalipsis 15:3-4: “Justos y verdaderos son tus caminos, oh Rey de los santos”. Un día, toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesucristo es Señor, para la gloria de Dios Padre (Filipenses 2:10-11). Mientras tanto, vive con la certeza de que nada escapa al control de nuestro Dios soberano, y que incluso el mal que enfrentamos hoy será transformado en un testimonio eterno de Su gracia y poder.

Aquí hay algunos otros versículos que hablan sobre la total Soberanía de Dios, por si aún hay alguna duda de ello.

Deuteronomio 32:39, Job 42:2, Salmos 139:16, Proverbios 21:1, Isaías 14:24-27, Isaías 45:7, Isaías 46:10, Jeremías 10:23, Lamentaciones 3:38, Ezequiel 17:24, Daniel 4:34-35, Amós 3:6, Lucas 22:2, Juan 3:27, Juan 6:64-65, Hechos 2:23, Hechos 4:27-28, Hechos 14:16, Romanos 9:1-23, Efesios 1:7-11, Filipenses 2:13, 2 Tesalonicenses 2:8-12, Santiago 1:17-18, Santiago 4:13-15, Apocalipsis 17:17