• Malaquías 3:10 es uno de esos versículos que resuena en casi todas las iglesias donde el dinero y la fe se cruzan.
  • En muchas iglesias contemporáneas, es común escuchar a líderes autoproclamarse "apóstoles", reclamando una autoridad especial y un estatus elevado dentro del cuerpo de Cristo.
  • En muchos círculos cristianos, Apocalipsis 3:20 se ha convertido en un versículo emblemático para el evangelismo.
  • La doctrina de la "confesión positiva" enseña que nuestras palabras tienen el poder de crear milagros, pero ¿es esto bíblico? Este artículo examina sus orígenes, contrastándolos con las Escrituras, y advierte sobre su peligrosa desviación del verdadero evangelio de Cristo.
  • La historia de la mujer con el flujo de sangre (Mateo 9:20-22, Marcos 5:25-34, Lucas 8:43-48) es más que un milagro físico: es una lección profunda sobre la verdadera fe. Más allá de la sanidad, Jesús le otorgó salvación, destacando que no fue el manto el que la curó, sino su confianza en Él. Este capítulo explora el significado espiritual de su historia y nos desafía a buscar a Cristo, no solo por sus milagros, sino por la vida eterna que ofrece.
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jueves, 13 de marzo de 2025

Génesis 50:20 - ¿Nacidos para Cambiar el Mundo?

foto realista de una persona americana mirando a las estrellas, soñando, pensando, anhelando conseguir sus sueños. 16:9



Lecciones de José y el Propósito Redentor de Dios.


En un mundo donde los sueños a menudo se ven como meras fantasías, la Palabra de Dios nos recuerda que un sueño alineado con Su voluntad no solo es posible, sino que puede transformar vidas y naciones. Hace poco, mi esposa compartió conmigo un texto inspirador titulado Con un sueño, basado en un libro de nuestro mentor en liderazgo que lleva un título poderoso: Cambie su mundo, todos pueden marcar una diferencia sin importar donde estén. Desde las primeras líneas, una frase capturó mi atención: “Soñar es gratis, pero el viaje no”. Esta verdad resonó profundamente en mi corazón y me llevó a reflexionar sobre una pregunta clave:

¿Es bíblico decir que estamos nacidos para cambiar el mundo?

A través de la vida de José en Génesis y las verdades eternas de la Escritura, exploremos cómo los sueños que Dios pone en nosotros, junto con el viaje que implica cumplirlos, forman parte de Su propósito redentor para nuestras vidas.
 

Soñar es Gratis, pero el Viaje No: La Historia de José

 
La frase “soñar es gratis, pero el viaje no” tiene una profundidad que se alinea perfectamente con la vida de José, un joven soñador descrito en Génesis 37 al 50.

En Génesis 37:5-11, José recibe visiones de grandeza: sus hermanos y padres inclinándose ante él. Sin embargo, lo que sigue no es un camino de gloria inmediata, sino un viaje lleno de adversidad. Es vendido como esclavo por sus propios hermanos, acusado falsamente por la esposa de Potifar, y encarcelado injustamente (Génesis 39-40).

¿Dónde estaba el sueño en esos momentos oscuros? La respuesta está en la soberanía de Dios: cada paso del “viaje” de José lo estaba preparando para cumplir el propósito que Dios había diseñado. Como dice Isaías 55:8-9:

“Porque mis pensamientos no son los de ustedes, ni sus caminos son los míos —afirma el Señor—. Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes; ¡más altos que los cielos sobre la tierra!”

José no entendió de inmediato el propósito de su sufrimiento, pero confió en que Dios estaba obrando, incluso en las circunstancias más dolorosas.
¿Nacidos para Cambiar el Mundo? 
 

Una Perspectiva Bíblica

 
Esto nos lleva a una pregunta fundamental: ¿Es bíblico decir que hemos nacido para cambiar el mundo? La respuesta, desde una perspectiva reformada, es un sí matizado.

La Biblia enseña que cada persona ha sido creada a imagen de Dios (Génesis 1:26-27) y que Él tiene un propósito específico para cada uno de nosotros. Efesios 2:10 declara:

“Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano para que las hiciéramos.”

Esto implica que nuestra vida tiene un propósito que puede glorificar a Dios y bendecir a otros, lo cual puede entenderse como un “cambio” en el mundo, ya sea en nuestra esfera inmediata (familia, comunidad) o en un alcance mayor, según el plan de Dios.

Jesús mismo nos llama a ser luz del mundo y sal de la tierra (Mateo 5:13-16), y nos da la Gran Comisión de hacer discípulos de todas las naciones (Mateo 28:19-20). Esto significa que, como cristianos, estamos llamados a influir en el mundo llevando el evangelio, que es el poder de Dios para salvación (Romanos 1:16). Cambiar el mundo, desde esta perspectiva, no se trata de buscar fama o poder humano, sino de participar en la obra redentora de Dios al traer Su reino a la tierra a través de nuestras vidas. Sin embargo, debemos tener cuidado de no interpretar esta idea desde una visión humanista o centrada en el ego, como si todos estuviéramos destinados a tener un impacto global visible. La Biblia nos llama a la humildad y a la fidelidad en lo que Dios nos ha encomendado, ya sea grande o pequeño a los ojos humanos (1 Corintios 10:31).
 

Lecciones del Viaje de José: Fe, Carácter y Servicio

 
La vida de José nos ofrece principios bíblicos claros sobre cómo vivir los sueños que Dios pone en nuestro corazón y cómo estos sueños pueden tener un impacto transformador. El texto original menciona varias lecciones que podemos extraer de su historia, y cada una está profundamente arraigada en la Escritura:
 
No perder la fe nos dará esperanza: En Génesis 39:2, se nos dice repetidamente que “el Señor estaba con José”. A pesar de ser esclavo y prisionero, José no dudó de la presencia de Dios. Hebreos 11:1 define la fe como “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. José vivió con esa certeza, y nosotros también estamos llamados a hacerlo.
 
Seguir los valores fortalece el carácter: Cuando la esposa de Potifar intentó seducir a José, él respondió: “¿Cómo podría yo hacer algo tan malo y pecar contra Dios?” (Génesis 39:9). Su integridad no solo lo preservó, sino que lo preparó para liderar con autoridad moral en el futuro. Romanos 5:3-4 nos recuerda que el sufrimiento produce perseverancia, la perseverancia carácter, y el carácter esperanza.
 
Estar dispuestos a servir nos hará visibles: José no se quejó de su situación; en cambio, sirvió fielmente, primero en la casa de Potifar y luego en la prisión (Génesis 39:4, 40:4). Su disposición a servir lo llevó a ser notado y, finalmente, a ser elevado a una posición de influencia. Jesús mismo dijo: “El que quiera ser el primero, debe ser esclavo de todos” (Marcos 10:44).
 
Perdonar nos hará libres: Uno de los momentos más poderosos de la vida de José ocurre en Génesis 45, cuando perdona a sus hermanos y declara: “Ustedes planearon hacerme mal, pero Dios lo cambió en bien” (Génesis 50:20). El perdón no solo liberó a José de la amargura, sino que también restauró su familia. Como cristianos, estamos llamados a perdonar como Cristo nos perdonó (Efesios 4:32).
 

Eres un Sueño de Dios: El Precio Pagado por Ti

 
El texto original concluye con un recordatorio poderoso: “Eres un sueño de Dios, y Él pagó el precio por ti”. Esto nos lleva al corazón del evangelio. En Juan 3:16, leemos que Dios amó tanto al mundo que dio a Su Hijo unigénito para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. Si Dios pagó el precio supremo por nosotros, ¿cómo no vamos a vivir para Él? Los sueños que Dios pone en nuestros corazones no son accidentales. Como dice el texto, “Dios cuando permite un sueño en nuestras vidas, es porque dentro de nosotros están los recursos para trabajarlo”. Esto se alinea con Efesios 2:10: hemos sido creados para buenas obras que Dios dispuso de antemano.

José no buscaba cambiar el mundo por ambición propia, pero su obediencia y fidelidad a Dios lo llevaron a una posición donde salvó a su familia y a una nación del hambre. De manera similar, personajes como Moisés, que liberó a Israel, o Pablo, que llevó el evangelio a gran parte del mundo conocido, muestran que Dios puede usar a personas comunes para cumplir propósitos extraordinarios que impactan al mundo, siempre dentro de Su plan soberano.
 

Una Invitación a Perseverar en el Viaje

 
La vida de José nos enseña que los sueños de Dios siempre tienen un propósito mayor. Su historia no termina en la esclavitud ni en la prisión, sino en Génesis 50, donde se convierte en el segundo al mando de Egipto, salva a su familia y a toda una nación del hambre, y declara que lo que sus hermanos intentaron para mal, Dios lo usó para bien. Del mismo modo, los sueños que Dios ha puesto en tu corazón pueden cambiar tu mundo, si estás dispuesto a pagar el precio del viaje.

Así que te invito a reflexionar: ¿Cuál es tu sueño? ¿Estás estancado por las circunstancias, o estás dispuesto a confiar en que Dios usará cada paso para cumplir Su propósito en ti? Como dice Filipenses 1:6, “Estoy convencido de que el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús”. No todos cambiaremos el mundo como lo hicieron José o Pablo, pero todos estamos llamados a ser instrumentos de Dios donde Él nos coloque, participando en Su obra redentora. Persevera, porque tu sueño, en las manos de Dios, puede transformar vidas para Su gloria.

¡Que tengas un bendecido día en el Señor!

Job 1:21 - ¿En mi boca hay un Milagro?




una mujer americana, hablando, declarando, decretando, con fervor, emocion, y pasion.

Desenmascarando la Falsa Doctrina de la Confesión Positiva


Imagina por un momento que estás en un culto lleno de energía, con luces brillantes y una multitud expectante. El predicador sube al escenario, micrófono en mano, y proclama con voz resonante:

"¡En tu boca hay un milagro! Declara lo que quieres, visualízalo con fe, y Dios lo hará realidad".



La gente estalla en aplausos, algunos levantan las manos, otros repiten frases como "Voy a ser sano", "Voy a ser rico", "Voy a triunfar". Es un mensaje embriagador, uno que te pone en el centro del universo, como si tus palabras tuvieran el poder de moldear la realidad. Salud, riqueza, felicidad, éxito —todo al alcance de tu lengua, si tan solo crees lo suficiente y hablas con autoridad. "Tú naciste para ganar", te dicen. "Dios quiere que vivas en abundancia. Solo tienes que pedirlo". Suena irresistible, ¿verdad? Pero mientras el eco de esas palabras resuena, una pregunta se cuela en el silencio de tu corazón:

¿Es esto realmente lo que la Biblia enseña? ¿O estamos frente a una mentira vestida de piedad?


Esta idea —"en mi boca hay un milagro"— ha ganado terreno en ciertos círculos del cristianismo moderno, impulsada por una doctrina conocida como la "confesión positiva" o el "pensamiento positivo". Sus proponentes aseguran que los seres humanos tenemos un poder inherente para cambiar nuestras vidas, que nuestras palabras, cargadas de fe, pueden crear milagros. "Cree, visualiza y dilo en voz alta", insisten. "Las palabras tienen poder para dar vida a tus sueños". Algunos van más lejos, como ese predicador famoso que declara:

"En mi boca está el poder de la vida y de la muerte. Hablaré palabras de vida y no de muerte, de salud y no de enfermedad, de riqueza y no de pobreza, de bendición y no de maldición, porque en mi boca ¡hay un milagro!"


La lista de deseos es predecible: prosperidad material, salud perfecta, éxito terrenal, la realización de cada anhelo personal. Y todo, según ellos, depende de ti: de tu capacidad para imaginarlo y declararlo.

Pero detengámonos aquí y dejemos que la Palabra de Dios hable. Cuando Isaías, el profeta, tuvo una visión del Señor sentado en Su trono, rodeado de serafines que proclamaban Su santidad, su reacción no fue de autoconfianza ni de declaraciones triunfales. Clamó:

"¡Ay de mí! Que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos" (Isaías 6:5).



Frente a la majestad de Dios, Isaías no vio poder en su boca; vio su propia ruina. Sus labios no eran una fuente de milagros, sino un reflejo de su pecado, de su indignidad. Solo cuando un serafín tocó su boca con un carbón encendido del altar, diciendo "tu iniquidad es quitada y tu pecado purgado" (v. 7), pudo Isaías responder al llamado de Dios. El milagro no estaba en él; estaba en Jehová, el único con poder para limpiar, transformar y obrar.



¿De dónde viene esta enseñanza que pone el milagro en nuestra boca?


No de la Biblia, sino de una fuente mucho más oscura. Mira a Jesús en el desierto, después de cuarenta días de ayuno, hambriento y agotado. Satanás se acercó con una tentación disfrazada de lógica:

"Si en verdad eres el Hijo de Dios, ordena que estas piedras se conviertan en pan" (Mateo 4:3).



¿Qué estaba ofreciendo? Satisfacción inmediata, un milagro a la medida de la necesidad física de Jesús. "Habla, usa tu poder, sacia tu hambre", parecía decir. Luego lo llevó al pináculo del templo:

"Tírate abajo, pues la Biblia dice: ‘Dios mandará a sus ángeles para que te cuiden’" (v. 6).



Aquí, la tentación era la gloria personal: "Haz algo espectacular, que todos te vean, que te aclamen como campeón". Y finalmente, desde una montaña alta, le mostró los reinos del mundo:

"Todo esto te daré si postrado me adoras" (vv. 8-9).



Salud, fama, riqueza —todo al alcance, si Jesús se inclinaba ante el enemigo.



¿Te suena familiar? Es el mismo guion que la confesión positiva usa hoy: "Habla lo que quieres, visualiza tu grandeza, reclama tu abundancia". Pero Jesús no cedió. Respondió con la Escritura:

"No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (v. 4). "No tentarás al Señor tu Dios" (v. 7). "Al Señor tu Dios adorarás, y a Él solo servirás" (v. 10).



En cada paso, rechazó el poder de sus propias palabras y afirmó la soberanía de Dios. Los milagros no estaban en Su boca como hombre; estaban en el Padre, cuya voluntad Él vino a cumplir. Si el Hijo de Dios no se atribuyó ese poder, ¿cómo podemos nosotros, pecadores caídos, reclamarlo?



Esta doctrina no es cristiana


Es una importación del mentalismo oriental, una filosofía pagana que exalta la mente humana y la voluntad propia por encima de la dependencia de Dios. Sus raíces no están en las Escrituras, sino en las tentaciones de Satanás, que siempre ha ofrecido lo mismo: satisfacer los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida (1 Juan 2:16). Salud, riqueza, éxito —esas son las promesas que el diablo agita frente a un mundo caído, y la confesión positiva las envuelve en un lenguaje religioso para hacerlas parecer nobles. "Dios quiere concederte los deseos de tu corazón", dicen, torciendo Salmo 37:4, que en realidad nos llama a deleitarnos en el Señor primero, para que nuestros deseos se alineen con Su voluntad, no con nuestros caprichos.



Y aquí está el engaño más astuto: “funciona”. Los defensores de esta enseñanza lo proclaman con orgullo: "Sé que es verdad porque funciona para mí y mi familia". Pero ¿es eso una prueba de su veracidad? Satanás también "funciona". Cuando tentó a Eva en el Edén, le ofreció conocimiento y poder: "Seréis como Dios" (Génesis 3:5). Y en cierto modo, ella obtuvo lo que él prometió —abrió los ojos—, pero a un costo devastador: la muerte espiritual y la separación de Dios. Que algo "funcione" no lo hace verdadero ni santo.



Las tentaciones de Satanás prosperan porque apelan a lo que el corazón caído ya desea: egoísmo, orgullo, control. La confesión positiva toma esos deseos corruptos y los disfraza de fe, haciendo que la gente se sienta espiritual mientras persigue lo que el mundo siempre ha anhelado.

Mira lo que dice la Biblia sobre el poder humano. En Éxodo 4:11, Dios le pregunta a Moisés:

“¿Quién dio la boca al hombre? ¿O quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová?”.

El poder no está en nosotros; está en Él. Romanos 11:36 lo deja claro:

"Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas".



Dios es soberano sobre cada circunstancia, cada bendición, cada prueba. Él decide si prosperamos o si enfrentamos escasez, no porque declaremos algo con nuestra boca, sino porque Su propósito perfecto se cumple en nuestras vidas. Job lo entendió bien:

"Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito" (Job 1:21).



¿Dónde está el milagro en la boca de Job? No lo había. Su esperanza estaba en el Dios que controla todo, no en sus palabras.



¿Por qué esta doctrina seduce a tantos?


Porque odia al verdadero Dios. Sí, lo digo con toda seriedad: quienes predican la confesión positiva temen y rechazan al Dios soberano, santo y omnisciente de la Biblia. Ese Dios —el que conoce cada cabello de tu cabeza (Mateo 10:30), el que ordena los tiempos y las estaciones (Daniel 2:21), el que obra todas las cosas según el designio de Su voluntad (Efesios 1:11)— les aterra. Porque un Dios así no puede ser manipulado por nuestras declaraciones ni reducido a un genio que cumple deseos. Él no existe para darnos salud y riqueza a nuestro antojo; existe para ser adorado, y nosotros existimos para Su gloria. Pero en lugar de mostrar a este Dios, los predicadores de la confesión positiva erigen un ídolo a su medida: un dios débil, dependiente de nuestras palabras, un títere de nuestras ambiciones.



Piensa en lo que esto significa para el evangelio.


El verdadero evangelio no nos exalta; nos humilla. Nos dice que somos pecadores, muertos en delitos y pecados (Efesios 2:1), incapaces de salvarnos o de crear nada bueno por nosotros mismos. Nos señala a Cristo, quien cargó nuestro castigo, venció la muerte y nos dio vida eterna por Su gracia, no por nuestras declaraciones (Efesios 2:8-9). Ese evangelio no promete abundancia terrenal como meta; promete a Cristo mismo, y con Él, la esperanza de un reino eterno donde no habrá más lágrimas (Apocalipsis 21:4). En cambio, la confesión positiva nos hace dioses pequeños, (como dijo uno de los mayores estafadores de la fe de estos tiempos, “Somos Jehová Junior”) nos enseña a buscar las cosas del mundo que pasan —"los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida" (1 Juan 2:16)— y nos aleja del Dios que permanece para siempre.

Y aquí está el peligro final: este evangelio falso tiene consecuencias eternas. Pablo lo advirtió sin rodeos en Gálatas 1:8-9:

"Pero si aún nosotros, o un ángel del cielo, les anuncia otro evangelio diferente del que les hemos anunciado, quede bajo maldición. Como antes lo hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno les predica un evangelio diferente del que han recibido, quede bajo maldición."



No hay términos medios. Predicar que el poder está en nuestra boca, que podemos declarar milagros y exigir bendiciones, es un evangelio diferente, una mentira satánica que lleva a la perdición a quienes la creen y a quienes la enseñan. La recompensa de este engaño no es la abundancia que prometen, sino la maldición que la Palabra asegura.



Entonces, ¿en mi boca hay un milagro? No. En mi boca hay pecado, como en la de Isaías, hasta que Dios la purifica. El poder no está en mí; está en Jehová, el Rey soberano que hace lo que quiere, cuando quiere, para Su gloria y nuestro bien. Si anhelas salud, riqueza o éxito, no mires a tus palabras; mira a Cristo. Si buscas un milagro, no lo declares con arrogancia; pídelo con humildad al único que puede obrarlo.

Y si has sido seducido por esta doctrina, te suplico: abre tu Biblia. Lee Mateo 4 y ve cómo Jesús venció la tentación. Lee 1 Juan 2 y recuerda que ama el mundo. Lee Romanos 11 y póstrate ante la soberanía de Dios.

Que el Espíritu Santo te libre de este ídolo y te guíe al verdadero Salvador, porque en Él, no en tu boca, está el milagro que realmente necesitas: la vida eterna.








1 Corintios 2:2 - Buscando maestros que nos digan lo que queremos oír.


 
 

Imagen de Una mujer rubia con traje, de perfil a la cámara, señalando con el dedo a su oreja, la oreja de la mujer debe estar goteando miel, un hombre hablando en su oído, la imagen debe tener una proporción de 16:9.

La Verdad Completa que Jesús Proclamó


Era un sábado cualquiera en Nazaret, y la sinagoga estaba llena de rostros familiares. Jesús, el hijo del carpintero, había regresado a su pueblo natal después de un tiempo fuera, y los rumores sobre Él corrían como el viento.

Se decía que enseñaba con autoridad, que sanaba enfermos, que hablaba como nadie antes lo había hecho. Cuando se levantó para leer, todos los ojos estaban puestos en Él. Le entregaron el rollo de Isaías, y con voz firme leyó:

"El Espíritu de Dios está sobre mí, porque me eligió y me envió para dar buenas noticias a los pobres, para anunciar libertad a los prisioneros, para devolverles la vista a los ciegos, para rescatar a los que son maltratados y para anunciar a todos que: ‘¡Éste es el tiempo que Dios eligió para darnos salvación!’" (Lucas 4:18-19).

Luego, sentándose, añadió:

"Hoy se ha cumplido ante ustedes esto que he leído" (v. 21).

La reacción fue inmediata. Los presentes se maravillaron. Sus palabras eran agradables, llenas de esperanza, un bálsamo para el alma. ¿Quién no querría escuchar un mensaje así? Buenas noticias, libertad, salvación —todo lo que el corazón anhela. Si Jesús hubiera terminado ahí, probablemente lo habrían llevado en hombros como un héroe local.

Y hoy, más de dos mil años después, este fragmento sigue siendo el favorito de muchos predicadores.

Es fácil ver por qué: encaja perfectamente con un evangelio de prosperidad, uno que promete bendiciones sin fin, éxito terrenal y una vida de comodidad. "Jesús vino para hacerte próspero", dicen algunos, sacando estos versículos del contexto para pintar un cuadro de un Mesías que existe para cumplir nuestros sueños y metas personales. Pero Jesús no terminó ahí, y lo que dijo después cambió todo.

Sin pausa, continuó:

"Y aunque había en Israel muchas viudas, Dios no envió a Elías para ayudarlas a todas, sino solamente a una viuda del pueblo de Sarepta, cerca de la ciudad de Sidón. En ese tiempo, también había en Israel muchas personas enfermas de lepra, pero Eliseo sanó solamente a Naamán, que era del país de Siria" (Lucas 4:26-27).

De pronto, el aire se tensó.

¿Qué estaba diciendo? ¿Que las bendiciones de Dios no eran para todos, incluso entre Su propio pueblo? ¿Que no bastaba con ser de Israel para recibirlas?

La multitud pasó del asombro al enojo en un instante. Lo sacaron de la sinagoga, lo arrastraron a la cima de una colina y estuvieron a punto de arrojarlo por el precipicio (vv. 28-29). ¿Por qué?

Porque Jesús se atrevió a predicar la verdad completa, no solo la parte que querían oír.

Esta escena nos confronta con una realidad incómoda: todos amamos las buenas noticias, pero pocos toleran el mensaje entero. Nos encanta aplaudir cuando se habla de bendiciones, prosperidad y liberación. Ofrecemos con gusto, cantamos con fervor y agradecemos a Dios cuando el sermón nos asegura que todo lo bueno está a nuestro alcance. Pero cuando la predicación se vuelve un espejo que refleja nuestra condición, cuando nos dice que las bendiciones de Dios no son un cheque en blanco ni un derecho automático, cuando nos recuerda que Su voluntad está por encima de la nuestra, el entusiasmo se desvanece. De repente, el predicador ya no es un héroe, sino una amenaza.

Y en muchas iglesias hoy, los "pastores" han aprendido esta lección demasiado bien: si quieres mantener las bancas llenas y las ofrendas fluyendo, omite las partes difíciles. Quédate con las promesas dulces y evita el precipicio.

Pero Jesús no hizo eso. Él fue fiel a Su llamado, y Su evangelio no era solo un anuncio de bendiciones terrenales. Sí, Dios bendice —¡gloria a Él por eso!—, pero esas bendiciones no son un fin en sí mismas ni están garantizadas para todos solo por llevar el nombre de "cristiano". Jesús señaló a la viuda de Sarepta y a Naamán el sirio, dos extranjeros fuera del pueblo elegido, para mostrar que la gracia de Dios opera según Su soberanía, no según nuestras expectativas.

No todos en Israel recibieron el milagro, porque no todos lo buscaron con fe y humildad.

Este mensaje corta como espada: las bendiciones de Dios no se miden solo en prosperidad material, y mucho menos son un reflejo de nuestro mérito. A veces, lo que consideramos "adversidad" —pruebas, pérdidas, luchas— resulta ser la bendición más grande, porque nos acerca a Él.

El evangelio de prosperidad que llena megatemplos hoy prefiere ignorar esto. Nos dicen que Cristo murió para hacernos millonarios, para cumplir nuestras metas, para darnos una vida de "felicidad" sin complicaciones.

Pero, ¿dónde está eso en la cruz? Jesús no colgó de aquel madero para que persiguiéramos nuestros sueños egoístas; murió para reconciliarnos con un Dios santo, para librarnos del pecado y para establecer Su reino, no el nuestro. Su mensaje no era sobre nuestra comodidad, sino sobre la voluntad del Padre.

"No se haga mi voluntad, sino la tuya", oró en Getsemaní (Lucas 22:42).

¿Cuántos predicadores modernos se atreven a decirnos que nuestros planes y ambiciones son lo que menos le importa a Dios si no están alineados con Su propósito?

Esta verdad no vende libros ni llena estadios. No es interesante para una cultura obsesionada con el éxito personal. Por eso tantos optan por un evangelio a medias, uno que nos dice lo que queremos oír: que somos el centro, que Dios está a nuestro servicio, que todo será color de rosa. Jesús, en cambio, predicó el mensaje completo: un evangelio de arrepentimiento, de confrontación con el pecado, de advertencia a los perdidos y de rendición total a Dios. No temió el rechazo ni el precipicio. Su evangelio no era solo buenas noticias de liberación; era el anuncio del reino de Dios, un gobierno mundial que no estará en manos de hombres egoístas, sino en las manos del Dios viviente y todopoderoso.

Cuando el Mesías regrese —y ese día se acerca—, traerá consigo la paz verdadera, la alegría eterna, la prosperidad que no se marchita. No será un reino de riqueza pasajera ni de sueños humanos cumplidos, sino un mundo transformado donde la voluntad de Dios reinará por siempre. Ese es el evangelio que Jesús proclamó desde el principio: no un evangelio centrado en nosotros, sino en Él. Y si queremos ser fieles a ese mensaje, debemos predicarlo entero, aunque nos cueste. Como dijo Thomas Wilson:

"Pretender predicar la Verdad sin ofender al hombre carnal, es pretender ser capaz de hacer algo que Jesucristo no pudo."

Entonces, ¿qué estamos buscando? ¿Maestros que nos digan lo que queremos oír, que nos acaricien el ego y nos prometan un paraíso terrenal?

¿O predicadores que, como Jesús, nos den todo el consejo de Dios, aunque duela, aunque nos saque de nuestra zona de confort, aunque nos lleve al borde del precipicio? La escena en Nazaret nos desafía a examinar nuestras prioridades. Si solo aplaudimos las bendiciones y rechazamos las advertencias, somos como aquella multitud que pasó del asombro a la furia en un instante. Pero si anhelamos la verdad —toda la verdad—, entonces debemos estar dispuestos a escuchar lo que no nos gusta, a rendir nuestros deseos y a abrazar el evangelio que exalta a Cristo por encima de todo.

Mi oración es que no nos conformemos con medias verdades ni con predicadores que temen perder su popularidad. Que busquemos la voz de Cristo en las Escrituras, que nos humillemos ante Su soberanía y que vivamos para Su reino, no para el nuestro. Porque al final, no se trata de lo que nosotros queremos oír, sino de lo que Él, en Su amor y justicia, ha decidido proclamar. Y esa verdad, aunque a veces nos sacuda, es la que nos lleva a la vida eterna.




Jacobo 4:3 - ¡Yo le arrebato a Dios mi milagro! ¿Es esto Bíblico?





hombre israelí del primer siglo, robando a Jesucristo, luego de robarlo sale corriendo huyendo con lo robado



“Pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.”
(Jacobo 4:3, RVR1960)

Una Moda Espiritual sin Fundamento

En muchas iglesias hoy, palabras como “arrebatar”, “decretar”, “declarar” y “visualizar” se han vuelto comunes. Las oímos en prédicas, conferencias, oraciones y hasta en canciones como “Yo arrebato lo que es mío”. Hay quienes “arrebatan” las almas de sus hijos para Cristo o “arrebatan” la riqueza que Satanás supuestamente les robó. ¿Por qué? Porque líderes enseñan que basta con decirlo para que Dios o el diablo suelten lo que “nos pertenece”. Pero esta práctica, aceptada como verdad por muchos cristianos, no es bíblica. Es una invención humana que distorsiona la fe y desafía la soberanía de Dios.

¿Qué Dice Mateo 11:12 en Realidad?

La base de esta doctrina suele ser Mateo 11:12: “Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo toman por la fuerza”. Algunos lo usan para justificar “arrebatar” milagros a Dios o pelear con el diablo por bendiciones. Pero saquemos el verso de su contexto y veamos qué dice realmente.

En Mateo 11, Jesús responde a los discípulos de Juan el Bautista, quienes preguntan: “¿Eres tú el que ha de venir, o esperaremos a otro?” (11:3). Los judíos esperaban un Mesías guerrero que restaurara a Israel como potencia militar y material, como en los días de David y Salomón (Marcos 10:35-37). Pero Jesús trajo un reino espiritual. Él señala Sus obras —sanar ciegos, predicar a los pobres— y exalta a Juan como precursor de ese reino (11:4-11). Cuando dice que el reino “sufre violencia”, no habla de conquistar cosas materiales, sino de la urgencia del evangelio. Lucas 16:16 lo confirma: “Desde entonces el reino de Dios es proclamado, y cada uno entra en él con violencia”. La “violencia” es el esfuerzo de arrepentirse y seguir a Cristo, no de “arrebatar” algo a Dios o al diablo.

¿Arrebatarle a Dios o al Diablo? Una Idea Absurda

Jesús nunca enseñó a “arrebatar” milagros. En Mateo 6:25-27, dice: “No os afanéis por vuestra vida… Mirad las aves del cielo… ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?”. Dios provee sin que forcemos Su mano. En Mateo 7:11, promete: “¡Cuánto más vuestro Padre celestial dará cosas buenas a los que le piden!”. Y en Juan 15:7, asegura: “Si permanecéis en mí… pedid lo que queráis, y se os hará”. Esto es fe, no lucha. ¿Por qué “arrebatar” si Dios da generosamente a quienes confían en Él?

Tampoco hay base para “arrebatarle” al diablo. Satanás no tiene poder sobre lo que Dios nos da. En Job 1:11-12, Satanás solo toca a Job porque Dios lo permite. Jesús dijo a Pedro: “Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo” (Lucas 22:31), pero bajo el control divino. Si “todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre” (Mateo 11:27), ¿qué tiene el diablo que podamos reclamar? Nada. Pretenderlo es negar la soberanía de Cristo, quien nos asegura: “Nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:28).

La Verdadera Violencia del Reino

Entonces, ¿qué significa “los violentos lo toman por la fuerza”? No es pelear por prosperidad, salud o un carro nuevo. Es la determinación de entrar al reino de Dios a costa de todo. Jesús dijo: “Si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo” (Mateo 5:29); “No vine a traer paz, sino espada” (Mateo 10:34); “El que no carga su cruz… no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:27). Pablo lo entendió: “Todo lo tengo por estiércol, para ganar al Mesías” (Filipenses 3:8). Los judíos rechazaron este reino porque querían gloria sin cruz, como muchos hoy que “arrebatan” bendiciones sin aceptar el sufrimiento. El reino es una puerta estrecha (Mateo 7:13), y solo los “violentos” —los que renuncian al mundo— entran.

Una Doctrina Peligrosa

Cantar “arrebato lo que el diablo me quitó” o predicar que podemos forzar a Dios es un engaño. Jacobo 4:3 lo dice claro: “Pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”. Esto no es fe; es egoísmo disfrazado de espiritualidad. Es el evangelio de la prosperidad, un cebo para atrapar a los incautos en falsas promesas. Job no “arrebató” sus bienes; bendijo a Dios en la pérdida (Job 1:21). Nosotros tampoco debemos hacerlo.

Descansa en la Soberanía de Dios

Amado lector, no necesitas “arrebatar” nada. Todo lo que tienes está en Cristo, comprado con Su sangre (Efesios 1:3). No luches con el diablo ni exijas a Dios; ora: “Venga tu reino, hágase tu voluntad” (Mateo 6:10). Confía en Aquel que sabe lo que necesitas (Mateo 6:8) y te sostiene en Su mano. Tu corona no está aquí, sino en los cielos. Vive para Él, no para tus deseos.

Gracia y paz.

Efesios 1:4-5 - Elección Incondicional.


 
una multitud de gente que camina por una calle de una ciudad muy concurrida, todos van concentrados en sus ideas, todas las personas se ven en blanco y negro, pero algunos (4 o 5) se ven a color, diferenciandolos del resto


La Gracia Soberana de Dios

“Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad.”

(Efesios 1:4-5, RVR1960)


Una Doctrina que Exalta la Gracia de Dios

Entre las verdades más profundas y, a la vez, más debatidas de las Escrituras, se encuentra la doctrina de la elección incondicional. Esta enseñanza nos confronta con una realidad que desafía nuestras ideas humanas de mérito y autonomía: la salvación no depende de nuestras obras, ni siquiera de nuestras decisiones, sino únicamente de la voluntad soberana y amorosa de Dios. Como dice Romanos 8:30: “Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó”. Estas palabras revelan una cadena gloriosa e inquebrantable que comienza con la elección divina y culmina en la glorificación eterna, todo obra de la gracia de Dios.

Pero, ¿qué significa exactamente la elección incondicional? En términos simples, es la decisión libre y soberana de Dios, tomada antes de la creación del mundo, de escoger a ciertos individuos para salvación, no basada en méritos previstos, obras realizadas o decisiones humanas, sino únicamente en el puro afecto de Su voluntad. Como declara Efesios 1:4-5, Dios nos escogió “antes de la fundación del mundo” para ser Sus hijos, “según el puro afecto de su voluntad”. No hay nada en nosotros que haya motivado esta elección; es un acto de pura gracia, para alabanza de Su gloria.

En este capítulo, exploraremos la enseñanza bíblica sobre la elección incondicional, su fundamento en las Escrituras, sus implicaciones para nuestra fe y las objeciones que a menudo suscita. Veremos que, lejos de ser una doctrina fría o arbitraria, la elección incondicional nos invita a maravillarnos ante la inmensidad del amor y la soberanía de Dios, y a descansar en la certeza de que nuestra salvación descansa en Sus manos seguras.

La Base Bíblica de la Elección Incondicional

La Escritura presenta la elección incondicional como una verdad inescapable, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Un ejemplo claro en el Antiguo Testamento es la elección de Israel como pueblo de Dios. Deuteronomio 7:7-8 nos dice: “No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó”. Israel no fue elegido por su grandeza, su justicia o sus méritos; fue elegido porque Dios, en Su soberano amor, decidió amarlos. Más adelante, Deuteronomio 9:6 refuerza esta idea: “No es por tu justicia que Jehová tu Dios te da esta buena tierra para tomarla; porque pueblo duro de cerviz eres tú”. La elección de Israel no tuvo nada que ver con sus obras; fue un acto de pura gracia.

A nivel individual, encontramos ejemplos igualmente claros. En Génesis, Dios elige a Jacob sobre Esaú antes de que nacieran, sin que ninguno de ellos hubiera hecho bien o mal. Romanos 9:11-13 explica: “(Pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé, más a Esaú aborrecí”. La elección de Jacob no se basó en sus méritos ni en sus acciones futuras; fue una decisión soberana de Dios, tomada para cumplir Sus propósitos eternos.

En el Nuevo Testamento, esta verdad se amplifica. Efesios 1:4-6 nos dice que Dios nos escogió “en él antes de la fundación del mundo”, y que lo hizo “según el puro afecto de su voluntad”. No hay mención de méritos humanos ni de fe prevista; la elección es incondicional, dependiente únicamente de la voluntad divina. 2 Timoteo 1:9 añade: “Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos”. La salvación no depende de lo que hacemos o de lo que Dios haya previsto que haríamos; depende exclusivamente de Su propósito y Su gracia.

La Soberanía de Dios y la Seguridad del Creyente

Una de las implicaciones más gloriosas de la elección incondicional es la seguridad que proporciona al creyente. Si nuestra salvación dependiera de nuestras obras o decisiones, viviríamos en constante incertidumbre, preguntándonos si hemos hecho lo suficiente para merecerla. Pero porque la salvación es obra de la elección soberana de Dios, podemos estar seguros de que nada ni nadie puede arrebatarnos de Su mano. Jesús lo expresó con claridad en Juan 10:27-29: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”.

La elección de Dios es firme e inmutable. No juega con nosotros, salvándonos un día y condenándonos al siguiente. Su decisión es eterna, tomada antes de la fundación del mundo, y no puede ser anulada ni modificada. Como dice Romanos 11:5-6: “Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia”. Si la salvación dependiera de nuestras obras, dejaría de ser gracia; pero porque depende únicamente de la voluntad de Dios, podemos descansar en la certeza de que Su propósito se cumplirá.

Respuestas a las Objeciones Comunes

La doctrina de la elección incondicional, aunque gloriosa, suele suscitar objeciones. Una de las más comunes es: ¿No es injusto que Dios elija a algunos para salvación y pase por alto a otros? Esta pregunta es abordada directamente por Pablo en Romanos 9:14-21. Él responde: “¿Qué, pues, diremos? ¿Qué hay injusticia en Dios? En ninguna manera”. Y continúa explicando que Dios tiene el derecho soberano de tener misericordia de quien Él quiera y de endurecer a quien Él quiera, porque “no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Romanos 9:16). Como alfarero, Dios tiene potestad sobre el barro para hacer vasos de honra y vasos de deshonra, según Su voluntad (Romanos 9:21).

Otra objeción común es que la elección incondicional elimina la responsabilidad humana. Algunos podrían argumentar que si Dios elige quién será salvo, entonces el hombre no tiene que hacer nada y puede vivir como quiera. Sin embargo, la Escritura enseña que la soberanía de Dios no anula nuestra responsabilidad. Los hombres son responsables de buscar a Dios, de arrepentirse y de creer en Cristo. Jesús mismo exhortó: “Arrepentíos y creed en el evangelio” (Marcos 1:15). Si un hombre no busca a Dios ni se arrepiente, es culpable de su propia condenación. Pero si lo hace, debe alabarle porque fue Dios quien ablandó su corazón y lo inclinó a creer, pues de sí mismo, el hombre no puede ni quiere acercarse a Dios (Juan 6:44).

Finalmente, algunos sugieren que Dios elige a aquellos que Él sabe de antemano que creerán, basando Su elección en una fe prevista. Pero esta idea contradice pasajes como 2 Timoteo 1:9, que afirma que Dios nos salvó “no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos”. Si la elección se basara en algo que Dios previera en nosotros, ya no sería incondicional; sería condicional, dependiente de nuestra respuesta. Pero la Escritura deja claro que la elección es un acto soberano de Dios, no influenciado por méritos humanos.

La Elección y la Depravación Total

Una razón por la que la elección incondicional resulta difícil de aceptar para algunos es que no han comprendido plenamente la depravación total del hombre, como exploramos en capítulos anteriores. Si el hombre tuviera una bondad inherente o una capacidad natural para elegir a Dios, la elección incondicional podría parecer innecesaria o injusta. Pero la realidad es que, apartados de la gracia de Dios, estamos muertos en nuestros delitos y pecados (Efesios 2:1), incapaces de buscar a Dios o de hacer algo que lo agrade (Romanos 3:10-12). La elección incondicional es precisamente lo que asegura que algunos sean salvos, porque sin la intervención soberana de Dios, nadie elegiría a Cristo.

Además, esta doctrina humilla nuestro orgullo. Nos obliga a reconocer que no somos los artífices de nuestra propia salvación. No podemos atribuirnos ningún mérito; toda la gloria pertenece a Dios. Como dice Efesios 2:8-9: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. La elección incondicional nos lleva a postrarnos en adoración, agradeciendo a Dios por Su misericordia inmerecida.

Una Invitación a Confiar y Adorar

Amado lector, si la doctrina de la elección incondicional te resulta desafiante, te invito a reflexionar en la bondad y la sabiduría de Dios. No estamos llamados a juzgar Su voluntad, sino a descubrirla y someternos a ella con humildad. Como dice Romanos 9:20: “¿Quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?”. La elección incondicional no es una doctrina para desanimarnos, sino para llenarnos de asombro y gratitud. Si eres un hijo de Dios, es porque Él te escogió desde antes de la fundación del mundo, no por algo que hayas hecho, sino por Su amor soberano.

Por lo tanto, busca a Dios con todo tu corazón. Clama por arrepentimiento y fe, sabiendo que incluso estos son dones que Él concede (Efesios 2:8; Hechos 11:18). Y si Él ha obrado en ti, dale gracias eternamente, porque fue Su gracia la que te inclinó a creer. Que esta verdad te lleve a adorar al Dios que salva soberanamente, y a vivir una vida que refleje la santidad a la que Él te ha llamado.