• Malaquías 3:10 es uno de esos versículos que resuena en casi todas las iglesias donde el dinero y la fe se cruzan.
  • En muchas iglesias contemporáneas, es común escuchar a líderes autoproclamarse "apóstoles", reclamando una autoridad especial y un estatus elevado dentro del cuerpo de Cristo.
  • En muchos círculos cristianos, Apocalipsis 3:20 se ha convertido en un versículo emblemático para el evangelismo.
  • La doctrina de la "confesión positiva" enseña que nuestras palabras tienen el poder de crear milagros, pero ¿es esto bíblico? Este artículo examina sus orígenes, contrastándolos con las Escrituras, y advierte sobre su peligrosa desviación del verdadero evangelio de Cristo.
  • La historia de la mujer con el flujo de sangre (Mateo 9:20-22, Marcos 5:25-34, Lucas 8:43-48) es más que un milagro físico: es una lección profunda sobre la verdadera fe. Más allá de la sanidad, Jesús le otorgó salvación, destacando que no fue el manto el que la curó, sino su confianza en Él. Este capítulo explora el significado espiritual de su historia y nos desafía a buscar a Cristo, no solo por sus milagros, sino por la vida eterna que ofrece.
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jueves, 3 de abril de 2025

Entre el Abismo y las Llamas: Una Exploración Bíblica de los Reinos de la Justicia Divina.

Imagen con tonos oscuros y rojizos que muestra figuras humanas cayendo en espiral hacia un abismo ardiente, representando un ambiente infernal. En el centro se encuentra el texto: "Entre el abismo y las llamas. Una exploración bíblica de los reinos de la justicia divina".



"Entre el Abismo y las Llamas: Una Exploración Bíblica de los Reinos de la Justicia Divina"


En las profundidades de las Sagradas Escrituras, encontramos términos que despiertan tanto asombro como temor: el "abismo" y el "infierno". Estas palabras evocan imágenes de oscuridad, juicio y el peso inescapable de la santidad de Dios. Pero, ¿son lo mismo? ¿Qué distingue el pozo sellado del abismo de las llamas eternas del infierno? Como cristianos reformados, comprometidos con la autoridad suprema de la Palabra, debemos desentrañar estos conceptos con reverencia y precisión. Este capítulo nos llevará a través de los pasajes bíblicos que definen el abismo y el infierno, comparará sus naturalezas y propósitos, y nos invitará a contemplar la soberanía de Dios sobre ambos. Con la guía de las Escrituras y la sabiduría de teólogos reformados, descubriremos cómo estas realidades testifican del poder, la justicia y la gracia del Creador.I. El abismo: El pozo de la oscuridad primordial

Imagina un lugar envuelto en tinieblas, un abismo sellado donde las fuerzas del mal son contenidas por la mano soberana de Dios. Este es el "abismo" que las Escrituras nos presentan, un término que resuena desde los albores de la creación hasta los tiempos finales. Su historia comienza en Génesis 1:2:

"Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas."

Aquí, el hebreo tehom pinta un cuadro de caos acuoso, una profundidad informe que precede al orden divino. No es un lugar de castigo, sino un estado primordial que Dios somete con su palabra. Sin embargo, a medida que avanzamos en la narrativa bíblica, el abismo evoluciona hacia algo más definido y siniestro.

En el Salmo 71:20, el salmista clama:

"Tú, que me has hecho ver muchas angustias y males, volverás a darme vida, y de nuevo me levantarás de los abismos de la tierra." 
 
Aunque metafórico, este uso sugiere una conexión con la aflicción y la muerte, un eco de la separación de la presencia de Dios. Pero es en el Nuevo Testamento donde el abismo (abyssos en griego) toma forma como un lugar específico. En Lucas 8:31, los demonios imploran a Jesús:

"Y le rogaban que no los mandase al abismo."

¿Qué temen estas criaturas espirituales? Apocalipsis 9:1-2 nos ofrece una visión:

"Y el quinto ángel tocó la trompeta, y vi una estrella que cayó del cielo a la tierra; y le fue dada la llave del pozo del abismo. Y abrió el pozo del abismo, y subió humo del pozo como humo de un gran horno."

El abismo es un "pozo" sellado, una prisión de oscuridad de donde emergen seres demoníacos bajo el juicio de Dios. Más adelante, en Apocalipsis 20:1-3, su propósito se aclara:

"Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años; y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso sellos sobre él."

Aquí, el abismo es un lugar de reclusión temporal, una celda divina para Satanás y sus huestes. Juan Calvino, en su Comentario a Apocalipsis, lo describe con precisión:

"El abismo es un lugar de tinieblas, ordenado por la sabiduría de Dios para contener a los rebeldes espirituales hasta que su juicio final sea ejecutado. No es su fin, sino su cadena."

El abismo, entonces, no es un destino eterno, sino un instrumento de la soberanía divina, un preludio al castigo final.
 
 
II. El infierno: Las llamas de la justicia eterna

Si el abismo es una prisión temporal, el infierno es el tribunal eterno de Dios, un lugar donde su ira contra el pecado arde sin fin. Sin embargo, el término "infierno" en nuestras Biblias abarca varias palabras bíblicas —Sheol, Hades, Gehenna, y el "lago de fuego"— que debemos distinguir para captar su profundidad.

En el Antiguo Testamento, Sheol es el reino de los muertos. En Salmo 16:10, David ora con esperanza:

"Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción."

Sheol no discrimina entre justos e injustos; es un estado intermedio, un lugar de espera. El Nuevo Testamento lo llama Hades. En Lucas 16:23, Jesús narra la parábola del rico y Lázaro:

"Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno."

Aunque Hades incluye tormento para los impíos, sigue siendo un estado temporal. El verdadero "infierno" emerge con Gehenna, un término que 
 
Jesús usa para el castigo eterno. En Mateo 25:41, Él declara:

"Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles."

Gehenna, inspirada en el Valle de Hinom —un sitio de idolatría y fuego perpetuo cerca de Jerusalén—, simboliza destrucción y sufrimiento sin fin. 
 
En Marcos 9:47-48, Jesús advierte:

"Mejor te es entrar en el reino de Dios con un solo ojo, que teniendo dos ojos ser echado a la Gehenna, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga."

La culminación del infierno aparece en Apocalipsis 20:14-15:

"Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego."

El "lago de fuego" es el infierno en su forma definitiva, un lugar de tormento eterno tras el juicio final. Louis Berkhof, en su Teología Sistemática, lo define con claridad:

"El infierno es la separación eterna de la presencia benigna de Dios, un estado de tormento consciente y justo para los réprobos y los ángeles caídos, ejecutado con perfecta equidad." 
 
 
III. El contraste revelado: Abismo versus infierno


Con el abismo y el infierno definidos, comparemos sus diferencias en un lienzo teológico, trazando sus contornos en propósito, naturaleza, cronología y habitantes.
 
Propósito: El abismo es una prisión temporal, un lugar donde Dios contiene a los seres espirituales caídos, como los demonios (Lucas 8:31) y Satanás (Apocalipsis 20:3). Su función es restrictiva, un acto de control divino en el drama redentor. 
 
El infierno, en cambio, es el castigo eterno, el destino final de los impíos y los demonios tras el juicio (Mateo 25:41). Su propósito es vindicar la santidad de Dios y ejecutar su justicia.
 
Naturaleza: El abismo es un "pozo del abismo" (Apocalipsis 9:1), un lugar de oscuridad y reclusión. Aunque los demonios lo temen, no se describe explícitamente como un sitio de tormento activo. 
 
El infierno es un reino de sufrimiento consciente, con "fuego eterno" y "gusanos que no mueren" (Marcos 9:48), culminando en el lago de fuego, donde el tormento es perpetuo.
 
Cronología: El abismo opera en el presente (2 Pedro 2:4) y durante el milenio (Apocalipsis 20:1-3), pero es temporal; Satanás es liberado brevemente antes de su fin (Apocalipsis 20:7-10). 
 
El infierno es eterno, consumado tras el juicio final, cuando incluso el Hades es arrojado al lago de fuego (Apocalipsis 20:14).
 
Habitantes: El abismo alberga a seres espirituales como demonios y Satanás (Apocalipsis 9:11; 20:3); no hay indicio de humanos allí. 
 
El infierno incluye a los impíos humanos, Satanás y sus ángeles tras el juicio (Apocalipsis 20:15).
 
 
IV. La visión reformada: Soberanía y redención

La teología reformada, anclada en la Sola Scriptura, ve el abismo y el infierno como expresiones de la soberanía de Dios sobre el mal. Charles Spurgeon, en un sermón sobre Apocalipsis 20, proclama:

"El abismo es la celda donde el Todopoderoso encadena a los rebeldes espirituales, un testimonio de su dominio; el infierno es su tribunal final, donde la justicia resplandece en llamas eternas."

R.C. Sproul, en La Santidad de Dios, añade:

"El abismo es un preludio al infierno, una sombra de la sentencia final. Ambos declaran que Dios no negocia con el pecado, sino que lo somete a su voluntad santa."

Un pasaje clave es 2 Pedro 2:4:

"Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno [Tártaro, un término afín al abismo], los entregó a prisiones de oscuridad, reservados para el juicio."

Aquí, el "Tártaro" se asemeja al abismo como un lugar de espera, distinto del lago de fuego eterno.
 
 
Conclusión: Del abismo a la cruz

El abismo y el infierno, aunque relacionados, son distintos en las Escrituras. El abismo es el pozo temporal donde Dios restringe el mal espiritual, un recordatorio de su poder sobre las tinieblas. El infierno es el fuego eterno, el destino final donde la justicia divina arde contra el pecado impenitente. La Confesión de Fe de Westminster (Capítulo XXXIII) lo resume: "Los impíos serán castigados con tormento eterno, apartados de la presencia del Señor." Sin embargo, esta verdad no nos deja sin esperanza. Cristo, quien descendió a las profundidades (Efesios 4:9) y venció el poder del abismo, nos libra del infierno por su cruz. Que este contraste nos lleve a adorar al Dios soberano y a buscar refugio en su gracia. ¿Qué te revela esta distinción sobre el corazón de nuestro Salvador?

viernes, 14 de marzo de 2025

25 de Diciembre: ¿El Nacimiento de Jesús o un Desvío Pagano?

Un calendario con estilo navideño, en el se ve la fecha 25 de diciembre.

 
"Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí."
(Juan 5:39, RVR1960)




Un Llamado a Escudriñar la Verdad
 
Querido hermano en Cristo, el mes de diciembre llega con su encanto: luces que titilan en las calles, árboles adornados, y villancicos que resuenan en cada esquina. Para muchos, la Navidad es un tiempo de alegría y reflexión, un momento que asocian con el nacimiento de nuestro Salvador, Jesucristo. Pero, ¿es esto lo que las Escrituras nos enseñan? ¿Es el 25 de diciembre un mandato divino para celebrar el nacimiento del Verbo hecho carne (Juan 1:14), o una tradición humana que nos desvía del camino angosto hacia la cruz? Como creyentes reformados, estamos llamados a someter todas nuestras prácticas a la autoridad de la Palabra de Dios, no a las tradiciones de los hombres. En este artículo, examinaremos con humildad y valentía las raíces de la Navidad, apoyándonos en las Escrituras y en la enseñanza de pastores reformados de sana doctrina, para discernir si esta celebración honra verdaderamente al Señor o si, sin saberlo, nos lleva a un altar pagano.

Como dijo Charles Spurgeon, el "príncipe de los predicadores": "La Palabra de Dios debe ser nuestro único estándar; cualquier cosa que no esté fundamentada en ella es arena movediza." Con este espíritu, escudriñemos la verdad.
 
 
La Ausencia de Evidencia Bíblica: El Silencio de las Escrituras
 
La Biblia no nos da ninguna indicación sobre la fecha exacta del nacimiento de Jesús. No hay un solo versículo que señale el 25 de diciembre, ni siquiera un mes específico. Los evangelios de Mateo y Lucas relatan el nacimiento de Cristo con detalle (Mateo 1:18-25; Lucas 2:1-20), pero no mencionan un día concreto. Esto no es un descuido, sino una evidencia de que Dios, en Su soberanía, no consideró necesario que conociéramos esa fecha. Como dice Deuteronomio 29:29:

"Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios, pero las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos."

Si la fecha del nacimiento de Jesús fuera esencial para nuestra fe, ¿no habría Dios provisto esa información en Su Palabra?

Juan Calvino, en su comentario sobre las tradiciones humanas, advirtió: "Cuando los hombres añaden a las Escrituras lo que Dios no ha ordenado, no solo oscurecen la verdad, sino que la corrompen."

La ausencia de una fecha específica en la Biblia debería hacernos reflexionar: ¿por qué hemos asignado un día que Dios no ha establecido? La respuesta no está en las Escrituras, sino en la historia humana y sus raíces paganas.
 
Las Raíces Paganas del 25 de Diciembre: Una Fiesta del Sol, No del Hijo
La primera celebración documentada del nacimiento de Cristo el 25 de diciembre ocurrió en el año 354 d.C., bajo el obispo Liberio de Roma, y se extendió más tarde a otras regiones del Imperio Romano. Sin embargo, esta fecha no fue elegida por una revelación divina ni por una tradición apostólica, sino por conveniencia cultural dentro de un imperio saturado de idolatría. 
 
En diciembre, los romanos celebraban varias festividades paganas:
 
Las Saturnales (del 17 al 24 de diciembre), en honor a Saturno, dios de la agricultura, eran días de excesos, banquetes y desenfreno.
Las Sigilares, donde se intercambiaban regalos y muñecas como parte de rituales paganos.
 
El Solsticio de Invierno (25 de diciembre), conocido como el "Natalis Solis Invicti" (el nacimiento del Sol Invencible), una fiesta dedicada al dios sol Mitra y al renacimiento del sol tras el solsticio.
 
Los cristianos de la época, rodeados de estas prácticas, buscaron "cristianizar" el 25 de diciembre. Pensaron que, al asociarlo con el nacimiento de Jesús, podrían contrarrestar las festividades paganas y atraer a los gentiles al cristianismo. Algunos justificaron esta decisión con la idea de que Jesús es el "Sol de Justicia" (Malaquías 4:2). Sin embargo, esta lógica ignora un principio fundamental de la fe bíblica: no podemos santificar lo que Dios no ha ordenado. Como dice Éxodo 20:3: "No tendrás dioses ajenos delante de mí." Mezclar lo santo con lo profano es un acto de desobediencia, no de devoción.

El pastor reformado A.W. Pink, en su ensayo "La Navidad y las Escrituras", escribe: "No hay mandato en la Palabra de Dios para celebrar el nacimiento de Cristo, y mucho menos en una fecha que coincide con las fiestas paganas del sol. Tal práctica es una abominación a los ojos de un Dios celoso." La historia confirma que el 25 de diciembre no tiene origen cristiano, sino pagano, y adoptarlo como una fecha "cristiana" fue un compromiso que abrió la puerta al sincretismo.
 
 
Evidencia Histórica y Bíblica: ¿Cuándo Nació Jesús?
 
Investigaciones históricas y bíblicas sugieren que es improbable que Jesús naciera en diciembre. Lucas 2:8 nos dice que los pastores estaban en el campo, cuidando sus rebaños de noche, cuando los ángeles anunciaron el nacimiento de Cristo. En Judea, diciembre es una época fría y lluviosa, y los pastores no solían estar en los campos durante el invierno. Estudios como los del Instituto Franklin y otros eruditos bíblicos indican que Jesús pudo haber nacido en primavera (marzo o abril) o incluso en otoño (septiembre u octubre), posiblemente cerca de la Fiesta de los Tabernáculos, que simboliza a Dios habitando con Su pueblo (Levítico 23:34-43).

Además, la tradición pagana del 25 de diciembre está vinculada a figuras como Nimrod, quien, según algunas interpretaciones de Génesis 10:8-12 y tradiciones antiguas, fue un líder rebelde que promovió la idolatría y cuyo cumpleaños se asociaba con el solsticio de invierno. Aunque estas conexiones no están explícitamente en la Biblia, nos recuerdan la advertencia de 2 Corintios 6:14:

"¿Qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?"
 
 
El Engaño de Satanás: Adoración al Sol Disfrazada
 
Satanás, el gran engañador (Juan 8:44), rara vez actúa de manera evidente; sus trampas son sutiles, disfrazadas de piedad. En Ezequiel 8:14-18, vemos una advertencia clara: hombres en el templo de Jehová daban la espalda a Dios para adorar al sol hacia el oriente. Dios lo llama "abominación" y promete juicio: "No perdonará mi ojo, ni tendré misericordia" (v. 18). Este pasaje no es un relato aislado; es un recordatorio eterno de que mezclar la adoración a Dios con prácticas paganas es una traición grave.

La Navidad no es el único ejemplo de este sincretismo. El culto dominical, instituido por el emperador Constantino en 321 d.C. como el "venerable día del Sol", también refleja esta influencia pagana. La Biblia manda santificar el sábado como día de reposo (Éxodo 20:8-11), y aunque los cristianos del Nuevo Testamento se reunían el primer día de la semana para conmemorar la resurrección de Cristo (Hechos 20:7; 1 Corintios 16:2), no hay mandato bíblico que traslade el sábado al domingo como día de adoración obligatorio. Como profetizó Daniel 7:25, el enemigo "pensará en cambiar los tiempos y la ley" de Dios, y así ha sucedido a lo largo de la historia.

El pastor reformado R.C. Sproul advirtió: "No debemos permitir que las tradiciones humanas, por más arraigadas que estén, reemplacen la autoridad de las Escrituras. Dios no se complace con una adoración que mezcla Su verdad con las mentiras del mundo." Satanás no nos pide rechazar a Cristo abiertamente; nos invita a adorarlo dentro de un marco que Él nunca estableció, desviándonos así del camino hacia la cruz.
 
 
El Camino Verdadero: La Cruz, No las Tradiciones Humanas
 
Frente a este engaño, ¿cuál es el camino que nos lleva a la cruz? No son las luces de un árbol ni los regalos del 25 de diciembre; es el evangelio puro y sin adulterar. Jesús mismo nos confronta: "¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?" (Lucas 6:46). Celebrar tradiciones humanas puede parecer inofensivo, pero si desobedecemos el mandato de adorar a Dios en espíritu y en verdad (Juan 4:24), nos desviamos del camino angosto (Mateo 7:14).

La cruz no necesita adornos paganos; brilla por sí sola como el acto supremo de amor y justicia divina. Como dice Romanos 5:8: "Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros." No sabemos la fecha exacta del nacimiento de Cristo, pero sabemos que nació, vivió, murió y resucitó para salvarnos. Eso es lo que importa. No necesitamos un día inventado para celebrarlo; cada día, en la Palabra y la oración, caminamos hacia la cruz.

El apóstol Pablo nos exhorta en Gálatas 1:8-9: "Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema." Cualquier adición al mensaje de Cristo—sea la Navidad o cualquier otra tradición humana—no proviene de Dios y debe ser rechazada.
 
 
Una Perspectiva Reformada: La Sola Scriptura como Nuestra Guía
 
La fe reformada nos llama a vivir bajo el principio de Sola Scriptura: la Escritura sola es nuestra autoridad final. Como dijo Martín Lutero: "Mi conciencia está cautiva a la Palabra de Dios. No puedo ni quiero retractarme de nada, porque ir contra la conciencia no es justo ni seguro." Si la Biblia no establece el 25 de diciembre como el día del nacimiento de Cristo, no tenemos derecho a imponerlo como una práctica cristiana.

John Knox, el reformador escocés, afirmó: "Todo lo que no está ordenado por la Palabra de Dios es una invención humana, y adherirse a ello como si tuviera autoridad divina es idolatría." No se trata de condenar a quienes celebran la Navidad con buena intención, sino de despertarnos a la verdad. Como dice 2 Corintios 4:4, Satanás "ha cegado el entendimiento de los incrédulos," y a veces también confunde a los creyentes con tradiciones que parecen piadosas pero carecen de fundamento bíblico.
 
 
Una Invitación a la Fidelidad y la Obediencia
 
Amado hermano, te invito a reflexionar: ¿Qué sendero estás siguiendo? ¿Uno iluminado por las luces del mundo o por la luz de la Palabra? Ezequiel 9:4 promete una señal de salvación para quienes "gimen y claman" por las abominaciones, mientras que el juicio caerá sobre quienes persisten en el engaño (v. 6). El camino hacia la cruz es un camino de obediencia, no de conveniencia.

No necesitamos "cristianizar" lo pagano; necesitamos dejarlo atrás y aferrarnos a la verdad. Como dice el salmista: "Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino" (Salmos 119:105). Que nuestro caminar sea firme, no en fechas humanas, sino en la gracia soberana que nos lleva a la cruz. En Cristo tenemos libertad para adorar solo a Dios, sin las cadenas de las tradiciones humanas.

¿Y tú, qué piensas? Escudriña las Escrituras, examina la historia y deja que el Espíritu Santo guíe tu corazón. Que juntos podamos decir con Pablo: "He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe" (2 Timoteo 4:7). Ese es el camino verdadero, el que nos guía a la eternidad con nuestro Salvador.
 
Este artículo ha sido redactado desde una perspectiva reformada, enfatizando la autoridad de las Escrituras y la necesidad de rechazar cualquier práctica que no esté fundamentada en la Palabra de Dios. Que sea de bendición y edificación para todos los que lo lean.


jueves, 13 de marzo de 2025

Efesios 2:20 - ¿Existen Los Apóstoles Hoy Día?




Jesucristo caminando con sus discipulos por un camino antiguo de israel del primer siglo, todos visten de acuerdo a la epoca

Una Perspectiva Bíblica

En muchas iglesias contemporáneas, es común escuchar a líderes autoproclamarse "apóstoles", reclamando una autoridad especial y un estatus elevado dentro del cuerpo de Cristo. Sin embargo, al examinar las Escrituras con diligencia, descubrimos que el oficio de apóstol, tal como fue establecido en el Nuevo Testamento, tiene características únicas y requisitos específicos que no se cumplen en la actualidad. En este capítulo, exploraremos qué dice la Biblia sobre los apóstoles, quiénes calificaban para este oficio y por qué debemos ser cautelosos con aquellos que hoy reclaman este título sin fundamento bíblico.

¿Qué Es un Apóstol Según la Escritura?

La palabra "apóstol" proviene del griego apostolos, que significa "enviado" o "mensajero". Sin embargo, en el contexto del Nuevo Testamento, el término tiene un significado más específico cuando se aplica a los apóstoles de Jesucristo. No todos los "enviados" en un sentido general (como lo serían los misioneros hoy) califican como apóstoles en el sentido técnico que la Escritura les otorga.

Según las Escrituras, un apóstol debía cumplir con dos requisitos fundamentales: Haber sido testigo ocular del Cristo resucitado: Esto incluía haber visto a Jesús después de Su resurrección, como un testimonio directo de Su victoria sobre la muerte. 
 
Haber sido comisionado personalmente por Jesús: Los apóstoles no se autoproclamaban; eran escogidos y enviados directamente por el Señor para cumplir una misión única en los fundamentos de la iglesia.


Estos requisitos se ven claramente en el proceso de selección del reemplazo de Judas Iscariote, registrado en Hechos 1:21-22:

"Es necesario, pues, que de los hombres que han estado juntos con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba, uno sea hecho testigo con nosotros de su resurrección."

Matías fue elegido porque cumplía con estos criterios: había acompañado a Jesús durante Su ministerio terrenal y había sido testigo de Su resurrección, y su elección fue confirmada por oración y sorteo bajo la dirección soberana de Dios (Hechos 1:24-26).

Pablo: El Último Apóstol

El apóstol Pablo también cumple con estos requisitos, aunque de una manera única. En 1 Corintios 9:1, él mismo declara:


"¿No soy apóstol? ¿No soy libre? ¿No he visto a Jesús el Señor nuestro? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor?"


Pablo tuvo un encuentro directo con el Cristo resucitado en el camino a Damasco (Hechos 9:3-6), y fue comisionado personalmente por Jesús para ser "apóstol a los gentiles" (Romanos 11:13; Gálatas 1:15-16). Sin embargo, Pablo también señala algo crucial en 1 Corintios 15:8:


"Y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí."

Con esta declaración, Pablo afirma que él fue el último apóstol escogido por Cristo. Su uso del término "abortivo" indica que su apostolado fue extraordinario: no formó parte del grupo original de los doce, pero recibió revelaciones directas del Señor para compensar su falta de instrucción durante el ministerio terrenal de Jesús (Gálatas 1:11-12).

La lista de apariciones de Cristo resucitado que Pablo ofrece en 1 Corintios 15:5-8 (a Pedro, a los doce, a más de quinientos, a Santiago, a todos los apóstoles y finalmente a él) parece cerrar el círculo de aquellos que fueron testigos directos y comisionados como apóstoles. No hay indicación en las Escrituras de que este oficio continuaría más allá de esta generación fundacional.

El Rol Único de los Apóstoles en la Iglesia

Los apóstoles desempeñaron un papel único en la fundación de la iglesia. Efesios 2:20 nos enseña que la iglesia está "edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo". Este fundamento no necesita ser establecido nuevamente; fue puesto una vez para siempre por los apóstoles del primer siglo, quienes recibieron revelación directa de Cristo y transmitieron las Escrituras inspiradas que ahora tenemos como nuestra autoridad final.

Además, los apóstoles tenían una autoridad exclusiva para establecer doctrina y guiar a la iglesia primitiva. Sus escritos, inspirados por el Espíritu Santo, forman parte del canon del Nuevo Testamento y son la norma para toda enseñanza cristiana. No hay evidencia bíblica de que este oficio tuviera sucesores con la misma autoridad o los mismos dones milagrosos que autenticaban su ministerio (como los "señales de apóstol" mencionados en 2 Corintios 12:12).

¿Existen Apóstoles Hoy Día?

Dado lo que las Escrituras enseñan sobre los requisitos y el rol de los apóstoles, debemos concluir que no existen apóstoles en el sentido bíblico hoy día. Nadie puede cumplir con los criterios de haber visto al Cristo resucitado y haber sido comisionado directamente por Él. Además, el fundamento de la iglesia ya ha sido establecido, y la revelación de Dios ha sido completada en las Escrituras. Cualquier persona que reclame el título de "apóstol" con la misma autoridad que los apóstoles del Nuevo Testamento está yendo más allá de lo que la Biblia permite.

Sin embargo, es importante aclarar que la palabra "apóstol" puede usarse en un sentido secundario y más amplio para referirse a "enviados" o misioneros (como en el caso de Bernabé en Hechos 14:14, quien es llamado "apóstol" en un sentido genérico). Pero este uso no implica que tengan la misma autoridad o función que los doce y Pablo. En la iglesia contemporánea, los pastores, maestros, evangelistas y misioneros cumplen roles vitales para edificar al cuerpo de Cristo, pero ninguno de ellos es un apóstol en el sentido técnico del Nuevo Testamento.

El Peligro de la Obsesión con Títulos y Poder

Lamentablemente, en muchas iglesias modernas, el título de "apóstol" se ha convertido en un símbolo de poder, prestigio y autoridad que no está respaldado por la Escritura. Esta obsesión con títulos elevados refleja una sed de reconocimiento humano que es contraria al espíritu humilde de Jesucristo. Como dijo el Señor en Marcos 10:43-44:


"Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos."


En lugar de buscar títulos grandiosos, los líderes de la iglesia deben imitar el ejemplo de Cristo, quien "no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos" (Marcos 10:45). La verdadera grandeza en el reino de Dios no se mide por el nombre que llevamos, sino por la humildad y fidelidad con que servimos.

Además, esta obsesión con títulos a menudo va acompañada de un culto casi idolátrico hacia personalidades famosas dentro de la iglesia. Muchos creyentes, en lugar de aferrarse a la Palabra de Dios, depositan su fe en líderes carismáticos que prometen bendiciones o revelaciones especiales. Esto no solo desvía la gloria que pertenece únicamente a Cristo, sino que también expone a los creyentes al engaño y a falsas enseñanzas.

Volvamos a la Humildad del Evangelio

Amado lector, la Escritura nos enseña que los apóstoles del Nuevo Testamento fueron un grupo único, escogido por Cristo para establecer el fundamento de la iglesia. Su autoridad y función no tienen paralelo en la iglesia actual, pues nadie puede cumplir con los requisitos que ellos cumplieron ni reclamar la misma revelación directa que ellos recibieron. En lugar de buscar títulos como "apóstol" para inflar nuestro ego, debemos abrazar la humildad que Cristo modeló y que los apóstoles vivieron.

Como bien dice el viejo refrán: "Al pie de la cruz, todos somos párvulos". No necesitamos títulos elevados para ser usados por Dios; necesitamos corazones humildes, vidas consagradas y una fe arraigada en la Palabra. Si alguien te invita a seguir a un "apóstol" moderno con autoridad sobre las Escrituras, examina sus palabras a la luz de la Biblia y recuerda que nuestra lealtad suprema es a Cristo, no a hombres.

Que el Señor nos dé discernimiento para reconocer la verdad y humildad para servirle sin buscar gloria para nosotros mismos. Que nuestro único deseo sea exaltar a Cristo, el verdadero fundamento y cabeza de la iglesia.


Juan 5:39 - Tazas Llenas.

 



Una taza de cafe desbordandose sobre una mesa, en un fondo oscuro.

La Necesidad de Vaciarse para Recibir la Verdad


“Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí.”
(Juan 5:39, RVR1960)


Una Lección en una Taza de Té

Cuenta la historia que un discípulo, ansioso por completar su búsqueda de sabiduría, llegó ante un gran maestro llamado Badwin. Había viajado mucho, estudiado con los gurús más renombrados y acumulado un vasto conocimiento. “Enséñame, Maestro,” dijo, “todo lo que me falta saber.” Badwin, con calma, accedió, pero antes ofreció al discípulo una taza de té. Mientras el joven sostenía la taza ya llena, el maestro comenzó a verter más té desde una tetera de cobre. Pronto, el líquido rebosó, cayendo sobre el plato y luego sobre la alfombra. “¡Maestro, para!” exclamó el discípulo. “¿No ves que mi taza ya está llena?” Badwin detuvo el flujo y respondió con serenidad: “Hasta que no seas capaz de vaciar tu taza, no podrás poner más té en ella.”

Esta sencilla ilustración encierra una verdad profunda: hay que vaciarse para poder llenarse. En el ámbito espiritual, esto significa que debemos despojarnos de nuestras ideas preconcebidas, tradiciones y orgullos para recibir lo que Dios tiene que revelarnos. Pero no todos están dispuestos a hacerlo. Hay “tazas llenas” que se aferran a lo que ya saben, y “tazas vacías” que anhelan ser llenadas con la verdad. En este capítulo, exploraremos cómo esta realidad se manifiesta en la predicación del evangelio, tanto en los días de Jesús y los apóstoles como en nuestro tiempo, y cómo el estado de nuestra “taza” determina nuestra respuesta al mensaje de Dios.

Dos Tipos de Oyentes, Un Solo Mensaje

Cuando Jesús predicó en las aldeas de Palestina, lo hizo acompañado de los Doce, anunciando el Reino de Dios. Su lenguaje y simbolismo —como la renovación de las doce tribus de Israel— eran comprensibles para los judíos, un pueblo familiarizado con las promesas de Dios a Abraham, Isaac y Jacob. Pero para los gentiles, paganos ajenos a esas promesas, sus palabras habrían sido un misterio. Esto no fue accidental. Jesús mismo dijo en Mateo 15:24: “No fui enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”. Su misión inicial se dirigió a los judíos, un pueblo que ya tenía una “taza llena” de conocimiento sobre Dios, aunque a menudo distorsionado por tradiciones y legalismo.

Sin embargo, tras la resurrección, el evangelio se expandió más allá de Israel. Los apóstoles como Pedro y Juan continuaron predicando a los judíos, enfocándose en la restauración del pueblo escogido. Pero Pablo, llamado específicamente como apóstol a los gentiles (Gálatas 2:7-9), llevó el mensaje a quienes no conocían a Dios: los paganos, cuyas “tazas” estaban vacías de la revelación divina. Inspirado por profecías como las de Miqueas 4 e Isaías 66:18-24, Pablo entendió que el plan de Dios incluía a los extranjeros. Y aunque al principio se sorprendió de que los gentiles creyeran mientras muchos judíos rechazaban a Jesús, pronto reconoció la amplitud del propósito divino: Cristo vino a salvar a todos los hombres, judíos y gentiles por igual.

¿Quiénes eran estos judíos y gentiles? Los judíos eran el pueblo elegido, descendientes de Abraham (Génesis 14:13), llamados hebreos, y luego israelitas por Jacob (Génesis 32:28), y finalmente judíos por la tribu de Judá, a través de la cual vendría el Mesías. Los gentiles, en cambio, eran todos los demás: aquellos que no tenían parte en el pacto de la circuncisión (Génesis 17) y que desconocían al Dios verdadero. En términos modernos, podríamos compararlos con los “cristianos” de hoy —aquellos que profesan conocer a Dios— y los no creyentes, que no tienen un concepto claro de Él.

Tazas Llenas de Tradición y Legalismo

Cuando Jesús comenzó Su ministerio, se enfrentó constantemente a “tazas llenas” que se resistían a Su mensaje. Los fariseos, por ejemplo, aceptaban la Palabra escrita como inspirada por Dios, pero equiparaban sus tradiciones orales al mismo nivel de autoridad, afirmando que provenían de Moisés. Esto era puro legalismo. A lo largo de los siglos, habían añadido reglas y prácticas a la Ley, algo que la Escritura prohíbe (Deuteronomio 4:2; Apocalipsis 22:18-19). Los evangelios están llenos de ejemplos: criticaban a Jesús por no seguir sus rituales de lavado (Marcos 7:1-23), por sanar en sábado (Mateo 12:10-14), o por no ayunar según sus normas (Mateo 9:14). Para ellos, sus “buenas obras” y cumplimiento estricto eran el camino al favor de Dios.

Pero Jesús les mostró que estaban equivocados. Sus tazas estaban tan llenas de tradiciones y autosuficiencia que no podían recibir la verdad del Reino de Dios. Pablo lo confirma en Romanos 11:6: “Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia”. Las buenas obras no son un boleto al cielo (Romanos 3:10-12; Efesios 2:8-9); la salvación es un regalo de Dios, no un logro humano. Sin embargo, los judíos, confiados en su linaje y legalismo, rechazaron a Jesús como Mesías, aferrándose a una taza que no estaban dispuestos a vaciar.

Tazas Llenas en el Cristianismo Moderno

Hoy en día, encontramos un paralelo inquietante entre aquellos judíos y muchos “cristianos”. Hay quienes han llenado sus tazas con ideas preconcebidas sobre quién es Dios y qué papel juega en sus vidas. Algunos creen en un dios dependiente de su creación, sujeto a sus caprichos o incapaz de actuar contra sus decisiones. Otros imaginan un dios benevolente y permisivo, que aprueba todo lo que hacen y los coloca en el centro del universo. Estas imágenes, ya sean auto creadas o inducidas por enseñanzas erróneas, son ídolos modernos, moldeados a la medida de sus deseos y necesidades.

Estas “tazas llenas” rechazan cualquier mensaje que contradiga sus creencias. Como los fariseos, se aferran a tradiciones, costumbres o doctrinas que han recibido de púlpitos sin cuestionarlas. Mateo 15:6 los describe perfectamente: “Ustedes no hacen caso de los mandamientos de Dios, con tal de seguir sus propias costumbres”. Y Marcos 7:13 añade: “De esa manera, desobedecen los mandamientos de Dios para seguir sus propias enseñanzas”. Este apego a lo falso los lleva a repudiar a quienes intentan mostrarles la verdad bíblica, incluso cuando se les presenta con amor y claridad.

Tazas Vacías y la Receptividad a la Verdad

Por otro lado, están las “tazas vacías”: aquellos que no conocen a Dios o que, al menos, no están tan aferrados a sus propias ideas que no puedan escuchar. Pablo y Bernabé encontraron éxito entre los gentiles porque estos, aunque tenían sus propios dioses paganos, no estaban cargados con el legalismo judío ni con una falsa seguridad en su relación con el Dios verdadero. Para alguien que nunca ha oído de Dios, la verdad bíblica sobre Sus atributos —Su soberanía, santidad y gracia— puede ser más digerible que para quien ya tiene una imagen distorsionada de Él.

Esto no significa que predicar a los no creyentes sea fácil. Los gentiles tenían sus propias creencias y resistencias. Pero una persona sin prejuicios religiosos profundos tiene menos que “vaciar” antes de recibir el evangelio. En contraste, convencer a un “cristiano” nominal —ya sea pentecostal, mormón, testigo de Jehová, adventista o de cualquier tradición— de que su entendimiento de Dios está desviado puede ser una labor titánica. Como dijo Mark Twain: “Es más fácil engañar a la gente que convencerlos de que han sido engañados”. La idolatría pastoral y el analfabetismo bíblico han perpetuado falsos evangelios, haciendo que muchos se pongan de espaldas a Dios sin siquiera notarlo.

Un Solo Mensaje, Dos Respuestas

No hay dos evangelios diferentes, sino un solo mensaje: la salvación por gracia mediante la fe en Jesucristo. Pero la forma en que se presenta puede variar según el oyente. Gálatas 2:7-10 lo ilustra: a Pedro se le encomendó predicar a los judíos, mientras que Pablo y Bernabé fueron enviados a los gentiles. Cada mensajero adaptó su enfoque al estado de la “taza” de su audiencia, pero el contenido era el mismo: Cristo crucificado y resucitado, el único camino a la salvación.

Algunos reciben este mensaje con oídos prestos a oír, dispuestos a vaciar sus tazas y ser llenados con la verdad. Otros lo rechazan, aferrándose a sus tradiciones o doctrinas. La diferencia no está en el mensaje, sino en la disposición del corazón. Como dijo Pablo en Gálatas 4:16: “¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad?”. La verdad puede ser incómoda, especialmente para las tazas llenas, pero es el único camino a la vida eterna. 
 

Una Exhortación a Vaciar Tu Taza

Amado lector, te invito a reflexionar: ¿Qué tipo de taza eres? ¿Estás lleno de tradiciones, ideas preconcebidas o enseñanzas que no resisten el escrutinio de la Palabra de Dios? ¿O estás dispuesto a vaciarte, a dejar de lado lo que has aprendido y a buscar la verdad en las Escrituras? Jesús nos exhortó: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39). Pablo nos anima: “Los que tienen el Espíritu de Dios todo lo examinan y todo lo entienden” (1 Corintios 2:15, parafraseado).

No tengas miedo de cuestionar lo que te han enseñado. Pregúntate si lo que tu “pastor” dice realmente está en la Biblia. Juzga con justo juicio, discierne, analiza, examina. Pensar no es pecado; es un mandato. Eclesiastés 12:9 nos recuerda que el sabio “enseñó sabiduría al pueblo; e hizo escuchar, e hizo escudriñar”. Vacía tu taza de todo lo que no sea de Dios y deja que Él la llene con Su verdad, Su gracia y Su voluntad soberana.

Que la gracia y la paz de nuestro Señor Jesucristo estén contigo mientras buscas conocerle como realmente es, no como los hombres lo han imaginado.