• Malaquías 3:10 es uno de esos versículos que resuena en casi todas las iglesias donde el dinero y la fe se cruzan.
  • En muchas iglesias contemporáneas, es común escuchar a líderes autoproclamarse "apóstoles", reclamando una autoridad especial y un estatus elevado dentro del cuerpo de Cristo.
  • En muchos círculos cristianos, Apocalipsis 3:20 se ha convertido en un versículo emblemático para el evangelismo.
  • La doctrina de la "confesión positiva" enseña que nuestras palabras tienen el poder de crear milagros, pero ¿es esto bíblico? Este artículo examina sus orígenes, contrastándolos con las Escrituras, y advierte sobre su peligrosa desviación del verdadero evangelio de Cristo.
  • La historia de la mujer con el flujo de sangre (Mateo 9:20-22, Marcos 5:25-34, Lucas 8:43-48) es más que un milagro físico: es una lección profunda sobre la verdadera fe. Más allá de la sanidad, Jesús le otorgó salvación, destacando que no fue el manto el que la curó, sino su confianza en Él. Este capítulo explora el significado espiritual de su historia y nos desafía a buscar a Cristo, no solo por sus milagros, sino por la vida eterna que ofrece.
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martes, 15 de abril de 2025

Hebreos 11:1 - ¿Creyeron los apóstoles en Cristo por fe o porque lo vieron?

La Biblia sobre un fondo marron, con el texto, creyeron los apostoles en cristo por fe o porque lo vieron, esto en pregunta.

Una de las preguntas más profundas que podemos hacernos al estudiar los evangelios es esta: 

¿Los apóstoles creyeron en Jesucristo por fe o simplemente porque lo vieron en acción? 

La respuesta no solo nos ayuda a entender mejor a los apóstoles, sino que también nos revela cómo obra la fe verdadera en el corazón del creyente.


 

¿Qué es la fe según la Biblia?

Hebreos 11:1 define la fe de esta manera:

"Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve."

La fe bíblica es una confianza firme en las promesas de Dios, una seguridad en lo que aún no se ha visto ni experimentado plenamente. No depende de los sentidos, sino de la revelación divina.


Etapa 1: Fe basada en lo visible

Durante el ministerio terrenal de Cristo, los apóstoles caminaron con Él, lo vieron realizar milagros, enseñar con autoridad, calmar tormentas y resucitar muertos. Su reacción inicial fue creer en base a lo que veían.

Juan 2:11:

"Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él."

Esta fe era real pero incompleta. Era una fe que necesitaba ser afirmada, purificada y profundizada. De hecho, muchos vieron las mismas obras y no creyeron:

Juan 6:36:

"Pero os he dicho que aunque me habéis visto, no creéis."


Etapa 2: La fe verdadera viene por revelación divina

Jesús mismo declara que el conocimiento correcto de su identidad no proviene de la carne ni de la sangre, sino de la revelación del Padre:

Mateo 16:15-17:

"Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos."

Aun viendo a Cristo, la fe salvadora no es producto del intelecto ni de la observación, sino de la obra sobrenatural de Dios en el corazón del hombre.


Comparación entre Pedro y Judas: Vista sin fe vs. fe verdadera

Ambos fueron apóstoles, ambos vieron los milagros, ambos convivieron con Jesús. Pero uno fue salvo, y el otro fue condenado. ¿Por qué?

AspectoJudas IscariotePedro (Simón Pedro)
Llamado por Jesús
Vio milagros
Participó en el ministerio
Confesión de feNo registrada"Tú eres el Cristo..." (Mt 16:16)
Motivación internaAmbición, codiciaPasión, pero sinceridad
CaídaTraiciónNegación
Reacción al pecadoRemordimiento sin arrepentimientoArrepentimiento genuino
Destino finalPerdición eternaRestauración y liderazgo
Tuvo fe verdaderaNo

 

Judas lo vio todo, pero nunca tuvo fe verdadera. Pedro también vio, pero su fe fue revelada por el Padre y preservada por la oración de Cristo:

Lucas 22:32:

"Pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte."


Conclusión

Los apóstoles inicialmente creyeron en Cristo por lo que vieron, pero esa fe era incipiente, parcial, y no necesariamente salvadora. Fue a través de la revelación del Padre y la obra del Espíritu Santo que sus corazones fueron transformados para tener una fe verdadera, firme y perseverante.

La visión puede impresionar, pero solo la revelación divina salva. Por eso Jesús dijo:

Juan 20:29:

"Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron."


Aplicación para nosotros hoy

Tú y yo no hemos visto a Jesús con nuestros ojos, pero podemos conocerlo con el corazón si el Padre nos lo revela. No necesitamos pruebas visuales; necesitamos fe dada por gracia. Como Pedro dijo:

1 Pedro 1:8-9:

"A quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso, obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas."

Amemos, sigamos y confiemos en Cristo, no porque lo hayamos visto, sino porque Dios nos ha dado fe para creerle.

lunes, 14 de abril de 2025

Deuteronomio 14:22-23 - La Verdad Bíblica sobre el Diezmo.



Una imagen de una persona muy pobre poniendo dinero en las ofrendas en una iglesia, el plato de las ofrendas está a reventar, lleno de dinero, el dinero cae al suelo, frente al dinero hay un hombre de traje con cara de avaricia

Una Doctrina Malentendida


En muchas iglesias contemporáneas, el tema del diezmo se ha convertido en una enseñanza central, presentada como un mandato divino obligatorio para los creyentes. Sin embargo, al escudriñar las Escrituras con diligencia y bajo la guía del Espíritu Santo, encontramos que esta práctica, tal como se enseña hoy en día, carece de fundamento bíblico sólido para la iglesia del Nuevo Testamento. En este capítulo, examinaremos qué dice realmente la Palabra de Dios sobre el diezmo, su propósito en el contexto del Antiguo Pacto y cómo debemos vivir como cristianos bajo la gracia del Nuevo Pacto.

¿Qué significa la palabra "diezmo"?

La palabra "diezmo" proviene del hebreo ma'aser, que significa literalmente "la décima parte". En el contexto bíblico, se refiere a la décima parte de los productos agrícolas o ganaderos que el pueblo de Israel debía apartar para propósitos específicos ordenados por Dios. No era una contribución voluntaria ni un impuesto arbitrario, sino una ordenanza específica dentro del sistema levítico y del pacto mosaico.

¿Dónde y a quién ordenó Dios el diezmo como ley?

La primera mención clara del diezmo como una ordenanza legal se encuentra en el libro de Deuteronomio. En Deuteronomio 14:22-23, leemos:

"Indefectiblemente diezmarás todo el producto del grano que rindiere tu campo cada año, y lo comerás delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere para poner allí su nombre..."

Este mandato era claro: el diezmo debía ser tomado de los productos agrícolas y ganaderos, y se ofrecía anualmente, no semanal ni mensualmente.

Es crucial notar a quién iba dirigido este mandato. En Deuteronomio 5:1-3, Moisés declara:

"No con nuestros padres hizo Jehová este pacto, sino con nosotros todos los que estamos aquí hoy vivos."

Este pacto, incluyendo las leyes sobre el diezmo, fue dado específicamente a la nación de Israel, no a todas las naciones ni a los gentiles. Por tanto, no podemos asumir que esta ley aplica directamente a los cristianos de hoy, quienes no formamos parte del Israel físico ni estamos bajo el pacto mosaico.

¿Qué era el diezmo según la ley de Dios?

El diezmo ordenado por Dios no era dinero, como suele enseñarse hoy, sino productos agrícolas y ganaderos. Esto se detalla claramente en las Escrituras: Levítico 27:30: "Y el diezmo de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles, es de Jehová..." 

 
Levítico 27:32: "Y todo el diezmo de vacas o de ovejas, de todo lo que pasa bajo la vara, el diezmo será consagrado a Jehová." 
 
Deuteronomio 14:23: "Y comerás delante de Jehová tu Dios... el diezmo de tu grano, de tu vino y de tu aceite..."

En ningún pasaje del Antiguo Testamento se menciona que el diezmo debía ser dado en dinero. Más aún, el propósito del diezmo era sostener a los levitas (quienes no tenían heredad de tierra), proveer para los pobres y celebrar las fiestas en el lugar que Dios escogiera (como se detalla en Números 18 y Deuteronomio 14). El "alfolí" mencionado en Malaquías 3:10 (tema que trataremos específicamente más adelante) no era una caja fuerte para dinero, sino un almacén para alimentos, como lo indica el contexto:

"Y haya alimento en mi casa."


¿Es Malaquías 3:8-10 un mandato para los cristianos?

Uno de los textos más utilizados para exhortar a los creyentes a diezmar es Malaquías 3:8-10, donde Dios reprende a Israel diciendo:

"¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado... en vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición..."


Sin embargo, este pasaje tiene un contexto específico: Dios está hablando a la nación de Israel bajo el Antiguo Pacto, no a la iglesia del Nuevo Testamento. El reclamo era por la negligencia de los israelitas en cumplir con las leyes mosaicas, incluyendo el diezmo de productos agrícolas y ganaderos, que debían llevar al templo para el sustento de los levitas y las necesidades del culto.

Usar este pasaje para exigir el diezmo de dinero a los cristianos es una mala aplicación de la Escritura. Además, el Antiguo Pacto, con todas sus ordenanzas ceremoniales y civiles, ha sido cumplido y abrogado en Cristo. Como dice Hebreos 7:18-19:

"Porque el mandamiento anterior es abrogado por ser débil e inútil (pues la ley nada perfeccionó), y de la introducción de una mejor esperanza, por la cual nos acercamos a Dios."

Asimismo, Colosenses 2:14 nos enseña que Cristo "canceló el acta de los decretos que había contra nosotros... quitándola de en medio y clavándola en la cruz." Por tanto, las leyes del Antiguo Pacto, incluyendo el diezmo levítico, no son vinculantes para los creyentes del Nuevo Pacto.

¿Se enseña el diezmo en el Nuevo Testamento?

El diezmo se menciona en el Nuevo Testamento, pero no como un mandato para la iglesia. En Mateo 23:23 y Lucas 11:42, Jesús reprende a los fariseos por su hipocresía, diciendo que diezman hasta de la menta y el comino, pero descuidan la justicia, la misericordia y la fe. Aquí, Jesús no está estableciendo una norma para los cristianos, sino señalando la actitud legalista de los fariseos bajo la ley mosaica.

La otra mención significativa está en Hebreos 7:1-14, donde se habla del diezmo que Abraham dio a Melquisedec. Sin embargo, el propósito de este pasaje no es enseñar que los cristianos deben diezmar, sino demostrar la superioridad del sacerdocio de Melquisedec (que prefigura a Cristo) sobre el sacerdocio levítico. En ningún lugar del Nuevo Testamento se exhorta a los creyentes a dar un diezmo obligatorio del 10% de sus ingresos.

En cambio, el Nuevo Testamento nos enseña principios de ofrendas generosas y voluntarias. En 2 Corintios 9:7, Pablo escribe:

"Cada uno dé como propuso en su corazón, no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre."

La ofrenda cristiana no está sujeta a un porcentaje fijo ni a una maldición por no cumplirlo, sino que fluye de un corazón agradecido y generoso.


¿Por qué tantas iglesias enseñan el diezmo obligatorio?

Si el diezmo obligatorio no tiene fundamento en el Nuevo Testamento, ¿por qué tantas iglesias insisten en enseñarlo? La respuesta puede ser doble: 
 
Ignorancia de las Escrituras: Algunos líderes no han estudiado a fondo el contexto bíblico del diezmo y repiten tradiciones humanas sin cuestionarlas. 
 
Avaricia y manipulación: Otros, lamentablemente, usan el diezmo como una herramienta para obtener ganancias personales, manipulando a los creyentes con temor y falsas promesas de bendición. Esto es precisamente lo que el apóstol Pedro advierte en 2 Pedro 2:3:

"Y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas."

La práctica de exigir el diezmo de dinero, acompañada de amenazas de maldición basadas en Malaquías 3, es una distorsión de la Palabra de Dios. Como cristianos, debemos rechazar estas enseñanzas y regresar a la verdad de las Escrituras.

Vivamos bajo la gracia del Nuevo Pacto


El diezmo, como se prescribe en el Antiguo Testamento, era una ley específica para Israel bajo el pacto mosaico. No hay base bíblica para exigir un diezmo de dinero a los cristianos, ni para amenazar con maldiciones a quienes no lo entregan. En el Nuevo Pacto, somos llamados a dar generosamente, con alegría y conforme a lo que hemos decidido en nuestro corazón, no bajo coacción ni legalismo.

Amado hermano, te exhorto a escudriñar las Escrituras por ti mismo, como nos manda el Señor Jesús en Juan 5:39. No permitas que tradiciones humanas o manipulaciones te aparten de la verdad. Si una iglesia o líder te enseña que debes dar un diezmo obligatorio para evitar una maldición, pregúntate: ¿está esto en armonía con el evangelio de la gracia? Como dice Pablo en 1 Timoteo 6:5, debemos apartarnos de aquellos “que toman la piedad como fuente de ganancia."

Que el Señor te dé entendimiento y libertad para vivir conforme a Su Palabra, no bajo el yugo de mandamientos humanos, sino bajo la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

jueves, 3 de abril de 2025

Entre el Abismo y las Llamas: Una Exploración Bíblica de los Reinos de la Justicia Divina.

Imagen con tonos oscuros y rojizos que muestra figuras humanas cayendo en espiral hacia un abismo ardiente, representando un ambiente infernal. En el centro se encuentra el texto: "Entre el abismo y las llamas. Una exploración bíblica de los reinos de la justicia divina".



"Entre el Abismo y las Llamas: Una Exploración Bíblica de los Reinos de la Justicia Divina"


En las profundidades de las Sagradas Escrituras, encontramos términos que despiertan tanto asombro como temor: el "abismo" y el "infierno". Estas palabras evocan imágenes de oscuridad, juicio y el peso inescapable de la santidad de Dios. Pero, ¿son lo mismo? ¿Qué distingue el pozo sellado del abismo de las llamas eternas del infierno? Como cristianos reformados, comprometidos con la autoridad suprema de la Palabra, debemos desentrañar estos conceptos con reverencia y precisión. Este capítulo nos llevará a través de los pasajes bíblicos que definen el abismo y el infierno, comparará sus naturalezas y propósitos, y nos invitará a contemplar la soberanía de Dios sobre ambos. Con la guía de las Escrituras y la sabiduría de teólogos reformados, descubriremos cómo estas realidades testifican del poder, la justicia y la gracia del Creador.I. El abismo: El pozo de la oscuridad primordial

Imagina un lugar envuelto en tinieblas, un abismo sellado donde las fuerzas del mal son contenidas por la mano soberana de Dios. Este es el "abismo" que las Escrituras nos presentan, un término que resuena desde los albores de la creación hasta los tiempos finales. Su historia comienza en Génesis 1:2:

"Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas."

Aquí, el hebreo tehom pinta un cuadro de caos acuoso, una profundidad informe que precede al orden divino. No es un lugar de castigo, sino un estado primordial que Dios somete con su palabra. Sin embargo, a medida que avanzamos en la narrativa bíblica, el abismo evoluciona hacia algo más definido y siniestro.

En el Salmo 71:20, el salmista clama:

"Tú, que me has hecho ver muchas angustias y males, volverás a darme vida, y de nuevo me levantarás de los abismos de la tierra." 
 
Aunque metafórico, este uso sugiere una conexión con la aflicción y la muerte, un eco de la separación de la presencia de Dios. Pero es en el Nuevo Testamento donde el abismo (abyssos en griego) toma forma como un lugar específico. En Lucas 8:31, los demonios imploran a Jesús:

"Y le rogaban que no los mandase al abismo."

¿Qué temen estas criaturas espirituales? Apocalipsis 9:1-2 nos ofrece una visión:

"Y el quinto ángel tocó la trompeta, y vi una estrella que cayó del cielo a la tierra; y le fue dada la llave del pozo del abismo. Y abrió el pozo del abismo, y subió humo del pozo como humo de un gran horno."

El abismo es un "pozo" sellado, una prisión de oscuridad de donde emergen seres demoníacos bajo el juicio de Dios. Más adelante, en Apocalipsis 20:1-3, su propósito se aclara:

"Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años; y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso sellos sobre él."

Aquí, el abismo es un lugar de reclusión temporal, una celda divina para Satanás y sus huestes. Juan Calvino, en su Comentario a Apocalipsis, lo describe con precisión:

"El abismo es un lugar de tinieblas, ordenado por la sabiduría de Dios para contener a los rebeldes espirituales hasta que su juicio final sea ejecutado. No es su fin, sino su cadena."

El abismo, entonces, no es un destino eterno, sino un instrumento de la soberanía divina, un preludio al castigo final.
 
 
II. El infierno: Las llamas de la justicia eterna

Si el abismo es una prisión temporal, el infierno es el tribunal eterno de Dios, un lugar donde su ira contra el pecado arde sin fin. Sin embargo, el término "infierno" en nuestras Biblias abarca varias palabras bíblicas —Sheol, Hades, Gehenna, y el "lago de fuego"— que debemos distinguir para captar su profundidad.

En el Antiguo Testamento, Sheol es el reino de los muertos. En Salmo 16:10, David ora con esperanza:

"Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción."

Sheol no discrimina entre justos e injustos; es un estado intermedio, un lugar de espera. El Nuevo Testamento lo llama Hades. En Lucas 16:23, Jesús narra la parábola del rico y Lázaro:

"Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno."

Aunque Hades incluye tormento para los impíos, sigue siendo un estado temporal. El verdadero "infierno" emerge con Gehenna, un término que 
 
Jesús usa para el castigo eterno. En Mateo 25:41, Él declara:

"Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles."

Gehenna, inspirada en el Valle de Hinom —un sitio de idolatría y fuego perpetuo cerca de Jerusalén—, simboliza destrucción y sufrimiento sin fin. 
 
En Marcos 9:47-48, Jesús advierte:

"Mejor te es entrar en el reino de Dios con un solo ojo, que teniendo dos ojos ser echado a la Gehenna, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga."

La culminación del infierno aparece en Apocalipsis 20:14-15:

"Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego."

El "lago de fuego" es el infierno en su forma definitiva, un lugar de tormento eterno tras el juicio final. Louis Berkhof, en su Teología Sistemática, lo define con claridad:

"El infierno es la separación eterna de la presencia benigna de Dios, un estado de tormento consciente y justo para los réprobos y los ángeles caídos, ejecutado con perfecta equidad." 
 
 
III. El contraste revelado: Abismo versus infierno


Con el abismo y el infierno definidos, comparemos sus diferencias en un lienzo teológico, trazando sus contornos en propósito, naturaleza, cronología y habitantes.
 
Propósito: El abismo es una prisión temporal, un lugar donde Dios contiene a los seres espirituales caídos, como los demonios (Lucas 8:31) y Satanás (Apocalipsis 20:3). Su función es restrictiva, un acto de control divino en el drama redentor. 
 
El infierno, en cambio, es el castigo eterno, el destino final de los impíos y los demonios tras el juicio (Mateo 25:41). Su propósito es vindicar la santidad de Dios y ejecutar su justicia.
 
Naturaleza: El abismo es un "pozo del abismo" (Apocalipsis 9:1), un lugar de oscuridad y reclusión. Aunque los demonios lo temen, no se describe explícitamente como un sitio de tormento activo. 
 
El infierno es un reino de sufrimiento consciente, con "fuego eterno" y "gusanos que no mueren" (Marcos 9:48), culminando en el lago de fuego, donde el tormento es perpetuo.
 
Cronología: El abismo opera en el presente (2 Pedro 2:4) y durante el milenio (Apocalipsis 20:1-3), pero es temporal; Satanás es liberado brevemente antes de su fin (Apocalipsis 20:7-10). 
 
El infierno es eterno, consumado tras el juicio final, cuando incluso el Hades es arrojado al lago de fuego (Apocalipsis 20:14).
 
Habitantes: El abismo alberga a seres espirituales como demonios y Satanás (Apocalipsis 9:11; 20:3); no hay indicio de humanos allí. 
 
El infierno incluye a los impíos humanos, Satanás y sus ángeles tras el juicio (Apocalipsis 20:15).
 
 
IV. La visión reformada: Soberanía y redención

La teología reformada, anclada en la Sola Scriptura, ve el abismo y el infierno como expresiones de la soberanía de Dios sobre el mal. Charles Spurgeon, en un sermón sobre Apocalipsis 20, proclama:

"El abismo es la celda donde el Todopoderoso encadena a los rebeldes espirituales, un testimonio de su dominio; el infierno es su tribunal final, donde la justicia resplandece en llamas eternas."

R.C. Sproul, en La Santidad de Dios, añade:

"El abismo es un preludio al infierno, una sombra de la sentencia final. Ambos declaran que Dios no negocia con el pecado, sino que lo somete a su voluntad santa."

Un pasaje clave es 2 Pedro 2:4:

"Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno [Tártaro, un término afín al abismo], los entregó a prisiones de oscuridad, reservados para el juicio."

Aquí, el "Tártaro" se asemeja al abismo como un lugar de espera, distinto del lago de fuego eterno.
 
 
Conclusión: Del abismo a la cruz

El abismo y el infierno, aunque relacionados, son distintos en las Escrituras. El abismo es el pozo temporal donde Dios restringe el mal espiritual, un recordatorio de su poder sobre las tinieblas. El infierno es el fuego eterno, el destino final donde la justicia divina arde contra el pecado impenitente. La Confesión de Fe de Westminster (Capítulo XXXIII) lo resume: "Los impíos serán castigados con tormento eterno, apartados de la presencia del Señor." Sin embargo, esta verdad no nos deja sin esperanza. Cristo, quien descendió a las profundidades (Efesios 4:9) y venció el poder del abismo, nos libra del infierno por su cruz. Que este contraste nos lleve a adorar al Dios soberano y a buscar refugio en su gracia. ¿Qué te revela esta distinción sobre el corazón de nuestro Salvador?

jueves, 13 de marzo de 2025

Judas 3 - Advertencia contra la Mentira.

Un hombre en un pulpito, con una biblia en su mano, mintiendo, su nariz es larga, pinocho.


 


 El Llamado Urgente de Judas


Hay cartas en la Biblia que llegan como un trueno en una noche silenciosa, y la epístola de Judas es una de ellas. Escrita por Judas, hermano de Jesús y siervo humilde de Cristo, este breve pero poderoso mensaje no se anda con rodeos. Desde el primer versículo, Judas deja claro que su intención original era escribir sobre la belleza de la salvación que compartimos, pero algo lo detuvo. Una alarma sonó en su corazón, una urgencia que no podía ignorar. En lugar de palabras de consuelo, nos entrega un llamado apasionado:

"Amados hermanos… luchen y defiendan la enseñanza que Dios ha dado para siempre a su pueblo elegido" (Judas 3).


¿Por qué? Porque la mentira había entrado sigilosamente entre los creyentes, y su peligro era mortal.

Imagina por un momento la escena. Judas escribe a una iglesia que ama, a hermanos en la fe, pero su pluma tiembla con preocupación.

"Hay algunos que se han colado entre ustedes, y que los han engañado", advierte en el versículo 4.

No son extraños al acecho fuera de las murallas; son lobos disfrazados de ovejas, infiltrados en la misma comunidad de fe. Estos falsos maestros traen un mensaje seductor:

"Dios nos ama tanto que no nos castigará por lo que hacemos".

Es una mentira tan atractiva como peligrosa, una que acaricia el ego y adormece la conciencia. Pero Judas no está dispuesto a dejar que pase desapercibida. Sabe que la verdad de Dios no puede coexistir con tales engaños, y su advertencia resuena como un grito en el desierto:

¡despierten, iglesia, antes de que sea demasiado tarde!

Para que no pensemos que esto es mera exageración, Judas nos lleva de la mano a través de la historia. Mira al pueblo de Israel, dice en el versículo 5.

Dios los sacó de Egipto con mano poderosa, los libró de la esclavitud, pero cuando no creyeron en Él, los destruyó en el desierto. Luego señala a Sodoma y Gomorra (v. 7), ciudades que se entregaron a la inmoralidad desenfrenada y pagaron el precio con fuego eterno. Estos no son cuentos para asustar niños; son recordatorios solemnes de que Dios es santo y justo, y Su amor no anula Su juicio. Los falsos maestros de los que Judas habla siguen el mismo camino: con sus "locas ideas" dañan sus cuerpos, rechazan la autoridad divina e insultan a los seres celestiales (v. 8). Son rebeldes sin freno, y su destino está sellado.

Pero Judas no se queda en generalidades; pinta un retrato vívido de estos engañadores. Los compara con Caín, quien mató a su hermano por envidia; con Balaam, que vendió su don profético por dinero; y con Coré, cuya rebelión contra Moisés lo llevó a la muerte (v. 11). Son egoístas, codiciosos, insubordinados. Y lo peor: se sientan a la mesa con los creyentes en las "fiestas de amor" —esas reuniones sagradas donde la iglesia celebraba la Cena del Señor— y comen sin respeto alguno (v. 12).

Imagina la escena:
mientras los hermanos comparten el pan y el vino en memoria de Cristo, estos impostores se sirven a sí mismos, indiferentes a la santidad del momento. Judas los describe con imágenes poéticas pero devastadoras: "nubes sin agua" que prometen lluvia pero no dan nada, "árboles sin fruto" arrancados de raíz, doblemente muertos. Son líderes que solo cuidan de sí mismos, dejando a los demás sedientos y hambrientos.

Y no termina ahí. En el versículo 16, Judas desnuda sus corazones: se quejan de todo, critican sin cesar, persiguen sus deseos egoístas. Hablan con arrogancia, y cuando halagan a alguien, lo hacen solo para sacar provecho.


¿No te suena familiar? Es el mismo espíritu que vemos hoy en tantos púlpitos:


Mensajes que exaltan al hombre, que justifican el pecado, que diluyen la verdad para hacerla más digerible. Pero Judas no escribe para condenar a estos falsos maestros y luego seguir adelante; escribe para advertirnos, para que no caigamos en su engaño ni nos dejemos arrastrar por su mentira.

Entonces, ¿qué hacemos con esto? Judas no nos deja en la desesperación. Después de exponer el peligro, vuelve sus ojos a los creyentes y les da un camino claro.

"Pero ustedes, queridos hermanos", dice en el versículo 20, "sigan confiando siempre en Dios". No es una confianza vaga o sentimental; es una fe especial, arraigada en la verdad que Dios ha revelado. Nos anima a orar guiados por el Espíritu Santo, a aferrarnos al amor de Dios y a esperar con paciencia la vida eterna que Jesucristo nos dará (v. 21).

Es un contraste hermoso: mientras los falsos maestros se hunden en su rebelión, los verdaderos hijos de Dios se edifican en la fe, se apoyan en la gracia y miran hacia el regreso de su Salvador.

Pero Judas va más allá. Nos llama a ser instrumentos de esa gracia en un mundo lleno de mentiras. En los versículos 22 y 23, nos dice:

"Ayuden con amor a los que no están del todo seguros de su salvación. Rescaten a los que necesitan salvarse del infierno, y tengan compasión de los que necesitan ser compadecidos."

Es un mandato tierno pero serio. Algunos en la iglesia dudan, tambaleándose bajo las mentiras que han escuchado; otros están al borde del abismo, a punto de caer. Nuestra tarea es alcanzarlos con amor y verdad, como quien saca a alguien de un edificio en llamas. Sin embargo, Judas añade una advertencia:

"Tengan mucho cuidado de no hacer el mismo mal que ellos hacen."

La mentira es contagiosa, y debemos estar alerta para no ser seducidos por su encanto.

Reflexiona por un momento: ¿qué tan fácil es caer en la trampa de la mentira? Nos gusta pensar que Dios pasará por alto nuestros pecados porque nos ama. Queremos un evangelio que no nos desafíe, que no nos exija nada. Pero Judas nos sacude de esa ilusión. Nos recuerda que el amor de Dios no anula Su santidad ni Su justicia.

Sí, Él es misericordioso, pero también es un fuego consumidor (Hebreos 12:29). Los ejemplos de Israel, Sodoma y los rebeldes de antaño no son reliquias del pasado; son advertencias para nosotros hoy.

La mentira puede colarse en nuestras iglesias, en nuestras vidas, disfrazada de piedad, y si no la confrontamos, nos llevará a la ruina.

Judas termina su carta con una doxología gloriosa (vv. 24-25), pero antes de llegar ahí, nos deja con esta advertencia y este llamado. No es un mensaje cómodo, pero es necesario. En un mundo donde las mentiras abundan —mentiras sobre quién es Dios, sobre lo que Él exige, sobre lo que significa seguirle— necesitamos escuchar la voz de Judas con urgencia. No te dejes engañar por quienes te dicen que puedes vivir como quieras y aún así estar bien con Dios. No te conformes con una fe superficial que ignora el pecado y la santidad. Lucha por la verdad, defiéndela con valentía, pero hazlo con amor y humildad.

Y si sientes que las mentiras han ganado terreno en tu corazón o en tu iglesia, no desesperes. Vuelve a la Palabra. Deja que el Espíritu Santo te guíe, que el amor de Cristo te sostenga, y que la esperanza de Su regreso te fortalezca. Porque al final, no se trata de lo que nosotros queremos escuchar, sino de lo que Dios, en Su infinita sabiduría y gracia, ha decidido revelarnos.

Que Él nos guarde de la mentira y nos mantenga firmes en Su verdad, para Su gloria eterna.



Romanos 2:11 - ¿Excepción o Acepción?




una familia americana tradicional, demostrandole su amor a su hijo menor mientras el mayor mira a la distancia con celos

La Justicia Imparcial de Dios


“tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios."

(Romanos 2:9-11)


Es común escuchar en círculos cristianos la afirmación de que "Dios no hace acepción de personas", y con frecuencia esta frase se interpreta como si significara que Dios nos ama y acepta a todos tal como somos, sin importar lo que pensemos, hagamos o digamos. A primera vista, parece una enseñanza reconfortante, pero ¿es eso lo que la Biblia realmente enseña? ¿Hemos confundido el término "acepción" con "excepción", torciendo el significado de las Escrituras? En este capítulo, examinaremos Romanos 2:1-11 con profundidad para descubrir lo que Pablo quiso decir y cómo la justicia imparcial de Dios refleja tanto Su santidad como Su amor, sin comprometer ninguna de las dos.

El Contexto de Romanos 2: Un Juicio Justo y Verdadero

Pablo escribe a la iglesia en Roma para abordar temas fundamentales sobre el pecado, la ley y el juicio de Dios. En Romanos 2:1-2, establece una verdad innegociable:


"Mas sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según verdad."


Aquí, Pablo deja claro que Dios juzga a quienes hacen lo malo, y lo hace con justicia perfecta. No hay errores ni parcialidad en Su juicio; Él ve el corazón, conoce las intenciones y evalúa cada acción con precisión absoluta.


Este contexto es crucial para entender lo que sigue.


En los versículos 7 al 10, Pablo describe las consecuencias de los caminos que elegimos:


"Vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego."


Aquí vemos que Dios recompensa a los que buscan Su voluntad y castiga a los que persisten en el pecado. No hay distinción basada en etnia, estatus social o privilegios; el juicio de Dios es universal y equitativo.


¿Qué Significa "Acepción de Personas"?

En Romanos 2:11, Pablo concluye esta sección diciendo:

"Porque no hay acepción de personas para con Dios."


La palabra griega traducida como "acepción" es prosopolempsia, que literalmente significa "levantar el rostro" o "mostrar favoritismo", como podemos leer en la versión TLA.

¡Dios no tiene favoritos!

En el contexto bíblico, se refiere a la idea de juzgar con parcialidad, basándose en factores externos como riqueza, posición social, apariencia o influencia.

Este concepto también aparece en pasajes como Deuteronomio 10:17-19, donde se dice que Dios "no hace acepción de personas, ni toma cohecho".

Lo que Pablo enseña aquí no es que Dios acepta a todos sin importar su condición espiritual o moral, sino que Él no muestra favoritismo al momento de juzgar. Nadie será eximido de Su juicio por su estatus o privilegios; todos compareceremos ante el tribunal de Cristo (2 Corintios 5:10) y seremos evaluados con justicia perfecta. Como dice Pedro en Hechos 10:34-35:


"En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia."


El énfasis no está en una aceptación incondicional, sino en la imparcialidad de Dios: Él no favorece a unos sobre otros basándose en criterios humanos, sino que juzga según la verdad y la justicia.

"Acepción" con "Excepción"

Aquí radica el error común: muchos interpretan "no hay acepción de personas" como si significara "no hay excepción", es decir, que Dios acepta a todos sin distinción ni requisitos, incluso si persisten en el pecado. Esta interpretación, sin embargo, contradice el testimonio claro de las Escrituras.

Dios es santo, y Su santidad no le permite convivir con el pecado ni tolerarlo. Como dice Habacuc 1:13:


"Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio."


La Biblia es enfática en que Dios aborrece el pecado y a los que persisten en él sin arrepentimiento. Salmos 5:4-5 declara:


"Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; el malo no habitará junto a ti. Los insensatos no estarán delante de tus ojos; aborreces a todos los que hacen iniquidad."


Otros pasajes como Salmos 7:11, Proverbios 11:20, Isaías 57:17 y Malaquías 2:16 refuerzan esta verdad: Dios odia el pecado y, aunque ama a Su creación, Su ira se derrama contra aquellos que se rebelan contra Él sin arrepentirse (Juan 3:36; Efesios 5:6).

Por lo tanto, afirmar que "Dios nos ama a todos tal como somos" y que "nos acepta sea como sea" es una distorsión peligrosa si no se acompaña de la verdad completa del evangelio. Sí, Dios ama al mundo (Juan 3:16), pero Su amor no implica una aceptación pasiva del pecado. Él nos ama lo suficiente como para llamarnos al arrepentimiento y ofrecernos salvación a través de Cristo, pero no nos deja en nuestra condición pecaminosa.

La Separación que el Pecado Provoca

Aunque Dios no hace acepción de personas al juzgar, sí hace una clara distinción entre los que le obedecen y los que no. Jesús mismo enseña que apartará de Su presencia a aquellos que persisten en la iniquidad. En Mateo 7:21-23, declara:


"No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad."


Otros pasajes como Mateo 25:11-12, Mateo 25:30, Salmos 5:4 y Números 15:35-36 confirman que Dios no tolera el pecado ni permite que los impíos permanezcan en Su presencia sin arrepentimiento. Incluso Jesús, siendo sin pecado, experimentó la separación del Padre cuando cargó nuestros pecados en la cruz, exclamando: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46; cf. 2 Corintios 5:21). Si el pecado provocó tal separación en el Hijo perfecto, ¿cómo podemos pensar que un Dios tres veces santo acolitara el pecado en nuestras vidas?

La Verdadera Enseñanza de Romanos 2:11

Lejos de enseñar una aceptación incondicional, Romanos 2:11 nos confronta con la justicia imparcial de Dios. Pablo no está diciendo que Dios nos ama a todos sin importar nuestro estado espiritual; está diciendo que, sin importar quiénes seamos, seremos juzgados con justicia. No habrá favoritismo ni excepciones basadas en factores humanos. Como dice Deuteronomio 32:4:


"Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud. Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto."


Esto debería producir en nosotros un santo temor y un deseo profundo de arrepentirnos y buscar la justicia de Dios. No podemos escondernos detrás de una falsa idea de amor divino que ignora el pecado; debemos reconocer que el amor de Dios es inseparable de Su santidad y Su justicia. Él nos ofrece gracia y misericordia a través de Cristo, pero esa oferta exige una respuesta: fe, arrepentimiento y obediencia (Hechos 3:19; Romanos 2:4).

Un Llamado a la Verdad y al Arrepentimiento

Hermanos, Romanos 2:11 no es un cheque en blanco para vivir como queramos bajo la excusa de que "Dios no hace acepción de personas". Es una advertencia solemne: todos enfrentaremos el juicio justo de Dios, y nadie escapará por privilegios terrenales. El mensaje de Pablo nos llama a examinar nuestras vidas a la luz de la santidad de Dios y a responder al evangelio con fe genuina.

Dios no hace acepción de personas al juzgar, pero sí hace una excepción gloriosa en Su gracia: a través de Cristo, ofrece salvación a todo aquel que cree (Romanos 10:9-13). No confundamos la imparcialidad de Su justicia con una tolerancia al pecado. Él nos ama, pero Su amor nos llama a la transformación, no a la complacencia. Como dice Hechos 10:35,


“Dios ama a todos los que lo obedecen, y también a los que tratan bien a los demás y se dedican a hacer lo bueno, sin importar de qué país sean.”


Que este pasaje nos lleve a postrarnos ante el Dios santo y justo, reconociendo nuestra necesidad de Su gracia. Que vivamos vidas de arrepentimiento y obediencia, confiando en que el mismo Dios que juzga con verdad es quien nos justifica por la obra de Su Hijo en la cruz. No busquemos excusas en una interpretación errada de Su amor; busquemos la verdad que nos hace libres (Juan 8:32).


Efesios 2:8-9 - Guardianes de Altamar - Una visión Bíblica.

un rescatista de la guardia costera americana, el hombre esta colgando desde un helicóptero de la guardia costera, tiene a una persona sujetada con una mano, esta salvando a una victima en un día lluvioso y tormentoso



Guardianes de Altamar: Una Visión Bíblica


“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.”

(Efesios 2:8-9, RVR1960)


Una Historia de Coraje y Sacrificio

La película Guardianes de Altamar (The Guardian) nos presenta una narrativa poderosa de coraje y sacrificio. En el corazón de la trama están los Nadadores de Rescate de la Guardia Costera de Estados Unidos, hombres y mujeres que arriesgan sus vidas enfrentando tormentas feroces y olas gigantescas bajo el lema: “¡Para que otros logren vivir!”. El legendario Ben Randall (Kevin Costner), un rescatista experimentado, sobrevive a un accidente devastador y es enviado, contra su voluntad, a entrenar a los novatos en la Escuela A, el programa élite que forma a los mejores. Allí conoce a Jake Fischer (Ashton Kutcher), un joven arrogante pero talentoso, cargado con la culpa de un accidente que costó la vida de sus amigos y obsesionado con superar récords para probar su valor.

A lo largo de la película, vemos el contraste entre la obsesión de Jake por los números —los récords que lo harían “el mejor”— y la perspectiva de Ben, quien entiende que el verdadero propósito no está en las marcas, sino en salvar vidas. En un momento culminante, Ben da su vida para rescatar a Jake, dejando un legado de más de 500 personas salvadas. Es una historia emocionante que resalta el sacrificio y la dedicación. Pero más allá de su valor cinematográfico, Guardianes de Altamar nos ofrece una oportunidad para reflexionar sobre dos tendencias profundamente arraigadas en nuestra sociedad y en la iglesia moderna: la creencia en la salvación por obras y la fijación por los números como medida de aprobación. Desde una visión bíblica, estas ideas son engaños humanistas que disfrazan la verdad del evangelio.

¿Salvar Vidas Nos Salva?

Tras ver la película, surge una pregunta natural: ¿Irá Ben Randall al cielo por haber salvado a más de 500 personas y haber dado su vida por otro? Muchos responderían como lo hizo la esposa del autor de esta prédica: “Debería, porque dio su vida por salvar a otros.” Esta respuesta refleja una creencia común, incluso entre cristianos: que las buenas obras, especialmente las heroicas, son un boleto al cielo. Algunos podrían citar Juan 15:13: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”, sugiriendo que tal sacrificio asegura la salvación.

Sin embargo, la Biblia es inequívoca: las buenas obras, por impresionantes que sean, no nos salvan. Efesios 2:8-9 declara: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. Romanos 11:6 añade: “Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia”. La salvación es un regalo de Dios, no un premio que ganamos. Ben Randall no irá al cielo por haber salvado 500 vidas o por haberse sacrificado, a menos que haya conocido a Cristo, lo haya reconocido como Señor y Salvador y haya sido llamado por Dios para salvación. Sin fe en Jesús, ningún acto de heroísmo puede borrar el pecado ni reconciliarnos con Dios.

Imagina esta conversación: alguien dice, “Soy buena persona, creo en Dios, cumplo los mandamientos, voy a la iglesia y llevo una cruz colgada. Iré al cielo.” Pero cuando se le pregunta, “¿Has tenido un encuentro personal con Jesucristo?”, responde, “Claro, voy a la iglesia.” Si esa fuera la medida, las noticias no serían buenas. La salvación no se obtiene por afiliación religiosa, rituales o buenas acciones. Juan 3:16 afirma: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). Solo la fe en Cristo, no nuestras obras, nos justifica ante Dios (Romanos 5:1; Hechos 4:12).

Comparar el sacrificio de Ben Randall con el de Cristo sería un error grave. Jesús, el Hijo de Dios sin pecado, murió para pagar la deuda infinita de nuestros pecados, algo que ningún ser humano podría lograr. Romanos 5:8-9 nos dice: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira”. Ningún sacrificio humano, por noble que sea, puede igualar la obra redentora de Cristo en la cruz.

La Fijación por los Números

El segundo aspecto que resalta en Guardianes de Altamar es la obsesión de Jake Fischer por los récords. Llega a la Escuela A determinado a superar las marcas de Ben Randall, no porque le importe el propósito del rescate, sino porque necesita probarse a sí mismo y expiar su culpa. Incluso tras romper todos los récords, se frustra porque Ben no lo mira con el respeto que él espera. Ben, en cambio, entiende que los números no son el objetivo; salvar vidas lo es. Esta lucha refleja una tendencia peligrosa en nuestra sociedad y en la iglesia: la fijación por las cifras como medida de valor o aprobación.

En la iglesia moderna, esta mentalidad se manifiesta de manera sutil pero destructiva. Algunos pastores miden su éxito por la cantidad de asistentes, las ofrendas recaudadas o las conversiones reportadas. Para ganar popularidad, suavizan el evangelio, evitan temas incómodos y consienten a la gente en lugar de confrontarla con la verdad. Temerosos de ahuyentar a las multitudes, priorizan los números sobre la fidelidad a Cristo. Pero cuando hacemos esto, enviamos un mensaje devastador: que la voluntad de Dios no es suficiente, y que necesitamos llenar nuestro vacío con la aprobación humana.

Jesús no se dejó guiar por los números. En Juan 6:66, muchos lo abandonaron tras oír Sus enseñanzas difíciles. En lugar de suavizar Su mensaje, preguntó a los Doce: “¿Queréis acaso iros también vosotros?” (Juan 6:67). Él no cambió para agradar a la multitud; predicó la verdad sin censura, dejando que cada uno decidiera libremente seguirlo o no. Su valor no estaba en cuántos lo seguían, sino en cumplir la voluntad del Padre. Nosotros tampoco deberíamos buscar nuestra identidad en estadísticas o popularidad, sino en ser fieles al evangelio.

El Humanismo Disfrazado de Cristianismo

Tanto la creencia en la salvación por obras como la obsesión por los números son formas de humanismo disfrazadas de cristianismo. El humanismo exalta al hombre como el centro de todo, sugiriendo que podemos ganar el favor de Dios o validar nuestra existencia mediante nuestros esfuerzos. Pero la Biblia nos llama a una perspectiva radicalmente diferente: Dios es soberano, y nosotros dependemos completamente de Él. Tito 3:4-5 nos recuerda: “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia”.

Pretender que nuestras obras nos salvan o que los números nos definen es rechazar la gracia de Dios. Es un intento de ser fuertes en nuestra propia fuerza, una fuerza que fallará cuando más la necesitemos. Solo la fuerza que Dios provee a través del evangelio nos sostiene. Ese evangelio es simple pero poderoso: Jesucristo, el Hijo de Dios, murió por nuestros pecados, resucitó al tercer día y reina victorioso. El perdón y la reconciliación con Dios vienen solo por fe en Él, no por lo que hagamos o cuántos nos aplaudan.

Una Invitación a Depender de Cristo

Amado lector, Guardianes de Altamar puede inspirarnos con su retrato de sacrificio y valentía, pero no nos engañemos: el heroísmo humano no nos acerca a Dios. No importa cuántas vidas salves o cuántos récords rompas; sin Cristo, no hay salvación. Y no importa cuántos te admiren o cuántos asistan a tu iglesia; tu valor no está en los números, sino en la fidelidad a la verdad.

Te invito a dejar de lado toda confianza en tus obras o en tu popularidad. Abraza el evangelio puro y sin adulterar: que Cristo murió por tus pecados, resucitó y ofrece vida eterna a quienes creen en Él. No trates de ser fuerte por ti mismo; confía en la fuerza que Dios brinda. Como dice Romanos 10:9: “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”. Esa es la única esperanza que trasciende esta vida, mucho más allá de las tormentas de altamar.

Que la gracia y la paz de nuestro Señor Jesucristo te guíen mientras buscas Su rostro y Su verdad.



Juan 5:39 - Tazas Llenas.

 



Una taza de cafe desbordandose sobre una mesa, en un fondo oscuro.

La Necesidad de Vaciarse para Recibir la Verdad


“Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí.”
(Juan 5:39, RVR1960)


Una Lección en una Taza de Té

Cuenta la historia que un discípulo, ansioso por completar su búsqueda de sabiduría, llegó ante un gran maestro llamado Badwin. Había viajado mucho, estudiado con los gurús más renombrados y acumulado un vasto conocimiento. “Enséñame, Maestro,” dijo, “todo lo que me falta saber.” Badwin, con calma, accedió, pero antes ofreció al discípulo una taza de té. Mientras el joven sostenía la taza ya llena, el maestro comenzó a verter más té desde una tetera de cobre. Pronto, el líquido rebosó, cayendo sobre el plato y luego sobre la alfombra. “¡Maestro, para!” exclamó el discípulo. “¿No ves que mi taza ya está llena?” Badwin detuvo el flujo y respondió con serenidad: “Hasta que no seas capaz de vaciar tu taza, no podrás poner más té en ella.”

Esta sencilla ilustración encierra una verdad profunda: hay que vaciarse para poder llenarse. En el ámbito espiritual, esto significa que debemos despojarnos de nuestras ideas preconcebidas, tradiciones y orgullos para recibir lo que Dios tiene que revelarnos. Pero no todos están dispuestos a hacerlo. Hay “tazas llenas” que se aferran a lo que ya saben, y “tazas vacías” que anhelan ser llenadas con la verdad. En este capítulo, exploraremos cómo esta realidad se manifiesta en la predicación del evangelio, tanto en los días de Jesús y los apóstoles como en nuestro tiempo, y cómo el estado de nuestra “taza” determina nuestra respuesta al mensaje de Dios.

Dos Tipos de Oyentes, Un Solo Mensaje

Cuando Jesús predicó en las aldeas de Palestina, lo hizo acompañado de los Doce, anunciando el Reino de Dios. Su lenguaje y simbolismo —como la renovación de las doce tribus de Israel— eran comprensibles para los judíos, un pueblo familiarizado con las promesas de Dios a Abraham, Isaac y Jacob. Pero para los gentiles, paganos ajenos a esas promesas, sus palabras habrían sido un misterio. Esto no fue accidental. Jesús mismo dijo en Mateo 15:24: “No fui enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”. Su misión inicial se dirigió a los judíos, un pueblo que ya tenía una “taza llena” de conocimiento sobre Dios, aunque a menudo distorsionado por tradiciones y legalismo.

Sin embargo, tras la resurrección, el evangelio se expandió más allá de Israel. Los apóstoles como Pedro y Juan continuaron predicando a los judíos, enfocándose en la restauración del pueblo escogido. Pero Pablo, llamado específicamente como apóstol a los gentiles (Gálatas 2:7-9), llevó el mensaje a quienes no conocían a Dios: los paganos, cuyas “tazas” estaban vacías de la revelación divina. Inspirado por profecías como las de Miqueas 4 e Isaías 66:18-24, Pablo entendió que el plan de Dios incluía a los extranjeros. Y aunque al principio se sorprendió de que los gentiles creyeran mientras muchos judíos rechazaban a Jesús, pronto reconoció la amplitud del propósito divino: Cristo vino a salvar a todos los hombres, judíos y gentiles por igual.

¿Quiénes eran estos judíos y gentiles? Los judíos eran el pueblo elegido, descendientes de Abraham (Génesis 14:13), llamados hebreos, y luego israelitas por Jacob (Génesis 32:28), y finalmente judíos por la tribu de Judá, a través de la cual vendría el Mesías. Los gentiles, en cambio, eran todos los demás: aquellos que no tenían parte en el pacto de la circuncisión (Génesis 17) y que desconocían al Dios verdadero. En términos modernos, podríamos compararlos con los “cristianos” de hoy —aquellos que profesan conocer a Dios— y los no creyentes, que no tienen un concepto claro de Él.

Tazas Llenas de Tradición y Legalismo

Cuando Jesús comenzó Su ministerio, se enfrentó constantemente a “tazas llenas” que se resistían a Su mensaje. Los fariseos, por ejemplo, aceptaban la Palabra escrita como inspirada por Dios, pero equiparaban sus tradiciones orales al mismo nivel de autoridad, afirmando que provenían de Moisés. Esto era puro legalismo. A lo largo de los siglos, habían añadido reglas y prácticas a la Ley, algo que la Escritura prohíbe (Deuteronomio 4:2; Apocalipsis 22:18-19). Los evangelios están llenos de ejemplos: criticaban a Jesús por no seguir sus rituales de lavado (Marcos 7:1-23), por sanar en sábado (Mateo 12:10-14), o por no ayunar según sus normas (Mateo 9:14). Para ellos, sus “buenas obras” y cumplimiento estricto eran el camino al favor de Dios.

Pero Jesús les mostró que estaban equivocados. Sus tazas estaban tan llenas de tradiciones y autosuficiencia que no podían recibir la verdad del Reino de Dios. Pablo lo confirma en Romanos 11:6: “Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia”. Las buenas obras no son un boleto al cielo (Romanos 3:10-12; Efesios 2:8-9); la salvación es un regalo de Dios, no un logro humano. Sin embargo, los judíos, confiados en su linaje y legalismo, rechazaron a Jesús como Mesías, aferrándose a una taza que no estaban dispuestos a vaciar.

Tazas Llenas en el Cristianismo Moderno

Hoy en día, encontramos un paralelo inquietante entre aquellos judíos y muchos “cristianos”. Hay quienes han llenado sus tazas con ideas preconcebidas sobre quién es Dios y qué papel juega en sus vidas. Algunos creen en un dios dependiente de su creación, sujeto a sus caprichos o incapaz de actuar contra sus decisiones. Otros imaginan un dios benevolente y permisivo, que aprueba todo lo que hacen y los coloca en el centro del universo. Estas imágenes, ya sean auto creadas o inducidas por enseñanzas erróneas, son ídolos modernos, moldeados a la medida de sus deseos y necesidades.

Estas “tazas llenas” rechazan cualquier mensaje que contradiga sus creencias. Como los fariseos, se aferran a tradiciones, costumbres o doctrinas que han recibido de púlpitos sin cuestionarlas. Mateo 15:6 los describe perfectamente: “Ustedes no hacen caso de los mandamientos de Dios, con tal de seguir sus propias costumbres”. Y Marcos 7:13 añade: “De esa manera, desobedecen los mandamientos de Dios para seguir sus propias enseñanzas”. Este apego a lo falso los lleva a repudiar a quienes intentan mostrarles la verdad bíblica, incluso cuando se les presenta con amor y claridad.

Tazas Vacías y la Receptividad a la Verdad

Por otro lado, están las “tazas vacías”: aquellos que no conocen a Dios o que, al menos, no están tan aferrados a sus propias ideas que no puedan escuchar. Pablo y Bernabé encontraron éxito entre los gentiles porque estos, aunque tenían sus propios dioses paganos, no estaban cargados con el legalismo judío ni con una falsa seguridad en su relación con el Dios verdadero. Para alguien que nunca ha oído de Dios, la verdad bíblica sobre Sus atributos —Su soberanía, santidad y gracia— puede ser más digerible que para quien ya tiene una imagen distorsionada de Él.

Esto no significa que predicar a los no creyentes sea fácil. Los gentiles tenían sus propias creencias y resistencias. Pero una persona sin prejuicios religiosos profundos tiene menos que “vaciar” antes de recibir el evangelio. En contraste, convencer a un “cristiano” nominal —ya sea pentecostal, mormón, testigo de Jehová, adventista o de cualquier tradición— de que su entendimiento de Dios está desviado puede ser una labor titánica. Como dijo Mark Twain: “Es más fácil engañar a la gente que convencerlos de que han sido engañados”. La idolatría pastoral y el analfabetismo bíblico han perpetuado falsos evangelios, haciendo que muchos se pongan de espaldas a Dios sin siquiera notarlo.

Un Solo Mensaje, Dos Respuestas

No hay dos evangelios diferentes, sino un solo mensaje: la salvación por gracia mediante la fe en Jesucristo. Pero la forma en que se presenta puede variar según el oyente. Gálatas 2:7-10 lo ilustra: a Pedro se le encomendó predicar a los judíos, mientras que Pablo y Bernabé fueron enviados a los gentiles. Cada mensajero adaptó su enfoque al estado de la “taza” de su audiencia, pero el contenido era el mismo: Cristo crucificado y resucitado, el único camino a la salvación.

Algunos reciben este mensaje con oídos prestos a oír, dispuestos a vaciar sus tazas y ser llenados con la verdad. Otros lo rechazan, aferrándose a sus tradiciones o doctrinas. La diferencia no está en el mensaje, sino en la disposición del corazón. Como dijo Pablo en Gálatas 4:16: “¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad?”. La verdad puede ser incómoda, especialmente para las tazas llenas, pero es el único camino a la vida eterna. 
 

Una Exhortación a Vaciar Tu Taza

Amado lector, te invito a reflexionar: ¿Qué tipo de taza eres? ¿Estás lleno de tradiciones, ideas preconcebidas o enseñanzas que no resisten el escrutinio de la Palabra de Dios? ¿O estás dispuesto a vaciarte, a dejar de lado lo que has aprendido y a buscar la verdad en las Escrituras? Jesús nos exhortó: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39). Pablo nos anima: “Los que tienen el Espíritu de Dios todo lo examinan y todo lo entienden” (1 Corintios 2:15, parafraseado).

No tengas miedo de cuestionar lo que te han enseñado. Pregúntate si lo que tu “pastor” dice realmente está en la Biblia. Juzga con justo juicio, discierne, analiza, examina. Pensar no es pecado; es un mandato. Eclesiastés 12:9 nos recuerda que el sabio “enseñó sabiduría al pueblo; e hizo escuchar, e hizo escudriñar”. Vacía tu taza de todo lo que no sea de Dios y deja que Él la llene con Su verdad, Su gracia y Su voluntad soberana.

Que la gracia y la paz de nuestro Señor Jesucristo estén contigo mientras buscas conocerle como realmente es, no como los hombres lo han imaginado.