• Malaquías 3:10 es uno de esos versículos que resuena en casi todas las iglesias donde el dinero y la fe se cruzan.
  • En muchas iglesias contemporáneas, es común escuchar a líderes autoproclamarse "apóstoles", reclamando una autoridad especial y un estatus elevado dentro del cuerpo de Cristo.
  • En muchos círculos cristianos, Apocalipsis 3:20 se ha convertido en un versículo emblemático para el evangelismo.
  • La doctrina de la "confesión positiva" enseña que nuestras palabras tienen el poder de crear milagros, pero ¿es esto bíblico? Este artículo examina sus orígenes, contrastándolos con las Escrituras, y advierte sobre su peligrosa desviación del verdadero evangelio de Cristo.
  • La historia de la mujer con el flujo de sangre (Mateo 9:20-22, Marcos 5:25-34, Lucas 8:43-48) es más que un milagro físico: es una lección profunda sobre la verdadera fe. Más allá de la sanidad, Jesús le otorgó salvación, destacando que no fue el manto el que la curó, sino su confianza en Él. Este capítulo explora el significado espiritual de su historia y nos desafía a buscar a Cristo, no solo por sus milagros, sino por la vida eterna que ofrece.
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jueves, 13 de marzo de 2025

Mateo 7:20 - El Mejor Amigo de un Falso Maestro.



Una mana de lobos aullando en medio de un bosque



El Cómplice Involuntario del Engaño


Hay un predicador en el escenario, con una voz que resuena como un tambor y una sonrisa que parece prometer el mundo. Habla de victorias, de abundancia, de un "poder" que supuestamente llevas dentro. La gente lo escucha embelesada, algunos toman notas, otros graban videos para compartir en redes sociales. Pero detrás de esas palabras brillantes hay un lobo con piel de oveja, un falso maestro que desvía almas del camino estrecho hacia un precipicio disfrazado de bendición. Y aunque él sea el que teje la mentira, su éxito depende de alguien más: su mejor amigo.

No es un conspirador malvado ni un socio consciente de su plan; es alguien como tú o como yo, alguien que, sin mala intención, se convierte en el pilar que sostiene su engaño.

¿Quién es este mejor amigo?


Es el que no lee bien su Biblia, el que prefiere la pereza al esfuerzo de buscar la verdad, el que no entiende el valor de lo que Dios habla en Su Palabra.

Este amigo no es un extraño. Lo encuentras en las bancas de la iglesia, en los comentarios de Facebook, en las conversaciones casuales sobre fe. Es el que se traga las charlatanerías de estos lobos porque nunca se ha detenido a contrastarlas con la Escritura. Jesús lo advirtió:

“Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20),

pero este amigo no sabe qué frutos buscar porque su Biblia está cerrada, acumulando polvo en un rincón. Prefiere las mentiras dulces —"Eres más que vencedor", "Dentro de ti hay un campeón"— a la verdad dura de que somos pecadores necesitados de un Salvador (Romanos 3:23). No se da cuenta de lo que pierde al rechazar la luz de la Palabra por los vientos doctrinales que lo arrastran. Estos vientos no buscan su bien; buscan su bolsillo —plata, más plata, siempre plata—. Él cree que está ganando, pero es una víctima, alejándose del cielo mientras el falso maestro lo empuja, paso a paso, hacia el infierno.

Mira cómo opera este amigo. El falso maestro dice: "Declara tu bendición, siembra tu ofrenda, y Dios te prosperará". Y este aliado, sin pensarlo dos veces, comparte el mensaje en redes sociales con un "¡Amén!" entusiasta.

Lo repite a sus amigos, lo defiende en charlas, convirtiéndose en un eco de lo que Dios aborrece. Pablo lo llamó sin rodeos:

“Hombres de mente corrompida… que tienen la piedad como fuente de ganancia” (1 Timoteo 6:5).

Pero este amigo no lo ve. Da credibilidad a lo despreciable, amplificando el alcance del engaño. Cada "me gusta", cada publicación compartida, es una mano que ayuda al falso maestro a atrapar a más almas desprevenidas. Sin querer, se convierte en un megáfono de la condenación, todo por no tomarse el tiempo de abrir la Biblia y preguntar: "¿Esto es verdad?".


Una ironía que corta como cuchillo


Este mejor amigo a menudo es también el mejor aliado del ateo. Suena extraño, pero es real. Los críticos de la fe —esos que rechazan a Cristo y se burlan de la iglesia— suelen tener un olfato agudo para detectar a los charlatanes "cristianos". Ven las promesas vacías, los jets privados, las manipulaciones emocionales, y dicen: "Esto es todo lo que ofrece el cristianismo: un show de codicia". El amigo, al compartir esas enseñanzas torcidas, les da la razón. Les entrega un retrato falso de la fe —uno sin cruz, sin arrepentimiento, sin santidad— y los aleja aún más del evangelio verdadero. Es un daño doble: fortalece al falso maestro y arma a los enemigos de la cruz, todo porque no ha aprendido a discernir.

A veces, este amigo toma la forma de un líder. Es el pastor o el anciano que abre su púlpito al predicador itinerante, pensando: "Traerá más gente, llenará las arcas". No le importa si lo que se predica es veneno, siempre que las luces brillen y las ofrendas lleguen. Es un eco del pragmatismo que Jesús rechazó cuando limpió el templo de los mercaderes (Juan 2:16). Otras veces, es un fanático ciego. Puedes sentarte con él, abrir las Escrituras, mostrarle cómo “muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1 Juan 4:1), y aun así no cederá. Su mente está atrofiada por años de mensajes vacíos. Se enojará contigo, te acusará de dividir, mientras abraza al que lo engaña con una devoción que desafía la lógica.



Y luego está el que defiende al falso maestro con versículos mal entendidos. "No juzguen", dice, sacando Mateo 7:1 de contexto, ignorando que Jesús también dijo:

“Guardaos de los falsos profetas” (Mateo 7:15).

O clama por la "unión" cristiana, sin ver que Pablo llamó a apartarnos de quienes predican otro evangelio (Gálatas 1:8-9). Este amigo confunde tolerancia con amor, y en nombre de la paz, deja que las herejías se cuelen como hierba mala. No se indigna cuando se predica un Cristo falso, pero sí arde de furia si alguien lo denuncia, gritando: "¡Eso causa confusión!". No ha aprendido que obedecer a Dios pesa más que agradar a los hombres (Hechos 5:29), que no todo lo que suena bonito viene de Él.

Recuerdo a un hermano que seguía a un predicador famoso, (no diré el nombre del predicador, pero su nombre literal es “Dinero en Efectivo”). "Me motiva", decía, mientras compartía videos de promesas de riqueza. Le mostré cómo ese hombre torcía Romanos 8:37 —"Somos más que vencedores"— para vender un evangelio de éxito terrenal, cuando Pablo hablaba de victoria en Cristo a pesar de las aflicciones (Romanos 8:35-39).

Su respuesta fue un ceño fruncido: "No seas tan crítico". Su Biblia seguía cerrada, y su fe seguía atada a un espejismo. Otro caso fue un líder que invitó a un "profeta" a su iglesia. Las ofrendas subieron, pero meses después, la congregación estaba llena de desilusionados que abandonaron la fe cuando los "milagros" no llegaron. El líder se encogió de hombros: "Al menos lo intentamos". La pereza y la ceguera habían hecho su trabajo.

El mejor amigo de un falso maestro no es un monstruo; es alguien común, atrapado por su propia desidia o credulidad. Pero su complicidad no pasa desapercibida ante Dios. La Palabra es clara:

“Reprended a los que andan desordenadamente” (2 Tesalonicenses 3:6). “Guardaos de los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina” (Romanos 16:17).

El día que este amigo esté frente al Señor, no podrá culpar al charlatán por su desobediencia. “Nunca os conocí” (Mateo 7:23) será el eco de una vida que prefirió mentiras a la verdad, y créeme, no quieres estar en sus zapatos cuando ese momento llegue.

Pero no todo está perdido. Este amigo puede romper las cadenas del engaño. Puede dejar de ser el mejor amigo del falso maestro y convertirse en su mayor enemigo: alguien que ama la Palabra, que la lee con diligencia, que la proclama con fuego. Imagina si tomara su Biblia y viera que la verdadera riqueza no es oro, sino Cristo (Colosenses 2:3). Si entendiera que el poder no está en sus declaraciones, sino en el Espíritu que obra en él (Efesios 3:20). Si, en lugar de compartir frases vacías, denunciara a los lobos como Jesús y los apóstoles lo hicieron (Mateo 23:13; 2 Pedro 2:1). Ese cambio no solo lo salvaría a él; sería una luz para otros atrapados en la oscuridad.

2 Corintios 13:5 - Cómo Tener Una Iglesia Llena de Falsos Cristianos.



 
un grupo de personas ciegas, siendo guiadas por otro ciego, los cuales van directo al abismo.



Una Advertencia Bíblica


Imagina una iglesia repleta un domingo por la mañana: las bancas llenas, las manos alzadas, las voces resonando en cánticos de alabanza. Desde afuera, todo parece perfecto —una congregación vibrante, unida, "cristiana" en cada sentido de la palabra—.

Pero si pudieras mirar más allá de las apariencias, si pudieras ver los corazones, ¿qué encontrarías? La Biblia nos advierte que no todo lo que brilla es oro, que no todos los que dicen "Señor, Señor" son Suyos (Mateo 7:21). Algunos de los pasajes más duros de las Escrituras —esas palabras que nos sacuden y nos confrontan— están ahí precisamente para alertarnos sobre la falsa seguridad de salvación. Si Dios los puso en Su Palabra, inspirados y útiles para equiparnos (2 Timoteo 3:16-17), es porque la iglesia los necesita con urgencia. Y sin embargo, hoy vemos congregaciones que, aunque llevan el nombre de Cristo, están llenas de personas que no lo conocen de verdad, que no creen ni viven el evangelio auténtico, que no muestran los frutos del Espíritu (Gálatas 5:22-23). Es una realidad alarmante, y si queremos evitarla, debemos entender cómo se llega ahí.

He reflexionado mucho sobre esto, y hay tres condiciones que, como un veneno silencioso, pueden llenar una iglesia de falsos cristianos. No las comparto para señalar con desprecio, sino con una oración en el corazón: que Dios nos dé discernimiento para detectar estos peligros y valor para enfrentarlos.



Cuando la Verdad Se Desvanece


Todo comienza con lo que sale del púlpito. Una iglesia saludable no es solo un lugar de reunión; es un cuerpo vivo, sostenido por la Palabra de vida (Filipenses 2:16). La sana doctrina no es un lujo opcional; es el fundamento que permite a las personas conocer el verdadero evangelio —que somos pecadores salvados por gracia mediante la fe en Cristo (Efesios 2:8-9)— y vivir conforme al corazón de Dios. Sin esa verdad, la fe se convierte en una cáscara vacía, una emoción pasajera que no transforma. El púlpito es el timón de la congregación: si no está firme en la Escritura, el barco entero se desvía. Pablo lo entendió bien cuando encargó a Timoteo:

“Prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Timoteo 4:1-2).

No dijo "entretén", "motiva" ni "halaga"; dijo "predica la palabra", con claridad y valentía.

Cuando la verdad se diluye —cuando los sermones se llenan de historias conmovedoras, promesas de prosperidad o frases que evaden el pecado y la cruz—, el ambiente se vuelve un caldo de cultivo para conversiones falsas.

John Stott lo expresó sabiamente:

"No se preocupe por quién entra y sale de la iglesia; preocúpese por lo que entra y sale del púlpito".

Porque la predicación fiel tiene un efecto doble: nutre a las ovejas de Cristo y ahuyenta a los hipócritas. Jesús lo vivió en carne propia. Cuando habló con dureza sobre comer Su carne y beber Su sangre, muchos lo abandonaron (Juan 6:66). La verdad aburre a quienes buscan una fe cómoda, pero es lo único que salva a quienes realmente anhelan a Dios. Como dijo J.I. Packer:

"La predicación doctrinal aburre a los hipócritas, pero es la única que podrá salvar a las ovejas de Cristo".

Quien odia la luz no se queda mucho tiempo cerca de ella (Juan 3:20).

He visto iglesias donde el púlpito se convierte en un escenario de entretenimiento, donde la Palabra se retuerce para no ofender. Predican un evangelio light —sin arrepentimiento, sin cruz, sin costo— que atrae multitudes, pero no transforma vidas. El resultado son bancas llenas de personas que cantan, ofrendan y asienten, pero no conocen al Salvador ni viven para Él. Sin sana doctrina, la iglesia se convierte en un club social, no en el cuerpo de Cristo.



La Ilusión de la Salvación Universal


Hay una tentación sutil que acecha a los líderes: asumir que todos en la congregación son salvos. Es fácil caer en ella. Queremos animar, afirmar, crear un ambiente de amor y aceptación. Pero la Biblia no nos deja espacio para esa ingenuidad. Jesús fue claro:

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre… Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:21-23).

Pablo, con igual seriedad, escribió:

“Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos” (2 Corintios 13:5).

Estas no son palabras suaves; son un grito de advertencia, un reflector que ilumina la posibilidad aterradora de creer que eres cristiano y estar equivocado.

Dios puso esas palabras en la Escritura porque nos ama, y si amamos a nuestra iglesia, no las callaremos. No se trata de dudar de todos ni de sembrar inseguridad, sino de reconocer que la falsa seguridad es un peligro real. Un pastor no puede dar por sentado que cada persona en su rebaño ha nacido de nuevo. He estado en iglesias donde nunca se predica sobre arrepentimiento, donde nadie es confrontado con la necesidad de examinarse a la luz de la Palabra. El mensaje es siempre positivo, afirmativo:

"Estás bien, Dios te ama, sigue adelante".

Pero si nadie escucha que puede estar perdido, ¿cómo se arrepentirá? Si no se predican las advertencias de Jesús, los falsos cristianos se quedan cómodos, confiados en una salvación que no tienen.

Recuerdo un servicio donde el pastor, con lágrimas, predicó Mateo 7:21-23. Algunos se incomodaron, otros se fueron, pero unos pocos se acercaron al altar con corazones quebrantados. La verdad duele, pero salva. Cuando asumimos que todos son cristianos, silenciamos esa verdad y abrimos la puerta a una congregación llena de ilusiones vacías, donde la fe es solo una etiqueta, no una realidad transformadora. 
 

El Peligro de la Tolerancia Silenciosa


Y luego está el silencio que mata. En Corinto, un hombre vivía en pecado abierto —tenía relaciones con su madrastra—, y la iglesia lo sabía. En lugar de confrontarlo, lo toleraban. Pablo no lo dudó:

“Quítenlo de entre ustedes… No se junten con los que dicen ser creyentes, pero viven en pecado” (1 Corintios 5:1-5, parafraseado).

¿Por qué tanta dureza? Porque el pecado no confrontado es como levadura:

“¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa?” (1 Corintios 5:6).

no era amor; era complicidad, un riesgo para toda la congregación. Dietrich Bonhoeffer lo dijo sin rodeos:

"El silencio ante el mal es el mal mismo".

He visto iglesias donde el pecado se barre bajo la alfombra. Un líder adultera y nadie dice nada. Una pareja vive en fornicación y sigue sirviendo en el ministerio. Alguien miente descaradamente y se le aplaude por su "fe". Esa tolerancia crea un caldo de cultivo para falsos cristianos. Los hipócritas prosperan donde no hay disciplina, donde pueden decir "soy cristiano" mientras viven como el mundo. Se miran al espejo de la congregación y piensan: "Si otros pecan y nadie los cuestiona, yo también estoy bien". Pero esa comodidad es una mentira. La tolerancia al pecado no es amor; es abandono, un consentimiento que deja a las personas atrapadas en su rebelión sin esperanza de cambio.

Y hay un daño aún mayor: los falsos cristianos dentro de la iglesia hacen más por dañar el evangelio que los ateos fuera de ella. Cuando el mundo ve a "creyentes" viviendo en hipocresía —codicia, inmoralidad, orgullo—, ¿qué razón tiene para escuchar nuestro mensaje? Si amamos a los inconversos, si queremos impactar al mundo, no podemos permitir que la iglesia sea un refugio para actitudes que deshonran a Cristo. La disciplina, confrontar en amor y, si es necesario, expulsar a quien persiste sin arrepentirse, no es crueldad; es protección, tanto para la iglesia como para el testimonio que damos.



Un Llamado al Discernimiento


Entonces, ¿cómo tener una iglesia llena de falsos cristianos? Es simple: ignora la sana doctrina, asume que todos son salvos y tolera lo que Dios aborrece. Quita la Palabra del púlpito, reemplázala con mensajes dulces que no ofendan, y verás cómo las bancas se llenan de personas que asienten sin conocer a Cristo. Calla las advertencias de la Escritura, evita confrontar la falsa seguridad, y criarás una generación confiada en una fe que no tienen. Permite el pecado sin reprensión, y los hipócritas se multiplicarán, cómodos en su engaño.

Pero si queremos una iglesia viva, debemos hacer lo opuesto. Prediquemos la verdad, aunque duela, porque solo ella salva (Juan 8:32). Enseñemos a examinarnos a la luz de la Palabra, porque el arrepentimiento genuino nace de la honestidad (2 Corintios 7:10). Y mantengamos la pureza del cuerpo de Cristo, confrontando el pecado con amor, porque la santidad importa (1 Pedro 1:15-16). No se trata de llenar bancas, sino de formar discípulos que amen a Dios y vivan para Él.

Mira tu iglesia. ¿Qué sale del púlpito? ¿Se predica todo el evangelio o solo lo que agrada? ¿Se asume la salvación de todos o se llama al examen? ¿Se tolera lo intolerable o se protege la verdad? Mi oración es que no nos conformemos con una fachada cristiana, sino que busquemos a Cristo con integridad, para que Su iglesia sea luz, no sombra, en este mundo.


Efesios 2:20 - ¿Existen Los Apóstoles Hoy Día?




Jesucristo caminando con sus discipulos por un camino antiguo de israel del primer siglo, todos visten de acuerdo a la epoca

Una Perspectiva Bíblica

En muchas iglesias contemporáneas, es común escuchar a líderes autoproclamarse "apóstoles", reclamando una autoridad especial y un estatus elevado dentro del cuerpo de Cristo. Sin embargo, al examinar las Escrituras con diligencia, descubrimos que el oficio de apóstol, tal como fue establecido en el Nuevo Testamento, tiene características únicas y requisitos específicos que no se cumplen en la actualidad. En este capítulo, exploraremos qué dice la Biblia sobre los apóstoles, quiénes calificaban para este oficio y por qué debemos ser cautelosos con aquellos que hoy reclaman este título sin fundamento bíblico.

¿Qué Es un Apóstol Según la Escritura?

La palabra "apóstol" proviene del griego apostolos, que significa "enviado" o "mensajero". Sin embargo, en el contexto del Nuevo Testamento, el término tiene un significado más específico cuando se aplica a los apóstoles de Jesucristo. No todos los "enviados" en un sentido general (como lo serían los misioneros hoy) califican como apóstoles en el sentido técnico que la Escritura les otorga.

Según las Escrituras, un apóstol debía cumplir con dos requisitos fundamentales: Haber sido testigo ocular del Cristo resucitado: Esto incluía haber visto a Jesús después de Su resurrección, como un testimonio directo de Su victoria sobre la muerte. 
 
Haber sido comisionado personalmente por Jesús: Los apóstoles no se autoproclamaban; eran escogidos y enviados directamente por el Señor para cumplir una misión única en los fundamentos de la iglesia.


Estos requisitos se ven claramente en el proceso de selección del reemplazo de Judas Iscariote, registrado en Hechos 1:21-22:

"Es necesario, pues, que de los hombres que han estado juntos con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba, uno sea hecho testigo con nosotros de su resurrección."

Matías fue elegido porque cumplía con estos criterios: había acompañado a Jesús durante Su ministerio terrenal y había sido testigo de Su resurrección, y su elección fue confirmada por oración y sorteo bajo la dirección soberana de Dios (Hechos 1:24-26).

Pablo: El Último Apóstol

El apóstol Pablo también cumple con estos requisitos, aunque de una manera única. En 1 Corintios 9:1, él mismo declara:


"¿No soy apóstol? ¿No soy libre? ¿No he visto a Jesús el Señor nuestro? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor?"


Pablo tuvo un encuentro directo con el Cristo resucitado en el camino a Damasco (Hechos 9:3-6), y fue comisionado personalmente por Jesús para ser "apóstol a los gentiles" (Romanos 11:13; Gálatas 1:15-16). Sin embargo, Pablo también señala algo crucial en 1 Corintios 15:8:


"Y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí."

Con esta declaración, Pablo afirma que él fue el último apóstol escogido por Cristo. Su uso del término "abortivo" indica que su apostolado fue extraordinario: no formó parte del grupo original de los doce, pero recibió revelaciones directas del Señor para compensar su falta de instrucción durante el ministerio terrenal de Jesús (Gálatas 1:11-12).

La lista de apariciones de Cristo resucitado que Pablo ofrece en 1 Corintios 15:5-8 (a Pedro, a los doce, a más de quinientos, a Santiago, a todos los apóstoles y finalmente a él) parece cerrar el círculo de aquellos que fueron testigos directos y comisionados como apóstoles. No hay indicación en las Escrituras de que este oficio continuaría más allá de esta generación fundacional.

El Rol Único de los Apóstoles en la Iglesia

Los apóstoles desempeñaron un papel único en la fundación de la iglesia. Efesios 2:20 nos enseña que la iglesia está "edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo". Este fundamento no necesita ser establecido nuevamente; fue puesto una vez para siempre por los apóstoles del primer siglo, quienes recibieron revelación directa de Cristo y transmitieron las Escrituras inspiradas que ahora tenemos como nuestra autoridad final.

Además, los apóstoles tenían una autoridad exclusiva para establecer doctrina y guiar a la iglesia primitiva. Sus escritos, inspirados por el Espíritu Santo, forman parte del canon del Nuevo Testamento y son la norma para toda enseñanza cristiana. No hay evidencia bíblica de que este oficio tuviera sucesores con la misma autoridad o los mismos dones milagrosos que autenticaban su ministerio (como los "señales de apóstol" mencionados en 2 Corintios 12:12).

¿Existen Apóstoles Hoy Día?

Dado lo que las Escrituras enseñan sobre los requisitos y el rol de los apóstoles, debemos concluir que no existen apóstoles en el sentido bíblico hoy día. Nadie puede cumplir con los criterios de haber visto al Cristo resucitado y haber sido comisionado directamente por Él. Además, el fundamento de la iglesia ya ha sido establecido, y la revelación de Dios ha sido completada en las Escrituras. Cualquier persona que reclame el título de "apóstol" con la misma autoridad que los apóstoles del Nuevo Testamento está yendo más allá de lo que la Biblia permite.

Sin embargo, es importante aclarar que la palabra "apóstol" puede usarse en un sentido secundario y más amplio para referirse a "enviados" o misioneros (como en el caso de Bernabé en Hechos 14:14, quien es llamado "apóstol" en un sentido genérico). Pero este uso no implica que tengan la misma autoridad o función que los doce y Pablo. En la iglesia contemporánea, los pastores, maestros, evangelistas y misioneros cumplen roles vitales para edificar al cuerpo de Cristo, pero ninguno de ellos es un apóstol en el sentido técnico del Nuevo Testamento.

El Peligro de la Obsesión con Títulos y Poder

Lamentablemente, en muchas iglesias modernas, el título de "apóstol" se ha convertido en un símbolo de poder, prestigio y autoridad que no está respaldado por la Escritura. Esta obsesión con títulos elevados refleja una sed de reconocimiento humano que es contraria al espíritu humilde de Jesucristo. Como dijo el Señor en Marcos 10:43-44:


"Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos."


En lugar de buscar títulos grandiosos, los líderes de la iglesia deben imitar el ejemplo de Cristo, quien "no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos" (Marcos 10:45). La verdadera grandeza en el reino de Dios no se mide por el nombre que llevamos, sino por la humildad y fidelidad con que servimos.

Además, esta obsesión con títulos a menudo va acompañada de un culto casi idolátrico hacia personalidades famosas dentro de la iglesia. Muchos creyentes, en lugar de aferrarse a la Palabra de Dios, depositan su fe en líderes carismáticos que prometen bendiciones o revelaciones especiales. Esto no solo desvía la gloria que pertenece únicamente a Cristo, sino que también expone a los creyentes al engaño y a falsas enseñanzas.

Volvamos a la Humildad del Evangelio

Amado lector, la Escritura nos enseña que los apóstoles del Nuevo Testamento fueron un grupo único, escogido por Cristo para establecer el fundamento de la iglesia. Su autoridad y función no tienen paralelo en la iglesia actual, pues nadie puede cumplir con los requisitos que ellos cumplieron ni reclamar la misma revelación directa que ellos recibieron. En lugar de buscar títulos como "apóstol" para inflar nuestro ego, debemos abrazar la humildad que Cristo modeló y que los apóstoles vivieron.

Como bien dice el viejo refrán: "Al pie de la cruz, todos somos párvulos". No necesitamos títulos elevados para ser usados por Dios; necesitamos corazones humildes, vidas consagradas y una fe arraigada en la Palabra. Si alguien te invita a seguir a un "apóstol" moderno con autoridad sobre las Escrituras, examina sus palabras a la luz de la Biblia y recuerda que nuestra lealtad suprema es a Cristo, no a hombres.

Que el Señor nos dé discernimiento para reconocer la verdad y humildad para servirle sin buscar gloria para nosotros mismos. Que nuestro único deseo sea exaltar a Cristo, el verdadero fundamento y cabeza de la iglesia.


Los Falsos Maestros Deben ser Confrontados.




un hombre abriendo su biblia en la carta a timoteo


Una Llamada a Defender la Verdad

En un mundo donde el error doctrinal prolifera y seduce a los corazones incautos, los creyentes estamos llamados a contender ardientemente por la fe que una vez fue entregada a los santos (Judas 3). Permitir que las falsas enseñanzas se incrementen sin oposición no solo deshonra a Dios, sino que también corrompe conciencias, endurece corazones y lleva a las almas a la destrucción eterna. Como guardianes de la verdad, debemos estar dispuestos a confrontar a los falsos maestros, no con arrogancia ni odio, sino con la valentía y el amor que brotan de un corazón comprometido con Cristo y Su Palabra.

El Fruto Amargo de los Falsos Maestros

La Escritura es clara al describir el peligro de los falsos maestros y sus enseñanzas. Sus palabras no provienen de Dios, sino que son "doctrinas extrañas" (Hebreos 13:9), "mandamientos de hombres" (Tito 1:14), "doctrinas de demonios" (1 Timoteo 4:1), "herejías condenables" (2 Pedro 2:1), "tradiciones de los hombres" (Marcos 7:8), "mentiras" (1 Timoteo 4:2), "falsedad" (Efesios 4:25), "vano engaño" (Colosenses 2:8) y "filosofías engañosas" (Colosenses 2:8). Estas enseñanzas no solo desvían a los creyentes de la verdad, sino que también provocan división, confusión y especulaciones inútiles dentro de la iglesia (1 Timoteo 1:4-6).

El impacto de estas falsas doctrinas es devastador. Como advierten Pedro y Pablo, los falsos maestros llevan a los creyentes a caer de su firmeza y de su devoción pura a Cristo (2 Pedro 3:17; 2 Corintios 11:3). Además, generan fricciones constantes dentro del cuerpo de Cristo, promoviendo contiendas y debates que dificultan los propósitos de Dios (1 Timoteo 6:4-5). Proverbios 12:22 nos recuerda que "los labios mentirosos son abominación a Jehová", y como hijos de Dios, no podemos permanecer indiferentes ante aquello que Él aborrece.

La Necesidad de Confrontar el Error

Frente a este peligro, la Palabra de Dios nos llama a adoptar una postura firme contra el error. No podemos ser pasivos ni complacientes, pues la tolerancia al error doctrinal equivale a una falta de pasión por la verdad. El salmista declara: "Aborrezco y abomino la mentira; tu ley amo" (Salmo 119:163). Amar la verdad implica odiar todo camino falso (Salmo 119:104), y esto incluye las enseñanzas que pervierten el evangelio.

El apóstol Pablo nos da un ejemplo claro de esta valentía en Gálatas 2:11-14. Cuando Pedro, por temor a los judaizantes, comenzó a actuar hipócritamente y a comprometer la verdad del evangelio, Pablo lo enfrentó cara a cara y lo reprendió públicamente. Este acto no fue motivado por orgullo o animosidad personal, sino por un celo santo por la pureza del evangelio. Del mismo modo, Judas nos exhorta a "contender ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos" (Judas 3). No hay lugar para la indiferencia cuando la verdad de Dios está en juego.

El Peligro de los Tiempos Modernos

Vivimos en una era donde muchos que profesan a Cristo han abandonado la sana doctrina, buscando maestros que les hablen según sus deseos y agraden sus oídos (2 Timoteo 4:3-4). En lugar de abrazar la verdad, prefieren palabras que alimenten su ego o justifiquen sus pecados. Esta apostasía no es nueva; ya en los días de los apóstoles se advertía sobre la llegada de falsos maestros que introducirían herejías destructivas (2 Pedro 2:1). Sin embargo, el alcance y la sofisticación del error en nuestros días exigen una respuesta aún más diligente.

Como dice A.W. Tozer, "tan hábil es el error en la imitación de la verdad que los dos son constantemente confundidos el uno al otro". Esta confusión exige que los creyentes estén equipados espiritualmente para discernir entre la verdad y la mentira. Para ello, debemos aprovechar las provisiones que Dios nos ha dado: la oración, la fe, la meditación constante en las Escrituras, la obediencia, la humildad y la iluminación del Espíritu Santo. Solo así podremos resistir las "intrigas engañosas" de aquellos que buscan apartarnos del camino (Efesios 4:14).

La Batalla por la Verdad: Un Llamado a la Valentía

Confrontar a los falsos maestros requiere valentía, pero no debemos temer. Proverbios 29:25 nos advierte que "el temor del hombre pondrá lazo", pero la confianza en Dios nos hace libres para defender Su verdad sin intimidación. Los apóstoles son un modelo para nosotros: fueron fuertes, audaces, dogmáticos, intolerantes al pecado, inflexibles con el evangelio y dispuestos a morir por la verdad. Este es el espíritu que debe caracterizar a los creyentes en estos tiempos de engaño.

Pablo nos exhorta a no ser "niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error" (Efesios 4:14). En cambio, debemos crecer en madurez espiritual, arraigados en la Palabra de Dios y sostenidos por una cosmovisión teológica que defienda la gloria de Cristo y la pureza de Su evangelio. Como pastores, maestros y creyentes, tenemos la responsabilidad de proteger al cuerpo de Cristo de las falsas doctrinas, velando por el bien de los escogidos de Dios.

Confrontar con Paciencia y Amor

Aunque debemos ser firmes contra el error, también debemos proceder con la actitud correcta. En 2 Timoteo 2:24-25, Pablo instruye:


"Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad."


Nuestra meta no es ganar debates ni humillar a otros, sino restaurar a los engañados y glorificar a Dios. Esto requiere paciencia, humildad y un amor profundo por la verdad y por las almas.

Sin embargo, esto no significa que debemos tolerar el error o evitar confrontarlo. Cuando la verdad está en peligro, debemos reprender y exhortar con gran paciencia e instrucción (2 Timoteo 4:2). Nuestro amor por las almas no debe confundirse con una tolerancia que permita que el error se propague sin oposición.

Un Llamado a Proteger la Pureza del Evangelio

Amado lector, la batalla por la verdad no es opcional; es un mandato divino. Como creyentes, estamos llamados a decir "no" a los falsos maestros y a sus falsas doctrinas, no por arrogancia, sino por amor a Cristo y a Su iglesia. No podemos permitir que el error doctrinal se extienda sin oposición, pues deshonra a Dios y engaña a los incautos. Que el Espíritu Santo nos dé valentía para descansar en el poder de Su Palabra, audacia para confrontar el error y humildad para hacerlo con un corazón que busca la gloria de Dios.

Oremos para que el Señor nos haga como los apóstoles: fuertes, valientes, dedicados plenamente a Cristo y dispuestos a proteger la pureza del evangelio. Que nunca nos conformemos al espíritu de este siglo, sino que seamos transformados por la renovación de nuestro entendimiento (Romanos 12:2). Y que, en todo, nuestra pasión por la verdad sea evidente, no solo en nuestras palabras, sino en una vida que refleje la santidad y el amor de nuestro Salvador.








Juan 5:39 - Tazas Llenas.

 



Una taza de cafe desbordandose sobre una mesa, en un fondo oscuro.

La Necesidad de Vaciarse para Recibir la Verdad


“Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí.”
(Juan 5:39, RVR1960)


Una Lección en una Taza de Té

Cuenta la historia que un discípulo, ansioso por completar su búsqueda de sabiduría, llegó ante un gran maestro llamado Badwin. Había viajado mucho, estudiado con los gurús más renombrados y acumulado un vasto conocimiento. “Enséñame, Maestro,” dijo, “todo lo que me falta saber.” Badwin, con calma, accedió, pero antes ofreció al discípulo una taza de té. Mientras el joven sostenía la taza ya llena, el maestro comenzó a verter más té desde una tetera de cobre. Pronto, el líquido rebosó, cayendo sobre el plato y luego sobre la alfombra. “¡Maestro, para!” exclamó el discípulo. “¿No ves que mi taza ya está llena?” Badwin detuvo el flujo y respondió con serenidad: “Hasta que no seas capaz de vaciar tu taza, no podrás poner más té en ella.”

Esta sencilla ilustración encierra una verdad profunda: hay que vaciarse para poder llenarse. En el ámbito espiritual, esto significa que debemos despojarnos de nuestras ideas preconcebidas, tradiciones y orgullos para recibir lo que Dios tiene que revelarnos. Pero no todos están dispuestos a hacerlo. Hay “tazas llenas” que se aferran a lo que ya saben, y “tazas vacías” que anhelan ser llenadas con la verdad. En este capítulo, exploraremos cómo esta realidad se manifiesta en la predicación del evangelio, tanto en los días de Jesús y los apóstoles como en nuestro tiempo, y cómo el estado de nuestra “taza” determina nuestra respuesta al mensaje de Dios.

Dos Tipos de Oyentes, Un Solo Mensaje

Cuando Jesús predicó en las aldeas de Palestina, lo hizo acompañado de los Doce, anunciando el Reino de Dios. Su lenguaje y simbolismo —como la renovación de las doce tribus de Israel— eran comprensibles para los judíos, un pueblo familiarizado con las promesas de Dios a Abraham, Isaac y Jacob. Pero para los gentiles, paganos ajenos a esas promesas, sus palabras habrían sido un misterio. Esto no fue accidental. Jesús mismo dijo en Mateo 15:24: “No fui enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”. Su misión inicial se dirigió a los judíos, un pueblo que ya tenía una “taza llena” de conocimiento sobre Dios, aunque a menudo distorsionado por tradiciones y legalismo.

Sin embargo, tras la resurrección, el evangelio se expandió más allá de Israel. Los apóstoles como Pedro y Juan continuaron predicando a los judíos, enfocándose en la restauración del pueblo escogido. Pero Pablo, llamado específicamente como apóstol a los gentiles (Gálatas 2:7-9), llevó el mensaje a quienes no conocían a Dios: los paganos, cuyas “tazas” estaban vacías de la revelación divina. Inspirado por profecías como las de Miqueas 4 e Isaías 66:18-24, Pablo entendió que el plan de Dios incluía a los extranjeros. Y aunque al principio se sorprendió de que los gentiles creyeran mientras muchos judíos rechazaban a Jesús, pronto reconoció la amplitud del propósito divino: Cristo vino a salvar a todos los hombres, judíos y gentiles por igual.

¿Quiénes eran estos judíos y gentiles? Los judíos eran el pueblo elegido, descendientes de Abraham (Génesis 14:13), llamados hebreos, y luego israelitas por Jacob (Génesis 32:28), y finalmente judíos por la tribu de Judá, a través de la cual vendría el Mesías. Los gentiles, en cambio, eran todos los demás: aquellos que no tenían parte en el pacto de la circuncisión (Génesis 17) y que desconocían al Dios verdadero. En términos modernos, podríamos compararlos con los “cristianos” de hoy —aquellos que profesan conocer a Dios— y los no creyentes, que no tienen un concepto claro de Él.

Tazas Llenas de Tradición y Legalismo

Cuando Jesús comenzó Su ministerio, se enfrentó constantemente a “tazas llenas” que se resistían a Su mensaje. Los fariseos, por ejemplo, aceptaban la Palabra escrita como inspirada por Dios, pero equiparaban sus tradiciones orales al mismo nivel de autoridad, afirmando que provenían de Moisés. Esto era puro legalismo. A lo largo de los siglos, habían añadido reglas y prácticas a la Ley, algo que la Escritura prohíbe (Deuteronomio 4:2; Apocalipsis 22:18-19). Los evangelios están llenos de ejemplos: criticaban a Jesús por no seguir sus rituales de lavado (Marcos 7:1-23), por sanar en sábado (Mateo 12:10-14), o por no ayunar según sus normas (Mateo 9:14). Para ellos, sus “buenas obras” y cumplimiento estricto eran el camino al favor de Dios.

Pero Jesús les mostró que estaban equivocados. Sus tazas estaban tan llenas de tradiciones y autosuficiencia que no podían recibir la verdad del Reino de Dios. Pablo lo confirma en Romanos 11:6: “Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia”. Las buenas obras no son un boleto al cielo (Romanos 3:10-12; Efesios 2:8-9); la salvación es un regalo de Dios, no un logro humano. Sin embargo, los judíos, confiados en su linaje y legalismo, rechazaron a Jesús como Mesías, aferrándose a una taza que no estaban dispuestos a vaciar.

Tazas Llenas en el Cristianismo Moderno

Hoy en día, encontramos un paralelo inquietante entre aquellos judíos y muchos “cristianos”. Hay quienes han llenado sus tazas con ideas preconcebidas sobre quién es Dios y qué papel juega en sus vidas. Algunos creen en un dios dependiente de su creación, sujeto a sus caprichos o incapaz de actuar contra sus decisiones. Otros imaginan un dios benevolente y permisivo, que aprueba todo lo que hacen y los coloca en el centro del universo. Estas imágenes, ya sean auto creadas o inducidas por enseñanzas erróneas, son ídolos modernos, moldeados a la medida de sus deseos y necesidades.

Estas “tazas llenas” rechazan cualquier mensaje que contradiga sus creencias. Como los fariseos, se aferran a tradiciones, costumbres o doctrinas que han recibido de púlpitos sin cuestionarlas. Mateo 15:6 los describe perfectamente: “Ustedes no hacen caso de los mandamientos de Dios, con tal de seguir sus propias costumbres”. Y Marcos 7:13 añade: “De esa manera, desobedecen los mandamientos de Dios para seguir sus propias enseñanzas”. Este apego a lo falso los lleva a repudiar a quienes intentan mostrarles la verdad bíblica, incluso cuando se les presenta con amor y claridad.

Tazas Vacías y la Receptividad a la Verdad

Por otro lado, están las “tazas vacías”: aquellos que no conocen a Dios o que, al menos, no están tan aferrados a sus propias ideas que no puedan escuchar. Pablo y Bernabé encontraron éxito entre los gentiles porque estos, aunque tenían sus propios dioses paganos, no estaban cargados con el legalismo judío ni con una falsa seguridad en su relación con el Dios verdadero. Para alguien que nunca ha oído de Dios, la verdad bíblica sobre Sus atributos —Su soberanía, santidad y gracia— puede ser más digerible que para quien ya tiene una imagen distorsionada de Él.

Esto no significa que predicar a los no creyentes sea fácil. Los gentiles tenían sus propias creencias y resistencias. Pero una persona sin prejuicios religiosos profundos tiene menos que “vaciar” antes de recibir el evangelio. En contraste, convencer a un “cristiano” nominal —ya sea pentecostal, mormón, testigo de Jehová, adventista o de cualquier tradición— de que su entendimiento de Dios está desviado puede ser una labor titánica. Como dijo Mark Twain: “Es más fácil engañar a la gente que convencerlos de que han sido engañados”. La idolatría pastoral y el analfabetismo bíblico han perpetuado falsos evangelios, haciendo que muchos se pongan de espaldas a Dios sin siquiera notarlo.

Un Solo Mensaje, Dos Respuestas

No hay dos evangelios diferentes, sino un solo mensaje: la salvación por gracia mediante la fe en Jesucristo. Pero la forma en que se presenta puede variar según el oyente. Gálatas 2:7-10 lo ilustra: a Pedro se le encomendó predicar a los judíos, mientras que Pablo y Bernabé fueron enviados a los gentiles. Cada mensajero adaptó su enfoque al estado de la “taza” de su audiencia, pero el contenido era el mismo: Cristo crucificado y resucitado, el único camino a la salvación.

Algunos reciben este mensaje con oídos prestos a oír, dispuestos a vaciar sus tazas y ser llenados con la verdad. Otros lo rechazan, aferrándose a sus tradiciones o doctrinas. La diferencia no está en el mensaje, sino en la disposición del corazón. Como dijo Pablo en Gálatas 4:16: “¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad?”. La verdad puede ser incómoda, especialmente para las tazas llenas, pero es el único camino a la vida eterna. 
 

Una Exhortación a Vaciar Tu Taza

Amado lector, te invito a reflexionar: ¿Qué tipo de taza eres? ¿Estás lleno de tradiciones, ideas preconcebidas o enseñanzas que no resisten el escrutinio de la Palabra de Dios? ¿O estás dispuesto a vaciarte, a dejar de lado lo que has aprendido y a buscar la verdad en las Escrituras? Jesús nos exhortó: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39). Pablo nos anima: “Los que tienen el Espíritu de Dios todo lo examinan y todo lo entienden” (1 Corintios 2:15, parafraseado).

No tengas miedo de cuestionar lo que te han enseñado. Pregúntate si lo que tu “pastor” dice realmente está en la Biblia. Juzga con justo juicio, discierne, analiza, examina. Pensar no es pecado; es un mandato. Eclesiastés 12:9 nos recuerda que el sabio “enseñó sabiduría al pueblo; e hizo escuchar, e hizo escudriñar”. Vacía tu taza de todo lo que no sea de Dios y deja que Él la llene con Su verdad, Su gracia y Su voluntad soberana.

Que la gracia y la paz de nuestro Señor Jesucristo estén contigo mientras buscas conocerle como realmente es, no como los hombres lo han imaginado.