• Malaquías 3:10 es uno de esos versículos que resuena en casi todas las iglesias donde el dinero y la fe se cruzan.
  • En muchas iglesias contemporáneas, es común escuchar a líderes autoproclamarse "apóstoles", reclamando una autoridad especial y un estatus elevado dentro del cuerpo de Cristo.
  • En muchos círculos cristianos, Apocalipsis 3:20 se ha convertido en un versículo emblemático para el evangelismo.
  • La doctrina de la "confesión positiva" enseña que nuestras palabras tienen el poder de crear milagros, pero ¿es esto bíblico? Este artículo examina sus orígenes, contrastándolos con las Escrituras, y advierte sobre su peligrosa desviación del verdadero evangelio de Cristo.
  • La historia de la mujer con el flujo de sangre (Mateo 9:20-22, Marcos 5:25-34, Lucas 8:43-48) es más que un milagro físico: es una lección profunda sobre la verdadera fe. Más allá de la sanidad, Jesús le otorgó salvación, destacando que no fue el manto el que la curó, sino su confianza en Él. Este capítulo explora el significado espiritual de su historia y nos desafía a buscar a Cristo, no solo por sus milagros, sino por la vida eterna que ofrece.
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jueves, 13 de marzo de 2025

Mateo 7:20 - El Mejor Amigo de un Falso Maestro.



Una mana de lobos aullando en medio de un bosque



El Cómplice Involuntario del Engaño


Hay un predicador en el escenario, con una voz que resuena como un tambor y una sonrisa que parece prometer el mundo. Habla de victorias, de abundancia, de un "poder" que supuestamente llevas dentro. La gente lo escucha embelesada, algunos toman notas, otros graban videos para compartir en redes sociales. Pero detrás de esas palabras brillantes hay un lobo con piel de oveja, un falso maestro que desvía almas del camino estrecho hacia un precipicio disfrazado de bendición. Y aunque él sea el que teje la mentira, su éxito depende de alguien más: su mejor amigo.

No es un conspirador malvado ni un socio consciente de su plan; es alguien como tú o como yo, alguien que, sin mala intención, se convierte en el pilar que sostiene su engaño.

¿Quién es este mejor amigo?


Es el que no lee bien su Biblia, el que prefiere la pereza al esfuerzo de buscar la verdad, el que no entiende el valor de lo que Dios habla en Su Palabra.

Este amigo no es un extraño. Lo encuentras en las bancas de la iglesia, en los comentarios de Facebook, en las conversaciones casuales sobre fe. Es el que se traga las charlatanerías de estos lobos porque nunca se ha detenido a contrastarlas con la Escritura. Jesús lo advirtió:

“Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20),

pero este amigo no sabe qué frutos buscar porque su Biblia está cerrada, acumulando polvo en un rincón. Prefiere las mentiras dulces —"Eres más que vencedor", "Dentro de ti hay un campeón"— a la verdad dura de que somos pecadores necesitados de un Salvador (Romanos 3:23). No se da cuenta de lo que pierde al rechazar la luz de la Palabra por los vientos doctrinales que lo arrastran. Estos vientos no buscan su bien; buscan su bolsillo —plata, más plata, siempre plata—. Él cree que está ganando, pero es una víctima, alejándose del cielo mientras el falso maestro lo empuja, paso a paso, hacia el infierno.

Mira cómo opera este amigo. El falso maestro dice: "Declara tu bendición, siembra tu ofrenda, y Dios te prosperará". Y este aliado, sin pensarlo dos veces, comparte el mensaje en redes sociales con un "¡Amén!" entusiasta.

Lo repite a sus amigos, lo defiende en charlas, convirtiéndose en un eco de lo que Dios aborrece. Pablo lo llamó sin rodeos:

“Hombres de mente corrompida… que tienen la piedad como fuente de ganancia” (1 Timoteo 6:5).

Pero este amigo no lo ve. Da credibilidad a lo despreciable, amplificando el alcance del engaño. Cada "me gusta", cada publicación compartida, es una mano que ayuda al falso maestro a atrapar a más almas desprevenidas. Sin querer, se convierte en un megáfono de la condenación, todo por no tomarse el tiempo de abrir la Biblia y preguntar: "¿Esto es verdad?".


Una ironía que corta como cuchillo


Este mejor amigo a menudo es también el mejor aliado del ateo. Suena extraño, pero es real. Los críticos de la fe —esos que rechazan a Cristo y se burlan de la iglesia— suelen tener un olfato agudo para detectar a los charlatanes "cristianos". Ven las promesas vacías, los jets privados, las manipulaciones emocionales, y dicen: "Esto es todo lo que ofrece el cristianismo: un show de codicia". El amigo, al compartir esas enseñanzas torcidas, les da la razón. Les entrega un retrato falso de la fe —uno sin cruz, sin arrepentimiento, sin santidad— y los aleja aún más del evangelio verdadero. Es un daño doble: fortalece al falso maestro y arma a los enemigos de la cruz, todo porque no ha aprendido a discernir.

A veces, este amigo toma la forma de un líder. Es el pastor o el anciano que abre su púlpito al predicador itinerante, pensando: "Traerá más gente, llenará las arcas". No le importa si lo que se predica es veneno, siempre que las luces brillen y las ofrendas lleguen. Es un eco del pragmatismo que Jesús rechazó cuando limpió el templo de los mercaderes (Juan 2:16). Otras veces, es un fanático ciego. Puedes sentarte con él, abrir las Escrituras, mostrarle cómo “muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1 Juan 4:1), y aun así no cederá. Su mente está atrofiada por años de mensajes vacíos. Se enojará contigo, te acusará de dividir, mientras abraza al que lo engaña con una devoción que desafía la lógica.



Y luego está el que defiende al falso maestro con versículos mal entendidos. "No juzguen", dice, sacando Mateo 7:1 de contexto, ignorando que Jesús también dijo:

“Guardaos de los falsos profetas” (Mateo 7:15).

O clama por la "unión" cristiana, sin ver que Pablo llamó a apartarnos de quienes predican otro evangelio (Gálatas 1:8-9). Este amigo confunde tolerancia con amor, y en nombre de la paz, deja que las herejías se cuelen como hierba mala. No se indigna cuando se predica un Cristo falso, pero sí arde de furia si alguien lo denuncia, gritando: "¡Eso causa confusión!". No ha aprendido que obedecer a Dios pesa más que agradar a los hombres (Hechos 5:29), que no todo lo que suena bonito viene de Él.

Recuerdo a un hermano que seguía a un predicador famoso, (no diré el nombre del predicador, pero su nombre literal es “Dinero en Efectivo”). "Me motiva", decía, mientras compartía videos de promesas de riqueza. Le mostré cómo ese hombre torcía Romanos 8:37 —"Somos más que vencedores"— para vender un evangelio de éxito terrenal, cuando Pablo hablaba de victoria en Cristo a pesar de las aflicciones (Romanos 8:35-39).

Su respuesta fue un ceño fruncido: "No seas tan crítico". Su Biblia seguía cerrada, y su fe seguía atada a un espejismo. Otro caso fue un líder que invitó a un "profeta" a su iglesia. Las ofrendas subieron, pero meses después, la congregación estaba llena de desilusionados que abandonaron la fe cuando los "milagros" no llegaron. El líder se encogió de hombros: "Al menos lo intentamos". La pereza y la ceguera habían hecho su trabajo.

El mejor amigo de un falso maestro no es un monstruo; es alguien común, atrapado por su propia desidia o credulidad. Pero su complicidad no pasa desapercibida ante Dios. La Palabra es clara:

“Reprended a los que andan desordenadamente” (2 Tesalonicenses 3:6). “Guardaos de los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina” (Romanos 16:17).

El día que este amigo esté frente al Señor, no podrá culpar al charlatán por su desobediencia. “Nunca os conocí” (Mateo 7:23) será el eco de una vida que prefirió mentiras a la verdad, y créeme, no quieres estar en sus zapatos cuando ese momento llegue.

Pero no todo está perdido. Este amigo puede romper las cadenas del engaño. Puede dejar de ser el mejor amigo del falso maestro y convertirse en su mayor enemigo: alguien que ama la Palabra, que la lee con diligencia, que la proclama con fuego. Imagina si tomara su Biblia y viera que la verdadera riqueza no es oro, sino Cristo (Colosenses 2:3). Si entendiera que el poder no está en sus declaraciones, sino en el Espíritu que obra en él (Efesios 3:20). Si, en lugar de compartir frases vacías, denunciara a los lobos como Jesús y los apóstoles lo hicieron (Mateo 23:13; 2 Pedro 2:1). Ese cambio no solo lo salvaría a él; sería una luz para otros atrapados en la oscuridad.

2 Corintios 13:5 - Cómo Tener Una Iglesia Llena de Falsos Cristianos.



 
un grupo de personas ciegas, siendo guiadas por otro ciego, los cuales van directo al abismo.



Una Advertencia Bíblica


Imagina una iglesia repleta un domingo por la mañana: las bancas llenas, las manos alzadas, las voces resonando en cánticos de alabanza. Desde afuera, todo parece perfecto —una congregación vibrante, unida, "cristiana" en cada sentido de la palabra—.

Pero si pudieras mirar más allá de las apariencias, si pudieras ver los corazones, ¿qué encontrarías? La Biblia nos advierte que no todo lo que brilla es oro, que no todos los que dicen "Señor, Señor" son Suyos (Mateo 7:21). Algunos de los pasajes más duros de las Escrituras —esas palabras que nos sacuden y nos confrontan— están ahí precisamente para alertarnos sobre la falsa seguridad de salvación. Si Dios los puso en Su Palabra, inspirados y útiles para equiparnos (2 Timoteo 3:16-17), es porque la iglesia los necesita con urgencia. Y sin embargo, hoy vemos congregaciones que, aunque llevan el nombre de Cristo, están llenas de personas que no lo conocen de verdad, que no creen ni viven el evangelio auténtico, que no muestran los frutos del Espíritu (Gálatas 5:22-23). Es una realidad alarmante, y si queremos evitarla, debemos entender cómo se llega ahí.

He reflexionado mucho sobre esto, y hay tres condiciones que, como un veneno silencioso, pueden llenar una iglesia de falsos cristianos. No las comparto para señalar con desprecio, sino con una oración en el corazón: que Dios nos dé discernimiento para detectar estos peligros y valor para enfrentarlos.



Cuando la Verdad Se Desvanece


Todo comienza con lo que sale del púlpito. Una iglesia saludable no es solo un lugar de reunión; es un cuerpo vivo, sostenido por la Palabra de vida (Filipenses 2:16). La sana doctrina no es un lujo opcional; es el fundamento que permite a las personas conocer el verdadero evangelio —que somos pecadores salvados por gracia mediante la fe en Cristo (Efesios 2:8-9)— y vivir conforme al corazón de Dios. Sin esa verdad, la fe se convierte en una cáscara vacía, una emoción pasajera que no transforma. El púlpito es el timón de la congregación: si no está firme en la Escritura, el barco entero se desvía. Pablo lo entendió bien cuando encargó a Timoteo:

“Prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Timoteo 4:1-2).

No dijo "entretén", "motiva" ni "halaga"; dijo "predica la palabra", con claridad y valentía.

Cuando la verdad se diluye —cuando los sermones se llenan de historias conmovedoras, promesas de prosperidad o frases que evaden el pecado y la cruz—, el ambiente se vuelve un caldo de cultivo para conversiones falsas.

John Stott lo expresó sabiamente:

"No se preocupe por quién entra y sale de la iglesia; preocúpese por lo que entra y sale del púlpito".

Porque la predicación fiel tiene un efecto doble: nutre a las ovejas de Cristo y ahuyenta a los hipócritas. Jesús lo vivió en carne propia. Cuando habló con dureza sobre comer Su carne y beber Su sangre, muchos lo abandonaron (Juan 6:66). La verdad aburre a quienes buscan una fe cómoda, pero es lo único que salva a quienes realmente anhelan a Dios. Como dijo J.I. Packer:

"La predicación doctrinal aburre a los hipócritas, pero es la única que podrá salvar a las ovejas de Cristo".

Quien odia la luz no se queda mucho tiempo cerca de ella (Juan 3:20).

He visto iglesias donde el púlpito se convierte en un escenario de entretenimiento, donde la Palabra se retuerce para no ofender. Predican un evangelio light —sin arrepentimiento, sin cruz, sin costo— que atrae multitudes, pero no transforma vidas. El resultado son bancas llenas de personas que cantan, ofrendan y asienten, pero no conocen al Salvador ni viven para Él. Sin sana doctrina, la iglesia se convierte en un club social, no en el cuerpo de Cristo.



La Ilusión de la Salvación Universal


Hay una tentación sutil que acecha a los líderes: asumir que todos en la congregación son salvos. Es fácil caer en ella. Queremos animar, afirmar, crear un ambiente de amor y aceptación. Pero la Biblia no nos deja espacio para esa ingenuidad. Jesús fue claro:

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre… Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:21-23).

Pablo, con igual seriedad, escribió:

“Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos” (2 Corintios 13:5).

Estas no son palabras suaves; son un grito de advertencia, un reflector que ilumina la posibilidad aterradora de creer que eres cristiano y estar equivocado.

Dios puso esas palabras en la Escritura porque nos ama, y si amamos a nuestra iglesia, no las callaremos. No se trata de dudar de todos ni de sembrar inseguridad, sino de reconocer que la falsa seguridad es un peligro real. Un pastor no puede dar por sentado que cada persona en su rebaño ha nacido de nuevo. He estado en iglesias donde nunca se predica sobre arrepentimiento, donde nadie es confrontado con la necesidad de examinarse a la luz de la Palabra. El mensaje es siempre positivo, afirmativo:

"Estás bien, Dios te ama, sigue adelante".

Pero si nadie escucha que puede estar perdido, ¿cómo se arrepentirá? Si no se predican las advertencias de Jesús, los falsos cristianos se quedan cómodos, confiados en una salvación que no tienen.

Recuerdo un servicio donde el pastor, con lágrimas, predicó Mateo 7:21-23. Algunos se incomodaron, otros se fueron, pero unos pocos se acercaron al altar con corazones quebrantados. La verdad duele, pero salva. Cuando asumimos que todos son cristianos, silenciamos esa verdad y abrimos la puerta a una congregación llena de ilusiones vacías, donde la fe es solo una etiqueta, no una realidad transformadora. 
 

El Peligro de la Tolerancia Silenciosa


Y luego está el silencio que mata. En Corinto, un hombre vivía en pecado abierto —tenía relaciones con su madrastra—, y la iglesia lo sabía. En lugar de confrontarlo, lo toleraban. Pablo no lo dudó:

“Quítenlo de entre ustedes… No se junten con los que dicen ser creyentes, pero viven en pecado” (1 Corintios 5:1-5, parafraseado).

¿Por qué tanta dureza? Porque el pecado no confrontado es como levadura:

“¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa?” (1 Corintios 5:6).

no era amor; era complicidad, un riesgo para toda la congregación. Dietrich Bonhoeffer lo dijo sin rodeos:

"El silencio ante el mal es el mal mismo".

He visto iglesias donde el pecado se barre bajo la alfombra. Un líder adultera y nadie dice nada. Una pareja vive en fornicación y sigue sirviendo en el ministerio. Alguien miente descaradamente y se le aplaude por su "fe". Esa tolerancia crea un caldo de cultivo para falsos cristianos. Los hipócritas prosperan donde no hay disciplina, donde pueden decir "soy cristiano" mientras viven como el mundo. Se miran al espejo de la congregación y piensan: "Si otros pecan y nadie los cuestiona, yo también estoy bien". Pero esa comodidad es una mentira. La tolerancia al pecado no es amor; es abandono, un consentimiento que deja a las personas atrapadas en su rebelión sin esperanza de cambio.

Y hay un daño aún mayor: los falsos cristianos dentro de la iglesia hacen más por dañar el evangelio que los ateos fuera de ella. Cuando el mundo ve a "creyentes" viviendo en hipocresía —codicia, inmoralidad, orgullo—, ¿qué razón tiene para escuchar nuestro mensaje? Si amamos a los inconversos, si queremos impactar al mundo, no podemos permitir que la iglesia sea un refugio para actitudes que deshonran a Cristo. La disciplina, confrontar en amor y, si es necesario, expulsar a quien persiste sin arrepentirse, no es crueldad; es protección, tanto para la iglesia como para el testimonio que damos.



Un Llamado al Discernimiento


Entonces, ¿cómo tener una iglesia llena de falsos cristianos? Es simple: ignora la sana doctrina, asume que todos son salvos y tolera lo que Dios aborrece. Quita la Palabra del púlpito, reemplázala con mensajes dulces que no ofendan, y verás cómo las bancas se llenan de personas que asienten sin conocer a Cristo. Calla las advertencias de la Escritura, evita confrontar la falsa seguridad, y criarás una generación confiada en una fe que no tienen. Permite el pecado sin reprensión, y los hipócritas se multiplicarán, cómodos en su engaño.

Pero si queremos una iglesia viva, debemos hacer lo opuesto. Prediquemos la verdad, aunque duela, porque solo ella salva (Juan 8:32). Enseñemos a examinarnos a la luz de la Palabra, porque el arrepentimiento genuino nace de la honestidad (2 Corintios 7:10). Y mantengamos la pureza del cuerpo de Cristo, confrontando el pecado con amor, porque la santidad importa (1 Pedro 1:15-16). No se trata de llenar bancas, sino de formar discípulos que amen a Dios y vivan para Él.

Mira tu iglesia. ¿Qué sale del púlpito? ¿Se predica todo el evangelio o solo lo que agrada? ¿Se asume la salvación de todos o se llama al examen? ¿Se tolera lo intolerable o se protege la verdad? Mi oración es que no nos conformemos con una fachada cristiana, sino que busquemos a Cristo con integridad, para que Su iglesia sea luz, no sombra, en este mundo.


Judas 3 - Advertencia contra la Mentira.

Un hombre en un pulpito, con una biblia en su mano, mintiendo, su nariz es larga, pinocho.


 


 El Llamado Urgente de Judas


Hay cartas en la Biblia que llegan como un trueno en una noche silenciosa, y la epístola de Judas es una de ellas. Escrita por Judas, hermano de Jesús y siervo humilde de Cristo, este breve pero poderoso mensaje no se anda con rodeos. Desde el primer versículo, Judas deja claro que su intención original era escribir sobre la belleza de la salvación que compartimos, pero algo lo detuvo. Una alarma sonó en su corazón, una urgencia que no podía ignorar. En lugar de palabras de consuelo, nos entrega un llamado apasionado:

"Amados hermanos… luchen y defiendan la enseñanza que Dios ha dado para siempre a su pueblo elegido" (Judas 3).


¿Por qué? Porque la mentira había entrado sigilosamente entre los creyentes, y su peligro era mortal.

Imagina por un momento la escena. Judas escribe a una iglesia que ama, a hermanos en la fe, pero su pluma tiembla con preocupación.

"Hay algunos que se han colado entre ustedes, y que los han engañado", advierte en el versículo 4.

No son extraños al acecho fuera de las murallas; son lobos disfrazados de ovejas, infiltrados en la misma comunidad de fe. Estos falsos maestros traen un mensaje seductor:

"Dios nos ama tanto que no nos castigará por lo que hacemos".

Es una mentira tan atractiva como peligrosa, una que acaricia el ego y adormece la conciencia. Pero Judas no está dispuesto a dejar que pase desapercibida. Sabe que la verdad de Dios no puede coexistir con tales engaños, y su advertencia resuena como un grito en el desierto:

¡despierten, iglesia, antes de que sea demasiado tarde!

Para que no pensemos que esto es mera exageración, Judas nos lleva de la mano a través de la historia. Mira al pueblo de Israel, dice en el versículo 5.

Dios los sacó de Egipto con mano poderosa, los libró de la esclavitud, pero cuando no creyeron en Él, los destruyó en el desierto. Luego señala a Sodoma y Gomorra (v. 7), ciudades que se entregaron a la inmoralidad desenfrenada y pagaron el precio con fuego eterno. Estos no son cuentos para asustar niños; son recordatorios solemnes de que Dios es santo y justo, y Su amor no anula Su juicio. Los falsos maestros de los que Judas habla siguen el mismo camino: con sus "locas ideas" dañan sus cuerpos, rechazan la autoridad divina e insultan a los seres celestiales (v. 8). Son rebeldes sin freno, y su destino está sellado.

Pero Judas no se queda en generalidades; pinta un retrato vívido de estos engañadores. Los compara con Caín, quien mató a su hermano por envidia; con Balaam, que vendió su don profético por dinero; y con Coré, cuya rebelión contra Moisés lo llevó a la muerte (v. 11). Son egoístas, codiciosos, insubordinados. Y lo peor: se sientan a la mesa con los creyentes en las "fiestas de amor" —esas reuniones sagradas donde la iglesia celebraba la Cena del Señor— y comen sin respeto alguno (v. 12).

Imagina la escena:
mientras los hermanos comparten el pan y el vino en memoria de Cristo, estos impostores se sirven a sí mismos, indiferentes a la santidad del momento. Judas los describe con imágenes poéticas pero devastadoras: "nubes sin agua" que prometen lluvia pero no dan nada, "árboles sin fruto" arrancados de raíz, doblemente muertos. Son líderes que solo cuidan de sí mismos, dejando a los demás sedientos y hambrientos.

Y no termina ahí. En el versículo 16, Judas desnuda sus corazones: se quejan de todo, critican sin cesar, persiguen sus deseos egoístas. Hablan con arrogancia, y cuando halagan a alguien, lo hacen solo para sacar provecho.


¿No te suena familiar? Es el mismo espíritu que vemos hoy en tantos púlpitos:


Mensajes que exaltan al hombre, que justifican el pecado, que diluyen la verdad para hacerla más digerible. Pero Judas no escribe para condenar a estos falsos maestros y luego seguir adelante; escribe para advertirnos, para que no caigamos en su engaño ni nos dejemos arrastrar por su mentira.

Entonces, ¿qué hacemos con esto? Judas no nos deja en la desesperación. Después de exponer el peligro, vuelve sus ojos a los creyentes y les da un camino claro.

"Pero ustedes, queridos hermanos", dice en el versículo 20, "sigan confiando siempre en Dios". No es una confianza vaga o sentimental; es una fe especial, arraigada en la verdad que Dios ha revelado. Nos anima a orar guiados por el Espíritu Santo, a aferrarnos al amor de Dios y a esperar con paciencia la vida eterna que Jesucristo nos dará (v. 21).

Es un contraste hermoso: mientras los falsos maestros se hunden en su rebelión, los verdaderos hijos de Dios se edifican en la fe, se apoyan en la gracia y miran hacia el regreso de su Salvador.

Pero Judas va más allá. Nos llama a ser instrumentos de esa gracia en un mundo lleno de mentiras. En los versículos 22 y 23, nos dice:

"Ayuden con amor a los que no están del todo seguros de su salvación. Rescaten a los que necesitan salvarse del infierno, y tengan compasión de los que necesitan ser compadecidos."

Es un mandato tierno pero serio. Algunos en la iglesia dudan, tambaleándose bajo las mentiras que han escuchado; otros están al borde del abismo, a punto de caer. Nuestra tarea es alcanzarlos con amor y verdad, como quien saca a alguien de un edificio en llamas. Sin embargo, Judas añade una advertencia:

"Tengan mucho cuidado de no hacer el mismo mal que ellos hacen."

La mentira es contagiosa, y debemos estar alerta para no ser seducidos por su encanto.

Reflexiona por un momento: ¿qué tan fácil es caer en la trampa de la mentira? Nos gusta pensar que Dios pasará por alto nuestros pecados porque nos ama. Queremos un evangelio que no nos desafíe, que no nos exija nada. Pero Judas nos sacude de esa ilusión. Nos recuerda que el amor de Dios no anula Su santidad ni Su justicia.

Sí, Él es misericordioso, pero también es un fuego consumidor (Hebreos 12:29). Los ejemplos de Israel, Sodoma y los rebeldes de antaño no son reliquias del pasado; son advertencias para nosotros hoy.

La mentira puede colarse en nuestras iglesias, en nuestras vidas, disfrazada de piedad, y si no la confrontamos, nos llevará a la ruina.

Judas termina su carta con una doxología gloriosa (vv. 24-25), pero antes de llegar ahí, nos deja con esta advertencia y este llamado. No es un mensaje cómodo, pero es necesario. En un mundo donde las mentiras abundan —mentiras sobre quién es Dios, sobre lo que Él exige, sobre lo que significa seguirle— necesitamos escuchar la voz de Judas con urgencia. No te dejes engañar por quienes te dicen que puedes vivir como quieras y aún así estar bien con Dios. No te conformes con una fe superficial que ignora el pecado y la santidad. Lucha por la verdad, defiéndela con valentía, pero hazlo con amor y humildad.

Y si sientes que las mentiras han ganado terreno en tu corazón o en tu iglesia, no desesperes. Vuelve a la Palabra. Deja que el Espíritu Santo te guíe, que el amor de Cristo te sostenga, y que la esperanza de Su regreso te fortalezca. Porque al final, no se trata de lo que nosotros queremos escuchar, sino de lo que Dios, en Su infinita sabiduría y gracia, ha decidido revelarnos.

Que Él nos guarde de la mentira y nos mantenga firmes en Su verdad, para Su gloria eterna.