• Malaquías 3:10 es uno de esos versículos que resuena en casi todas las iglesias donde el dinero y la fe se cruzan.
  • En muchas iglesias contemporáneas, es común escuchar a líderes autoproclamarse "apóstoles", reclamando una autoridad especial y un estatus elevado dentro del cuerpo de Cristo.
  • En muchos círculos cristianos, Apocalipsis 3:20 se ha convertido en un versículo emblemático para el evangelismo.
  • La doctrina de la "confesión positiva" enseña que nuestras palabras tienen el poder de crear milagros, pero ¿es esto bíblico? Este artículo examina sus orígenes, contrastándolos con las Escrituras, y advierte sobre su peligrosa desviación del verdadero evangelio de Cristo.
  • La historia de la mujer con el flujo de sangre (Mateo 9:20-22, Marcos 5:25-34, Lucas 8:43-48) es más que un milagro físico: es una lección profunda sobre la verdadera fe. Más allá de la sanidad, Jesús le otorgó salvación, destacando que no fue el manto el que la curó, sino su confianza en Él. Este capítulo explora el significado espiritual de su historia y nos desafía a buscar a Cristo, no solo por sus milagros, sino por la vida eterna que ofrece.
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jueves, 3 de abril de 2025

Entre el Abismo y las Llamas: Una Exploración Bíblica de los Reinos de la Justicia Divina.

Imagen con tonos oscuros y rojizos que muestra figuras humanas cayendo en espiral hacia un abismo ardiente, representando un ambiente infernal. En el centro se encuentra el texto: "Entre el abismo y las llamas. Una exploración bíblica de los reinos de la justicia divina".



"Entre el Abismo y las Llamas: Una Exploración Bíblica de los Reinos de la Justicia Divina"


En las profundidades de las Sagradas Escrituras, encontramos términos que despiertan tanto asombro como temor: el "abismo" y el "infierno". Estas palabras evocan imágenes de oscuridad, juicio y el peso inescapable de la santidad de Dios. Pero, ¿son lo mismo? ¿Qué distingue el pozo sellado del abismo de las llamas eternas del infierno? Como cristianos reformados, comprometidos con la autoridad suprema de la Palabra, debemos desentrañar estos conceptos con reverencia y precisión. Este capítulo nos llevará a través de los pasajes bíblicos que definen el abismo y el infierno, comparará sus naturalezas y propósitos, y nos invitará a contemplar la soberanía de Dios sobre ambos. Con la guía de las Escrituras y la sabiduría de teólogos reformados, descubriremos cómo estas realidades testifican del poder, la justicia y la gracia del Creador.I. El abismo: El pozo de la oscuridad primordial

Imagina un lugar envuelto en tinieblas, un abismo sellado donde las fuerzas del mal son contenidas por la mano soberana de Dios. Este es el "abismo" que las Escrituras nos presentan, un término que resuena desde los albores de la creación hasta los tiempos finales. Su historia comienza en Génesis 1:2:

"Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas."

Aquí, el hebreo tehom pinta un cuadro de caos acuoso, una profundidad informe que precede al orden divino. No es un lugar de castigo, sino un estado primordial que Dios somete con su palabra. Sin embargo, a medida que avanzamos en la narrativa bíblica, el abismo evoluciona hacia algo más definido y siniestro.

En el Salmo 71:20, el salmista clama:

"Tú, que me has hecho ver muchas angustias y males, volverás a darme vida, y de nuevo me levantarás de los abismos de la tierra." 
 
Aunque metafórico, este uso sugiere una conexión con la aflicción y la muerte, un eco de la separación de la presencia de Dios. Pero es en el Nuevo Testamento donde el abismo (abyssos en griego) toma forma como un lugar específico. En Lucas 8:31, los demonios imploran a Jesús:

"Y le rogaban que no los mandase al abismo."

¿Qué temen estas criaturas espirituales? Apocalipsis 9:1-2 nos ofrece una visión:

"Y el quinto ángel tocó la trompeta, y vi una estrella que cayó del cielo a la tierra; y le fue dada la llave del pozo del abismo. Y abrió el pozo del abismo, y subió humo del pozo como humo de un gran horno."

El abismo es un "pozo" sellado, una prisión de oscuridad de donde emergen seres demoníacos bajo el juicio de Dios. Más adelante, en Apocalipsis 20:1-3, su propósito se aclara:

"Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años; y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso sellos sobre él."

Aquí, el abismo es un lugar de reclusión temporal, una celda divina para Satanás y sus huestes. Juan Calvino, en su Comentario a Apocalipsis, lo describe con precisión:

"El abismo es un lugar de tinieblas, ordenado por la sabiduría de Dios para contener a los rebeldes espirituales hasta que su juicio final sea ejecutado. No es su fin, sino su cadena."

El abismo, entonces, no es un destino eterno, sino un instrumento de la soberanía divina, un preludio al castigo final.
 
 
II. El infierno: Las llamas de la justicia eterna

Si el abismo es una prisión temporal, el infierno es el tribunal eterno de Dios, un lugar donde su ira contra el pecado arde sin fin. Sin embargo, el término "infierno" en nuestras Biblias abarca varias palabras bíblicas —Sheol, Hades, Gehenna, y el "lago de fuego"— que debemos distinguir para captar su profundidad.

En el Antiguo Testamento, Sheol es el reino de los muertos. En Salmo 16:10, David ora con esperanza:

"Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción."

Sheol no discrimina entre justos e injustos; es un estado intermedio, un lugar de espera. El Nuevo Testamento lo llama Hades. En Lucas 16:23, Jesús narra la parábola del rico y Lázaro:

"Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno."

Aunque Hades incluye tormento para los impíos, sigue siendo un estado temporal. El verdadero "infierno" emerge con Gehenna, un término que 
 
Jesús usa para el castigo eterno. En Mateo 25:41, Él declara:

"Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles."

Gehenna, inspirada en el Valle de Hinom —un sitio de idolatría y fuego perpetuo cerca de Jerusalén—, simboliza destrucción y sufrimiento sin fin. 
 
En Marcos 9:47-48, Jesús advierte:

"Mejor te es entrar en el reino de Dios con un solo ojo, que teniendo dos ojos ser echado a la Gehenna, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga."

La culminación del infierno aparece en Apocalipsis 20:14-15:

"Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego."

El "lago de fuego" es el infierno en su forma definitiva, un lugar de tormento eterno tras el juicio final. Louis Berkhof, en su Teología Sistemática, lo define con claridad:

"El infierno es la separación eterna de la presencia benigna de Dios, un estado de tormento consciente y justo para los réprobos y los ángeles caídos, ejecutado con perfecta equidad." 
 
 
III. El contraste revelado: Abismo versus infierno


Con el abismo y el infierno definidos, comparemos sus diferencias en un lienzo teológico, trazando sus contornos en propósito, naturaleza, cronología y habitantes.
 
Propósito: El abismo es una prisión temporal, un lugar donde Dios contiene a los seres espirituales caídos, como los demonios (Lucas 8:31) y Satanás (Apocalipsis 20:3). Su función es restrictiva, un acto de control divino en el drama redentor. 
 
El infierno, en cambio, es el castigo eterno, el destino final de los impíos y los demonios tras el juicio (Mateo 25:41). Su propósito es vindicar la santidad de Dios y ejecutar su justicia.
 
Naturaleza: El abismo es un "pozo del abismo" (Apocalipsis 9:1), un lugar de oscuridad y reclusión. Aunque los demonios lo temen, no se describe explícitamente como un sitio de tormento activo. 
 
El infierno es un reino de sufrimiento consciente, con "fuego eterno" y "gusanos que no mueren" (Marcos 9:48), culminando en el lago de fuego, donde el tormento es perpetuo.
 
Cronología: El abismo opera en el presente (2 Pedro 2:4) y durante el milenio (Apocalipsis 20:1-3), pero es temporal; Satanás es liberado brevemente antes de su fin (Apocalipsis 20:7-10). 
 
El infierno es eterno, consumado tras el juicio final, cuando incluso el Hades es arrojado al lago de fuego (Apocalipsis 20:14).
 
Habitantes: El abismo alberga a seres espirituales como demonios y Satanás (Apocalipsis 9:11; 20:3); no hay indicio de humanos allí. 
 
El infierno incluye a los impíos humanos, Satanás y sus ángeles tras el juicio (Apocalipsis 20:15).
 
 
IV. La visión reformada: Soberanía y redención

La teología reformada, anclada en la Sola Scriptura, ve el abismo y el infierno como expresiones de la soberanía de Dios sobre el mal. Charles Spurgeon, en un sermón sobre Apocalipsis 20, proclama:

"El abismo es la celda donde el Todopoderoso encadena a los rebeldes espirituales, un testimonio de su dominio; el infierno es su tribunal final, donde la justicia resplandece en llamas eternas."

R.C. Sproul, en La Santidad de Dios, añade:

"El abismo es un preludio al infierno, una sombra de la sentencia final. Ambos declaran que Dios no negocia con el pecado, sino que lo somete a su voluntad santa."

Un pasaje clave es 2 Pedro 2:4:

"Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno [Tártaro, un término afín al abismo], los entregó a prisiones de oscuridad, reservados para el juicio."

Aquí, el "Tártaro" se asemeja al abismo como un lugar de espera, distinto del lago de fuego eterno.
 
 
Conclusión: Del abismo a la cruz

El abismo y el infierno, aunque relacionados, son distintos en las Escrituras. El abismo es el pozo temporal donde Dios restringe el mal espiritual, un recordatorio de su poder sobre las tinieblas. El infierno es el fuego eterno, el destino final donde la justicia divina arde contra el pecado impenitente. La Confesión de Fe de Westminster (Capítulo XXXIII) lo resume: "Los impíos serán castigados con tormento eterno, apartados de la presencia del Señor." Sin embargo, esta verdad no nos deja sin esperanza. Cristo, quien descendió a las profundidades (Efesios 4:9) y venció el poder del abismo, nos libra del infierno por su cruz. Que este contraste nos lleve a adorar al Dios soberano y a buscar refugio en su gracia. ¿Qué te revela esta distinción sobre el corazón de nuestro Salvador?

jueves, 13 de marzo de 2025

Judas 3 - Advertencia contra la Mentira.

Un hombre en un pulpito, con una biblia en su mano, mintiendo, su nariz es larga, pinocho.


 


 El Llamado Urgente de Judas


Hay cartas en la Biblia que llegan como un trueno en una noche silenciosa, y la epístola de Judas es una de ellas. Escrita por Judas, hermano de Jesús y siervo humilde de Cristo, este breve pero poderoso mensaje no se anda con rodeos. Desde el primer versículo, Judas deja claro que su intención original era escribir sobre la belleza de la salvación que compartimos, pero algo lo detuvo. Una alarma sonó en su corazón, una urgencia que no podía ignorar. En lugar de palabras de consuelo, nos entrega un llamado apasionado:

"Amados hermanos… luchen y defiendan la enseñanza que Dios ha dado para siempre a su pueblo elegido" (Judas 3).


¿Por qué? Porque la mentira había entrado sigilosamente entre los creyentes, y su peligro era mortal.

Imagina por un momento la escena. Judas escribe a una iglesia que ama, a hermanos en la fe, pero su pluma tiembla con preocupación.

"Hay algunos que se han colado entre ustedes, y que los han engañado", advierte en el versículo 4.

No son extraños al acecho fuera de las murallas; son lobos disfrazados de ovejas, infiltrados en la misma comunidad de fe. Estos falsos maestros traen un mensaje seductor:

"Dios nos ama tanto que no nos castigará por lo que hacemos".

Es una mentira tan atractiva como peligrosa, una que acaricia el ego y adormece la conciencia. Pero Judas no está dispuesto a dejar que pase desapercibida. Sabe que la verdad de Dios no puede coexistir con tales engaños, y su advertencia resuena como un grito en el desierto:

¡despierten, iglesia, antes de que sea demasiado tarde!

Para que no pensemos que esto es mera exageración, Judas nos lleva de la mano a través de la historia. Mira al pueblo de Israel, dice en el versículo 5.

Dios los sacó de Egipto con mano poderosa, los libró de la esclavitud, pero cuando no creyeron en Él, los destruyó en el desierto. Luego señala a Sodoma y Gomorra (v. 7), ciudades que se entregaron a la inmoralidad desenfrenada y pagaron el precio con fuego eterno. Estos no son cuentos para asustar niños; son recordatorios solemnes de que Dios es santo y justo, y Su amor no anula Su juicio. Los falsos maestros de los que Judas habla siguen el mismo camino: con sus "locas ideas" dañan sus cuerpos, rechazan la autoridad divina e insultan a los seres celestiales (v. 8). Son rebeldes sin freno, y su destino está sellado.

Pero Judas no se queda en generalidades; pinta un retrato vívido de estos engañadores. Los compara con Caín, quien mató a su hermano por envidia; con Balaam, que vendió su don profético por dinero; y con Coré, cuya rebelión contra Moisés lo llevó a la muerte (v. 11). Son egoístas, codiciosos, insubordinados. Y lo peor: se sientan a la mesa con los creyentes en las "fiestas de amor" —esas reuniones sagradas donde la iglesia celebraba la Cena del Señor— y comen sin respeto alguno (v. 12).

Imagina la escena:
mientras los hermanos comparten el pan y el vino en memoria de Cristo, estos impostores se sirven a sí mismos, indiferentes a la santidad del momento. Judas los describe con imágenes poéticas pero devastadoras: "nubes sin agua" que prometen lluvia pero no dan nada, "árboles sin fruto" arrancados de raíz, doblemente muertos. Son líderes que solo cuidan de sí mismos, dejando a los demás sedientos y hambrientos.

Y no termina ahí. En el versículo 16, Judas desnuda sus corazones: se quejan de todo, critican sin cesar, persiguen sus deseos egoístas. Hablan con arrogancia, y cuando halagan a alguien, lo hacen solo para sacar provecho.


¿No te suena familiar? Es el mismo espíritu que vemos hoy en tantos púlpitos:


Mensajes que exaltan al hombre, que justifican el pecado, que diluyen la verdad para hacerla más digerible. Pero Judas no escribe para condenar a estos falsos maestros y luego seguir adelante; escribe para advertirnos, para que no caigamos en su engaño ni nos dejemos arrastrar por su mentira.

Entonces, ¿qué hacemos con esto? Judas no nos deja en la desesperación. Después de exponer el peligro, vuelve sus ojos a los creyentes y les da un camino claro.

"Pero ustedes, queridos hermanos", dice en el versículo 20, "sigan confiando siempre en Dios". No es una confianza vaga o sentimental; es una fe especial, arraigada en la verdad que Dios ha revelado. Nos anima a orar guiados por el Espíritu Santo, a aferrarnos al amor de Dios y a esperar con paciencia la vida eterna que Jesucristo nos dará (v. 21).

Es un contraste hermoso: mientras los falsos maestros se hunden en su rebelión, los verdaderos hijos de Dios se edifican en la fe, se apoyan en la gracia y miran hacia el regreso de su Salvador.

Pero Judas va más allá. Nos llama a ser instrumentos de esa gracia en un mundo lleno de mentiras. En los versículos 22 y 23, nos dice:

"Ayuden con amor a los que no están del todo seguros de su salvación. Rescaten a los que necesitan salvarse del infierno, y tengan compasión de los que necesitan ser compadecidos."

Es un mandato tierno pero serio. Algunos en la iglesia dudan, tambaleándose bajo las mentiras que han escuchado; otros están al borde del abismo, a punto de caer. Nuestra tarea es alcanzarlos con amor y verdad, como quien saca a alguien de un edificio en llamas. Sin embargo, Judas añade una advertencia:

"Tengan mucho cuidado de no hacer el mismo mal que ellos hacen."

La mentira es contagiosa, y debemos estar alerta para no ser seducidos por su encanto.

Reflexiona por un momento: ¿qué tan fácil es caer en la trampa de la mentira? Nos gusta pensar que Dios pasará por alto nuestros pecados porque nos ama. Queremos un evangelio que no nos desafíe, que no nos exija nada. Pero Judas nos sacude de esa ilusión. Nos recuerda que el amor de Dios no anula Su santidad ni Su justicia.

Sí, Él es misericordioso, pero también es un fuego consumidor (Hebreos 12:29). Los ejemplos de Israel, Sodoma y los rebeldes de antaño no son reliquias del pasado; son advertencias para nosotros hoy.

La mentira puede colarse en nuestras iglesias, en nuestras vidas, disfrazada de piedad, y si no la confrontamos, nos llevará a la ruina.

Judas termina su carta con una doxología gloriosa (vv. 24-25), pero antes de llegar ahí, nos deja con esta advertencia y este llamado. No es un mensaje cómodo, pero es necesario. En un mundo donde las mentiras abundan —mentiras sobre quién es Dios, sobre lo que Él exige, sobre lo que significa seguirle— necesitamos escuchar la voz de Judas con urgencia. No te dejes engañar por quienes te dicen que puedes vivir como quieras y aún así estar bien con Dios. No te conformes con una fe superficial que ignora el pecado y la santidad. Lucha por la verdad, defiéndela con valentía, pero hazlo con amor y humildad.

Y si sientes que las mentiras han ganado terreno en tu corazón o en tu iglesia, no desesperes. Vuelve a la Palabra. Deja que el Espíritu Santo te guíe, que el amor de Cristo te sostenga, y que la esperanza de Su regreso te fortalezca. Porque al final, no se trata de lo que nosotros queremos escuchar, sino de lo que Dios, en Su infinita sabiduría y gracia, ha decidido revelarnos.

Que Él nos guarde de la mentira y nos mantenga firmes en Su verdad, para Su gloria eterna.



2 Corintios 13:5 - Examinándonos a Nosotros Mismos.

 
un hombre mirándose en el espejo muy de cerca, analizándose con detalle


Una Llamada Bíblica a la Autoevaluación Espiritual

En muchas iglesias actuales, el mensaje predominante se centra en las bendiciones que podemos recibir de Dios con un mínimo esfuerzo: levantar la mano, repetir una oración y asistir regularmente a servicios llenos de palabras motivacionales. Se nos dice que Dios es solo amor, que todo lo perdona y que nos acepta sin importar cómo vivamos, sin mencionar el arrepentimiento, la negación de uno mismo o el costo de seguir a Cristo. Este evangelio superficial nos promete un boleto fácil al cielo, pero ¿es eso lo que la Biblia enseña? En este capítulo, exploraremos por qué examinarnos a nosotros mismos es esencial para la vida cristiana, cómo hacerlo a la luz de la Escritura y cómo encontrar seguridad en la justicia de Cristo, no en nuestras propias obras.

La Dilución del Mensaje: Un Evangelio sin Costo 

 Vivimos en una era donde el mensaje del evangelio a menudo se ha diluido hasta convertirse en una fórmula de prosperidad y felicidad instantánea. Se nos anima a apropiarnos de promesas bíblicas de bienestar —"Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz" (Jeremías 29:11)— sin considerar su contexto histórico, su audiencia original o su significado real. Queremos escuchar palabras de aliento y evitar cualquier mención de peligro, sacrificio o juicio. Como resultado, muchos cristianos han adoptado una fe cómoda que no requiere transformación ni rendición al señorío de Cristo.

Sin embargo, esta actitud refleja más nuestra propia complacencia que la verdad de la Palabra de Dios. Jesús mismo advirtió sobre los peligros que enfrentan Sus seguidores: falsos profetas (Mateo 7:15), persecución (Juan 16:33) y la posibilidad de autoengaño (Mateo 7:21-23). Como dice Mike McKinley en su libro ¿Soy realmente cristiano?:


"El mero hecho de que Jesús nos hable acerca del peligro en el que estamos es prueba de Su amor y misericordia. Él nos ha dado estas advertencias y quiere que les prestemos atención."


Las palabras de Cristo no son un simple eco de optimismo; son una alarma que debe resonar en nuestras almas, llamándonos a examinarnos y asegurarnos de que estamos verdaderamente en la fe.

El Mandato Bíblico: Examinad y Probad

La Escritura no nos deja en la oscuridad sobre la necesidad de autoevaluarnos. El apóstol Pablo instruye a los corintios:


"Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos" (2 Corintios 13:5).


De manera similar, Pedro exhorta a los creyentes:


"Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás" (2 Pedro 1:10).


Estas no son sugerencias casuales; son mandatos urgentes dados por amor. Pablo y Pedro sabían que los cristianos enfrentan el riesgo de engañarse a sí mismos, creyendo que están seguros en su fe cuando, en realidad, podrían estar lejos de Cristo. Examinarnos no es un ejercicio de duda morbosa, sino un acto de obediencia que nos protege de la complacencia espiritual y nos asegura una entrada abundante en el reino de nuestro Salvador (2 Pedro 1:11).

¿Cómo Examinarnos? Las Pruebas de la Escritura

Jesús y los apóstoles nos proporcionan criterios claros para evaluar si estamos en la fe. No se trata de confiar en nuestros sentimientos ni en una oración pasada, sino de buscar evidencias bíblicas de una vida transformada por el Espíritu Santo. Algunos ejemplos incluyen: Arrepentimiento y Fe: ¿Hemos reconocido nuestro pecado y confiado en Cristo como nuestro único Salvador? (Hechos 3:19; Romanos 10:9). 
 
Amor por Dios y el Prójimo: ¿Amamos a Dios con todo nuestro ser y a nuestro prójimo como a nosotros mismos? (Mateo 22:37-39; 1 Juan 4:7-8). 
 
Obediencia a la Palabra: ¿Buscamos obedecer los mandatos de Cristo, no para ganar la salvación, sino como fruto de nuestra fe? (Juan 14:15; Santiago 2:17). 
 
Fruto del Espíritu: ¿Se manifiestan en nuestra vida las virtudes del Espíritu, como amor, gozo, paz y paciencia? (Gálatas 5:22-23). 
 
Perseverancia: ¿Seguimos firmes en la fe a pesar de las pruebas, confiando en la promesa de que Dios completará Su obra en nosotros? (Filipenses 1:6; Hebreos 12:1-2).

Estas pruebas no son una lista para presumir de nuestra justicia, sino un espejo para reflejar nuestra necesidad de Cristo. Como humanos, no siempre somos los mejores jueces de nosotros mismos; nuestras percepciones pueden estar nubladas por el orgullo o el autoengaño. Por eso, es vital rodearnos de cristianos maduros y honestos que nos ayuden a ver lo que nosotros no podemos, ofreciendo corrección amorosa y aliento fiel.

Los Peligros que Enfrentamos

Ignorar el llamado a examinarnos nos expone a múltiples peligros espirituales: Autoengaño: Podemos creer que somos cristianos porque asistimos a la iglesia o repetimos una oración, sin que haya un cambio real en nuestro corazón (Mateo 7:21-23). 
 
Complacencia: La tibieza espiritual, como la de la iglesia de Laodicea, puede hacernos indiferentes a la santidad de Dios (Apocalipsis 3:15-17). 
 
Falsas Enseñanzas: Sin un fundamento sólido en la verdad, somos presa fácil de doctrinas que prometen mucho pero no exigen nada (2 Timoteo 4:3-4).

Jesús no nos advierte de estos peligros para condenarnos, sino para protegernos. Su amor no es un permiso para pecar, sino un llamado a negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguirle (Mateo 16:24). Esto implica sacrificio, renovación de la mente (Romanos 12:2) y la muerte del "viejo hombre" para que nazca uno nuevo en Cristo (Efesios 4:22-24).

Nuestra Insuficiencia y la Justicia de Cristo

Un examen honesto de nuestras vidas nos llevará a una conclusión inevitable: nunca seremos lo suficientemente justos como para agradar a Dios por nosotros mismos. Nuestros mejores esfuerzos están manchados por el pecado (Isaías 64:6), y nuestras fallas nos recuerdan que necesitamos un Salvador. Aquí radica la buena noticia del evangelio: no dependemos de nuestra justicia, sino de la justicia perfecta de Cristo.

Cuando nos acercamos a Él con fe genuina, Su justicia nos es imputada (2 Corintios 5:21). No ganamos la salvación por nuestras obras, sino que la recibimos como un regalo inmerecido por la gracia de Dios (Efesios 2:8-9). Este entendimiento no nos exime de examinarnos, sino que nos da la seguridad de que nuestra esperanza no está en nosotros mismos, sino en Aquel que murió y resucitó por nosotros.

Un Examen que Conduce a la Seguridad

Amado lector, examinarnos a nosotros mismos no es un ejercicio de condenación, sino de amor y misericordia. Las advertencias de Jesús y los apóstoles son un regalo que nos protege del autoengaño y nos guía hacia la seguridad en Cristo. No te conformes con un evangelio superficial que promete todo sin exigir nada; escudriña tu vida a la luz de la Palabra, confiando en la guía del Espíritu Santo y en la sabiduría de la comunidad de fe.

Cuando las pruebas revelen tus fallas, no desesperes. Mira a Cristo, cuya justicia perfecta cubre tus imperfecciones. Alabado sea Dios por esta verdad gloriosa: no necesitamos ser perfectos para ser aprobados, porque Él ya lo fue por nosotros. Que este examen nos humille, nos santifique y nos lleve a depender cada día más de nuestro Salvador, para que, al final, escuchemos esas palabras preciosas: "Bien, buen siervo y fiel; entra en el gozo de tu señor" (Mateo 25:21).

Romanos 2:11 - ¿Excepción o Acepción?




una familia americana tradicional, demostrandole su amor a su hijo menor mientras el mayor mira a la distancia con celos

La Justicia Imparcial de Dios


“tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios."

(Romanos 2:9-11)


Es común escuchar en círculos cristianos la afirmación de que "Dios no hace acepción de personas", y con frecuencia esta frase se interpreta como si significara que Dios nos ama y acepta a todos tal como somos, sin importar lo que pensemos, hagamos o digamos. A primera vista, parece una enseñanza reconfortante, pero ¿es eso lo que la Biblia realmente enseña? ¿Hemos confundido el término "acepción" con "excepción", torciendo el significado de las Escrituras? En este capítulo, examinaremos Romanos 2:1-11 con profundidad para descubrir lo que Pablo quiso decir y cómo la justicia imparcial de Dios refleja tanto Su santidad como Su amor, sin comprometer ninguna de las dos.

El Contexto de Romanos 2: Un Juicio Justo y Verdadero

Pablo escribe a la iglesia en Roma para abordar temas fundamentales sobre el pecado, la ley y el juicio de Dios. En Romanos 2:1-2, establece una verdad innegociable:


"Mas sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según verdad."


Aquí, Pablo deja claro que Dios juzga a quienes hacen lo malo, y lo hace con justicia perfecta. No hay errores ni parcialidad en Su juicio; Él ve el corazón, conoce las intenciones y evalúa cada acción con precisión absoluta.


Este contexto es crucial para entender lo que sigue.


En los versículos 7 al 10, Pablo describe las consecuencias de los caminos que elegimos:


"Vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego."


Aquí vemos que Dios recompensa a los que buscan Su voluntad y castiga a los que persisten en el pecado. No hay distinción basada en etnia, estatus social o privilegios; el juicio de Dios es universal y equitativo.


¿Qué Significa "Acepción de Personas"?

En Romanos 2:11, Pablo concluye esta sección diciendo:

"Porque no hay acepción de personas para con Dios."


La palabra griega traducida como "acepción" es prosopolempsia, que literalmente significa "levantar el rostro" o "mostrar favoritismo", como podemos leer en la versión TLA.

¡Dios no tiene favoritos!

En el contexto bíblico, se refiere a la idea de juzgar con parcialidad, basándose en factores externos como riqueza, posición social, apariencia o influencia.

Este concepto también aparece en pasajes como Deuteronomio 10:17-19, donde se dice que Dios "no hace acepción de personas, ni toma cohecho".

Lo que Pablo enseña aquí no es que Dios acepta a todos sin importar su condición espiritual o moral, sino que Él no muestra favoritismo al momento de juzgar. Nadie será eximido de Su juicio por su estatus o privilegios; todos compareceremos ante el tribunal de Cristo (2 Corintios 5:10) y seremos evaluados con justicia perfecta. Como dice Pedro en Hechos 10:34-35:


"En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia."


El énfasis no está en una aceptación incondicional, sino en la imparcialidad de Dios: Él no favorece a unos sobre otros basándose en criterios humanos, sino que juzga según la verdad y la justicia.

"Acepción" con "Excepción"

Aquí radica el error común: muchos interpretan "no hay acepción de personas" como si significara "no hay excepción", es decir, que Dios acepta a todos sin distinción ni requisitos, incluso si persisten en el pecado. Esta interpretación, sin embargo, contradice el testimonio claro de las Escrituras.

Dios es santo, y Su santidad no le permite convivir con el pecado ni tolerarlo. Como dice Habacuc 1:13:


"Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio."


La Biblia es enfática en que Dios aborrece el pecado y a los que persisten en él sin arrepentimiento. Salmos 5:4-5 declara:


"Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; el malo no habitará junto a ti. Los insensatos no estarán delante de tus ojos; aborreces a todos los que hacen iniquidad."


Otros pasajes como Salmos 7:11, Proverbios 11:20, Isaías 57:17 y Malaquías 2:16 refuerzan esta verdad: Dios odia el pecado y, aunque ama a Su creación, Su ira se derrama contra aquellos que se rebelan contra Él sin arrepentirse (Juan 3:36; Efesios 5:6).

Por lo tanto, afirmar que "Dios nos ama a todos tal como somos" y que "nos acepta sea como sea" es una distorsión peligrosa si no se acompaña de la verdad completa del evangelio. Sí, Dios ama al mundo (Juan 3:16), pero Su amor no implica una aceptación pasiva del pecado. Él nos ama lo suficiente como para llamarnos al arrepentimiento y ofrecernos salvación a través de Cristo, pero no nos deja en nuestra condición pecaminosa.

La Separación que el Pecado Provoca

Aunque Dios no hace acepción de personas al juzgar, sí hace una clara distinción entre los que le obedecen y los que no. Jesús mismo enseña que apartará de Su presencia a aquellos que persisten en la iniquidad. En Mateo 7:21-23, declara:


"No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad."


Otros pasajes como Mateo 25:11-12, Mateo 25:30, Salmos 5:4 y Números 15:35-36 confirman que Dios no tolera el pecado ni permite que los impíos permanezcan en Su presencia sin arrepentimiento. Incluso Jesús, siendo sin pecado, experimentó la separación del Padre cuando cargó nuestros pecados en la cruz, exclamando: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46; cf. 2 Corintios 5:21). Si el pecado provocó tal separación en el Hijo perfecto, ¿cómo podemos pensar que un Dios tres veces santo acolitara el pecado en nuestras vidas?

La Verdadera Enseñanza de Romanos 2:11

Lejos de enseñar una aceptación incondicional, Romanos 2:11 nos confronta con la justicia imparcial de Dios. Pablo no está diciendo que Dios nos ama a todos sin importar nuestro estado espiritual; está diciendo que, sin importar quiénes seamos, seremos juzgados con justicia. No habrá favoritismo ni excepciones basadas en factores humanos. Como dice Deuteronomio 32:4:


"Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud. Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto."


Esto debería producir en nosotros un santo temor y un deseo profundo de arrepentirnos y buscar la justicia de Dios. No podemos escondernos detrás de una falsa idea de amor divino que ignora el pecado; debemos reconocer que el amor de Dios es inseparable de Su santidad y Su justicia. Él nos ofrece gracia y misericordia a través de Cristo, pero esa oferta exige una respuesta: fe, arrepentimiento y obediencia (Hechos 3:19; Romanos 2:4).

Un Llamado a la Verdad y al Arrepentimiento

Hermanos, Romanos 2:11 no es un cheque en blanco para vivir como queramos bajo la excusa de que "Dios no hace acepción de personas". Es una advertencia solemne: todos enfrentaremos el juicio justo de Dios, y nadie escapará por privilegios terrenales. El mensaje de Pablo nos llama a examinar nuestras vidas a la luz de la santidad de Dios y a responder al evangelio con fe genuina.

Dios no hace acepción de personas al juzgar, pero sí hace una excepción gloriosa en Su gracia: a través de Cristo, ofrece salvación a todo aquel que cree (Romanos 10:9-13). No confundamos la imparcialidad de Su justicia con una tolerancia al pecado. Él nos ama, pero Su amor nos llama a la transformación, no a la complacencia. Como dice Hechos 10:35,


“Dios ama a todos los que lo obedecen, y también a los que tratan bien a los demás y se dedican a hacer lo bueno, sin importar de qué país sean.”


Que este pasaje nos lleve a postrarnos ante el Dios santo y justo, reconociendo nuestra necesidad de Su gracia. Que vivamos vidas de arrepentimiento y obediencia, confiando en que el mismo Dios que juzga con verdad es quien nos justifica por la obra de Su Hijo en la cruz. No busquemos excusas en una interpretación errada de Su amor; busquemos la verdad que nos hace libres (Juan 8:32).