jueves, 2 de octubre de 2014

¿Sembramos para cosechar o cosechamos para sembrar?

"Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará."
— 2 Corintios 9:6
La siembra torcida por el interés propio
Estimados hermanos, deténganse un instante y observen el panorama de cómo entendemos la generosidad en nuestra vida cristiana hoy. En muchas ocasiones, se nos ha enseñado a sembrar con la expectativa de una cosecha inmediata, como si dar fuera una transacción comercial con Dios: doy para recibir, siembro para cosechar. Queremos bendiciones materiales, reconocimiento, o incluso un pase directo al favor divino. Pero al reducir la siembra a un medio para nuestro propio beneficio, ¿no estaremos torciendo el propósito de Dios? ¿No estaremos, en el fondo, más interesados en lo que podemos ganar que en lo que podemos dar para Su gloria? 
 
Esta mentalidad de siembra interesada no es nueva, pero es peligrosa. Cuando damos con segundas intenciones, esperando una recompensa tangible, decimos—sin palabras—que nuestro amor por Dios y por los demás está condicionado por lo que podemos obtener a cambio. La Biblia, sin embargo, nos muestra otro camino: el de un Salvador que dio todo sin esperar nada a cambio, que se entregó por amor puro y desinteresado. En este capítulo, exploraremos qué significa realmente sembrar según el corazón de Dios, qué nos enseña la Escritura sobre dar con gozo y sacrificio, y cómo autores reformados nos llaman a imitar a Cristo en nuestra generosidad. Preparen sus corazones, hermanos, porque esta verdad no busca complacerlos; busca transformarlos.

¿Qué quiere Dios de nosotros al momento de sembrar?
Queridos hermanos, todos conocemos el concepto de sembrar, ya sea de manera literal—como plantar una semilla en la tierra para obtener un fruto—or de manera espiritual, estableciendo patrones y hábitos que produzcan frutos para la gloria de Dios. Pero más allá de nuestra propia comprensión, debemos preguntarnos: ¿qué espera Dios de nosotros cuando hablamos de sembrar? La respuesta no está en nuestras ideas preconcebidas, sino en Su Palabra, que nos guía con claridad y profundidad. 
 
Pablo, en 2 Corintios 8:1-3, nos presenta un ejemplo conmovedor al hablar de las iglesias de Macedonia: “Asimismo, hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios que se ha dado a las iglesias de Macedonia; que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad. Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aún más allá de sus fuerzas.” Aquí encontramos tres principios fundamentales que debemos aplicar al sembrar: 
 
  1. “Con agrado han dado”: La siembra debe ser voluntaria y gozosa, no por obligación ni por compromiso. Dios desea que demos con un corazón desprendido, como un acto de amor y gratitud, no como una carga que cumplimos a regañadientes.
  2. “Conforme a sus fuerzas”: Nuestro dar debe ser proporcional a lo que tenemos, no guiado por emociones impulsivas ni por pretender dar lo que no poseemos. Pablo nos exhorta en 1 Corintios 16:2 a dar “según haya prosperado”, recordándonos que Dios no establece un porcentaje fijo en el Nuevo Testamento, sino que espera que demos con sabiduría y según nuestras posibilidades.
  3. “Aún más allá de sus fuerzas”: Aunque debemos dar conforme a lo que tenemos, Pablo también destaca que el dar implica sacrificio. No se trata de dar solo lo que nos sobra después de cubrir nuestras necesidades, sino de dar de manera que implique un costo real para nosotros. Recordemos la viuda pobre en Marcos 12:41-44, quien dio todo lo que tenía, y Jesús alabó su ofrenda como mayor que la de los ricos, porque dio con sacrificio.
Sembrar es un principio que se aprende
Amados hermanos, sembrar no es un acto impulsivo ni una reacción emocional; es un principio que se aprende y se practica con intención y corazón. En 2 Corintios 9:6-8, Pablo lo deja claro: “Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra.”
 
Aquí vemos que sembrar implica un plan premeditado—“como propuso en su corazón”—y debe hacerse de manera voluntaria, sin tristeza ni obligación. Dios ama al dador alegre, aquel que da por amor y no por presión. Además, Pablo nos asegura que cuando damos con generosidad y sabiduría, Dios provee en abundancia, no para satisfacer deseos egoístas (Santiago 4:3), sino para que podamos seguir siendo una bendición para otros. No se trata de acumular riquezas para nosotros mismos, sino de ser canales de Su gracia para los necesitados.
Andar como hijos de luz
Preciados hermanos, Efesios 5:1-2 nos llama a un estándar más alto: “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.” Este pasaje nos recuerda que nuestro mayor propósito como cristianos es imitar a Dios, reflejando Su amor y santidad en todo lo que hacemos, incluyendo nuestra manera de sembrar. 
 
Cristo es nuestro ejemplo supremo: Él se entregó por nosotros sin esperar nada a cambio, tomando nuestro lugar y cargando nuestros pecados para que pudiéramos tener vida eterna. Su sacrificio fue “en olor fragante”, un acto que glorificó al Padre porque fue puro, desinteresado y lleno de amor. De la misma manera, debemos sembrar con un corazón que refleje este amor sacrificial, poniéndonos en los zapatos del necesitado y dando como nos gustaría que nos ayudaran si estuviéramos en su lugar. 
 
Cuando sembramos, no debemos hacerlo con segundas intenciones ni buscando méritos para ganarnos el favor de Dios. Como nos enseña Efesios 2:8-9, la salvación es por gracia, no por obras. Nuestra motivación para dar debe ser la gratitud a Dios por todo lo que nos ha dado y el deseo de bendecir a otros, sin esperar nada a cambio.
¿Sembramos para cosechar o cosechamos para sembrar?
Entonces, estimados hermanos, volvamos a la pregunta inicial: ¿sembramos para cosechar o cosechamos para sembrar? La respuesta está en nuestro corazón y en nuestra motivación. Si sembramos pensando solo en lo que podemos recibir, nuestro dar se convierte en un acto egoísta. Pero si cosechamos las bendiciones de Dios—Su provisión, Su gracia, Su amor—y las usamos para seguir sembrando en la vida de otros, entonces estamos viviendo según el principio divino. 
 
Por más crudo que pueda sonar, Dios no necesita de nosotros; somos nosotros quienes necesitamos de Él. Sin embargo, en Su infinita misericordia, nos ha hecho Sus colaboradores en este mundo, confiándonos recursos para que seamos Sus manos y pies. Como dijo Juan Calvino, “la verdadera piedad no consiste en una mente que solo contempla a Dios, sino en un corazón que se entrega a Él y a los demás por amor”. Que nuestro dar sea un reflejo de este amor, un sacrificio gozoso que glorifique a Dios y bendiga a los que nos rodean. 
 
Que el Señor nos dé la gracia de sembrar con un corazón desprendido, no buscando nuestra propia ganancia, sino Su gloria. Porque, como nos promete en 2 Corintios 9:7, “Dios ama al dador alegre”. Que esta sea nuestra motivación: dar con alegría, imitando a Cristo, mientras confiamos que Él proveerá todo lo que necesitamos para seguir siendo una bendición. Amén

0 comments:

Publicar un comentario