"¿Queréis acaso iros también vosotros?"
(Juan 6:67, RVR1960)
(Juan 6:67, RVR1960)
Un Evangelio Diluido por los Reflectores
Querido hermano, detente un instante y observa el panorama de la iglesia moderna. Las luces brillan, las pantallas proyectan cifras de asistencia, y los pastores miden su éxito por los asientos llenos y los "me gusta" en redes sociales. Queremos ser populares, influyentes, queridos por todos. Para lograrlo, a menudo suavizamos el mensaje, evitamos las verdades duras, y predicamos un evangelio que consiente en lugar de confrontar. No queremos ofender, no queremos ahuyentar a la gente. Pero en esa carrera por los números, ¿qué estamos sacrificando? ¿No será que, en el fondo, estamos más interesados en la aprobación humana que en la gloria de Cristo?
Esta obsesión con los números no es nueva, pero es peligrosa. Cuando censuramos la verdad para ganar seguidores, decimos—sin palabras—que Cristo y Su voluntad no son suficientes, que necesitamos llenar un vacío con aplausos y multitudes. La Biblia, sin embargo, nos muestra otro camino: el de un Salvador que nunca se comprometió, aunque eso significara perder a casi todos Sus oyentes. En este capítulo, exploraremos por qué estamos obsesionados con los números, qué nos enseña la Escritura sobre la fidelidad por encima de la popularidad, y cómo autores reformados nos llaman a volver al evangelio puro. Prepárate, hermano, porque esta verdad no busca agradarte; busca transformarte.
Juan 6: La Multitud que Se Fue
El evangelio de Juan nos lleva a un momento crítico. En Juan 6, Jesús había alimentado a cinco mil (v. 10), y las multitudes lo seguían, fascinadas por los milagros y el pan gratis (v. 26). Pero entonces, Él predicó un mensaje duro: "Yo soy el pan de vida [...] el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna" (vv. 35, 54). No era una metáfora suave; era una llamada a participar en Su sacrificio, a depender totalmente de Él. La respuesta fue tajante: "Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás y ya no andaban con él" (v. 66). La multitud se redujo drásticamente. ¿Y qué hizo Jesús? No corrió tras ellos ni dulcificó Sus palabras. Miró a los doce y preguntó: "¿Queréis acaso iros también vosotros?" (v. 67).
Aquí está el punto: Jesús no cambió Su mensaje para retener a la gente. No le importaron los números; le importó la verdad. Pedro respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (v. 68). Solo los que vieron Su valor se quedaron. Juan Calvino, el gran reformador, comentó sobre este pasaje: "Cristo no se doblega ante los caprichos humanos; Él exige que nos conformemos a Su verdad, no que Él se ajuste a nuestras preferencias." La obsesión con los números habría llevado a Jesús a negociar, pero Él sabía que Su reino no se mide en multitudes, sino en corazones rendidos.
El Peligro de Consentir en Lugar de Confrontar
¿Por qué cedemos a esta tentación? Porque tememos el rechazo. Proverbios 29:25 advierte: "El temor del hombre pondrá lazo; mas el que confía en Jehová será exaltado." Cuando predicamos para agradar, caemos en ese lazo. Queremos influencia, liderazgo, una iglesia llena, pero a menudo lo buscamos consintiendo los pecados de la gente en lugar de llamarlos al arrepentimiento. Gálatas 1:10 nos confronta: "¿Busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo." Pablo no midió su éxito por aplausos, sino por fidelidad.
Charles Spurgeon, el "príncipe de los predicadores" reformados, lo expresó así: "Prefiero predicar a diez personas y que se conviertan, que a diez mil y que se queden en su pecado por un evangelio diluido." Spurgeon sabía que los números pueden engañar. Una iglesia abarrotada no garantiza discípulos; puede ser solo una audiencia entretenida. Jesús dijo: "Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor [...] Y entonces les declararé: Nunca os conocí" (Mateo 7:22-23). La popularidad no es sinónimo de salvación.
El Costo de la Verdad
La Biblia está llena de ejemplos de esto. En 2 Timoteo 4:3-4, Pablo advierte: "Vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que [...] se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias." Predicar la verdad cuesta. Jeremías fue arrojado a un pozo por no ceder (Jeremías 38:6). Juan el Bautista perdió la cabeza por confrontar a Herodes (Mateo 14:10). Jesús mismo fue crucificado por no doblegarse ante los fariseos ni el pueblo. Mateo 10:34-36 nos sacude: "No he venido a traer paz, sino espada [...] y los enemigos del hombre serán los de su casa." El evangelio divide; no siempre une.
John Piper, un teólogo reformado contemporáneo, escribe: "El evangelio no es una invitación a la comodidad; es una llamada a morir." Cuando suavizamos el mensaje—"Acepta a Jesús y todo será fácil"—mentimos. Jesús dijo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame" (Mateo 16:24). Esa no es una promesa de popularidad; es una garantía de oposición. Sin embargo, en nuestra obsesión con los números, a menudo predicamos un Cristo que sirve a nuestros deseos, no uno que exige nuestra vida.
Números vs. Personas
Aquí está el giro: estamos más interesados en números que en personas. Queremos estadísticas—cuántos asistieron, cuántos dieron, cuántos aplaudieron—en lugar de corazones transformados. Pero Dios no cuenta así. En Lucas 15, Jesús cuenta la parábola de la oveja perdida: un pastor deja las noventa y nueve por una (v. 4). No le importó la mayoría; buscó al perdido. Isaías 43:4 dice: "Porque a mis ojos fuiste de grande estima, fuiste honorable, y yo te amé." Dios valora almas, no multitudes.
J.I. Packer, otro gigante reformado, escribió: "La iglesia no crece por la cantidad, sino por la calidad de su obediencia a Cristo." Una congregación de diez fieles vale más que mil tibios. En Apocalipsis 3:15-16, Cristo reprende a Laodicea: "Ojalá fueses frío o caliente [...] por cuanto eres tibio [...] te vomitaré de mi boca." La tibieza masiva no impresiona a Dios; la fidelidad, aunque sea de pocos, sí.
Jesús No Se Censuró
Volvamos a Juan 6. Cuando la multitud se fue, Jesús no se disculpó ni ajustó Su mensaje. No dijo: "Esperen, lo explicaré mejor para que no se ofendan." Su pregunta a los doce—"¿Queréis iros también?"—muestra Su postura: "Esto es lo que soy. Tomenlo o déjenlo." No obligó a nadie, pero tampoco se censuró. Hebreos 13:8 afirma: "Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos." Él no cambia por nosotros; nosotros cambiamos por Él. Romanos 12:2 nos urge: "No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento."
Spurgeon dijo: "Si el evangelio no ofende a nadie, no es el evangelio." La cruz es "escándalo" para los judíos y "locura" para los gentiles (1 Corintios 1:23). Si todos nos aplauden, algo está mal. Jesús prometió: "Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros" (Juan 15:18). La popularidad puede ser una señal de infidelidad.
Un Llamado a la Fidelidad
SixRock, ¿qué buscamos? ¿Llenar iglesias o seguir a Cristo? Nuestra obsesión con los números revela un vacío: si Cristo no es suficiente, corremos tras la aprobación humana. Pero Filipenses 1:21 nos reorienta: "Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia." Pablo no contó cabezas; contó las almas que conocieron la verdad. En Hechos 17:11, los bereanos "escudriñaban las Escrituras" para verificar su predicación—no se dejaron llevar por multitudes.
Calvino nos recuerda: "El pastor fiel no busca agradar a los hombres, sino servir a Dios, aunque le cueste todo." No prediquemos para ser queridos, sino para que Cristo sea conocido. 2 Corintios 2:17 dice: "No somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios." La tentación de diluir el evangelio es real, pero la recompensa de la fidelidad es eterna. Mateo 25:21 promete: "Bien, buen siervo y fiel [...] entra en el gozo de tu señor."
Menos Números, Más Cristo
Hermano, dejemos los reflectores y tomemos la cruz. Prediquemos sin censura, aunque las bancas se vacíen. Jesús no midió Su éxito por los que se fueron, sino por los que se quedaron por amor a Su verdad. Que nuestro vacío se llene con Él, no con popularidad. Apocalipsis 2:10 nos anima: "Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida." Los números pasarán; Cristo permanece. Que tu caminar con el Salvador sea firme, no obsesionado con multitudes, sino apasionado por Su gloria.
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