• Malaquías 3:10 es uno de esos versículos que resuena en casi todas las iglesias donde el dinero y la fe se cruzan.
  • En muchas iglesias contemporáneas, es común escuchar a líderes autoproclamarse "apóstoles", reclamando una autoridad especial y un estatus elevado dentro del cuerpo de Cristo.
  • En muchos círculos cristianos, Apocalipsis 3:20 se ha convertido en un versículo emblemático para el evangelismo.
  • La doctrina de la "confesión positiva" enseña que nuestras palabras tienen el poder de crear milagros, pero ¿es esto bíblico? Este artículo examina sus orígenes, contrastándolos con las Escrituras, y advierte sobre su peligrosa desviación del verdadero evangelio de Cristo.
  • La historia de la mujer con el flujo de sangre (Mateo 9:20-22, Marcos 5:25-34, Lucas 8:43-48) es más que un milagro físico: es una lección profunda sobre la verdadera fe. Más allá de la sanidad, Jesús le otorgó salvación, destacando que no fue el manto el que la curó, sino su confianza en Él. Este capítulo explora el significado espiritual de su historia y nos desafía a buscar a Cristo, no solo por sus milagros, sino por la vida eterna que ofrece.
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sábado, 22 de marzo de 2025

Mateo 4:1-11 - Las tentaciones de Cristo en el desierto: Un Salvador que entiende nuestro corazón.

Representación de las tentaciones de Cristo en el desierto, mostrando a Jesús enfrentando pruebas espirituales.



Un comienzo en la voluntad del Padre

Piensa en Jesús en el Jordán, recién bautizado, con el Espíritu descendiendo como paloma y la voz del Padre declarando:

"Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia" (Mateo 3:17).

Es un momento de afirmación divina, de unidad perfecta entre el Padre y el Hijo. Pero lo que sigue no es un camino fácil:

"Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo" (Mateo 4:1).

No es un capricho ni una decisión propia; es el Espíritu Santo quien lo guía, cumpliendo el plan del Padre. Jesús entra en el desierto porque obedece, porque Su vida entera está alineada con la voluntad de Aquel que lo envió.

Después de 40 días y 40 noches de ayuno, Mateo 4:2 nos dice: "Tuvo hambre". No es solo una nota histórica; es un destello de Su humanidad. Imagina Su cuerpo agotado, Su respiración pesada bajo el sol ardiente, Sus labios resecos. Este no es un héroe intocable; es el Hijo de Dios hecho hombre, enfrentando la debilidad como nosotros. Pero aun en ese hambre, Su corazón no vacila. Él está ahí por obediencia al Padre, y esa obediencia lo sostiene donde nosotros flaqueamos.
 
 
El telón de fondo: Un eco de la historia de Dios

Esos 40 días nos conectan con algo más grande. Recuerdan los 40 años de Israel en el desierto, cuando Dios los probó para ver si seguirían Sus caminos (Deuteronomio 8:2). Israel dudó, se quejó, desobedeció. Jesús, en cambio, entra como el Hijo fiel, el verdadero Israel que cumple lo que el pueblo no pudo. También nos hace pensar en Moisés y Elías, quienes ayunaron 40 días antes de encontrarse con Dios (Éxodo 34:28; 1 Reyes 19:8). Pero Jesús no solo se prepara para recibir; Él obedece para cumplir el propósito del Padre, un propósito que, en Su soberanía, incluye nuestra redención.
 
Las tentaciones: El diablo desafía, Jesús obedece

El diablo aparece cuando Jesús está más débil, como suele hacer con nosotros: en los momentos de cansancio, de hambre, de soledad. Sus tres tentaciones no son solo ataques al hombre Jesús; son intentos de quebrar Su obediencia al Padre. Pero Jesús responde cada vez con una fidelidad que nos deja asombrados y nos da esperanza.

Primera tentación: "Convierte estas piedras en pan" (Mateo 4:3-4)

El desafío:

"Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan".

El diablo sabe que Jesús tiene hambre y poder para hacerlo. No le pide algo pecaminoso en sí —comer es humano—, pero lo tienta a actuar por cuenta propia, a apartarse de la voluntad del Padre que lo llevó al desierto a ayunar.

Es un susurro: "No esperes a Dios, hazlo tú".

La obediencia de Jesús:

"Escrito está: No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Deuteronomio 8:3).

Jesús no se mueve. Su hambre es real, pero Su sumisión al Padre es más fuerte. Recuerda cuando Israel recibió maná y aprendió que la vida viene de la palabra de Dios, no solo del alimento. Jesús vive eso plenamente.

Lo que vemos: Donde Adán desobedeció por una fruta (Génesis 3:6), Jesús obedece, incluso con el estómago vacío. No se trata de nosotros en ese momento; se trata de Su compromiso con el Padre. Pero esa obediencia tiene un eco: nos muestra que el Padre es digno de confianza, incluso en nuestra propia hambre.

Para nosotros: Cuando sentimos necesidad —física o del alma—, el diablo nos tienta a tomar el control. Jesús nos dice con Su ejemplo: "El Padre sabe, y yo obedecí para que tú puedas confiar".


Segunda tentación: "Tírate desde el templo" (Mateo 4:5-7)

El desafío: El diablo lo lleva al pináculo del templo y dice:

"Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti" (Salmo 91:11-12).

Usa la Palabra de Dios, pero la retuerce. Quiere que Jesús pruebe al Padre, que exija una señal espectacular, que salga del camino de humildad trazado por el Espíritu.

La obediencia de Jesús:


"Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios" (Deuteronomio 6:16).

Jesús no salta. No necesita forzar la mano del Padre para confirmar Su identidad. Él ya oyó "mi Hijo amado" y vive en esa verdad, incluso en la soledad del desierto. Recuerda a Israel en Masah, dudando de Dios (Éxodo 17:7); Jesús no repite ese error.

Lo que vemos: Su obediencia es pura. No hay orgullo, no hay duda. Él está ahí para cumplir la voluntad del Padre, no para negociar con el diablo. Y en esa fidelidad, nos deja un regalo: la certeza de que el Padre no necesita ser probado para ser fiel.

Para nosotros: Cuando dudamos y queremos señales, Jesús nos muestra que Él ya caminó ese desierto por obediencia, para que nosotros podamos descansar en la fidelidad de Dios.


Tercera tentación: "Adórame y te daré todo" (Mateo 4:8-10)

El desafío: El diablo lo lleva a un monte alto, le muestra "todos los reinos del mundo y la gloria de ellos", y dice: "Todo esto te daré, si postrado me adorares". Es una oferta descarada: poder sin cruz, gloria sin obediencia. 
El diablo miente, porque el mundo ya es de Dios (Salmo 24:1), pero tienta a Jesús a desviar Su lealtad del Padre.

La obediencia de Jesús:


"Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás" (Deuteronomio 6:13).

Su respuesta es un rechazo tajante. No hay vacilación. Jesús elige el camino del Padre —un camino de sufrimiento que lleva a la cruz— porque Su vida es para la gloria de Dios, no para atajos.

Lo que vemos: Esta es la obediencia en su máxima expresión. Jesús no cede, no porque nosotros estemos en Su mente en ese instante, sino porque el Padre es Su todo. Pero el plan del Padre incluye nuestra salvación (Juan 6:38-39), y esa obediencia nos alcanza como un río de gracia.

Para nosotros: El mundo nos ofrece atajos brillantes que nos alejan de Dios. Jesús, con Su "vete, Satanás", nos enseña que obedecer al Padre es el camino verdadero, y Él lo recorrió para que nosotros podamos seguirlo.
La obediencia que cumple el plan del Padre

¿Por qué Jesús hace esto? Porque Él vino a hacer "la voluntad del que me envió" (Juan 6:38). En el desierto, no está pensando en Sus propios deseos ni siquiera en nosotros como motivación primaria; está mirando al Padre.

Filipenses 2:8 lo dice con fuerza:

"Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz".

Esa obediencia es el corazón de Su misión. Donde Adán desobedeció y trajo muerte (Romanos 5:12), Jesús obedece y trae vida (Romanos 5:19). Él es el Segundo Adán, el Hijo perfecto que cumple lo que el Padre pide.

Y aquí está lo asombroso: la voluntad del Padre no es fría ni distante. Juan 3:16 nos dice que

"de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito".

La obediencia de Jesús al Padre y el amor de Dios por nosotros no están en conflicto; son dos caras de la misma moneda. Jesús obedece porque ama al Padre, y el Padre lo envía porque nos ama. En el desierto, vemos la obediencia en acción, pero esa obediencia nos envuelve en el plan redentor de Dios.
 
 
Un Salvador humano y victorioso

Hebreos 4:15 nos abraza con esta verdad:

"No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado".

Jesús no flotó sobre el desierto; lo vivió. Sintió el hambre, escuchó los susurros del diablo, enfrentó la soledad. Pero nunca se apartó del Padre. Cada "escrito está" que pronunció fue un acto de obediencia, usando las Escrituras que nosotros también tenemos. Nos está diciendo: "Yo obedecí donde tú no puedes, para que el Padre te reciba".

Y cuando el diablo se va, "he aquí vinieron ángeles y le servían" (Mateo 4:11). Es un momento tierno: el Hijo, agotado pero fiel, cuidado por el cielo. Nos apunta a la cruz, donde Su obediencia alcanza su clímax, y a la resurrección, donde Su victoria se sella.
 
 
Viviendo a la luz de Su obediencia
 
Cuando estés débil: Jesús tuvo hambre y obedeció. Lleva tus necesidades al Padre; Él las conoce (Mateo 6:8). 
 
Cuando dudes: Jesús no saltó para probar a Dios. Confía en Su fidelidad, incluso en el silencio (Habacuc 2:20). 
 
Cuando el mundo te tiente: Jesús dijo "no" por obediencia. Pídele fuerza para elegir al Padre sobre lo fácil (1 Corintios 10:13). 
 
Cuando falles: Su obediencia perfecta cubre nuestro desorden. "Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús" (Romanos 8:1).
Un cierre que nos lleva al Padre

Las tentaciones de Cristo en el desierto son un retrato de obediencia pura. Jesús no miró al diablo ni a Sí mismo; miró al Padre. Cada paso en ese desierto fue para cumplir Su voluntad, y esa voluntad incluye que tú y yo seamos Suyos. Él venció donde nosotros no podemos, no por un amor sentimental directo hacia nosotros en ese momento, sino por una sumisión total al Padre que nos ama desde la eternidad. Así que, cuando enfrentes tu propio desierto, recuerda: Jesús ya estuvo ahí, obedeció ahí, y Su victoria es tu paz.


Padre celestial, te damos gracias por Tu Hijo, quien en el desierto obedeció Tu voz con corazón firme y perfecto. Ayúdanos a confiar en Tu voluntad como Él lo hizo, a encontrar fuerza en Tu Palabra y a descansar en la victoria que Su obediencia nos ganó. En el nombre de Jesús, amén.

Hebreos 9:27 - Prácticas prohibidas hacia los fallecidos según la voluntad de Dios.

Persona levantando la mano hacia una cruz en un hermoso atardecer, con nubes iluminadas por el sol.



La suficiencia de Cristo y el límite de la vida terrenal

La Biblia enseña que la salvación es por gracia mediante la fe en Jesucristo (Efesios 2:8-9), y que la obra redentora de Cristo en la cruz es suficiente y completa para el perdón de los pecados (1 Juan 1:7; Colosenses 1:13-14). Hebreos 9:27 establece un principio claro:

"Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio".

Esto significa que la oportunidad de arrepentimiento y redención está limitada a esta vida. Una vez que una persona fallece, su destino eterno queda en manos de Dios, y no hay evidencia bíblica de que nuestras acciones puedan alterar esa realidad. Por lo tanto, ciertas prácticas relacionadas con los fallecidos no solo son inútiles, sino que van en contra de la voluntad revelada de Dios
 
1. Nunca trates de comunicarte con el fallecido o invocarlo

La Biblia prohíbe estrictamente cualquier intento de comunicarse con los muertos o invocar sus espíritus. Esto incluye prácticas como el espiritismo, la necromancia o cualquier forma de consulta a los fallecidos.
 
La Biblia enseña en: Deuteronomio 18:10-12: "No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas". Dios considera estas prácticas una abominación porque usurpan Su autoridad soberana sobre la vida y la muerte.
 
Levítico 19:31: "No os volváis a los encantadores ni a los adivinos; no los consultéis, contaminándoos con ellos. Yo Jehová vuestro Dios". Invocar a los muertos contamina al creyente y lo aparta de la confianza exclusiva en Dios.
 
1 Samuel 28:7-19: El relato de Saúl consultando a la médium de Endor para invocar a Samuel es un ejemplo claro de desobediencia. Aunque el texto describe una aparición, esta práctica lleva a Saúl a un juicio divino, no a una bendición. Los reformados interpretamos esto como una advertencia, no como un respaldo. 
 
Intentar contactar a los muertos refleja una falta de fe en la soberanía de Dios y abre la puerta a influencias demoníacas (1 Timoteo 4:1). Como creyentes, nuestra comunicación debe dirigirse únicamente a Dios a través de Cristo, nuestro mediador (1 Timoteo 2:5).
 
2. Rezar por la salvación de un fallecido

La idea de orar por la salvación de alguien que ya ha muerto carece de fundamento bíblico y contradice la enseñanza de que la redención solo está disponible en vida.
 
La Biblia enseña en: Hebreos 9:27: "Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio". Este versículo no deja espacio para un cambio en el destino eterno tras la muerte. El juicio sigue inmediatamente, y la suerte está echada.
 
Lucas 16:19-31: En la parábola del rico y Lázaro, Jesús describe un "gran abismo" entre el lugar de los justos y los impíos, imposible de cruzar después de la muerte. El rico no puede ser ayudado, ni siquiera por intercesión.
 
2 Corintios 6:2: "He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación". La oportunidad de salvación está limitada al presente, durante la vida terrenal. 
 
La salvación es un acto soberano de Dios basado en la fe del individuo en Cristo mientras vive (Juan 3:36). Orar por la salvación de un fallecido implica que la obra de Cristo no es suficiente o que Dios cambia Su juicio, lo cual contradice Su justicia y santidad (Romanos 2:5-11). 
 
Nuestra responsabilidad es orar por los vivos y predicar el evangelio mientras hay tiempo (Mateo 28:19-20).
 
 
3. Misas o plegarias para liberar el alma del difunto o ayudarlo a alcanzar la salvación


Las misas o plegarias con la intención de liberar un alma del supuesto "purgatorio" o ayudarla a alcanzar la salvación no tienen base bíblica y niegan la suficiencia de la obra de Cristo.
 
La Biblia enseña en:Colosenses 2:13-14: "Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz". La obra de Cristo es completa; no requiere adiciones humanas después de la muerte.
 
1 Juan 1:7: "La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado". La purificación es total para los creyentes en vida, no hay necesidad de un proceso póstumo.
 
Romanos 8:1: "Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús". Los salvos no necesitan liberación después de la muerte, y los no salvos no pueden ser redimidos por nuestras oraciones.
 
El concepto de purgatorio, popular en la tradición católica, no aparece en la Biblia. Pasajes como 1 Corintios 3:13-15, a veces citados para apoyar esta idea, hablan del juicio de las obras de los creyentes, no de un estado intermedio de purificación. Desde la perspectiva reformada, la salvación es un regalo recibido en vida por fe (Sola Fide), y la idea de misas o plegarias para "ayudar" al difunto sugiere que la gracia de Dios es insuficiente, lo cual es contrario a la doctrina de la justificación (Gálatas 2:21).
 
 
Resumen: La oportunidad de redención solo está disponible en vida

La Biblia nos llama a vivir en obediencia a Dios y a confiar en Su justicia y misericordia. Intentar comunicarnos con los muertos, orar por su salvación o realizar rituales para "liberar" sus almas carece de apoyo bíblico y refleja una falta de confianza en el plan perfecto de Dios. En lugar de enfocarnos en los fallecidos, nuestro deber como cristianos es orar por los vivos, compartir el evangelio y vivir vidas que glorifiquen a Dios (Filipenses 1:21). La muerte marca el fin de la oportunidad de redención, pero también el inicio de la certeza en las manos del Juez justo (Apocalipsis 20:12-13).

miércoles, 19 de marzo de 2025

Daniel 4:35 y Efesios 1:4-5 - La Soberanía de Dios y la Predestinación: Una Perspectiva Bíblica Reformada.




Una imagen celestial con un trono dorado en el centro, rodeado de nubes esponjosas y un cielo dramático con tonos de azul y dorado al atardecer. En el fondo, se ven montañas difuminadas entre las nubes. Sobre la imagen, hay un texto en español en letras grandes y negras que dice "SOBERANÍA DE DIOS", seguido de "PREDESTINACIÓN" en letras amarillas, y debajo, en letras blancas más pequeñas, "CAMINANDO CON JESÚS".




"Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, ni le diga: ¿Qué haces?".

Daniel 4:35


"Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad".

Efesios 1:4-5 
 
La doctrina de la soberanía de Dios y la predestinación ha sido, a lo largo de la historia de la iglesia, tanto una fuente de consuelo como un campo de batalla teológico. Para algunos, estas verdades bíblicas son un refugio que exalta la grandeza de Dios y la seguridad de la salvación. Para otros, sin embargo, son conceptos que generan incomodidad, confusión o incluso rechazo. ¿Es Dios arbitrario al predestinar a algunos para la salvación y a otros no? ¿Elimina esta doctrina la responsabilidad humana, convirtiéndonos en meros títeres de un destino inescapable? ¿O acaso exalta el libre albedrío humano por encima de la autoridad divina, como sugieren algunos? Estas preguntas no son nuevas, pero requieren una respuesta clara y fiel a las Escrituras desde la perspectiva reformada.

En este artículo, exploraremos la soberanía de Dios y la predestinación desde un enfoque bíblico y reformado. Abordaremos las controversias y malentendidos comunes, demostrando que esta doctrina no solo es coherente con la Palabra de Dios, sino que también es un estímulo para la humildad, la adoración y la confianza en la gracia soberana de nuestro Creador.

La Soberanía de Dios: El Fundamento de la Predestinación

Antes de sumergirnos en la predestinación, debemos establecer el cimiento sobre el cual se construye: la soberanía absoluta de Dios. La Biblia declara en múltiples ocasiones que Dios es el Rey supremo sobre toda la creación. En Daniel 4:35, leemos: "Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, ni le diga: ¿Qué haces?". Este versículo encapsula una verdad inescapable: nada ocurre fuera del control de Dios. Desde las estrellas en el firmamento hasta los eventos más pequeños de nuestra vida, todo está bajo Su dominio.

Salmo 115:3 añade:

"Nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho".

Esta soberanía no es caprichosa ni tiránica; es la expresión de un Dios santo, justo y bueno cuya voluntad es siempre perfecta. Como escribe el teólogo reformado Louis Berkhof: "La soberanía de Dios es la base de toda religión verdadera. Sin ella, no hay certeza de que Sus promesas se cumplan ni de que Su plan redentor llegue a su consumación".

Cuando hablamos de predestinación, no podemos separarla de esta realidad. La predestinación es simplemente la aplicación de la soberanía de Dios al ámbito de la salvación.

Efesios 1:11 afirma que Dios "hace todas las cosas según el designio de su voluntad". Esto incluye la elección de aquellos que serán salvos, un acto que no depende de méritos humanos, sino de Su propósito eterno.


La Predestinación en las Escrituras

La Biblia no titubea al hablar de la predestinación. Uno de los pasajes más claros es Efesios 1:4-5: "Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad". Aquí vemos que la elección de Dios no es una reacción a nuestras acciones, sino una decisión eterna tomada antes de que el mundo existiera. No se basa en lo que hacemos, sino en el "puro afecto de su voluntad".

Romanos 8:29-30 ofrece una cadena de oro que conecta la predestinación con la glorificación:

"Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó".

Este pasaje demuestra que la predestinación es parte de un plan divino completo que asegura la salvación de los elegidos desde el principio hasta el fin.

Juan 6:37 refuerza esta verdad con las palabras de Jesús:

"Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera".

Aquí vemos la soberanía de Dios (el Padre da) y la responsabilidad humana (vendrá a mí) entrelazadas, un tema al que volveremos más adelante.


Controversias y Malentendidos

A pesar de la claridad bíblica, la predestinación ha sido objeto de controversias y malentendidos. Uno de los más comunes es la acusación de que hace a Dios parecer arbitrario o injusto. "¿Cómo puede Dios elegir a algunos y no a otros sin ser parcial?", preguntan algunos. Esta objeción surge de una visión antropocéntrica que asume que los seres humanos merecen algo de Dios. Sin embargo, Romanos 9:14-15 responde directamente:

"¿Qué, pues, diremos? ¿Qué hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Porque a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca".

La justicia de Dios no está sujeta a nuestras normas; Él es el alfarero, y nosotros somos el barro (Romanos 9:21). Su elección no es injusta porque nadie merece la salvación; todos merecemos condenación por nuestro pecado (Romanos 3:23).

Otro malentendido es el hipercalvinismo, que lleva la predestinación a un extremo que niega la responsabilidad humana. Los hipercalvinistas argumentan que, si Dios ha predestinado todo, no hay necesidad de evangelizar o de exhortar a las personas a arrepentirse. Sin embargo, esto contradice las Escrituras. Jesús mismo dijo:

"Arrepentíos y creed en el evangelio" (Marcos 1:15), y Pablo escribió: "¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?" (Romanos 10:14). La soberanía de Dios no anula los medios que Él ha establecido, como la predicación del evangelio.

Por otro lado, el arminianismo exalta el libre albedrío humano por encima de la soberanía divina, sugiriendo que la elección de Dios depende de la decisión del hombre de aceptar o rechazar a Cristo. Aunque esta visión parece preservar la justicia humana, socava la gracia soberana. Si la salvación depende de nuestra elección, entonces no es completamente por gracia. Efesios 2:8-9 refuta esto:

"Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe".


La Responsabilidad Humana y la Gracia Soberana

Uno de los aspectos más bellos de la perspectiva reformada es cómo armoniza la soberanía de Dios con la responsabilidad humana. Aunque Dios predestina, las Escrituras nos llaman constantemente a actuar. Hechos 17:30 dice:

"Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan".

Este mandato es universal y genuino, aunque solo los elegidos responderán por la obra del Espíritu Santo en sus corazones.

Juan Calvino abordó esta tensión con sabiduría: "La predestinación no es un obstáculo para la fe, sino un estímulo para la humildad y la adoración". Lejos de desalentarnos, la predestinación nos humilla al recordarnos que no hay nada en nosotros que merezca la salvación. Al mismo tiempo, nos impulsa a adorar a un Dios cuya gracia es tan poderosa que vence nuestra rebelión.

Un ejemplo práctico de esta armonía se encuentra en Filipenses 2:12-13:

"Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, [...] ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad".

Aquí vemos el mandato humano ("ocupaos") y la obra soberana de Dios ("Dios es el que produce") trabajando juntos.


Implicaciones Prácticas de la Predestinación

La doctrina de la predestinación no es un mero ejercicio teológico; tiene implicaciones profundas para nuestra vida cristiana. Primero, nos da seguridad. Si Dios nos ha elegido desde antes de la fundación del mundo, nada puede arrebatarnos de Su mano (Juan 10:28-29). Segundo, nos motiva a la santidad. Efesios 1:4 nos dice que fuimos predestinados "para que fuésemos santos y sin mancha", un llamado a vivir de acuerdo con nuestro propósito divino. Tercero, nos impulsa a la misión. Aunque Dios ha predestinado a los suyos, Él usa la predicación del evangelio como el medio para llamarlos (Romanos 10:17).

El predicador reformado Charles Spurgeon lo expresó así: "Creo en la doctrina de la elección porque estoy seguro de que si Dios no me hubiera elegido, yo nunca lo habría elegido a Él; y estoy seguro de que Él me eligió antes de que yo naciera, o de lo contrario nunca me habría elegido después".


Un Llamado a la Adoración

La soberanía de Dios y la predestinación no son doctrinas para temer o rechazar, sino para abrazar con reverencia y gratitud. Nos recuerdan que la salvación es un regalo inmerecido, obra de un Dios que hace todo según el designio de Su voluntad. Lejos de ser arbitrario o injusto, Él es el Dios de toda gracia, que "quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad" (1 Timoteo 2:4), y que ejecuta Su plan redentor con justicia y amor.

Que esta verdad nos lleve a postrarnos ante Él, diciendo con el salmista: "Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos" (1 Crónicas 29:11). Que nos humille, nos consuele y nos impulse a proclamar Su evangelio, confiados en que Él cumplirá Su propósito eterno.