lunes, 22 de diciembre de 2014

¿Tienen que obedecer los cristianos, la ley del Antiguo Testamento?



La clave para entender este punto es saber que la ley del Antiguo Testamento fue dada a la nación de Israel, no a los cristianos. 

Algunas de las leyes se hicieron para que los Israelitas supieran, cómo obedecer y agradar a Dios (por ejemplo los Diez Mandamientos), algunos de estos eran para mostrarles cómo adorar a Dios (el sistema de sacrificios), otros simplemente, para hacer a los Israelitas diferentes de otras naciones (las reglas de alimentación y vestimenta). 

Ninguna de las leyes del Antiguo Testamento se aplica a nosotros hoy. Cuando Jesús murió en la cruz, puso fin a la ley del Antiguo Testamento (Romanos 10:4Gálatas 3:23-25Efesios 2:15).


En lugar de estar bajo la Ley del Antiguo Testamento, estamos bajo la ley de Cristo (Gálatas 6:2) esto es:

“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:37-40)

Si hacemos estas dos cosas, estaremos cumpliendo con todo lo que Cristo quiere que hagamos, 

“Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1ª Juan 5:3). 

Técnicamente, aún los Diez Mandamientos no son aplicables a los cristianos. Sin embargo, nueve de los Diez Mandamientos están repetidos en el Nuevo Testamento (todos, excepto el mandamiento de observar el Día de Reposo). Obviamente, si estamos amando a Dios, no estaremos adorando a otros dioses o adorando a ídolos. Si estamos amando a nuestros vecinos, no estaremos asesinándolos, mintiéndoles, cometiendo adulterio contra ellos, o codiciando lo que les pertenece. De manera que, no estamos bajo los requerimientos de la ley del Antiguo Testamento. Debemos amar a Dios y a nuestros vecinos. Si hacemos aquellas dos cosas fielmente, todo lo demás va a estar en su lugar.

domingo, 21 de diciembre de 2014

¿Cuál es la diferencia entre misericordia y gracia?



La misericordia y la gracia son confundidas con frecuencia. Mientras que los términos tienen significados similares, la gracia y la misericordia no son lo mismo. Para sintetizar la diferencia vemos que, misericordia es que Dios no nos castigue como lo merecen nuestros pecados, y gracia es que Dios nos bendiga a pesar de que no lo merezcamos. La misericordia es la liberación del juicio. La gracia es la bondad que se extiende a quienes no la merecen.


De acuerdo a la Biblia, todos hemos pecado (Eclesiastés 7:20;Romanos 3:23 y 1 Juan 1:8). Como resultado de ese pecado, todos merecemos la muerte (Romanos 6:23) y la condenación eterna en el lago de fuego (Apocalipsis 20:12-15). Considerando eso, cada día que vivimos es un acto de la misericordia de Dios. Si Dios nos diera lo que merecemos, todos estaríamos, ahora mismo, condenados por una eternidad. En Salmo 51:1-2, David clama, 

“Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad y límpiame de mi pecado.” 

Una súplica a Dios por misericordia es pedirle que detenga el juicio que merecemos, y en vez de ello nos conceda el perdón que de ninguna manera nos hemos ganado.



No merecemos nada de Dios. Dios no nos debe nada. Todo el bien que experimentamos, es el resultado de la gracia de Dios (Efesios 2:5). 

La gracia es simplemente un favor inmerecido. Dios nos da cosas buenas que no merecemos y que nunca podríamos ganar. Rescatados del juicio por la misericordia de Dios, la gracia es cualquier cosa y todo lo que recibimos más allá de esa misericordia (Romanos 3:24). 

La gracia común se refiere a la gracia soberana que Dios otorga a toda la humanidad, independientemente de su condición espiritual ante Él, mientras que la gracia salvadora es esa dispensación especial de gracia, por la que Dios extiende soberanamente la inmerecida asistencia divina sobre Sus elegidos para su regeneración y santificación.



La misericordia y la gracia son mejor ilustradas en la salvación que está disponible a través de Jesucristo. 

Merecemos el juicio, pero si recibimos a Jesucristo como Salvador, recibimos misericordia de Dios, y somos librados del juicio. 

En lugar del juicio, recibimos por gracia la salvación, el perdón de los pecados, una vida abundante (Juan 10:10) y una eternidad en el cielo, el lugar más maravilloso imaginable (Apocalipsis 21-22). 

Por la misericordia y la gracia de Dios, nuestra respuesta debe ser caer de rodillas en adoración y agradecimiento. 

Hebreos 4:16 declara, “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.”

Leer más:http://www.gotquestions.org/Espanol/Gracia-misericordia.html#ixzz3MaCnCxKG

viernes, 19 de diciembre de 2014

LAS ORACIONES QUE DIOS CONTESTA



¿Es realmente cierto que Dios hace lo que sea que pidamos en el nombre de Jesús? Si no lo hace, parece estar mintiendo. Pero, como todo versículo de la Biblia, leer correctamente el contexto nos ayuda a aclarar el verdadero significado del texto. Empecemos leyendo todo el pasaje: 

“Y todo lo que pidáis en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré” (Juan 14:13-14).

La respuesta a si Dios hace lo que pedimos está en la motivación detrás de nuestra oración. El contexto lo deja claro. Entonces, si queremos saber si Dios hará lo que pedimos, debemos hacernos las siguientes preguntas.

¿Será el Padre glorificado en el Hijo con mi petición?  

Romanos 11:36 dice que “todas las cosas son para Él”. La manifestación de su gloria es el propósito final y superior en TODO lo que Dios hace. Por eso dice el versículo 13, “…para que el Padre sea glorificado en el Hijo” como el propósito por el cual Dios hace lo que pedimos.

Jesús nos dio un ejemplo muy claro del tipo de peticiones que están motivadas por un deseo de la gloria de Dios cuando explicó el propósito de la muerte de Lázaro (Juan. 11:4), 
“Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.  

Cuando Jesús oró para que Lázaro resucitara, ¡Dios contestó!

2. En qué confío, ¿en la sabiduría de Dios o en la mía?

Justo después de la promesa de siempre hacer lo que pidamos, está la promesa del Espíritu Santo. Jesús promete que no nos dejará huérfanos (v.18). Esta dependencia y guía del Espíritu es lo que debe regir nuestras peticiones. Dependemos de la guía del Dios sabio para tomar decisiones sabias y vivir correctamente la vida cristiana. 


¿Sabemos realmente qué es lo que es mejor para nosotros? Si realmente consideramos que Dios es más sabio que nosotros, diremos junto con el apóstol Pablo, 

“No sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Y Aquél que escudriña los corazones sabe cuál es el sentir del Espíritu, porque El intercede por los santos conforme a la voluntad de Dios” (Romanos. 8:26-27).
Dependemos de la guía del Dios sabio para tomar decisiones sabias y vivir correctamente la vida cristiana.
Esto significa que al pedirle cosas a Dios, debemos hacerlo en un espíritu de humildad y dependencia. Debemos procurar una actitud que muestre fe: 

“A mí me gustaría que hicieras esto, pero sé que tú ves un panorama mucho más extenso y profundo que el que yo puedo ver. Por favor, haz lo que el Espíritu está intercediendo por mí ahora”. 

Ese es el tipo de oración que glorifica al Padre; el tipo de oración que muestra dependencia y confianza en su soberanía y su superioridad para conocer el mejor lugar al que nos puede llevar como sus hijos. Ese lugar pudiera ser la escasez económica, la enfermedad o aun la muerte. ¿Por qué querríamos que Dios nos diera algo menos que lo mejor? Y solo Él sabe qué es lo mejor realmente.

3. ¿Quiero lo mismo que quiere Dios?

Hace poco hice un estudio sobre el Padre Nuestro basado en una serie de mensajes por David Platt. En uno de los mensajes David decía,

 “Desea lo que Dios desea, y luego pide lo que quieras”. 

Me parece que allí está la verdadera clave de que una oración sea contestada. 

Entre más vayamos creciendo en santidad hacia ser más como Cristo en nuestra manera de pensar, más oraciones veremos contestadas. 

Por eso dice el versículo 15, inmediatamente después del texto que estamos considerando, 
“Si me amáis, guardad mis mandamientos”. 

Nuestro amor a Dios siempre se verá reflejado en las cosas que deseamos, porque lo que deseamos es un reflejo de lo que valoramos. Jesús dice que el reflejo de nuestro amor por Él es cómo valoramos sus mandamientos en nuestras vidas.
Entre más vayamos creciendo en santidad hacia ser más como Cristo en nuestra manera de pensar, más oraciones veremos contestadas.
Este concepto lo vuelve a reforzar Juan en el capítulo 15 versículo 16: 

“…y os designé para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda”. 

Dios quiere que llevemos fruto, por lo tanto, cada vez que pidamos llevar fruto y que ese fruto permanezca, no tengamos la menor duda: Dios contestará esa oración.

Conclusión

La oración no es para que Dios se someta a nosotros, sino para que nosotros nos sometamos a Dios. Y esa es la verdadera fe. La que hace cosas sobrenaturales y mueve montes. La que muestra que Dios hará cualquier cosa que lo glorifique. Y cada vez que pidamos que Jesús sea glorificado en la manera que Dios conteste nuestra oración, tengamos por seguro que lo hará, aunque signifique arrancar un monte de su lugar para echarlo al mar. Pidámosle a Dios llevar fruto para su gloria. Solo Dios sabe en su infinita sabiduría cómo y dónde lo hará. Pero sí, lo hará.  

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